La corrupción política. Una mirada desde la ética cívica*

Miguel Ángel Polo Santillán

Introducción
Nuestro tema es pensar la corrupción política peruana, encontrar algunas causas, efectos y posibilidades de salir de ella. ¿Por qué la corrupción política? Básicamente porque la política, por más descrédito que haya sufrido, es una de las actividades humanas que más influye en la vida de las sociedades y de las personas. Más aún, es una de las causas que hoy está impidiendo resolver los graves problemas nacionales que tenemos[1].

No olvidemos que esta corrupción se encuentra conectada con el deterioro de nuestra condición moral, por lo que no podemos dejar de utilizar categorías éticas para pensar la corrupción política. Quizá la restauración del sentido de la política sea una forma de restaurar nuestra condición moral nacional. Por eso, nuestra reflexión tendrá las siguientes partes. Primero queremos establecer ideas mínimas de filosofía política, con lo que luego podremos comprender el tema de la corrupción. En segundo lugar, clarificaremos el término corrupción. En tercer lugar, abordaremos nuestro principal propósito, esto es, nuestra corrupción política nacional, para terminar con las posibilidades que tenemos para salir de la situación actual.

Sin duda la corrupción política no es un fenómeno local sino internacional. Ésta no afecta sólo a nuestra sociedad sino que encontramos que ella se expresa en todo tipo de países. Como dice Cotler, es un error pensar que la corrupción se da sólo en los países pobres, ejemplo de ellos es la corrupción de grandes empresas trasnacionales que hicieron noticia hace algunos años. La corrupción no tiene que afectar directamente a un país, su influencia en las demás sociedades es no local, lo cual nos hace pensar que hasta en estos casos se puede ver el tejido que conforman los seres humanos. Sin embargo, la existencia de la corrupción política requiere tanto de un marco filosófico a partir del cual podamos entender la corrupción. Desde esa evaluación podemos pensar en alternativas o caminos para superar esta situación negativa.

Ideas mínimas de filosofía política
La corrupción política ha puesto en evidencia los límites que tiene entender la política sea como control del poder público o como espacio de acción de los partidos políticos o como aprovechamiento individual o grupal. En cualquier caso la política presupone tener poder para realizar determinadas actividades. Así, dado que con la corrupción se pone en cuestión la política, tenemos que presentar un concepto de lo que es política. Para ello nos serviremos de las ideas de MacIntyre[2] cuando se refiere a la “práctica”. La política es una actividad cooperativa, socialmente establecida, cuyo sentido está en buscar, promover y realizar el bien común. Esa actividad requiere tanto de instituciones como de cualidades personales para el logro de tal finalidad. Desde este concepto, nos alejamos de aquel que sostiene que la política es la administración o ejercicio del poder que tiene como función la preocupación por los derechos individuales.[3]

Así, la política no es un ejercicio personal sino colectivo, lo cual no sólo abarca la pertenencia un partido, sino que el ejercicio mismo involucra a otros, tanto a los otros políticos como a los ciudadanos. Y desde el bien común, el político no sólo representa los intereses de su partido o de grupo de electores, sino a toda la comunidad. Si pierde de perspectiva la idea orientadora del bien común (que está detrás de lo que llamamos bienes públicos), entonces sólo representará los intereses de su grupo, de aquellos que le ofrecen mejores favores, de su familia o de sí mismo.[4]

Pero no se trata de activismo, sino de actuar con otros orientados por el bien de la comunidad política, por más compleja que ella se encuentre en nuestro tiempo. Por eso es que no se permite y se critica a los que hacen o promulgan leyes con nombres propios, para satisfacer intereses personales y no el bienestar social. Esto no se puede lograr sin dos condiciones, una externa y otra interna. La condición externa es la formación de instituciones que permitan alcanzar esa finalidad, sea ministerios, organizaciones públicas, congreso, etc., tanto como en su estructura como en sus funciones, remuneraciones, personal, etc. Además, la actividad política requiere también de condiciones internas, de cualidades de los agentes que participan en la actividad política, las cuales son indispensables para lograr la finalidad de esa actividad[5]. Eso es lo que tradicionalmente se llamaba virtud. Esto va contra la tendencia de considerar al político un administrador o un técnico que trabaja en aspectos procedimentales, legales, normativos, no importando las cualidades morales personales.

Volviendo a las instituciones, tenemos que señalar que el Estado es ese nombre colectivo para las distintas organizaciones públicas orientadas por el bien común. ¿Y qué papel juega la democracia? La democracia es la forma como se accede y se organiza el Estado moderno, además es la virtud política de los que participan en el Estado. Por lo que no es un solo un procedimiento sino una sustancia moral de las sociedades modernas, cuyos valores son la vida digna, la igualdad de las personas y la libertad personal responsable[6]. Dicha sustancia se sostiene en las virtudes políticas de la participación, el diálogo, la tolerancia, la deliberación y la elección. Y este modelo de democracia política hace posible y requiere una ética cívica, es decir, el compromiso y participación en la vida de la sociedad porque asume responsabilidad en la vida de la colectividad. Para decirlo con Cortina, la ética cívica se hace necesaria para “construir un mundo juntos, si no queremos que nos lo construyan a la fuerza unos pocos.” (1997, 265)

Insistimos que éste es un marco teórico, porque la política real dista mucho de concretizar estos principios. Sin embargo, sí podemos encontrar en esa misma realidad rasgos que nos hacen pensar que esos principios son sensatos y racionales. Nuestra forma de entender la política presupone un lugar de la ética en la política.

Análisis del término “corrupción”
Pongamos algunos casos de corrupción: a) funcionarios públicos del gobierno de Fujimori que se enriquecieron ilícitamente con dinero del Estado peruano. En el mismo gobierno, Montesinos entrega dinero del Estado peruano para comprar la voluntad de empresarios y políticos; b) congresistas que contratan asesores que no trabajan y no reúnen los requisitos para el puesto encomendado; c) el escandaloso caso BanMat, donde funcionarios públicos se beneficiaron con créditos para obtener casa, en proyectos destinados para personas con escasos recursos económicos que no tienen casa propia [7]; d) un congresista que falsifica las boletas para justificar los gastos de representación; e) un congresista que solicita dinero a empresarios extranjeros para que puedan acceder a autoridades políticas de alto nivel con los cuales se espera concretar algunos negocios; f) jueces que reciben dinero para decidir sobre la suerte de un acusado. ¿Qué nos dicen estos casos sobre la corrupción? ¿Qué elementos comunes hay en estos ejemplos de corrupción? Empecemos por las definiciones y luego analizaremos sus componentes.

El término corrupción no es tan claro como a primera vista parece. Y es que suele usárselo comúnmente para tan variadas situaciones que hacen impreciso su contenido y frontera. Por eso siempre es importante intentar aclarar el concepto. Empecemos por la definición de “corromper” que nos trae el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española:

Alterar y trastrocar la forma de algo.
Echar a perder, depravar, dañar, pudrir.
Sobornar a alguien con dádivas o de otra manera.
Pervertir o seducir a alguien.
Estragar, viciar.
Incomodar, fastidiar, irritar.
Oler mal.

Mientras que el término “corrupción” es definido por el diccionario de la siguiente manera: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, prácticas consistentes en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Así, el término puede ser usado para referirse a elementos naturales en descomposición o a acciones humanas que pierden su sentido legitimador. Podríamos decir que tiene un significado natural y social.

Etimológicamente hacía referencia al proceso de descomposición de las cosas naturales o artificiales. Una de las obras de Aristóteles fue titulada De generación y corrupción, es decir, sobre el inicio o nacimiento (génesis) y la descomposición o muerte de los seres (phthora). La generación y corrupción estaba referida a la sustancia, es decir, una de las formas del movimiento, de cómo se transforman los seres. Ese sentido del término corrupción tenía un trasfondo naturalista, en el cual toda la physis (naturaleza) era entendida como aquello que surge. Entonces, si surge, debe llegar a su término, tiene que corromperse[8]. Por eso la corrupción es asociada a la desnaturalización y la descomposición. Y como fruta descompuesta (malograda, corrupta) debe quitarse de la asociación con las demás, de la misma manera habría que hacer con los actores de la corrupción. O también puede ser asociado con la imagen de la enfermedad física: la corrupción como enfermedad requiere ser tratada con remedios para que la curen y si es una enfermedad crónica con remedios paliativos. Desde esta perspectiva, la corrupción sería como una enfermedad del cuerpo social que debe ser tratado para que no destruya el organismo. Esto presupone tener una idea de salud del organismo social y el lugar que en él juega la enfermedad llamada corrupción, los cuales ya son presupuestos metafísico-antropológicos.

Al dejarse la explicación naturalista, especialmente en la modernidad, el mismo concepto debió sufrir una transformación. La corrupción ya no era solamente un proceso natural de los seres, también era una acción voluntaria de los seres humanos, porque las actividades humanas no se explican todas ellas por lo natural. Y como la modernidad puso como centro de la dinámica social a los individuos y las normas, la corrupción terminó siendo identificada con la búsqueda de los intereses privados y con actos ilegales. No se trata sólo de procesos naturales de descomposición, sino obra de los individuos que corrompen la institución. Podríamos decir que esta perspectiva moderna está dentro de los lineamientos liberales. Esto nos presenta una contradicción: por un lado el Estado moderno es entendido como poder destinado a garantizar los derechos de los individuos, mientras que la misma modernidad coloca como figura central al individuo. Y es ese individuo posesivo quien asume el poder político. Entonces, ¿cómo garantizar que el individuo posesivo moderno no use el poder político para su propio interés? Esto será siempre un problema para la filosofía política moderna mientras su organización esté sostenida por esos presupuestos.

Sin embargo, la explicación naturalista en asuntos sociales volvió a resurgir especialmente por el prestigio de la teoría evolucionista. Así, hemos heredado entonces dos grandes significados de la corrupción: el naturalista y el liberal. Ambas perspectivas subyacen en los discursos sobre la corrupción. Asumiremos un naturalismo moderado, con el cual queremos decir que las actividades tienen un sentido intrínseco, aunque socialmente constituido, pero que ello no anula ni la historia ni la creatividad ni la crítica, sino que ellas son condiciones para la aparición de las variaciones del sentido matriz. De ese modo, la praxis humana no está determinada sino que siempre se mueve en el ámbito de la contingencia, finitud e incertidumbre de la vida.

Teniendo en cuenta la definición y la etimología, podemos utilizar la siguiente definición: “La corrupción es, entonces, una transacción entre un agente público y un agente privado, mediante la cual el agente público obtiene del agente privado un beneficio privado ilícito, pecuniario o no pecuniario, a cambio de un “servicio” público privilegiado” (Zegarra 2001, 10)[9]. Y estos elementos se manifiestan en la corrupción política. Klitgaard sostiene que la ecuación básica de la corrupción es: “Monopolio de la decisión pública más Discrecionalidad de la decisión pública menos Responsabilidad (en el sentido de obligación de dar cuentas) por la decisión pública.” (Klitgaard, citado por Laporta 1997, 27)

Perspectivas deontológicas y teleológicas de la corrupción
La perspectiva deontológica de la corrupción se hace presente cuando la investigación se centra en el marco sistema normativo que es vulnerado con la corrupción, así como la falta de cumplimiento de los deberes profesionales o sociales de la autoridad implicada. Todo acto de corrupción es un incumplimiento de las obligaciones establecidas socialmente, en vistas de intereses personales. Esta perspectiva también lleva a pensar en el marco jurídico que enfrenta tal fenómeno, la laxitud de los funcionarios públicos y la red que se establece en torno a la corrupción. No cabe duda que pensar la corrupción nos lleva a pensar en el sistema normativo el cual está siendo afectado por la corrupción, así como a la creación de nuevas medidas legales para enfrentarlo, tanto de alcance nacional como internacional. Sin dejar de ser importante, esta perspectiva no agota las posibilidades de enfocar éticamente la corrupción. Si solo enfocamos el asunto con esta perspectiva podríamos caer en dos erróneas interpretaciones: a) creer que toda acción corrupta es inmoral y b) creer que el sistema normativo es identificable con el bien común. Con respecto a lo primero, tendríamos que decir que no toda acción corrupta es un acto inmoral, porque la acción corrupta es medida en términos de funciones y normas que la rigen, mientras que la moral es un marco de valores fundantes que dan significado a la vida y la acción humana. Como lo recuerda Garzón Valdés (1997), Schindler habría cometido actos corruptos al pagar a militares nazis para liberar judíos. En ese caso, siendo la corrupción ilegal no es necesariamente inmoral. Esto está relacionado con lo segundo. No hay una identidad entre “sistema normativo relevante”[10] y bien común, aunque éste último puede darle sentido al primero. Es importante la distinción que hace Garzón Valdés entre un “sistema normativo relevante” y un “sistema normativo justificante”, lo que le permite afirmar:

“Sostener sin más que toda corrupción afecta el bien común o el interés general es una aseveración propia de lo que he llamado “perspectiva moralizante”, ya que si bien es cierto que todo acto o actividad corrupto(a) es disfuncional y antisistémico(a), también lo es que no todo sistema normativo relevante promueve el bien común.” (1997, 54)

Queremos suponer que dentro de un sistema democrático que vive de la participación ciudadana, esta separación tiende a reducirse ya que los actores están involucrados en su propio destino como sociedad y están preocupados por la salud del cuerpo social, sin que ello derive en la violación de los derechos humanos.[11]

Podemos añadir que la corrupción no es un simple acto ilegal ni combatirla requiere solo sanciones severas, sino que nos remite a nuestra manera de percibir la ley misma, si la interpretamos como una obligación externa contrapuesta a nuestros intereses individuales o si la interpretamos como estructura de nuestras actividades y aspiraciones colectivas. En ese sentido Lerner habla de una cultura de la legalidad donde “Convergen en él valores y convicciones, pero también la imagen ideal que tenemos de nosotros mismos y la representación que nos hacemos de la justicia y, en general, de una vida buena y digna.” (2007, 15)

Pero también es posible pensar este fenómeno desde una perspectiva teleológica, que nos permite ver que la corrupción es la pérdida del sentido orientador, de la función social que tiene una actividad o institución, para provecho de una personas o personas (mediante favores y prebendas), desconociendo el marco moral y jurídico establecido. El corrupto olvida que la actividad que realiza es una actividad social y cooperativa, así como la función (obligación) que tiene en ese contexto, y cree que solo es un asunto de él y las normas sociales. Ante tal hecho, los medios o los bienes externos pasan a ser los más importantes[12], lo que trae como consecuencia que los bienes públicos no lleguen al ciudadano y sean mal utilizados por el funcionario público. Es necesario añadir que la función de las actividades públicas adquiere significado moral porque es expresión de un marco de creencias, valores y normas de una sociedad, todo lo cual genera expectativas en la ciudadanía. En esta perspectiva teleológica, Cortina define la corrupción en los siguientes términos:

“Sin embargo, el sentido profundo de la corrupción de cualquier actividad consiste en perder la naturaleza que le es propia y, con ello, toda legitimidad, porque las actividades sociales se dirigen a un bien interno que es el que les da legitimidad social. Cuando una actividad y las instituciones a través de las cuales se realiza dejan de perseguir el fin por el que están socialmente legitimadas, se desnaturalizan, se corrompen y, obviamente, se deslegitiman.” (1997, 266)

Así, esperamos que los policías protejan a los ciudadanos, mas cuando no lo hacen sino que pertenecen a bandas de criminales para obtener dinero, los podemos llamar corruptos. Un funcionario es corrupto cuando hace ganar a una empresa que ha postulado en una licitación, por el hecho de pertenecerle a un amigo o pariente. Un partido político es corrupto cuando, sirviéndose de su poder obtenido, hace ingresar a sus partidarios en los cargos públicos sin concurso previo, desconociendo la igualdad de oportunidades indispensable para el ejercicio político. Así, la cultura de la corrupción es una contracultura, porque mina no solo el sistema normativo (jurídico y moral), sino también los valores que dan sentido a la vida social.

Es importante añadir la contradicción que encuentra Garzón en la corrupción: por un lado su actividad requiere la existe del sistema normativo relevante, pero por buscar su propio beneficio viola ese sistema (1997, 48). Otra vez la imagen naturalista, la corrupción se asemeja a una enfermedad, la cual presupone un cuerpo para vivir, sin embargo ataca a ese mismo cuerpo que la sustenta. Esta racionalidad instrumental y antisistémica utiliza dos estrategias para no autodestruirse: a la adhesión retórica al sistema normativo relevante y a la creación de una red de complicidad entre el que soborna y el sobornado (Garzón 1997, 48-49). A esta última estrategia corresponde el secreto, el ocultamiento, la discreción, que requiere la corrupción.

Es bueno agregar que sólo cuando hablemos de un tipo específico de corrupción, se debería especificar si se trata de corrupción política, corrupción de las empresas económicas o de la corrupción social, pero estas distinciones son más metodológicas que reales. En la realidad humana hay una interconexión entre diferentes tipos de corrupción[13]. Por eso, aunque nos interesa en este trabajo es la corrupción política, aquella que se produce en el ámbito político, es decir, dentro de las instituciones estatales donde los políticos desempeñan su función, de todas maneras haremos referencias a otros tipos de corrupción. Por ejemplo, veremos que la corrupción política se cruza con la social y la económica. Pensar la corrupción política es pensar en múltiples factores: en la política y los políticos, el Estado, la democracia, la participación o no de la sociedad civil, la intervención del poder económico, etc.

La corrupción política nacional
¿Cómo explicar nuestra corrupción política? Veamos dos respuestas, una del filósofo José Carlos Ballón y otra del antropólogo Julio Cotler, ambos nos ofrecen respuestas distintas, aunque puede también encontrarse un nexo común, el des-encuentro entre tradición y modernidad.

La tensión entre la visión premoderna y moderna.- En su artículo “Ética, modernidad y autoritarismo en el Perú actual: ¿vigilar y castigar?”, Ballón intenta defender la tesis de que nuestra condición nacional se debe a que no hemos asimilado la ética del trabajo individual, que es lo típico de la modernidad. Tenemos una “imagen fetichista de la modernidad” la cual hace que la interpretemos como un proceso objetivista sin sujeto. Sostiene:

“Lo novedoso en la constitución de la sociedad moderna fue precisamente el quiebre de dicha ética y derecho diferenciados, la disolución de los privilegios de casta, estamentales o corporativos, convirtiendo el trabajo humano individual en la única fuente legítima de riqueza material o espiritual y de diferenciación social. Ello fue lo que consagró la economía política clásica con la llamada “ley del valor-trabajo”, la moderna filosofía moral británica del utilitarismo, así como las teorías contractualistas del liberalismo político moderno.” (Ballón 1997, 17)

El trabajo individual legaliza la riqueza, la que a su vez se valora por el aumento de la productividad. El trabajo se convierte en un fin en sí mismo, por lo que se exige “elevar su calidad y cantidad”. Con esto se liga el desarrollo y el prestigio de la tecnociencia. El presupuesto ontológico de esta “revolución ética” es la existencia de “individuos libres”, es decir, no atados a “forma alguna de dependencia directa, natural, social o cultural” (Ballón 1997, 18). Mantener la dependencia con esos factores es lo que Ballón llama la “ética tradicional” y en la cual ve la fuente de nuestros males:

“Pues bien, la gran dificultad que afronta hoy como ayer la sociedad peruana para su modernización, es precisamente esta ruptura con la ética tradicional. Una sociedad donde el éxito social, vale decir, la posesión de riqueza material o espiritual no deviene de la autosuficiencia del trabajador, en donde el trabajo no vale nada, pues éste no constituye la medida social de la distribución y el intercambio. Una sociedad donde sigue siendo válido el lema: “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”, o donde vivir de la caridad pública resulta socialmente aceptado. De hecho, ella es una de las fuentes fundamentales del clientelaje político de todos los caudillos, gobiernos, partidos e instituciones clericales. La clave de la supervivencia o el éxito sigue siendo la vinculación a algún tipo de poder social y no la capacidad individual.” (Ballón 1997, 19)

En algo estamos de acuerdo con Ballón, en su tono de denuncia de la aparición de las formas corruptas en la sociedad como efecto de la carencia de valoración del trabajo. Sin embargo, esta interpretación de la “real normatividad pragmática” de la cultura moderna adolece de serias deficiencias. Señalemos las más importantes:

a) ¿El trabajo es una finalidad en sí misma en la cultura moderna y no un medio? Esto no se sostiene. Una de las denuncias de Marx ha sido justamente que el sentido teleológico del capitalismo es el lucro, que hace del trabajo un medio. Por lo que hoy puede explicar el mismo hecho de que se hable del “fin del trabajo” (Rifkin, Forrester). No en vano el capitalismo financiero hace de la especulación su fuente de riqueza y no el trabajo. El capitalismo neoliberal ha desvalorizado más el trabajo, especialmente el trabajo humano, tanto porque ahora el hombre es reemplazable porque las grandes trasnacionales pagan salarios de miserias en países no desarrollados. Si bien es cierto que esto es un problema del paradigma moderno, sus consecuencias afectan al conjunto de la humanidad.

b) El mismo sustento ontológico de la modernidad hoy viene siendo criticado desde distintos sectores no liberales. El hombre moderno que tiene una autoimagen de “individuo libre” no reconoce ni nuestros trasfondos lingüísticos ni culturales que sostienen nuestra identidad. No entiende que nuestro ser es un ser con otros ni que el otro está tan metido en nosotros mismos que hasta es condición de la identidad individual[14]. ¿Individuo libre? ¿De qué y para qué? Libre de la tradición, que la interpreta como una limitación. ¿Para qué?, para someterse a poderes impersonales o para dar rienda suelta a la subjetividad. Por eso, dos productos opuestos del capitalismo son el obrero y el artista, el trabajador y el esteta, el sujeto atado a los lazos del sistema y aquel que con su subjetividad escapa a esos lazos y busca una existencia hedonista.

c) ¿Es el trabajo individual fuente de riqueza? ¿Para quién? La experiencia nos muestra que el trabajador termina creando riqueza para el empresario, el capitalista, para los grupos de poder económico, y que si hay riqueza social es tanto por los mecanismos políticos (impuestos, leyes, etc.) como por la sobreproducción. Millones de seres humanos viven por su trabajo individual, sea porque se someten a un patrón o se convierten en su propio patrón, pero en cualquier caso está sometido a mecanismos económicos, políticos o culturales que reducen su “autosuficiencia”. El trabajador deja de ser un “individuo libre” cuando es asimilado a un engranaje en el cual debe funcionar, de lo contrario será expulsado. Es reducido a un ser anónimo, a una maquinaria impersonal, porque al final lo que cuenta es la “productividad”. No entendemos por qué Ballón dice tan enfáticamente que “Son los sujetos y no los objetos los que constituyen las sociedades modernas” (Ballón 1997, 21), cuando la experiencia económica y política lo niega. Es como decir que las guerras las hacen los soldados, olvidando que detrás de ellos hay una maquinaria que los hace peones anónimos en un tablero que los soldados no controlan.

La prédica moderna de la libertad no ha generado sino nuevos esclavos[15], tanto por los resortes económicos como políticos. El hecho de que los altos índices de muertes por suicidios, ataques al corazón, etc., ocurran en países desarrollados nos muestra que la búsqueda obsesiva de riqueza anula al propio sujeto de trabajo, es decir, un trabajo aniquilador del propio sujeto.

d) No se trata de negar la importancia del trabajo individual, pero es un absurdo convertirlo en el centro y motor de todo progreso material y espiritual. Además, eso significa desvalorar las otras formas de entender el trabajo que se han dado en otras culturas. Más aún, hay una soterrada desvalorización del trabajo colectivo, una de las fuentes de riqueza desde tiempos premodernos. El hecho de que haya tomado formas políticas de esclavitud o servidumbre no las desvalora completamente. Tenemos que crear condiciones políticas y económicas para hacer que el trabajo individual y colectivo sean reconocidos como fuentes legítimas de riqueza.[16]

e) Lo que al parecer subyace en el artículo de Ballón es la oposición maniquea entre ética pre-moderna y ética moderna. Creo que el reto de nuestra sociedad es asumir ambas y buscar nexos que valoricen tanto la tradición como la libertad individual, los lazos comunitarios con la responsabilidad personal. Y es que desde una visión contrapuesta de sociedad – individuo surgen formas corruptas que deberíamos superar.

Por su parte, en su artículo “Democracia, globalización y corrupción”, Julio Cotler señala que mientras las prácticas de corrupción han sido vistas tradicionalmente como “normales”, hoy en día hay una mayor conciencia de que su práctica es incorrecta y se tiende a condenar tales delitos. Esto lo explica por dos factores, uno interno y otro externo. El desborde popular de los años 70 ha obligado a la sociedad peruana y a las instituciones políticas tradicionales a transformar sus creencias y formas de vida. En ese contexto surge la necesidad de la democracia. Los cambios orientados hacia una sociedad y Estado democráticos hacen que las instituciones tradicionales se transformen respetando los valores democráticos de libertad e igualdad, por lo que los actos corruptos tienen poco espacio.

“De esta suerte, la democracia contribuye a producir sociedades y conciencias democráticas y, en esa medida, propende al desarrollo de comportamientos aceptados ―calificados como honestos― puesto que la mencionada transparencia favorece y permite penalizar la corrupción, y desautorizar las actitudes que la favorecen.“ (Cotler 1997, 67)

Así, la exigencia de la sociedad que intenta construir su vida democráticamente es “desterrar la corrupción y ampliar los grados de libertad e igualdad ciudadanos” (Cotler 1997, 67). Ello requiere también de instituciones civiles fuertes que puedan fiscalizar a los partidos y su actividad dentro de los poderes del Estado, es decir, crear “instrumentos legítimos de vigilancia desde la sociedad y de contrapesos institucionales en el gobierno para impedir la concentración de poder y, con ella, la corrupción generalizada en el Estado y en la sociedad” (Cotler 1997, 68). En una sociedad no democrática, la falta de transparencia, la ausencia de fiscalización, la desconfianza de la sociedad, son las formas como la corrupción se alimenta. Esta menor concentración de poder y la fiscalización son algunos de los factores por los cuales, por ejemplo, el gobierno de Alejandro Toledo, ha estado fiscalizado en muchas de sus acciones. Sin duda, la otra posibilidad no es tan democrática, como es la permanencia de grupos que añoran el poder total y buscan desprestigiar tanto al gobierno y las instituciones políticas.

Por otro lado, así como hay una exigencia interna, debido a los cambios producidos en el país tanto cultural como políticamente, también hay una exigencia externa, debido a los cambios internacionales, expresados en la globalización. Este fenómeno económico, mediático y cultural permite la aparición de organismos que buscan articular los “actores internacionales y domésticos”:

“Este interés responde no sólo a consideraciones éticas, sino también al hecho de que la corrupción distorsiona la producción y el intercambio económico; penetra en las esferas públicas y amenaza la seguridad nacional e internacional; asimismo, porque contribuye a infectar la vida social y cultural con graves consecuencias en todos los ámbitos.” (Cotler 1997, 69)

Así, desde el ámbito externo, “las nuevas normas y valores internacionales” hacen que las sociedades busquen reformar sus instituciones estatales y económicas, de modo que reduzcan las posibilidades de la corrupción social y estatal.

Claro que estos factores internos y externos se retroalimentan, es decir, nuestra misma exigencia interna también viene alimentada por las demandas externas, de organismos internacionales tanto económicos como políticos y sociales, por democratizar nuestra sociedad para hacerla más justa y equitativa. Sin embargo, los lentos cambios y los retrocesos a las formas autoritarias, hacen que la sociedad desconfíe de la actividad política y de la democracia. Esos organismos internacionales, como la sociedad desencantada, creen que la democracia es un “modelo para armar”, para aplicar, cuando de lo que se trata es un “modelo a construir”, una forma de vida social y política que tenemos que recrear. La democracia sólo nos ofrece ideas directrices, más no fórmulas.

Una de las ideas fundacionales de la política moderna ha sido el reconocimiento de igualdad de dignidad. Así, si actuamos y nos relacionamos en el espacio público, partimos de una igualdad entre yo y tú. Sin embargo, los políticos nacionales parecen haberse constituido en una casta con diferencias y privilegios de los que no gozan los demás ciudadanos, haciéndolos sentir “ciudadanos de segunda clase”[17]. Eso explica, en parte al menos, la insultante diferencia en sueldo entre un congresista y un empleado público, la protección con inmunidades de las que gozan los políticos, la falta de sanción efectiva a los que no asisten a reuniones de trabajo en el parlamento, los automóviles y guardias de seguridad que abren paso a los “ciudadanos de primera clase”, etc.

Pensar a los políticos como una casta privilegiada puede ser interpretado como una herencia colonial o hasta prehispánica (panacas, clanes, gremios, etc.). Cada uno de ellos, sobre todo si tienen muchos años de existencia, se han constituido en verdaderos feudos, establecidos en torno a sindicatos, universidades, organizaciones sociales, etc. Sin embargo, el simple hecho de trabajar como grupo, con funciones propias, no es el problema, porque la actividad política moderna se ha hecho de su propio espacio y mecanismo. El problema reside tanto en la carencia de una visión de país como en la falta de respeto a las reglas básicas de juego de la política actual y al desconocimiento de los valores básicos de convivencia, como aquella de reconocer que todos somos iguales, tenemos los mismos derechos y deberes, la misma dignidad, por lo que nos debemos el mismo reconocimiento. Sin eso, las diferencias que se marquen serán ofensivas, insultantes y hasta inmorales. Por ello es que se hacen necesarias instituciones civiles fuertes que controlen el poder político, para que no se desvíe de sus funciones sociales que les dan sentido.[18]

Corrupción y Estado democrático
Hemos escuchado que nuestra democracia nacional es joven y frágil, por lo que le falta aprender y madurar. Sin embargo, los problemas al respeto están en la misma organización del sistema democrático. Luego de la experiencia militar, la estructura del Estado ha seguido siendo básicamente la misma. Una gran organización burocrática e ineficiente, en tanto que no sirven para resolver las necesidades a las cuales están dirigidas[19]. No hemos tenido ni las instituciones ni la mentalidad adecuada para el surgimiento de una sociedad democrática. Una torpe transformación del Estado se realizó en el gobierno de Fujimori, lo cual ha generado más dificultades que soluciones. Pero el Estado sigue teniendo los mismos problemas[20]. A ellos se agrega que el acceso a las labores estatales dependía de los favores del partido en el gobierno, no existiendo una verdadera calificación para asumir las labores de funcionario público. Un modo de ganarse la vida, interesando poco la vocación y la finalidad de la actividad en la que entraba. El tamaño del Estado por sí mismo no es problema, sino el tipo de personas que ejercen esa labor y los mecanismos que se utilizan para que personas calificadas puedan acceder a los puestos públicos, así como el olvido del sentido de esa actividad institucional.

El Estado es la institución que permite el ejercicio de la actividad política, la cual está encaminada a lograr el bien común. El Estado como tal es una institución que tiene sentido en cuanto permite que la actividad política logre el bien hacia la cual se orienta. Por eso, como ya lo señalamos, el Estado y la acción que realiza se corrompen cuando pierde la finalidad que las orienta. Y la forma como en nuestros días debería gobernarse esa institución es mediante la democracia. Nuestra democracia también se corrompe cuando se convierte en el gobierno de los políticos, desconociendo que su fuente de vitalidad subyace en la participación de la ciudadanía. La formalidad de la democracia, con este tipo de Estado y de ciudadanos indiferentes, no es garantía de una mejor sociedad. De ahí la queja y la idea de que mejor estaríamos en un gobierno fuerte, dictatorial. Falla tanto la democracia representativa como las instituciones y la sociedad pasiva en la que se expresa esa democracia. Este tipo de democracia abre mayores iguales o mayores posibilidades a la corrupción política que si hubiera gobiernos dictatoriales.

La democracia representativa tiene muchas deficiencias en su aplicación en nuestro país. Podemos señalar algunas de ellas: a) Tiende a crear una distancia entre el gobernante y los gobernados, salvo si los gobernados organizados vigilan y controlan el poder del gobernante, a través de los medios de comunicación, de organizaciones no gubernamentales, entre otras. Todavía nuestra sociedad civil es endeble y no se reconoce a sí misma como agente político y transformador que puede limitar la arbitrariedad de los poderes. Ello es el resultado de la herencia paternalista y servil que ha dominado la mentalidad peruana. b) La democracia representativa, mediante el voto mayoritario, permite la concentración del poder, instaurándose formas sutiles o grotescas de acaparar todas o casi todas las instancias del poder político. El apoyo popular hace creer al partido gobernante que puede hacer lo que mejor le parezca, sin necesitar nuevas consultas, sea a colegios profesionales o a organismos no estatales, entre otros. Sin embargo, la voluntad popular no es estática ni uniforme, por lo que requiere darse cuenta de sus necesidades e intereses variados. c) La democracia representativa ha permitido que cualquiera, preparado intelectualmente o no, moralmente intachable o no, a veces con juicios pendientes, accedan a cargos públicos de primera importancia. Sin duda, no se trata de formar una elite preparada para gobernar, sino, como quería Mill [21], elevar el nivel educativo de los ciudadanos para que puedan acceder con responsabilidad a los cargos públicos. Claro que no para formar individuos atomistas y autosuficientes, sino personas responsables de su vida y de la comunidad en la que viven.

Porque tenemos este tipo de sociedad con esta forma de gobierno, la descentralización del poder tampoco es garantía de desarrollo y bienestar social. El poder burocrático del Estado crece fragmentado, repitiendo los mismos males del poder centralizado. Como lo dice Zarzalejos para el caso español: “es más fácilmente corruptible el funcionario local por un empresario de su misma localidad que un remoto e incomunicado funcionario que tome las decisiones sobre Madrid.” (Cortina 1996, 14)

Pensar la corrupción política requiere repensar la democracia, porque el organismo político mismo puede crear las condiciones de acciones corruptas. La corrupción no es sólo un fenómeno de malas conductas personales, sino de un sistema que los permite. La corrupción es un síntoma del cuerpo social, nos dice que algo anda mal ahí. Y la democracia formal y representativa es una de las formas como se puede dejar las puertas abiertas a la corrupción.[22]

Corrupción y partidos políticos
No hay duda que los partidos políticos han sido uno de los factores de la corrupción política, han sido su causa y efecto. Esta apreciación no recae sobre un grupo en especial sino tanto sobre partidos de derecha como de izquierda. Las formas que ha tomado esta corrupción han sido múltiples: utilizar fondos públicos para beneficio personal o partidario, tráfico de influencias, uso de información privilegiada para beneficiar a terceros, nepotismo, etc. El poder político ha resultado un botín para los distintos grupos políticos cuando estos han perdido el sentido de su actividad: el bien común. Junto con eso está el olvido de los ideales partidarios, cuando se tiene el poder (o algo del poder político), las declaraciones ideológicas pasan a ocultar actos de corrupción. El servir a la sociedad se convierte en servirse a sí mismo o a su grupo.

Los grupos políticos independientes pretendieron surgir como una forma de superar ese estado de cosas. La experiencia histórica nos ha mostrado que cometieron los mismos y peores actos de corrupción. Ahí está como triste ejemplo el gobierno del independiente Fujimori. Parte del problema es el engaño de la denominación “independiente”. ¿De qué? Algunos absurdamente entendieron la independencia de las actividades políticas partidarias, sostenían que los independientes no son políticos, sino técnicos, especialistas, académicos, pero no políticos. Personas independientes de ideologías políticas, gente profesional bienintencionada para servir al país. En principio, esto era absurdo porque lo político no se define por la pertenencia a un partido político con una ideología específica, sino por participar en una actividad pública en el marco del poder estatal. Además, los independientes al no tener una doctrina política ni principios éticos y programáticos, rápidamente estaban propensos a cometer actos de corrupción. La actividad política se convierte así en un negocio más donde se invierte y hay que recuperar lo invertido. Ante tal escenario, la transparencia en el financiamiento de los partidos ha pasado a ser un requisito para un ejercicio político sano.

Está fuera de dudas que uno de los factores que crea mayor corrupción ―amparado en la democracia― ha sido la concentración del poder en manos de un partido político[23]. ¿Cuáles son los problemas políticos y morales de la concentración del poder? Señalemos algunos de ellos:

a) Al tener el apoyo de la mayoría del electorado, la tentación ha sido acaparar todas las instituciones políticas, todos los poderes políticos (judicial, legislativo, electoral), hasta los poderes sociales (municipales, medios de comunicación, organizaciones empresariales). Como ya lo han señalados los analistas políticos, eso permite que el Estado se identifique con el gobierno y el gobierno con el partido, resultando de ello que el Estado es el partido político.

b) Una vez que ha sido dejada de lado la finalidad del “bien común”, la concentración del poder y la corrupción van asociadas. Y es que la concentración del poder crea las condiciones para que todo acto de corrupción quede impune. Así, el encubrimiento, la discreción, se convierten en requisitos de la corrupción política, como puede suceder en el dinero que se da a los encargados de las licitaciones públicas. Y mientras más grande sea el negocio, más grande la “mordida”, todo lo cual es efectivo mientras haya un clima de ocultamiento. Y como el partido político ha concentrado el poder, no hay forma de transparencia y control de la corrupción política y/o económica. Otra forma que hemos mencionado ha sido dar concesiones o privilegios a allegados al partido en el poder, no importando la historia y calidad profesional de la empresa, sólo el que sea familiar, amigos o miembro del partido.

Esta corrupción se ha ido “legalizando” socialmente con la opinión: “no importa que roben, lo importante es que hagan obras”. ¿Qué tipos de obras pueden hacerse cuando lo que interesa no es el bienestar social sino el enriquecimiento rápido? Recordemos los gastos que se hacían en publicidad en el gobierno de Fujimori acerca de los colegios que construían. Posteriormente se han visto la mala calidad de esas construcciones.

c) El control del Estado busca anular los mecanismos de control tanto internos como externos, tanto promovidos por el poder político (comisiones fiscalizadoras, ministerio público, defensoría del pueblo) como las instituciones que pueden hacer frente a las arbitrariedades de poder político (medios de comunicación, gremios de empresarios y trabajadores, organización de consumidores, etc.). El que el electorado haya dado mayoría de votos a un partido, por sí mismo no es negativo. Se convierte en negativo cuando el Estado anula o controla los mecanismos fiscalizadores del poder político y si también neutraliza las instituciones sociales que tienen por rol fiscalizar las acciones del poder político.[24]

Todo lo anterior da como resultado que hasta la democracia sirve como justificación de las arbitrariedades, el autoritarismo y la corrupción resultante. Sin un Estado que se interese por el bienestar de los ciudadanos, fácilmente sus funcionarios encuentran espacios para la corrupción, aprovechando el momento que el vacío moral permite. La finalidad orientadora de y para la praxis es una de los asuntos fundamentales que tienden a olvidar rápidamente los actores políticos, concentrándose más en no perder el poder que tienen.

¿Tenemos salidas?
Continuando la última idea, un cínico diría que tendríamos que aprovechar nuestra oportunidad, pues todo mundo roba y hay que seguir haciéndolo. Otros, simplemente son indiferentes a todo esto, sea para no perder lo que tienen o para esperar su oportunidad. Sin embargo, si no queremos adoptar estas posturas, tenemos que pensar en las salidas. Dado que el asunto es complejo y estructural, enfrentar la corrupción debe darse desde distintos frentes y con decisiones firmes, pero con objetivo claro, construir nexos claros y fuertes entre la moral y la política[25]. Quizá no podamos volver al pensamiento clásico hasta no encontrar una frontera entre ellas, pero no podemos seguir asumiendo la separación entre ellas. Tendremos que reconocer los objetivos distintos que ambas tienen, pero necesitamos especialmente pensar en las relaciones, sean de superposición, de emergencia, de puentes, etc. En cualquier caso, tres son esos niveles, el personal, el social y el orden político, sobre los cuales hay que trabajar para superar la corrupción política, los que tienen que ver con la transformación de la democracia en republicana.

En el orden personal, es importante reconocer el rol que juega el carácter moral en los políticos, el que se pondrá en juego en el ámbito político. No se trata de esperar en la buena voluntad de los políticos o creer que es suficiente que sea un intelectual, sino que requerimos que se tenga en cuenta las virtudes, el carácter moral de las personas que participan en política y la responsabilidad frente a una ciudadanía compleja. ¿No es esto ingenuo? Hace falta una buena dosis de coraje que sólo la práctica de las virtudes puede generar. Se equivoca quien piensa que las virtudes son simplemente un asunto de buenas intenciones de alguien o de simple formación familiar que algunos han tenido. Como hemos visto, MacIntyre ha señalado que estas disposiciones o cualidades personales están en relación con las prácticas o actividades comunitarias, que tienen fines o bienes intrínsecos, es decir, que el político debe tener en claro cuales son los fines o bienes internos de su actividad, no los que él busca sino lo que él descubre como sentido de la acción colectiva. La corrupción implica haber perdido el sentido de la acción, los bienes intrínsecos, reemplazándolos por fines personales, familiares o grupales. Pero, como se intuirá, esa disposición también debe venir trabajada o cultivada antes que ingrese al ámbito político, es decir, de la formación moral familiar y social. Por lo que eso nos lleva a la segunda salida.

En el orden social, se requiere una nueva narración de nuestra propia historia social, de nuestro propio ser nacional. Una nueva narración que revitalice la moral social, ya que la crisis moral de la cultura predispone la corrupción en todas sus formas. Terminar con los lemas: “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”, “en política no hay que ser ingenuo”, “la corrupción es una costumbre nuestra y no podemos ir contra ella”, “la coima es una forma como uno se defiende ante la pobreza”, “aprovéchate gaviota que después no hay otra”, “todo hombre tiene su precio”, “no importa si roba, lo importante es que haga obras”, etc. ¿Cómo se crean estas ideas colectivas? Suele echarse la culpa a la familia, al colegio, a los medios de comunicación, mas creo que el generador de esas concepciones de aceptación de la corrupción es la práctica misma de los políticos y los funcionarios de la administración pública, es decir, el ejemplo. Era típico en las teorías políticas premodernas tener en cuenta el ejemplo del gobernante, del funcionario, tanto para los nuevos gobernantes o funcionarios como para el pueblo. Por ejemplo, las enseñanzas de Confucio insisten mucho en ese aspecto: “Cuando un gobernante es recto se pondrán las cosas en práctica aunque no dé órdenes, pero, si él mismo no es recto, aunque dé órdenes nadie le obedecerá” (Analectas XIII, VI).[26]

Sin embargo, esas ideas “populares” que nacen de y fortalecen la corrupción política no anulan las potencialidades morales de nuestra tradición nacional, que se encuentran en experiencias de comunidades indígenas, comunidades religiosas, así como en la conciencia y el recuerdo de nuestra historia colectiva. Por lo que requerimos rescatar esas potencialidades morales que tiene nuestro país, es ahí donde juega un rol importante los medios de comunicación, las escuelas y las familias.

Consecuencia de la idea anterior: el corazón y la dinámica de las sociedades democráticas es el mismo compromiso de los ciudadanos. La sociedad civil es hoy un factor de esperanza para renovar no sólo la política sino la actividad social. Una de esas formas es la participación, tanto en los cargos públicos como en la realización de actividades comunitarias. Otra forma es la vigilancia, como forma de controlar las entidades estatales y otras que prestan servicios a la ciudadanía. Ambas formas presuponen la exigencia básica de transparencia. Es la sociedad civil la que exige transparencia de los políticos y funcionarios públicos, porque estos están administrando bienes que pertenecen a todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, tanto la participación como la vigilancia pasa por una mínima identidad. Por lo que sin que los peruanos nos sintamos identificados con nuestra familia, barrio, religión, etnia o país, no tendremos el motor para actuar y defender lo nuestro. O, en estos momentos de incertidumbre, pasa por una búsqueda de nuestro bien común. La participación y la vigilancia, son formas como alimentamos nuestra búsqueda del bien común.

En el orden propiamente político, el cual por su complejidad requiere de acciones decisivas para cambiar el rumbo de esta actividad. En cuanto a la democracia, es necesario tender puentes sólidos entre Estado y sociedad civil a través de la creación y fortalecimiento de instituciones civiles que controlen o fiscalicen el poder político, así como mecanismos para que los gobernantes puedan escuchar el reclamo popular (referéndum, consultas populares, espacios de diálogo frecuentes, etc.) y formas sociales de autogobierno. Una de las razones por las que el pueblo termina expresándose tan agresivamente es que no existen esos mecanismos democráticos (por lo menos no en número suficiente) que permitan que los gobernantes estén atentos a las necesidades sociales. En resumen, necesitamos transformar nuestra democracia representativa en una democracia republicana. La democracia no está en cuestión, sino la forma estrecha de concebirla. Democracia sin distribución del poder termina siendo un poder para el provecho de pocos.

Dentro del orden político queremos colocar también el aspecto administrativo o burocrático. Algunos políticos y teóricos de la política han visto la necesidad de crear la carrera pública en nuestro país, eso sería una salida interesante. Sin embargo, falta el coraje político para realizarlo, porque los puestos de la administración pública siempre han sido la forma de pagar el favor a sus simpatizantes por parte de los partidos en el gobierno. Si bien es cierto que existe una ley contra los delitos en la administración pública, también se requiere democratizar estas instituciones para que la sociedad civil pueda fiscalizarlas. Después de todo, dan un servicio a la sociedad (administrar los bienes sociales) y la sociedad tiene el derecho y deber de fiscalizarlos. Quizá sea la conciencia de la obligación de dar cuenta de sus actos públicos lo que debe formarse en los funcionarios públicos, no por las sanciones que conlleva la violación de las normas sino por la convicción de servir la sociedad a través del cuidado de los bienes públicos.

Para una nueva forma de vivir la democracia y una transformación de la burocracia estatal, se requiere la tan denominada reforma del Estado. De lo contrario, la brecha entre el Perú real y el Perú ideal o formal no podrá ser superada, manteniendo tanto las injusticias como los conflictos sociales. Los políticos no perciben que este Estado y sus instituciones sea una de las razones por las cuales surgen los grupos “subversivos” y “autoritarios”, que ponen en jaque no sólo al Estado sino a la misma sociedad. Ejemplo de ello fue las reacciones políticas frente al levantamiento militar de los humalistas en Andahuaylas, los políticos generalmente se dedicaron a criticar las características militaristas, autoritarias o neofascistas, pero pocos de ellos encontraban sus causas en la acción de los políticos (remuneraciones desproporcionadas, corrupción, etc.), las formas de organización estatal y en nuestra débil democracia.

Por último, los partidos políticos. Reducir la acción corrupta de los partidos requiere mayor responsabilidad de estas instituciones en la selección y preparación de sus integrantes, así como tener en claro los fines y leyes sociales a las que deben someterse. Si bien es cierto que estamos en una época de descrédito de las ideologías, los partidos políticos independientes deberían tener un mínimo ideario o declaración de principios a partir de los cuales puedan ser juzgados por sus electores y por la ciudadanía. De lo contrario, pasan a ser una empresa económica más, donde la lógica de la ganancia sustituye la lógica del bien común. Un ejemplo sintomático es cuando un desdichado congresista juró por Dios y por la plata. Es un gran aporte la elaboración de una ley de partidos políticos[27], que los regule jurídica y moralmente, especialmente con respecto al financiamiento de estas organizaciones[28]. Pero también éstas deberán tener una vida democrática interna, donde surjan nuevas generaciones de políticos con una formación adecuada, todo ello se verá reflejado en el ejercicio político posterior. Así, ir dejando de lado el partido como un club de amigos o una asociación de intereses privados que cuando capturan el poder lo reparten entre ellos.

Una sociedad plural implica también pluralidad de intereses, por lo que se requieren acuerdos mínimos. También es un gran paso el Acuerdo Nacional, el problema sigue siendo los nexos con las distintas instituciones estatales y con la misma sociedad, dado que el gobierno casi nunca tiene en cuenta esos acuerdos ni la sociedad los conoce. Así, los representantes pierden rápidamente legitimidad. Resulta curioso que todos hayan criticado la constitución fujimorista, pero poco o nada han hecho para convocar a una nueva asamblea constituyente y elaborar una nueva constitución que refleje nuestros acuerdos mínimos como país.

Como se puede apreciar, nuestro país es uno por hacer, no solo a nivel legal sino también a nivel de vitalidad moral, pero es una tarea a la cual todos estamos convocados y no sólo los poderes políticos y económicos. Este proyecto de país es más complejo aún porque estamos dentro de procesos y retos renovados como la globalización, la dependencia económica, las injustas relaciones económicas internacionales, la aspiración de integración latinoamericana, etc., que si bien ya salen del tema de nuestro artículo, son como el trasfondo sobre los que tendrán que darse nuestra lucha contra la corrupción política.

Bibliografía

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* Este artículo es publicado con la autorización del autor.

[1] En la cuarta encuesta nacional sobre la corrupción nacional realizada por Proética del 2006, la corrupción es el tercer problema más grave que tiene nuestro país, luego de la pobreza y la delincuencia. Proética 2006, 4.
[2] MacIntyre 2001.
[3] No estamos sosteniendo que el poder no exista, sino que en las sociedades modernas el poder se constituye por la voluntad de los ciudadanos. El Estado se convierte en un fetiche cuando el sustento que lo genera es reemplazado por un poder impersonal, mecanismo que terminará por contraponerse a los individuos modernos. Queremos dejar en claro que en nuestra definición de política no queremos excluir los derechos humanos, sino que éstos están incluidos en el bien común.
[4] Es un error teórico identificar esta ética del bien común con las formas corruptas de dominio de grupo, donde el líder, el iluminado o ilustrado, decide lo que es bueno y correcto pata todos. La idea de que un grupo o una persona ilustrada decidan por otros, practicado tanto por tradiciones modernas y premodernas, es algo que ya no tiene cabida en nuestra época. Sin duda, es uno de los lastres que tenemos como colectividad, una mentalidad colonial y paternalista que no promueve la responsabilidad sino la sumisión.
[5] Es interesante ver como Aristóteles ponía condiciones para el ejercicio público: “Tres condiciones deben tener los que van a desempeñar los cargos de más responsabilidad: primero: amor hacia el régimen establecido; luego, la mayor competencia en los asuntos de su cargo; y, en tercer lugar, virtud y justicia, en cada régimen la adecuada a ese régimen…” (Política VI, IX)
[6] No creemos que la esencia de la democracia, o su supuesto ontológico, sea el individuo atomista, aunque en la modernidad se hayan manifestado juntos. La democracia puede transformarse según las nuevas formas de entender al ser humano, ella no presupone una y sólo una concepción de lo humano.
[7] Fuente: Diario El Comercio. 14/04/08
[8] Helfer y otros añaden esta indagación etimológica: “Etimológicamente, la raíz de la palabra corrupción es reut, que significa arrebatar. Se refiere a quitar o tomar alguna cosa con violencia y fuerza. Corromper es entonces el acto de desnaturalizar y de desviar una cosa del fin hacia el cual tiende naturalmente. Asimismo, el término corrumptium viene de cor ruptum “corazón roto”. Otra definición es la que viene del latín corrupio, derivado de corruptum y significa acción o efecto de corromper o corromperse; alteración o vicio. Se refiere a la descomposición, desorganización de las partes de un todo, depravación, perversión, desmoralización” (Helfer 2004, 22). En esa misma dirección naturalista, Cortina define en sentido amplio la corrupción como “cambiar la naturaleza de una cosa volviéndola mala, privarle de la naturaleza que le es propia, pervirtiéndola” (1997, 266).
[9] Otra definición semejante podemos encontrarla en Klitgaard: “Conducta que se aparta de los deberes formales de un cargo público en busca de beneficios pecuniarios o de posición (camarilla, personal, familiar, privada) que conciernen al interés privado; o que viola las normas que coartan ciertos tipos de conductas tendientes al interés privado.” (1994, 38)
[10] Expresión usada por Garzón Valdés, con el cual quiere dar a entender que la corrupción afecta inmediatamente a un orden normativo, por ejemplo de una empresa o de una institución pública. “El concepto de corrupción está lógicamente vinculado con el de sistema normativo. No es posible hablar de corrupción sin hacer referencia simultáneamente al marco normativo dentro del cual se produce el acto o la actividad calificada de corrupta. Llamaré al sistema normativo con respecto al cual un acto o una actividad es calificado(a) de corrupto(a) “sistema normativo relevante”.” (Garzón 1997, 42)
[11] Este último añadido es relevante, dado que la historia ha mostrado que la protección de la salud del cuerpo social sin más puede conducir a tratar a los opositores como agentes patógenos, por eso se los eliminaba o se los aislaba en campos de concentración llamadas a veces sanatorios. Esta puede ser una consecuencia extrema tanto de las visiones naturalistas como modernas.
[12] Sin duda, las personas dentro de la cultura moderna buscan legítimamente dinero, placer, poder, estatus social o reconocimiento, más dentro de la perspectiva del individuo posesivo, éstas aspiraciones individuales resultan reemplazando o desplazando los fines de las actividades sociales en las que se encuentra inmerso.
[13] La indicación que hace Gregorio Peces es pertinente: “Sin embargo, la corrupción como tal se la identifica hoy necesariamente con dos condiciones del mundo moderno: por un lado, el Estado como monopolio en el uso de la fuerza legítima y como organización administrativa excluyente que no reconoce superior, y por otro lado, con el capitalismo y la economía de mercado.” (Cortina 1996, 21)
[14] No queremos contraponer al individuo liberal, atomista, el hombre social, colectivista, y con ello anular la libertad y la creatividad de los individuos. Esa visión dualista del hombre ha sido perjudicial y tenemos que buscar otros marcos interpretativos. Esta lógica de opuestos ya estaba presente en la lógica del todo y la parte. Aristóteles decía que es más importante el todo que la parte y que una parte sin el todo no tiene sentido. La modernidad parece decirnos que el todo es la suma de las partes, por lo que cada parte tiene sentido aun previamente al todo. Cada uno de estos esquemas producía problemas, dando como resultado la desvalorización y la pérdida de uno de los opuestos. Sin embargo, si entendemos al hombre como unitotalidad quizá pueda abrirnos nuevos caminos interpretativos. Si el todo es una red que contienen y configuran las partes, las partes contienen ese todo. El individuo, en tanto tal, es una totalidad, el todo está en la parte y el todo está lleno de sentido por la red de las partes. La plena individualidad (individuo = no dividido) no es aislamiento, ruptura, independencia (como lo es en la lógica moderna), sino encuentro con la totalidad, sea social y cósmica.
[15] Recordemos que uno de los padres del liberalismo, John LOCKE utiliza un lenguaje ambiguo para salvaguardar los derechos de la naciente burguesía. Sostenía que todos los individuos tienen derechos naturales, como el de la vida y a la propiedad (aunque todos se reducen en el derecho de propiedad), pero luego justifica la existencia de esclavos, a los que se puede exterminar como animales salvajes, seres no racionales que no respetan las condiciones que él pone. Así, el capitalismo naciente utilizó la esclavitud a pesar de su prédica de libertad individual.
[16] Aunque no está en el texto de Ballón es necesario agregar algo más. Nos parece maniqueo identificar individuo libre con autosuficiencia, autodeterminación, creatividad, y al trabajo colectivo con pérdida de individualidad e idea de bien común. Esta es una forma de creencia liberal que desarticula la experiencia colectiva y la vida de los propios individuos, dejándolos libres para competir, para luchar unos contra otros (con la sana mentalidad de no transgredir sus derechos individuales).
[17] Esto es otro de los ejemplos donde el encuentro entre la modernidad y la herencia colonial de grupos ha producido formas corruptas de prácticas sociales. La denuncia de Ballón de nuestros lastres coloniales es correcta, pero parece decirnos que todo sería mejor con el paradigma moderno, cuando éste tiene sus propias contradicciones y al encuentro con otras tradiciones sólo está generando más conflicto. Además, (no lo dice Ballón) no creo que esas formas corruptas coloniales se identifiquen con la ética del bien común, aunque es posible (bajo circunstancias determinadas, como lo fue el dominio colonial español) que sea una de sus consecuencias posibles.
[18] No se piense que esto es más de lo mismo de nuestra herencia colonial de clanes y compadrazgos. Lo que sostengo es que frente al poder del Estado, los ciudadanos tenemos que asumir mayores responsabilidades. Por lo que el poder tiene que distribuirse para que los sujetos sean responsables de su propia existencia en comunidad, superando la visión paternalista y colonial. Pero ello orientado por el ideal del bien común, que no es de mi partido, ONG, iglesia o sindicato, sino de colectividad humana concreta, con diversidad, historia y creencias.
[19] No cabe duda que el lento proceso de reconstrucción de las ciudades de Pisco, Ica y Chincha, que fueron destruidas por el terremoto, se debe a la falta de dinamismo y modernización del Estado.
[20] Los gobiernos hablan de reforma del Estado y elaboran proyectos para tal reforma, pero nada se concretiza.
[21] Aunque este filósofo utilitarista y liberal también sostenía que cuando un pueblo no ha aprendido a vivir en libertad, mejor sería que sea gobernado por un déspota bueno que tienda al mejoramiento de la sociedad (Mill 2000, 69). Eso puede ser un argumento a favor de las dictaduras, pero dado el estado moral de nuestras sociedades, nada, absolutamente nada, garantiza la existencia de gobernantes autoritarios con cualidades morales. Los mismos casos que pone Mill son de gobernantes premodernos. Y es que eso podría ser permitido por una cosmovisión donde el gobernante tenía una responsabilidad metafísico-moral. Mientras que en la modernidad, sin ningún marcos metafísico, ni siquiera la hipótesis del pacto ha hecho que los gobernantes sientan tal responsabilidad vital. En esas condiciones, la idea de distribución del poder a los ciudadanos, para que cada vez más estos participen de sus propios destinos es una de las posibilidades que puede dar salida a muchos de nuestros entrampamientos.
[22] Podríamos agregar aquí lo que dice Bruce: “El Estado, las instituciones, la comunicación pública son de todos nosotros. Solo que una arraigada tradición de exclusión, discriminación, racismo, machismo y paternalismo ha conseguido que la mayoría no lo sienta así.” (2007, 19)
[23] Fue el caso del primer gobierno de Alan García y de Fujimori. En esas condiciones, poca diferencia hay entre gobiernos dictatoriales y gobiernos democráticos que buscan controlar todo el poder político y social. La tentación totalitaria en parte explica el surgimiento de grupos de izquierda totalitarios, donde “salvo el poder, todo es ilusión” centra todo el problema en tener el poder político. Además de entenderlo de un modo reduccionista, resulta perjudicial para una búsqueda del bienestar nacional. Eso significa que el mismo concepto de poder tiene que ser redefinido para ver nuevas posibilidades.
[24] En parte, cuando los gobernantes critican a las ONGs y las organizaciones cívicas se está expresando el temor de ser fiscalizado y de obrar con transparencia, es decir, expresa el deseo de no tener límites.
[25] No hemos querido partir de algún principio general como “siempre habrá corrupción en los Estados” o “es posible lograr una sociedad sin corrupción”, así como tampoco queremos moralizar la política, sino señalar que un factor contemporáneo que está llamado a enfrentar la corrupción política es la propia actividad de los ciudadanos, a lo que llamamos ética cívica.
[26] La insistencia en las virtudes del gobernante no significa volver a la visión paternalista sino es reconocer que en cualquier gobierno, el gobernante siempre deja una huella en la mentalidad colectiva, porque él asume nuestra representación y representa esperanzas colectivas. Ello no deja de lado nuestras propias responsabilidades en el proyecto colectivo.
[27] Ley de los Partidos Políticos 28094,del 2003.
[28] Ley de los Partidos Políticos. Título VI Del financiamiento de los partidos políticos. Arts. 28 al 41.