Ama Llula**: Sobre la mentira y los mentirosos*

Manuel Abraham Paz y Miño***

La mentira y sus tipos
Como todos sabemos la mentira o la falsedad es lo contrario a la verdad, a lo cierto, a lo real. A diferencia de los que tienen una errada idea de la realidad por prejuicios o desconocimiento, o de los que se equivocan sin querer, sin mala intención, los mentirosos están acostumbrados a decir cosas que no son ciertas a propósito, por necesidad o con motivo o sin ellos, por el puro placer de hacerlo.
La mentira la pueden practicar los niños o los adultos, los hombres y las mujeres, los profesionales y los ignorantes, los padres o los hijos, los amantes o los esposos, los vendedores y los clientes, los ricos y los pobres, es decir, cualquier ser humano. Entonces la mentira se puede dar en todo ámbito: en la familia, el círculo de amigos, las relaciones de pareja, el trabajo, los estudios, la investigación científica, la política, la industria y el comercio, etc., doquiera haya gente.
Hay toda multiplicidad de formas y palabras en las que podemos concretar falsedades o engaños: hipocresías, adulonerías, doble moral, infidelidad, calumnias, embustes, chismes, exageraciones, hurtos, plagios, fraudes, estafas, propaganda y mitos.
La hipocresía es la falsedad en los dichos o acciones en aquellos que aparentan y así temen mostrarse como son o por conveniencia y acomodo no dicen lo que piensan realmente, es la mentira más usual entre conocidos mas no entre verdaderos amigos; una variante de este tipo de mentira es la alabanza exagerada que busca del elogiado alguna prebenda alimentando su vanidad. La mentira también puede ser un instrumento para ocultar la infidelidad y la traición a la pareja o hacia una amistad. Por supuesto, hay mucha gente que gusta hablar mal de su prójimo (chisme, difamación) tanto que hasta tergiversan o le inventan malas situaciones (calumnia). Y a la vez, por educación o delicadeza evitamos herir susceptibilidades no diciendo lo que pensamos, no ofendiendo con la verdad, no siendo sinceros.
Por otro lado, hay gente malévola que por querer apropiarse de lo ajeno o dañar a su prójimo mienten no sólo de palabra sino que hasta crean documentos espurios (falsificaciones) y compran falsos testigos. Por supuesto que también existen aquellos que viven aprovechándose de los demás (estafadores), vendiéndoles propiedades que no tienen, firmando textos que ellos no han escrito, apropiándose de creaciones o inventos que ellos no han ideado (plagiadores). Y claro hay toda suerte de mentiras en relación a la naturaleza y la sociedad que se toman como ciertas.

¿Por qué mentimos?
El niño o el adulto puede decir mentiras por temor o miedo al castigo, para protegerse o salir del paso, o para evitar la descortesía, la desconsideración o incluso la vergüenza, o simplemente porque no la tiene, miente para aprovecharse o burlarse de los demás u obtener algo de ellos, sea placer psicológico o beneficio material propio, por codicia. Entonces una simple aproximación producto de nuestra experiencia cotidiana nos indica que los seres humanos mienten paradójicamente por debilidad y poder.
Por debilidad miente el acomplejado y el prejuicioso a sus amigos y conocidos haciéndose pasar por lo que no es o simplemente por el placer de hacerlo; el esposo o la esposa al no tener el valor de dejar a su pareja y su familia por su amante; la persona hipócrita quien se jacta de ser justa y no reconoce sus errores; un chismoso cobarde quien no es capaz de hablar mal delante de quienes difama; el ladrón para cometer sus fechorías; el hijo para no ser reprendido; el mitómano por su compulsión y enfermedad, etc.
Por poder miente el mal político, el estafador, el falso mendigo, el pseudoamigo, el manipulador para obtener algún cargo, algún dinero, alguna ventaja económica o sentimental o simple reconocimiento público.
Hay quienes pueden pretender presentarse como lo que no son criticando mucho a los inmorales pero siendo inmorales a su vez en la oscuridad; otros pueden burlarse de mucha gente, estafarlos y timarlos con negocios turbios o manipulando su necesidad de absolutos.
Luego los que mienten aparentemente tienen cierta ventaja ante los demás que confían en ellos, en sus palabras y acciones... hasta que finalmente son descubiertos y desenmascarados para su humillación y vergüenza (pero eso no les importa a quienes no las tienen). Pero la verdad es que los que mienten mucho no son dignos de confianza. No podrían ser considerados buenos amigos, esposos, trabajadores, clientes, vendedores, políticos o simples seres humanos.
Reiteramos entonces que la mentira diaria, rutinaria o consecutiva es practicada por la debilidad --constante o temporal-- de la gente, tanto económica, moral como psicológicamente, por necesidad, interés, cobardía o enfermedad --éste es el caso es del mitómano, el gran mentiroso o el mentiroso patológico quien pudo empezar su enfermedad, vicio o mala costumbre en la infancia imitando u obedeciendo a sus padres o familiares mentirosos--.
Entonces, se aprende a decir mentiras, por supuesto, normalmente siendo infante: alguien mayor pudo haber sido su iniciador o maestro. O el pequeño mentiroso puede notar inteligentemente que tiene cierto poder ante sus “víctimas”, que puede manipularlas e influenciar sobre sus conductas. Tal mentiroso o engañador en ciernes puede reforzar más sus falsedades si su entorno favorece ello, por ejemplo, si el niño pertenece a una familia que vive del timo, fraude y estafa o que simplemente tiene muchas deudas y que carece de recursos para pagar a sus acreedores, los padres, al ser buscados, le mandarán decir que “no están”, “todavía no llegan”, “se acaban de ir”, etc.
Pero sabemos que la conducta humana es compleja y así hay gente buena que puede cometer barbaridades en un momento dado y gente considerada como malvada que puede cambiar. De ese modo también las personas honradas pueden, por diversas circunstancias, volverse deshonestas en ciertas situaciones o para el resto de su vida.
Con todo, en la realidad humana del diario vivir por muy fuerte que se sea tarde o temprano alguien puede estar a merced de circunstancias fuera de su control, puede mostrarse “débil” ante ellas. Por ejemplo, ¿nosotros mismos no mentiríamos acaso a un criminal --o incluso le mataríamos-- con tal de que no asesine a alguien (por ejemplo, a nosotros mismos o a un ser indefenso como un o una bebé o una persona muy anciana)?, ¿no mentiríamos por piedad a un moribundo quien piensa que se va a salvar de la muerte o que le tiene terror a ésta?, ¿o el cónyuge infiel ante el lecho de muerte de su pareja que lo adora acaso sería tan cruel de despedirla confesándole sus diversas deslealtades?, ¿o la madre abandonada y traicionada por su marido hablaría mal de éste a sus hijitos?, ¿no sería preferible que la prostituta no hable nunca de su oficio a sus niños? (Claro, lo mejor sería que no lo practique y se busque un trabajo más respetable o en todo caso un hombre que la cuide y ame).

¿Debemos decir siempre la verdad?: Mentiras circunstanciales
¿Debemos decir siempre la verdad? ¿Es eso posible? Creemos que eso es algo muy difícil de lograr en las actuales circunstancias de la vida contemporánea (aunque nunca ha sido fácil la existencia para nadie, salvo para algunos privilegiados o “suertudos”). En realidad el hecho mismo de vivir en sociedad implica ciertos compromisos y deberes que, no pocas veces, no podemos cumplirlos y una salida rápida sería decir una mentira, inventar una situación que nos haga salir de un apuro o una situación mal vista o crítica (Claro está que hay individuos titánicos y tenaces que por amor --o fanatismo-- a la verdad la defienden tanto incluso cuando les pudiera perjudicar).
Algunos aducirían que habría que mentir sólo cuando sea necesario. La presión y la crítica sociales son muy fuertes normalmente para los individuos. Por ejemplo, si llegamos tarde a un compromiso por habernos peleado con nuestra pareja o por haber hecho el amor luego del desayuno sería vergonzoso manifestar esos hechos como excusa a terceros --salvo que haya cierta confianza--. Claro está que el que quiere decir la verdad, el que ama hacerlo, el que respeta lo veraz --pues es un valor moral adquirido normalmente en la niñez y revalorado en la adolescencia, juventud o adultez-- rechazará la falsedad y por eso tratará de cumplir sus compromisos a tiempo para así no verse forzado a mentir. O mejor dicho, si respetamos la verdad también respetaremos el cumplimiento de nuestros compromisos.
Entonces, ¿no pocas veces no mentimos para salir del paso, para no dar veraces pero engorrosas explicaciones y así perder tiempo, y por supuesto, para evitar dañar a terceros? Si bien es ideal que la verdad debe prevalecer y que de todas formas siempre sale a la luz tarde o temprano, ella misma debe estar sujeta a la vida, debe protegerla y cuando no lo hace debemos postergarla u ocultarla, al menos temporal o circunstancialmente. Esto es, el valor fundamental es la vida (humana) y todos los demás valores se le deben supeditar (Decir esto aunque suene bonito también es arbitrario pues no hay nada comprobadamente absoluto que lo valide así)
Y de este modo no pocas veces la mentira y lo falso ayudan: pueden apaciguar al criminal, calmar al desesperado, consolar al afligido, dar esperanza al condenado a muerte o al agonizante, alentar al acomplejado, proteger al desamparado, etc. Entonces también hay la mentira circunstancial e incluso diplomática las cuales nos vemos precisados a usar para escapar de esas situaciones engorrosas y delicadas, para evitar problemas innecesarios con la gente con quienes frecuentamos y nos encontramos sea tranquila, conflictiva e incluso peligrosa.

La necesidad de vivir engañados
Así como en todo mercado hay vendedores y clientes, muchas veces todo engaño es un autoengaño: hay quienes engañan y hay quienes desean fervientemente ser engañados o que no ven la diferencia entre sus sueños e ideas y la cruda realidad. El hombre viejo al cual se le entrega una mujer joven puede creer que ésta lo hace por amor cuando en realidad ella lo hace por algún interés subalterno (dinero, poder, prestigio, vanidad, etc.). También un hombre normalmente decente puede autoengañarse al pensar que su amada (una mujer falsa, una prostituta o un travesti vividor que desea su dinero o bienes) sea también honesta como él, o peor aún, que lo ama tanto como él a ella. Es un gran negocio el aparentar, el atraer, sea por medio de la moda o la cirugía plástica siguiendo ciertos estereotipos alentados en gran manera por los medios de comunicación masivos. Y esto aunado a la necesidad de amar y ser amado o simplemente de desear y ser deseado puede empujar a muchos a un mundo quimérico e ilusorio.
Y la urgente necesidad de resolver dificultades económicas o la incapacidad de superar problemas psicológicos y de salud puede empujar a muchos a aceptar cualquier creencia que se les presente por más irracional y extraña que sea. Así se puede vivir simultáneamente en un mundo injusto, duro y miserable y a la vez soñar con uno paradisíaco y celestial donde el verdadero ser está en el más allá supramaterial, incorporal e inmaterial. De ahí a la alienación mental sólo hay un paso.
Pero también las circunstancias existenciales que rodean nuestras vidas pueden hacernos recurrir fácilmente a los mitos aprendidos en nuestra niñez y no sólo cuando estamos desesperados sino también para usarlos para entender el mundo, el bien y el mal que ahí encontramos.

Protegiéndonos de las mentiras y los (auto)engaños
Finalmente entonces ¿qué hacer para evitar las mentiras, los engaños, las hipocresías, las adulonerías, los embustes, los fraudes, las falsificaciones y demás falsedades?
En primer lugar si no queremos practicar tales acciones ni ser sus esclavos debemos aprender a confiar en nosotros mismos, a ser fuertes psicológica y materialmente, independientes y autosuficientes hasta donde sea posible. Debemos cultivar la sinceridad así como el coraje para el vivir para enfrentarnos a las dificultades diarias.
En segundo lugar si no queremos que otros las practiquen en nosotros debemos estar constantemente alertas, no ser ingenuos ni confiar de buenas a primeras en todo lo que se nos dice ni en las apariencias. Además es algo indispensable el conocimiento de nuestras propias debilidades y fortalezas, así como gustos y desagrados, de esa manera estaremos listos a no creer lo que nuestro corazón ansía tanto creer no importándole que sea incluso algo ilusorio y hasta inexistente.


Bibliografía utilizada
-Paz y Miño, Manuel A.: Cómo disfrutar mejor el sexo, el amor y el matrimonio. Lima: AERPFA, Serie Eupraxofía, 1998.
-Paz y Miño, Manuel A.: Ethos: ¡Vivamos mejor! Una introducción a los problemas de la vida. Lima: AERPFA, Serie Eupraxofía, 1999.


(Este artículo fue leído el 8 de noviembre del 2005 en el X Congreso Nacional de Filosofía del Perú: "Filosofía, caos y crisis social" en el Cuzco y el 5 de agosto del 2006 durante el II Congreso Iberoamericano de Pensamiento Crítico: Impacto social del dogmatismo y el engaño en Ciencia, Religión, Política, Economía y Medios de Comunicación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos).

* Este artículo es publicado con la autorización del autor.

** En idioma quechua “no mientas”, que junto con ama sua: “no seas ladrón” y ama quella: “no seas ocioso” conforman un famoso un lema cuyo origen en el tiempo es discutido.

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Manuel A. Paz y Miño Conde, es Licenciado en Filosofía (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) con estudios en Maestría en Educación (Universidad Nacional de Educación). Ha enseñado en diversas universidades públicas y privadas del país (actualmente en la Universidad Ricardo Palma), dirige Ediciones de Filosofía Aplicada (geocities.com/filosofia_aplicada) con las que ha traducido, compilado o editado cerca de treinta y cinco libros, y es autor de seis (el sexto intitulado tentativamente Creyentes, no creyentes y el curso de religión en el Perú). Correo-e: mapymc@yahoo.com.