La corrupción en funcionarios públicos: Una propuesta a partir de Weber (1)

Carlos Esteban Giraldo Rojas


Originalmente este trabajo se inició como una entrada sociológica al estudio de la corrupción, un tema poco trabajado por la sociología peruana como tema principal y no como un tema anexo que sí ha sido trabajado. Este trabajo no es un estudio de caso -por la dificultad del propio tema- lo que se pretende es dar cuenta de cierto tipo de acercamiento teórico al tema de la corrupción como es la teoría weberiana, que como muchas otras teorías hace uso de una determinada metodología para este objeto de estudio. De estos dos aspectos comúnmente relacionados -la teoría y la metodología- me interesa otra, que está antes de toda teoría y metodología, es decir lo que hace que optemos por una teoría y metodología determinada -por lo menos eso es lo que hacen o deberían hacer los estudiosos serios- es decir los supuestos teóricos -una sociología del conocimiento- podríamos decir de las ciencias sociales, en este caso de la sociología. Este es entonces el punto de partida -o debería serlo- de toda investigación sociológica, se pide entonces ver primero cuál es la naturaleza de este objeto de estudio -las relaciones sociales- y después ver la teoría y metodología. No es cuestión de decir que tal teoría me gusta porque está de moda, es muy fácil de aplicarlo, me gusta, es lo único que sé, es complicada -para que no me entiendan-, en fin tantas otras razones no académicas. Entonces el análisis se va a centrar en los funcionarios públicos a partir de categorías weberianas. El trabajo se divide en tres partes. La primera parte desarrolla una definición de corrupción. Para esto hemos tomado como punto de partida –para entrar a la sociología- trabajos provenientes del Derecho, que es el campo donde se ha trabajado más este tema. La segunda parte desarrolla la teoría de la acción social de Max Weber, que nos ayuda a comprender los actos corruptos a partir de sus tipos ideales de «acción social». Finalmente la tercera parte desarrolla los motivos de estos actos corruptos y además plantearemos algunas propuestas al respecto.

El Punto de Partida: el Concepto de Corrupción
La corrupción o cohecho tiene su origen en la Roma antigua, cuando a los funcionarios de alta jerarquía no se les pagaba por sus servicios, pues servir a Roma era un gran honor -ad honorem-. Pero tampoco podía controlarse los abusos que pudieran cometer, debido a la gran distancia existente entre las muchas provincias del imperio y Roma. Hacer frente a las dádivas ofrecidas por particulares a cambio de la función deshonesta del funcionario romano fue una de las cosas que preocupó a Roma, las que tuvo que combatir con diversas leyes, como la lex Cincia, la lex Calpurnia, la lex Acilia y la lex Repetundarum.
[2]
Desde esa época hasta hoy existen muchas definiciones sobre el concepto de corrupción, cada una de ellas parte de una perspectiva determinada que no hace más que indicar la posición teórica que un investigador adopta. Nosotros a partir de una definición determinada -en este caso a partir del Derecho- pretendemos encontrar los principales elementos que participan en la corrupción, para luego trabajarlo desde la sociología. Para el Derecho un acto o acción corrupta [3] es una relación bilateral, es decir, una acción donde participan dos sujetos, uno en posición activa -el que corrompe- y el otro en posición pasiva -el corrompido-. Además estos sujetos pueden intercambiar esas posiciones indistintamente; para nuestro caso sólo vamos a tomar en cuenta la acción corrupta del agente público, pues es él el centro de nuestro análisis. Comencemos por ver primero qué entendemos por funcionario público, y para esto nos basaremos en lo que dice la Constitución Política del Perú y otras leyes complementarias que consultamos.[4]
A partir de los elementos anteriores podemos decir que los funcionarios públicos son de dos tipos: los elegidos por votación y los funcionarios de carrera -estén o no contratados temporalmente- (como los cargos de confianza). Los servidores públicos a su vez pueden ser: Profesionales, técnicos, auxiliares y contratados. Sin embargo, y a pesar de las distinciones descritas, y dado que la acción corrupta puede ser realizada tanto por el funcionario como por el servidor público, hablaremos de aquí en adelante de agente público para referirnos a ambos. [5]
Ahora, veamos que es lo que nosotros entendemos por corrupción, para esto tomaremos como punto de partida la definición que da La Convención Interamericana Contra la Corrupción[6]:
El requerimiento o la aceptación, directa o indirectamente, por un funcionario público o una persona que ejerza funciones públicas, de cualquier objeto de valor pecuniario u otros beneficios como dádivas, favores, promesas o ventajas para sí mismo o para otra persona o entidad a cambio de la realización u omisión de cualquier acto en el ejercicio de sus funciones públicas.
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El detalle al que nos referimos, es que, para nosotros corrupción no es el «requerir» o «aceptar», sino solamente el «solicitar» y «aceptar», puesto que «requerir» [8] significa exigir y exigir es presionar. En este caso queremos decir que si un agente público -abusando de su cargo- presiona a otro individuo para pedirle algún tipo de beneficio, este acto no es considerado -por el Derecho- como corrupción sino más bien es conocido como concusión[9]. Nuestra definición de corrupción indica entonces que el agente público solicita o acepta, directa o indirectamente, cualquier objeto de valor pecuniario u otros beneficios, como dádivas, favores, promesas o ventajas para sí mismo o para otra persona o entidad, a cambio de la realización u omisión de cualquier acto en el ejercicio de sus funciones públicas. Preferimos esta definición por abarcar más situaciones que las tipificadas por el Código Penal Peruano, pues a diferencia de éste, la corrupción no sólo se realiza en forma directa, sino también indirectamente, además se añade que, las ventajas pueden ser para terceros, cosa que sí está contemplado en el Código Penal Peruano, pero se encuentra en el artículo 400 conocido como tráfico de influencias. Esta definición ubica al agente público en una posición activa cuando es él quien solicita -directa o indirectamente- cualquier objeto de valor pecuniario u otros beneficios. Se encuentra en una posición pasiva cuando acepta algún tipo de beneficio. Aclarando los términos podemos decir que dádiva es cualquier cosa que se entrega sin obligación de hacerlo, ya sea por generosidad, recompensa o con la intención de ganar algo. No necesariamente dádiva es dinero, pero debe tener un valor económico. Favor es algún tipo de ayuda. Promesa es pedir una donación -regalo u obsequio-. Cualquier otro tipo de ventaja se refiere a algún tipo de beneficio, inclusive un servicio. Realizar u omitir cualquier acto quiere decir faltar a sus obligaciones. A partir de la definición de corrupción podemos ver la presencia de un elemento importante con el cual podemos trabajar más a partir de la Sociología. Nos estamos refiriendo a las acciones individuales de estos agentes públicos. Es en estas circunstancias que apelamos a una teoría sociológica determinada para responder sobre las motivaciones que mueven a un agente público a cometer actos corruptos. Estamos hablando de aquella teoría que viene de la tradición idealista kantiana y hegeliana y que es conocida como escuela neoidealista.[10]

La Acción Social
Habíamos dicho en el capítulo anterior que a partir de las acciones individuales podemos trabajar sociológicamente, y señalamos además que lo haríamos a partir de la escuela neoidealista. Esta elección no es casual, ni mucho menos arbitraria, sino que tiene que ver con lo que –parafraseando a Aristóteles- Gadamer dice:
"... la idea de un método unitario, de un método que pueda ser decidido antes mismo de penetrar la cosa, es una falsa abstracción: es el objeto mismo el que debe determinar el método de su penetración."
[11]
En este sentido nuestro objeto son acciones individuales, y éstas son el punto de partida de esta escuela neoidealista -como lo es también de otras tendencias-. En esta escuela destacan Richert, Windelband, Dilthey y también Max Weber entre otros autores más. Adoptando la postura de la escuela neoidealista, consideramos que las acciones humanas no caen bajo el dominio del principio de causalidad del mundo de los fenómenos u objetos externos -como los trabajados por las ciencias naturales- sino simplemente postulamos que el hombre por la libertad de la que es dueño puede hacer lo que desee, y esto por supuesto no es posible de ser encasillado en simples principios causales.[12]
Weber nos puede ayudar a encontrar un motivo a los actos corruptos. Decimos un motivo porque de tantos motivos que existen para una acción -en este caso un acto corrupto- elegimos la que creemos se acerca más a este tipo de comportamiento. Lo interesante es que la misma teoría weberiana nos permite hacer esto. Veamos ahora, cómo se puede concebir el acto corrupto a partir de acciones individuales, para esto nos basaremos en las definiciones y modelos teóricos propuestos por Max Weber
[13] en su trabajo "Wirtschaft und Gesellschaft"[14]. Para Max Weber la Sociología es una ciencia que busca la comprensión interpretativa de la «acción social», para con esto llegar a la explicación causal de su dirección y efectos. [15] Veamos como define Weber «acción social»:
"La acción social en cuanto a, o por virtud del significado subjetivo vinculado a él por el acto individual (o individuales), éste toma en cuenta la acción de los otros, y es por el cual orientado en su dirección."
[16]
Si las acciones tienen un fondo subjetivo, pero aún así se dirigen o están orientados por el comportamiento o la acción de otros individuos, es también «acción social». Esta idea del fondo subjetivo es importante para llegar a donde queremos, es decir al motivo de los actos corruptos. Tengamos presente esta idea hasta la siguiente parte de este trabajo.
La «acción social» ha sido clasificado por Weber en cuatro tipos o modelos ideales
[17] y de acuerdo a las diferentes orientaciones que puedan tener estas acciones. Sin embargo Weber reconoce que los individuos orientan sus acciones en torno a estos cuatro tipos ideales de acción social; en realidad - como él mismo lo reconoce - la «acción social» de los individuos no necesariamente encaja en uno sólo de estos cuatro tipos ideales, sino que también puede ser una combinación de éstos u otros diferentes:
" Sería inusual encontrar casos de acción, especialmente de acción social, los cuales fueran orientados sólo por uno u otro de esas vías. Además, esta clasificación de los modos de orientación de la acción, no significa en ningún sentido que se agote las posibilidades del campo, sino sólo para formular en puras formas conceptuales ciertos tipos sociológicamente importantes, a los cuales la acción real se aproxima más o menos, o en el caso más común, de cuya mezcla se compone."
[18]
De estas «acciones sociales» la que más nos interesa es la que tiene una orientación «racional con fines individuales» -característica de los actos corruptos-, es decir, la acción que se anticipa a las reacciones de objetos externos o de otros individuos, tomando estas anticipaciones como medios para el logro provechoso de fines individuales.
[19]
A partir de la definición de estos cuatro tipos ideales de «acción social» y de la corrupción podemos decir, que la «acción social» predominante en un agente público corrupto es la «acción racional con fines individuales»; es decir, el agente público actúa en beneficio propio o de terceros, tomando en cuenta la situación externa y los medios necesarios para orientar su acción en un determinado sentido, en este caso un sentido corrupto. Pero la acción de un agente público, es diferente en cierto sentido a la acción de cualquier individuo, puesto que él se encuentra inmerso dentro de una institución pública que debemos también tomar en cuenta, ya que ésta influye de alguna manera en la acción del agente público. Hablar de una institución pública, es hablar del Estado. Para Weber el Estado tiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado; además puede distribuir su poder en otras instancias, haciendo uso en ambos casos de la política. Así, Weber está hablando de una dominación a partir de la Política:
"... «política» significa esfuerzos para compartir el poder, o esfuerzos para influir sobre la distribución del poder, ya sea entre estados o entre grupos dentro de un estado."
[20]
No vamos a ver en detalle -porque no es nuestro objetivo- lo que Weber entiende por «poder» y por «política», sino solamente ver cómo se da la relación entre institución e individuo, o en este caso entre institución y agente público. Incorporando este nuevo elemento Weber dice
"... la acción, especialmente la acción social, que incluye las relaciones sociales, pueden ser orientados por los actores hacia una creencia en la existencia de un «orden legítimo»"
[21].
Para Weber la acción de los individuos – dentro de una organización - puede estar orientado también por creer en la existencia de un «orden legítimo», es decir en un orden basado en normas, en reglas, en este caso en normas de una organización. Igualmente Weber dice que la creencia en una norma determinada también puede basarse tanto por la costumbre como por un interés personal; pero lo que interesa aquí es la obediencia a las normas. Sobre esto Weber da un ejemplo, y dice que cuando un funcionario asiste diaria y puntualmente a su centro de trabajo, no lo hace sólo por costumbre o por un interés personal, sino porque tiene que obedecer reglamentos existentes, pues su incumplimiento trae malas consecuencias.
[22]
Esta creencia en la legitimidad de un orden – o norma – hace que un individuo no sólo oriente su acción de acuerdo a los cuatro tipos de «acción social», sino que además dentro de una organización el individuo puede orientar su acción hacia un «orden legítimo», que en realidad es una obediencia a una autoridad legitimada, es decir a una autoridad legal donde se acepta la validez de algún estatuto. [23]
La obediencia a la autoridad legal es la que nos interesa, puesto que ésta es una característica del Estado moderno; el mismo Weber también lo reconoce así cuando dice:
"Finalmente, tenemos la dominación en virtud de la «legalidad», en virtud de la aceptación de la validez del estatuto y la «competencia» funcional basados en normas creadas racionalmente. Esta es la dominación que ejerce el moderno «servidor del Estado» y todos aquellos que ostentan poder y se asemejan a éste, en este respecto."
[24]
Lo que hemos planteado hasta ahora es lo siguiente. El acto corrupto se realiza por medio de una «acción racional con fines individuales», en este caso se persigue un fin económico, pero además esta acción racional -por definición- debe tomar en cuenta las mejores ventajas que le otorga su entorno. Veamos ahora el motivo por el que un agente público persigue un fin económico.

El «Valor del Dinero» y Algunas Propuestas
Una vez planteado el tipo de «acción social» -en este caso la «acción racional con fines individuales»- al que se acerca los actos corruptos pasemos ahora a ver el motivo que mueve al agente público a actuar de esta manera. Sabemos que el Estado organiza todo el «poder» que detenta a través de normas – constituciones y leyes – e instituciones. Sabemos que las normas no son suficientes para controlar los abusos en que puedan incurrir los agentes públicos, pues no se puede inferir que una vez hecha la ley, el resto se arregla por añadidura, esto como sabemos no es así, las normas ayudan a organizar mejor y armoniosamente las relaciones entre los individuos, pero de ahí a que se resuelvan es otra discusión. Habíamos dicho en el capítulo anterior que tengamos presente la idea del fondo subjetivo de las «acciones sociales». Pasemos entonces a desarrollar esta idea que nos llevará -según nuestro parecer- al motivo de los actos corruptos. Para Weber la «acción racional con fines individuales» está relacionada de alguna manera con «valores»:
"La orientación hacia el logro racional de fines sin relación a valores fundamentales es sólo un caso límite."
[25]
Podemos decir ahora entonces que todo acto corrupto –como lo hemos definido anteriormente– se da como una consecuencia de una inmoralidad, en donde la corrupción es uno de los aspectos de esta inmoralidad, que tiene como fundamento el «valor del dinero» y lo que se consigue – como medio – con ésta.[26]
Sobre esto Mills acertadamente dice:
"La aspiración a una existencia adinerada es el valor dominante en relación con el cual ha decaído la influencia de los otros valores, así que los hombres se hacen moralmente implacables cuando se trata de ganar fácilmente el dinero y ser propietario con rapidez."
[27]
Entonces el valor dominante es el «valor del dinero», por lo tanto, se tratará de conseguir dinero a través de acciones racionales -en el sentido del mejor medio para un fin determinado- con fines no sólo individuales, o lo que es lo mismo, es un tipo de beneficio para sí o para otros – definición de corrupción-. En una sociedad en donde las instituciones, e incluso las grandes empresas, se hacen cada vez más complejas e impersonales, no es posible hacer un buen control a partir sólo de normas. Creemos que es posible controlar la corrupción a través de ciertas propuestas morales.[28] Así por ejemplo en el sistema jurídico nos parece necesario incorporar ciertos elementos morales como normas fundamentales. Nos referimos a la probidad funcionaria y la transparencia en la función pública. [29]
Veamos ahora lo que entendemos por probidad funcionaria:
" ... todo agente público deberá observar estrictamente el principio de probidad, consistente en mantener una conducta moralmente intachable y una entrega honesta y leal al desempeño de su cargo o función, con preeminencia del interés público sobre el privado."
[30]
Destacan aquí dos ideas fundamentales que son la conducta moralmente intachable y el buen desempeño al cargo. Ambas ideas están relacionadas en una tercera que llamaremos «ética de la responsabilidad convencida» que desarrollaremos más adelante.
Definamos ahora lo que entendemos por transparencia:
"... toda función pública se ejercerá con transparencia de manera que se permita y promueva el conocimiento de los procedimientos, contenidos y fundamentos de las decisiones que se adoptan en el ejercicio de ellas, sin perjuicio de las materias que, por razones de seguridad o de interés nacional, deban mantenerse en secreto."
[31]
Lo que se plantea es que las acciones del agente público deben exponerse a la opinión pública, a la sociedad civil. La ciudadanía debe tener acceso a la información, informes, estadísticas de todo lo concerniente a la gestión pública. Es importante en este sentido el papel de los medios de comunicación para transmitir la información requerida en temas de importancia; en este sentido se busca también, por medio del acceso a la información un efectivo control social de la gestión pública.
Es necesario también un cambio cultural, es decir, que se hace necesario además de los dispositivos legales, cambios culturales, pues estos finalmente se arraigan en la sociedad y permiten también un mayor control de la corrupción. Bien sabemos que sí ciertas prácticas son aceptadas o toleradas por parte de la cultura de un país, terminan finalmente por arraigarse y estimular la corrupción. Nuestro planteamiento sobre este punto girará en torno a la ética, y para esto nos basaremos fundamentalmente en una conferencia que Max Weber pronunció en 1918 en Munich con el título de "La Política como Vocación".
[32]
Habíamos dicho que de los dos principios básicos necesarios contra la corrupción -probidad funcionaria y transparencia- la probidad destacaba por dos ideas fundamentales que encontramos en su definición, es decir el buen desempeño a un cargo y la conducta moralmente intachable. El buen desempeño a un cargo nos lleva a lo que Weber llama una «ética de fines últimos», es decir, la realización de determinadas acciones consideradas como buenas sólo deberían generar consecuencias también buenas, y si esto no ocurre no es culpa del individuo, sobre esto Weber dice:
"Si una acción bien intencionada tiene malas consecuencias, entonces, desde el punto de vista del actor, el responsable del mal no es él, sino el mundo, o la estupidez de los demás, o la voluntad divina que hizo las cosas así."
[33]
Esta «ética de fines últimos» entonces no toma en cuenta las consecuencias que pueda ocasionar la acción del individuo, como es el caso del acto corrupto, simplemente hay una preocupación del agente público por realizar bien su función pública -la ley exige sólo esto-. Ahora, la conducta moralmente intachable nos lleva - en términos de Weber - a una «ética de responsabilidad», es decir a tomar en cuenta las consecuencias de las acciones que uno realiza
"... la persona que cree en una ética de responsabilidad precisamente tiene en cuenta los defectos habituales de la gente... No se siente en condiciones de imponer a los demás las consecuencias de sus propias acciones, en la medida en que pudo preverlas..."
[34]
Sin embargo Weber también reconoce que ninguna ética en el mundo puede evadir el hecho de que sólo buenos fines justifican las acciones realizadas, en otras palabras el fin justifica los medios, por esta razón es que Weber propone además complementar ambas éticas:
"En la medida en que esto es cierto, una ética de fines últimos y una ética de responsabilidad no se hallan en contraste absoluto, sino más bien se complementan, y sólo al unísono constituyen un hombre auténtico... "
[35]
Lo que propone Weber entonces, es que, si se quiere alcanzar algún tipo de bien se debe tomar en cuenta una «ética de fines últimos» y asegurarse además de tener una responsabilidad por las consecuencias que pueda ocasionar. Lo que proponemos finalmente, es que los agentes públicos cumplan eficientemente con las obligaciones de su cargo, y además tomen conciencia de su responsabilidad ante la ciudadanía.[36] Cumplir eficientemente con sus funciones es tener una «ética de fines últimos», es decir, tener una responsabilidad ante el Estado, y tener una responsabilidad por las consecuencias de sus actos es una «ética de responsabilidad» ante los ciudadanos. Sólo una actitud de tal envergadura -que tome en cuenta ambas éticas- además del control a partir de normas y cambios en la organización misma, podría ayudar a controlar la corrupción.

[1] El presente trabajo es una versión resumida de la ponencia "La Corrupción en Funcionarios Públicos: una propuesta a partir de Weber" presentada al IV Congreso Nacional de Sociología realizado en Lima en la Universidad Nacional Federico Villarreal durante los días 20 al 23 de octubre de 1998.
[2] Puede verse en más detalle sobre esto en el capítulo III: Del Cohecho, de Ferreira D., Francisco José, Delitos Contra La Administración Pública. (3ª ed.) , Santa Fe de Bogotá, Temis, 1995. 305p.
[3] Grondona, Mariano. La Corrupción. Buenos Aires: Planeta, 1993. 223 p. Grondona distingue un acto corrupto de un estado de corrupción. El primero es "... cuando una persona obligada moral o legalmente hacia un interés ajeno lo pospone en función de un interés propio."(pág. 20) y el segundo existe "...cuando los actos de corrupción se han vuelto tan habituales que la corrupción se convierte en sistema." (pág. 22).
[4] Nos referimos a la Constitución Política del Perú de 1993, al Código penal Peruano de 1994 y la ley de Bases de la Carrera Administrativa de 1984 y de Remuneraciones del Sector Público.
[5] Muchos autores utilizan este término, como es el caso del informe de la Comisión Nacional de Ética Pública: Ética Pública: Propiedad, Transparencia y Responsabilidad al servicio de los Ciudadanos. Santiago de Chile, 1994. 55 p. Comisión creada el 5 de Abril de 1994 por el presidente de Chile Eduardo Frei Ruiz-Tagle para elaborar propuestas de políticas públicas.
[6] Superintendencia de Banca y Seguros (editores). Anticorrupción. Lima: Centro de Publicaciones de la Superintendencia de Banca y Seguros, 1997. 180 p. También puede verse en el homepage: http ://www.mundolatino.org /i/politica/tratados/corrupts.htm de La Convención Interamericana Contra la Corrupción de la OEA, suscrito en Caracas, Venezuela el 29 de Marzo de 1996.
[7] Ibid., Ver artículo VI: Actos de Corrupción.
[8] Soler, Sebastián. Derecho Penal Argentino T-V. (4 ed.): Parte Especial. Buenos Aires: Tipográfica Editora Argentina, 1988, 516 p. Ver pág. 211, donde Soler hace la distinción entre «aceptar» y «requerir».
[9] En el acto corrupto hay un acuerdo y no una presión -obligar- por parte del agente público a un particular. Ver artículos 382 -concusión explícita- y 383-concusión implícita- del Código Penal Peruano.
[10] Sjoberg, Gideon y Roger NETT. Metodología de la Investigación Social". México: Trillas, 1986. 418 p. Ver pág. 13
[11] Gadamer, Hans-Georg. El Problema de la Conciencia Histórica. Madrid: Tecnos, 1993. 116 p. Ver pág. 47
[12]Kant, Immanuel. Crítica de la Razón Pura. Madrid: Alfaguara 6ª ed., 1988. 690 p. Kant había dicho que el principio de causalidad es válido para las cosas o fenómenos, más no para los actos voluntarios del hombre. La idea de voluntad presupone la libertad. Ver págs. 407-412
[13] Nació en Erfurt el 21 de Abril de l864. Estudió derecho en la Universidad de Heidelberg y de Berlín. En 1910, Weber junto con Georg Simmel y Ferdinand Tönnies fundan la Sociedad Alemana de Sociología. Weber murió en 1920.
[14] Para este trabajo hemos utilizado la traducción de A. M. Henderson y Talcott Parsons que tiene como título The Theory of Social and Economic Organization. New York: Oxford University Press, 1966. 436 p. La traducción es nuestra. Hay también traducción al español con el título de Economía y Sociedad del Fondo de Cultura Económica.
[15] Ibid., pág. 88.
[16] Ibid., pág. 88
[17] Nos referimos a las acciones racionales orientadas por fines individuales, por un valor absoluto, por un valor emotivo y por un valor tradicional.
[18] Ibid., pág. 117-118.
[19] Ibid., pág. 115. Debemos recordar que para Weber una «acción social» es racional: a)cuando una acción es orientada para formular claramente fines evidentes, y que sean además lógicamente consistentes. b)cuando los medios seleccionados son adaptados a la realización de un fin, pero tomando en cuenta el mejor conocimiento disponible. Sobre esto puede verse la introducción –al libro citado- de Talcott Parsons pág. 16.
[20] Weber, Max. Ensayos de Sociología Contemporánea I, México: Artemisa, 1986. 256 p. Colección Obras Maestras del Pensamiento Contemporáneo, número 42. Ver pág. 10-11.

[21] Weber, Max. The Theory of Social and Economic Organization. Op. cit. pág. 124
[22] Ibid., pág.124
[23] Ibid., pág. 328
[24] Weber, Max. Ensayos de Sociología Contemporánea I. Op. cit. pág. 12
[25] The Theory of Social... Op. cit. pág. 117
[26] Sobre esto Weber tiene un término parecido al que llama «afán de lucro», y del cual dice es posible trabajarlo sociológicamente. Ver pág. 178 de Ensayos sobre Metodología Sociológica. Buenos Aires: Amorrortu, 1973. 271 p.
[27] Mills, C. Wright. La Elite del Poder. México: Fondo de Cultura Económica, 1963 (4ª ed.). 389 p. Ver pág. 321.
[28] Aquí nos limitaremos solo a plantear propuestas morales a diferencia de la ponencia donde se habló además de propuestas referentes a la organización de la institución pública.
[29] En nuestra Constitución Política y otras leyes complementarias como la Ley de Bases de la Carrera Administrativa y de Remuneraciones del Sector Público, el Reglamento del Congreso de la República y la Ley del Sistema Nacional de Control encontramos principalmente la exigencia a los agentes públicos de que cumplan con su labor administrativa. Para esta parte ética tomamos algunas definiciones importantes que encontramos en el "Informe de la Comisión Nacional de Ética Pública". Op. cit.
[30] Ibid., pág. 18-19
[31] Ibid., pág. 19
[32] Weber, Max. "La Política como Vocación", en Ensayos de Sociología Contemporánea I. Op. cit.
[33] Ibid., pág. 67
[34] Ibid., pág. 67
[35] Ibid., pág. 76
[36] Cortina, Adela. Ética de la Empresa. Clave para una Nueva Cultura Empresarial. Madrid: Editorial Trotta, 1994. Ver capítulo IV: La Ética de la Empresa. Ver pág.79

La Autenticidad en la Utopía Política Martiana[1]


Damián Pachón Soto (*)

“Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad”
[2]
José Martí


Martí y el problema del pensamiento latinoamericano
Fernando Savater afirma: “la utopía es el sueño de uno y la pesadilla de todos”. Creo que la utopía martiana fue una verdadera pesadilla para los españoles, no para su pueblo. Esto se debió, principalmente, a que Martí era un pensador de su tiempo. Él pensó en las condiciones concretas y en las necesidades específicas de la Cuba del siglo XIX. Una Cuba ávida de libertad y de deseos de progreso. Una Cuba joven, vigorosa, que deseaba, para utilizar la expresión de Herman Hesse, “romper el cascarón del mundo” para lanzarse como pueblo libre a la universalidad de la humanidad.

La filosofía y la utopía no son ahistóricas, parten de determinadas condiciones. Se refieren a algo concreto y prefiguran un futuro posible. La utopía comprende que el hombre está en el reino de la posibilidad y como tal, puede proyectarse sobre un mundo soñado por él. Esto es claro en el pensamiento de Martí. Martí es un pensador de su tiempo tal como lo fue Marx. Martí conoció las necesidades y las carencias de su pueblo, por ello su pensamiento es un pensamiento que corresponde al imaginario colectivo y que busca dar respuestas a ese sueño cubano.

Martí es, a mi juicio, uno de los pocos pensadores latinoamericanos que no se enfrascó en la unilateralidad procedimental de muchos americanistas. En efecto, los pensadores latinoamericanos han fluctuado entre un chovinismo excesivo o continentalismo pletórico y un esnobismo vulgar y acrítico. Los primeros no reconocen el legado, ni la influencia cultural de Europa y abstraen al ser latinoamericano como un ente “puro”, lo desarropan de su pasado y, en cierta forma, de su esencia histórica; los segundos “son colonizados(...); se reconocen en un mundo que los niega y niegan el mundo que podría afirmarlos”
[3]. Los primeros no quieren aceptar unas categorías conceptuales que Europa nos ha facilitado. No entienden que nada parte de la nada. Los segundos se sumergen acríticamente en ideologías transoceánicas y extrañas y las trasponen en América Latina para dar respuesta a problemas propios, creando así una abrupta disonancia entre la teoría y la realidad concreta. A estos últimos Martí, en Nuestra América, les dice:

“Y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce (...). El gobierno ha de nacer del país”
[4].

En el primer grupo, que llamo chovinistas, según Larraín Ibáñez
[5], encontramos las corrientes indigenistas, antihispanistas, esencialistas radicales, etc.; en el segundo grupo encontramos intelectuales como Sarmiento y Alberdi, llegando hasta los exponentes posmodernos de la identidad cultural. Estas dos posiciones extremas no brindan la mejor solución al problema de la filosofía latinoamericana, pues se tornan unilaterales, excluyentes, unidimensionales.

Para tratar de desenredar el problema, quisiera traer a colación el ejemplo que nos muestra Víctor Frankl. Él aduce que los pueblos hispanoamericanos se encuentran frente al pensamiento europeo en la misma posición como se encontraban los pueblos romanos-germánicos de la Edad Media frente al pensamiento antiguo. En el caso de Europa, los pensadores del medioevo utilizaron las bases del pensamiento antiguo y construyeron una filosofía auténtica. Frankl sostiene que los intelectuales latinoamericanos no tienen por qué desechar un material conceptual que en gran medida está inserto en nuestras percepciones y en nuestra forma de ver el mundo; opina que los pueblos jóvenes, en el decurso histórico, han sido más propensos a crear una filosofía auténtica, pero precisamente esa juventud implica recurrir a modelos conceptuales que les permitan comprender mejor esa singularidad para de esta forma poder expresarse auténticamente. Por ello propone: “Usar la filosofía europea para comprender más profundamente la realidad americana y para expresarla (la realidad nuestra) en una auténtica filosofía americana”
[6].

Lo que pone de presente Frankl es que los pueblos pueden crear nuevas categorías epistemológicas y conceptuales y unirlas con conceptos preestablecidos ya sea por legado o por influencia cultural (esto presupone una visión abierta y rica de Cultura donde ésta no se desdibuja sino que se alimenta constantemente), y así poder crear respuestas a sus problemas específicos, pensar su mundo concreto, crear un pensamiento nuevo. La asunción y la posterior transformación de un sistema conceptual no implica que el producto no sea original ni genuino, pues nadie duda de la riqueza filosófica de la escolástica y nadie puede aseverar que San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás no fueron originales. Lo que quiero decir es que el pensamiento tiende a la universalidad y por ello no podemos descartarlo como una herramienta útil y necesaria para el despliegue del espíritu de un pueblo.

Pero, como lo anoté arriba, Martí se aleja de esos extremos restringidos. Él comprendió lo que Zea expondría muchos años después: “las utopías parten de sus propias topías, de realidades que han de ser negadas y superadas. Pero realidades siempre. Se quiere aquello que no se tiene, pero se parte de lo que se tiene. No se parte de la nada bíblica...”
[7]. Esta primera premisa, que hace énfasis en el ser latinoamericano, se une en Martí con su universalismo. Él, gracias a su heterogénea formación intelectual, facilitada por su trasegar por Europa, los Estados Unidos y, por supuesto, Latinoamérica, no podía concebir al hombre aisladamente. Martí entendió que las culturas no son cerradas, entendió que éstas reciben influencias externas, influencias que la cultura receptora debe asimilar y procesar sin desdibujarse. Esto es claro en “Nuestra América” cuando afirma: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. Éste pensamiento universalista no opta por crear discordancia entre los pueblos; Martí aúna por la convivencia pacífica en América: “ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma...”

Hay en Martí un humanismo tan acentuado -que lo acerca más a esa universalidad en cuanto a la concepción de los pueblos y del hombre mismo- que se refleja en su rechazo al racismo: “El hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”
[8]. El humanismo de Martí, es de una perspectiva antropológica rica, es un humanismo que aboga por la construcción del ser, de la bondad, es un humanismo cuyo eje central es la dignidad plena.”[9]

A pesar de la insistencia de Martí en partir de las realidades, lo que es bastante notorio en su principal escrito “Nuestra América”, él logra un equilibrio perfecto entre lo que debe ser el puesto de un pueblo en relación con la interacción con los demás y lo que significa pensar por uno mismo, “pensar para servir”, pensar para la realidad latinoamericana. En cuanto al problema de un filosofar y de un pensamiento propio es preciso decir, que Martí se ubica en una posición que hermana los dos extremos absolutos desde donde, a mi juicio, erróneamente, se ha pensado a América Latina.

Ética y autenticidad en la utopía política martiana
“Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad”
[10]
JOSÉ MARTÍ

La utopía es la discordia entre el deseo y la realidad, pero para llegar a esa realidad deseada se requiere acción. No se logra lo que se desea en la pasividad vegetante del espíritu. Esto es diáfano en el pensamiento, obra y vida de Martí, que al igual que nuestro mártir Camilo Torres, murió luchando por sus sueños: “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio que vencen a las otras”. Para Martí el hombre debe ser activo, no debe esperar que la divinidad se ocupe de sus designios, pues él es el dios de la humanidad y el artífice exclusivo de su destino
[11]. Al igual que Protágoras, consideraba que el hombre era la medida de todas las cosas.

Pero la actitud activa de Martí parte de una postura ética. Actitud que indica, como él lo muestra en sus apreciaciones sobre la naturaleza humana, que el ser se construye históricamente en su hacer. El hecho de hacer hincapié en las realidades, en las necesidades presentes en su tierra, en su Cuba, implica de fondo un compromiso que iría dirigido a superar esas desavenencias. Eso fue lo que buscó Martí con su humanismo. Buscó construir un hombre nuevo que empleara sus fuerzas en la materialización de su utopía, de la utopía cubana.

Hay en Martí un rescate del “si-mismo”, esto es, asumir el ser con radicalidad, su pueblo mismo, con sus raíces, lo cual implica un amor profundo por su gente, por su pueblo, por su sangre, por su país. Martí quería hacer de Cuba lo que él había soñado de ella, pero su “gente”, su carisma, su personalidad lo hacían pensar de una manera más amplia: Martí dedicó gran parte de su obra al análisis de la realidad latinoamericana.

La autenticidad es el primer elemento de la identidad, ésta última implica reconocerse perteneciente a una cultura propia y, además, implica una relación con el jus sanguinis y el jus solis, esto es una relación sangre- tierra
[12]. A eso apunta el pensamiento martiano: a la defensa de su Cuba y a la defensa de su pueblo, de sus consanguíneos. La utopía martiana parte, si se quiere, del postulado socrático: “conócete a ti mismo”, pues en innumerables textos apela a la necesidad de que el pueblo latinoamericano se autodescubra, se reconozca. Por ello criticaba a quienes estudiaban en Europa y luego venían a América a experimentar con sus teorías y su aprendizaje ajenos a las problemáticas latinoamericanas. Martí comprendió como Nietzsche que: “Ningún pueblo habría podido vivir si antes no hubiera hecho sus valoraciones; más si quiere [ría] conservarse, no puede [día] valorar como valora [ba] su vecino”[13].

La autenticidad, para lograr un proyecto histórico nacional, implica un alto grado de autonomía, esto era bien claro en Martí, que al igual que Bolívar veía en los Estados Unidos un peligro para nuestra América. Martí veía en Estados Unidos la pretensión de hacer realidad la doctrina Monroe. En uno de sus innumerables escritos dijo lo siguiente: “Púsose de píe en las montañas del istmo y abrió los brazos para impedir el paso a pueblo alguno de Europa”, para dejar a los Estados Unidos como “señora Exclusiva de América”
[14]. Martí no sólo criticó las políticas imperialistas de los Estados Unidos, sino que atacó su perverso amor por el dinero, por la riqueza: allí hay una sociedad “donde no existe más elemento espiritual que el ansía de posesión carente de la comunidad de amor”, sostuvo. Los Estados latinoamericanos para poder proyectarse en el mundo debían evitar esas injerencias nocivas del país del norte. Éste era una amenaza para la autonomía que requerían los pueblos del “hombre natural” para lograr materializar su utopía.

Martí, al igual que Kant, vió imposible la escisión entre política y moral, entre política y ética
[15]. El ejercicio político y el buen gobierno son compromisos éticos. Él veía la política como una herramienta conciliadora, una herramienta que facilitara la convivencia pacífica de los pueblos:

“La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos”
[16].

En su escrito Pobres de la tierra Martí nos dice al respecto: “el gobierno de un pueblo es el arte de ir encaminando sus realidades, bien sea rebeldías y preocupaciones, por la vía más breve posible, a la condición única de paz, que es aquella en que no hay un solo derecho mermado”
[17]. Martí era consciente de que la política, en muchos casos “degeneraba” al hombre, pero él defendía un tipo de política, la política que buscara “hacer felices a los hombres”:
“Cuando la política tiene por objeto poner en condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de gobierno priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la felicidad, falta al deber de hombre quien se niegue a pelear por la política que tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro”
[18].


Indubitablemente Martí y Bolívar son los pensadores más grandes que han brotado del seno de Nuestra América. Un intelectual, un luchador, un revolucionario, un humanista, un universalista, un hombre para América, para Cuba y, por supuesto, para la humanidad. Martí, el poeta que expresó su delirio libertario con el canto melodioso de su literatura, de su poesía. Martí el esteta de las letras, el esteta de la política. Un modelo del hombre político, honrado, comprometido con su pueblo; tipo humano que anhelan y añoran hoy las repúblicas latinoamericanas. Martí: la encarnación de un pueblo y, finalmente, el hombre humilde y sencillo que reconoció que: “no es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre”
[19]. Ese hombre, en quien se enarboló Cuba, fue José Martí.

(*) Damián Pachón Soto es Abogado por la Universidad Nacional de Colombia. Ensayista. Autodidacta en Teoría Política y Filosofía. Autor del libro: La civilización unidimensional. Actualidad del pensamiento de Herbert Marcuse (en proceso de edición). Entre otros artículos podemos citar Antonio Negri y Michael Hardt: ¿la “resurrección” de la utopía comunista? En la revista planeta Sur Nº 2
[1] Presentado para participar en el IX simposio sobre filosofía latinoamericana, La Habana, Cuba, enero de 2003. inédito.
[2] MARTÍ, José. Por Nuestra América. (Compilación). Editorial El Búho, Bogotá, 1986, p. 66
[3] BOTERO URIBE, Darío. El proyecto de Bolívar es una realidad en marcha. Reportaje con el filósofo mexicano Leopoldo Zea. En Revista Politeia Nro. 20, “Cultura e identidad en América Latina”. Universidad Nacional, Bogotá, 1997, pp. 26-27.
[4] MARTÍ, José. Nuestra América. En “Antología”. Biblioteca General Salvat, España, 1972.
[5] LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge. Modernidad, razón e identidad en América Latina. Editorial Andrés Bello, Chile, 1996.
[6] FRANKL, Víctor. Hispanoamérica y el pensamiento filosófico europeo. En “Espíritu y camino de Hispanoamérica”. Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1953, pp. 64 y 80
[7] ZEA, Leopoldo. América como autodescubrimiento. Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericano y del Caribe, Publicaciones Universidad Central, Bogotá, 1986, p. 40
[8] MARTÍ, José. Mi raza. En : “Por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 67
[9] GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 163
[10] MARTÍ, José. ¿Queremos a Cuba?. En: “Por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 154
[11] GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano. Edit., Cit., p. 168
[12] BOTERO URIBE, Darío. Manifiesto del pensamiento latinoamericano. Tercera Edición. Editorial, Magisterio, Bogotá, 2002, p. 55 y 58
[13] NIETZSCHE. Así habló zarathustra, Planeta –Agostini, Barcelona, 1992, p. 77
[14] DÍAZ GRANADOS, José Luis. José Martí, pensador del siglo XX. En: Revista Politeia Nro. 18, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1996, p. 73
[15] KANT, Inmanuel. La paz perpetua. Editorial Porrúa, 12ª edición, México, 2000.
[16] MARTÍ, José. Por Nuestra América. Edit., Cit., p. 8
[17] MARTÍ, José. Los pobres de la tierra. En “por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 19
[18]MARTÍ, José. La política. Nueva York. 1892. En: Cuba, política y revolución. Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 336
[19] MARTÍ, José. La fiesta de Bolívar. Patria, Nueva York, 31 de octubre de 1893.

La necesaria conjugación de lo universal y lo particular. Poder y sentimiento (1)


Jacinto Rivera de Rosales (*)

Resumen
Tanto el individuo como las comunidades necesitan organizar un tipo de poder sobre sí mismos, sobre los otros y sobre la naturaleza, para el asentamiento de la vida. Este dominio de lo otro ha de ser llevado a cabo desde el respeto a la diversidad y la sostenibilidad de los recursos. Pero el hombre necesita también una identidad sentida en la comprensión y la objetivación, un centro, una comunidad particular donde sentirse acogido, nombrado. En esos ámbitos del sentimiento se colocarían la religión, la sexualidad, la familia, la pertenencia a una comunidad o a una patria, una historia. Las diversas civilizaciones son diversos modos de agenciarse esas necesidades, aunque hoy tienden a ser más plurales y difusas en un mundo crecientemente globalizado. En esa progresiva interacción de diversos modos de vivir, hemos de ser capaces de establecer ciertos criterios universales, a la vez que respeto e incluso fomento de la diversidad. Lo primero es necesario justamente para impedir la explotación económica o política de unos con respecto a otros, y eso mediante reglas jurídicas y comerciales. Por otra parte el fomento de la diversidad es necesario porque ninguna perspectiva agota la riqueza de lo real y de lo humano, porque fomenta la creatividad, la apertura de espacios del sentir y de la libertad.


1.- Introducción

El tema del simposio es la armonía y la creatividad entre las civilizaciones. La tarea que se nos pone es por tanto la de pensar las condiciones que hagan posible una convivencia no conflictiva de las mismas, una colaboración que conlleve y permita su respectiva creatividad. En el plano de la reflexión teórica eso significa, entre otras cosas, pensar la afirmación y la conjugación de lo universal y de lo particular en el ámbito de las relaciones humanas, de los individuos y de los grupos humanos, y en esa medida atender a la constitución misma de lo humano. Este aspecto de la cuestión es en el que yo me quiero centrar.

Hemos de tener en cuenta aquí, en primer lugar, lo universal, pues las relaciones humanas han de seguir ciertas reglas básicas, que debería estar incluso codificadas públicamente mediante leyes jurídicas, en donde quede reconocida fundamentalmente la libertad de los agentes, y se ponga coto a la arbitrariedad en el trato y a la anulación del otro, o sea, se ponga las bases de una convivencia verdaderamente humana. En segundo lugar y por esa misma atención a los otros, pero dentro del marco designado por lo universal, se ha de respetar y fomentar la particularidad de los diferentes modos de habitar la tierra, de las comprensiones objetivadas de su modo de ser en el mundo que el hombre ha configurado históricamente, es decir, la pluralidad de culturas y civilizaciones. Ellas constituyen una riqueza, que ni siquiera agota las posibilidades de dicha comprensión, y cuyo respeto y fomento es asimismo la condición de posibilidad de la creatividad, es decir, de nuevas aperturas y configuraciones culturales, las cuales quedarían aplastadas en la monotonía y el anquilosamiento de lo idéntico.

2.- Los modos de acción

¿A qué nos referimos cuando hablamos del «ámbito de las relaciones humanas»? Aquí no vamos a abarcarlas a todas. Dado que el Simposio apunta a la pluralidad de civilizaciones, no voy a fijarme en las relaciones de amor y amistad que los individuos mantienen entre sí, si bien ellas contribuyen poderosamente a la realización y sentido de sus vidas. Me centraré fundamentalmente en cuatro grandes ámbitos básicos para dichas civilizaciones, que tienen entre sí un estrecho vínculo, pero que no obstante conservan cierta autonomía, a saber, la política, la economía, la moral y el fenómeno religioso.


A)- En la política hemos de pensar la particularidad y la universalidad, así como sus límites en la acción: no todo ha de ser absorbido por la política.

Parece que se va asentando cada vez más en la mente de los pueblos que lo universalizable en política es el principio democrático, es decir, la democracia como el régimen que más se adecua a la libertad y la dignidad del sujeto humano, donde el principio de organización política no es una religión, una etnia, ni necesariamente una lengua, o cualquier otro hecho positivo, sino la voluntad libremente expresada de los ciudadanos, si bien esta voluntad tiene usualmente en cuenta el peso de la historia y de los hechos culturales y geográficos. Se ha pasado de 6 países democráticos (con sufragio universal o masculino) existentes en 1900
[2] a 89 países libres en la actualidad[3]. La democracia ha demostrado asimismo su viabilidad económica, su cierta fuerza moral en contra de la corrupción, y su capacidad de ordenación social de las religiones, aunque en verdad todavía sigue siendo en la mayor parte de los países llamados democráticos no una realidad plena, sino un ideal al que irse acercando. Somos asimismo cada vez más conscientes de que hay varias formas de democracia, y que son necesarios variados caminos para llegar a ella, ninguno de los cuales pasa por la imposición o violencia externas. Ahí estaría la pluralidad y el amplio campo de inventiva y creatividad de los pueblos.

El principio que debe regir las relaciones políticas es que no debe haber guerra, sino que todas sus relaciones deben transcurrir según leyes internacionales establecidas por medio de acuerdos. Esa colaboración pacífica se hace incluso más necesaria hoy debido a la fuerza destructiva del armamento actual. Pero también se hace imperiosa por los peligros engendrados con la creciente globalización, como son las prácticas abusivas de las compañías internacionales o de la especulación a nivel internacional, el crimen organizado, ya sea del narcotráfico, de la prostitución, de la venta de armas o del terrorismo, y más aún si cabe de la degradación del medio ambiente. Compartimos el mismo riesgo, estamos todos en un mismo barco, la humanidad entera vive en una delgada biosfera de unos 4 kms. de ancho, que podemos destruir. Antes se pensaba que la naturaleza era inagotable. Desde la existencia de la bomba atómica, el hombre ha tomado conciencia que puede destruir su habitat. El cambio climático y la superexplotación del planeta nos aproxima hacia ese desastre ecológico. Otro borde lo constituye la tecnología genética. Darse cuenta de todos esos riesgos comunes puede potenciar la conciencia de que se hace necesaria una colaboración y un acuerdo político mundial, pues son problemas a los que ninguna nación o Estado en solitario puede hacer frente.

La política ha de hacer posible los otros ámbitos de acción, pero no colonizarlos. Ella también tiene sus límites. En caso contrario lo convierte todo en lucha de poder y en ideología adoctrinadora que coarta la libertad y la creatividad, así como la autonomía de los otros ámbitos. No todo debe ser dominado por la política; tiene que haber zonas de intimidad o privacidad, así como de iniciativas o actividades privadas, individuales y en grupo, no manejadas ni manejables por el poder público.


B)- Del ámbito de lo económico es necesario asimismo pensar su pluralidad, su universalidad y sus límites.

En efecto, también en lo económico se impone la pluralidad en las modalidades de los intercambios y servicios. Ni el sector público ni el privado pueden abarcar todos sus aspectos y necesidades, ni siquiera la razón de ser de lo económico. No hay libertad para los individuos si no se permite la propiedad y la iniciativa privadas, porque la libertad es acción transformadora desde sí, no una sustancia que pudiera ser sin mundo, sino que requiere verse plasmada en la objetividad. Esa misma iniciativa y creatividad privada ha de ser aceptada y fomentada en su misma pluralidad: desde las grandes empresas hasta negocios familiares, desde los individuos autónomos hasta las cooperativas. Hace un mes, en marzo de 2007, nos enteramos por los medios de comunicación que el Gobierno de China aprobó reconocer en su Constitución el régimen económico de la propiedad privada con restricciones, conformando de ese modo la ley con la realidad social ya existente. Me parece una acertada decisión. Sin propiedad privada el individuo no puede objetivar su libertad, y ésta no le es de hecho reconocida, pues no se trata sólo de cubrir necesidades corporales, lo que sería el caso de los animales, sino de ser reconocidos como seres libres.

Pero tampoco habría libertad ni mundo para muchos en una economía de puro mercado de los individuos sin intervención y regulación desde lo público, pues los individuos y las empresas privadas sólo miran por sus intereses particulares, por su máximo beneficio, sin preocuparse del afuera. Justamente porque no hay libertad sin mundo, nadie debería ser privado de la base material que sustenta su vida. La afirmación del individuo lleva necesariamente a la afirmación de todos los individuos, y por tanto a una afirmación universal, no de un universal abstracto, sino concreto, mediatizado por y a través de todos. El hambre y la carencia de agua potable en el mundo son un serio problema, digamos que un asunto político, económico y moral de primer orden. Ése sería aquí el principio de la universalidad. La propiedad, como la propia libertad que configura al ser humano, tiene moral y legalmente esa doble vertiente: la individual y la social o comunitaria, y ninguna debe tapar a la otra. Que se realice la función social de los bienes ha de ser una preocupación fundamentalmente de los poderes públicos (financiada normalmente por medio de impuestos sobre la propiedad individual, pero también hay otros medios), porque es esencialmente una tarea que incumbe a todos, y no debe ser dejada sin más a la iniciativa de organizaciones (caritativas) privadas. Las opciones políticas han de moverse en el tanto por ciento que se asigna a una y a otra función de la propiedad, algo que también puede y debe fluctuar dependiendo de las circunstancias económicas, políticas y sociales. Eso dependerá asimismo de la jerarquía de valores presente en las diversas sociedades y culturas, pluralidad que representan caminos opcionales; es evidente que la población de USA da más importancia a la función privada de la propiedad, mientras que Europa se inclina más por su función social. En esta función pública de lo económico se ha de tener en cuenta sin embargo que todos están llamados ahí a ser, en principio, económicamente activos dentro de sus posibilidades, y no meramente subsidiarios, primero porque los bienes de la tierra han de ser producidos en su mayor parte, y segundo porque es así como realizan su libertad y creatividad.

Esta doble función y sentido de lo económico (social e individual) no sólo es válida dentro de un Estado y para los miembros del mismo, sino también en las relaciones entre los diferentes Estados. Los pueblos ricos deben tenerlo en cuenta en su comercio y en sus convenios con los menos desarrollados. A la descolonización política que tuvo lugar en los siglos XIX y XX le debe seguir una descolonización económica, presente sobre todo en las prácticas, muchas veces abusivas, de las compañías internacionales. Hemos de tener en cuenta además que los Estados se encuentran ahora inmersos en un proceso de globalización, que va disminuyendo su importancia económica y política, sobre todo la de los menos poderosos, y que está introduciendo en todos los niveles, también en la cultura y en las universidades, una lógica de empresa privada, haciendo del máximo y creciente beneficio económico el único criterio de valoración. Aquí conviene señalar entonces los necesarios límites de lo económico y poner cotas a su pujante imperialismo. No todos los servicios a los ciudadanos y a los otros pueblos, ni todas las relaciones humanas, incluso las públicas, pueden medirse exclusivamente en parámetros económicos de empresa privada. Ni tampoco el apoyo a la cultura es sin más un asunto meramente económico. La economía es vida material necesaria, pero ni es toda la vida, ni el fin de la vida, sino un medio. Ése es su límite.

Son evidentes los beneficios y las enormes posibilidades abiertas por la globalización. Internet, por ejemplo, ha supuesto una revolución en la información y la comunicación que salta fronteras, y convierte cualquier terminal telefónica en un posible centro del mundo. Es una revolución mayor aún de lo que fue en su tiempo la invención de la imprenta, que potencia la libertad de los individuos y también la acción de los grupos, que revoluciona las formas de trabajo y de enseñanza, y que llegará a introducir también nuevas maneras en la organización democrática de los pueblos. Tanto la emigración económica como el desplazamiento de las empresas hacen crecer la economía de los pueblos, también de los más necesitados, extendiendo de ese modo la riqueza, lo que es más importante que el creciente desnivel de renta. Pero sus riesgos son también considerables, pues los países ricos y las poderosas empresas pueden también esquilmar con más facilidad la economía y la cultura de los otros pueblos. Por eso, el nivel mundial del capitalismo globalizador obliga a los Estados a intensificar una política internacional de convenios y tratados, o incluso de algún tipo de unión política o económica transnacional, que imponga reglas sociales en este mercado global, unas reglas que hagan económicamente viables lo público y las acciones asistenciales, a fin de que los Estados sean capaces de organizar, por ejemplo, la educación y la sanidad, o de prohibir la explotación horaria o el trabajo de los niños, así como la superexplotación de los recursos naturales en perjuicio de los habitantes y ciudadanos del lugar. Se precisan reglas internacionales de comercio acordadas, que velen asimismo por un crecimiento sostenible, teniendo en cuenta la limitación de los recursos naturales y la degradación progresiva de la biosfera. Todos esos retos superan con creces las capacidades de un solo Estado. La cooperación internacional es obligada.


C)- La reflexión moral, fundamentalmente racional, filosófica y jurídica, ha de establecer las reglas imprescindibles de conducta que deberían ser universales, con el fin de establecer las bases mínimas de toda convivencia propiamente humana. Ésta es sin duda una labor que requiere diálogo y discusión entre todos, y no puede ser impuesta sin más por una cultura concreta. Pienso, sin embargo, que el punto central de esta reflexión debe ser la dignidad de la persona humana en cada uno de sus individuos, así como de los grupos humanos. Fruto de esa reflexión han sido las distintas declaraciones de los derechos humanos, desde la Declaración Francesa de los Derechos del hombre y del ciudadano (1789) hasta la Carta Africana sobre los Derechos humanos y de los pueblos (1981): los derechos de seguridad, de procesos legales, de libertad, los derechos políticos y sociales, la igualdad y los derechos de grupo han de ser ahí expuestos. A principios de este mes de abril hemos podido leer en la prensa que el Gobierno de Eritrea (presidido por Isaías Afwerki) ha decretado la prohibición de la ablación femenina en ese país africano «porque su práctica, dice, constituye un enorme peligro para las mujeres». Ésa es una buena noticia en la dirección correcta, una cultura se autolimita a favor de los derechos básicos de las mujeres, aunque la fundamentación teórica nos pueda parecer todavía algo escasa. Ninguna religión, economía o acción política debería ir en contra de esos derechos fundamentales. Ésta sería su máxima universalidad.

Ahora bien, tampoco ninguna instalación moral en el mundo ha de pretender imponer sus máximas exigencias. Unos optarán por el matrimonio monógamo y de por vida, o incluso por el celibato, mientras que otros preferirán el camino de las relaciones sexuales y sentimentales múltiples. Unos empeñarán sus vidas en favor del arte, de la ciencia o de la familia, y otros emplearán su tiempo en la ayuda que prestan las ONGs. Unos se harán vegetarianos por razones morales o religiosas, y otros preferirán seguir comiendo carne, etc.

D)- Finalmente, las religiones han sido poderosos vehículos de civilización y de cultura, pero las religiones oficiales también lo han sido de disenso, engaños, guerras, torturas, opresión y aniquilación del contrario. Ellas suelen formar comunidades con fuertes identidades, ofreciendo por tanto a sus seguidores un sentido completo de sus vidas como totalidades. Pero por eso mismo les resulta difícil aceptar la pluralidad en la que necesariamente están instaladas, y por consiguiente sus propios límites. Dicha pluralidad de religiones se sigue necesariamente del principio fáctico o positivo, no meramente racional sino de fe, que las funda y del que no pueden por tanto prescindir. Por ejemplo, el cristianismo no puede dejar de pensar que sólo Cristo es el Salvador, lo que nunca querrán aceptar las otras religiones. Se podrán tolerar o soportar, pero no aceptar. Eso dificulta el diálogo y la convivencia entre ellas. Sólo una progresiva espiritualización de las mismas, que las lleve más allá de su envoltura histórica hacia la comprensión y vivencia de lo divino, incluso en su misma pluralidad de interpretaciones, podría acercarlas entre sí, aunque eso signifique en algunos casos su progresiva disolución histórica.

No sería difícil aceptar, salvo prejuicios elaborados y desplazados desde vivencias negativas con las religiones existentes (debido al comportamiento de sus dirigentes, o a que ellas suelen cosificar o personalizar lo divino, que no tiene ni el modo de ser de la cosa ni el de las personas), que lo divino y su comprensión emotiva y racional forma parte de lo real, de lo humano y del sentido de la vida, y que, bien entendido, contribuye además poderosamente a entablar relaciones fructíferas con los otros, como de hecho ha ocurrido en muchas ocasiones. Pero las formas históricas que ha tomado esa comprensión, o sea, las distintas religiones, han de ser conscientes de que no pueden imponerse a los otros y de que no cabe configurar sin más los otros ámbitos de acción antes señalados según sus principios religiosos, sin engendrar una violencia interna y externa contrarias no sólo al reconocimiento de la libertad y los derechos del otro, sino al propio principio religioso racionalmente comprendido. Éste es sin duda un gran problema actual en el pujante mundo musulmán. Mientras ellos exigen la tolerancia a su religión en los países de mayoría cristiana o hindú, algunos de sus Gobiernos no toleran las otras religiones en sus propios países, organizados políticamente según la ley coránica. Claro que lo mismo hizo, por ejemplo, la Iglesia católica cuando tuvo el poder político, así como otras religiones. En ese caso se hace imposible una convivencia armónica y creativa entre culturas diferentes.

En consecuencia, ningún poder político, económico o moral puede ni debe destruir el fenómeno religioso ni su pluralidad, una pluralidad por cierto que va en aumento en nuestros días, cuando se siguen creando nuevas formas religiosas, y sobre todo nuevas maneras de vivir las religiones ya consolidadas. Negarlas sería amputar al hombre en su individualidad y en su ser comunitario, arrebatarle uno de los centros de comprensión de su propio modo de ser, una de las fuentes de energía de su interna creatividad; lo religioso en general es sin duda un principio de construcción de la comunidad humana, y ningún Estado debe suprimirlo. Pero tampoco puede permitirse que una religión histórica se haga con el control político, económico o moral, pues engendraría entonces una tiranía, pretendiendo hacer universal lo que en realidad es una particularidad. Esas particularidades han de ser mantenidas, pero siempre que hagan posible la convivencia en la pluralidad y respeten los derechos de los otros, los mismos que ellas exigen para sí.

3.- La diversidad de culturas

En este simposio queremos reflexionar sobre la armonía entre civilizaciones. Con la universalidad y pluralidad descritas en el apartado anterior y en relación con los cuatro ámbitos de interrelación humana, más sus límites, podríamos concebir una convivencia liberadora y creativa de las distintas culturas y civilizaciones tanto en el interior de un Estado como en el plano internacional. Sobre esa pluralidad de culturas cabe hacer en primer lugar tres observaciones que la relativizan y encuadran.

Primero, en virtud de los diversos procesos de globalización, hoy se va configurando progresivamente en el mundo un mayor conocimiento mutuo, e incluso una cierta convergencia cultural y sobre todo de civilización. Esto es aún más patente por lo que se refiere al aspecto científico-técnico que, dentro de su propia diversidad y permanente discusión e investigación, mantiene en todo el mundo una carrera o aventura común, apoyada por el comercio mundial de los aparatos técnicos, la enseñanza universitaria, las revistas científicas, los congresos y premios, los medios de comunicación, etc. Pero también es una realidad, por las mismas razones, la globalización de las noticias y de amplios sectores de la cultura, por ejemplo del arte (música, películas, arquitectura, etc.), de la moda, o incluso del pensamiento, por no hablar ya de los deportes de competición; los Juegos Olímpicos que tendrán lugar en Beijing el próximo año 2008 tienen por lema: «Un mundo, un sueño». A eso contribuye poderosamente además el creciente flujo turístico y migratorio, que pone en contacto ocasional o a diario a diferentes pueblos de la tierra.

La segunda observación es acerca, ya no sólo de la porosidad, sino también de la vaguedad en relación con los contornos de las civilizaciones, más la enorme diversidad que encontramos en el interior de las mismas, sobre todo de las actuales. Una civilización y cultura homogénea y bien delimitada sólo la podríamos encontrar en algunas poblaciones de la amazonía que aún no hayan contactado con nuestras civilizaciones, o apenas lo hayan hecho. En las demás puede haber casi tanta diversidad como la que podríamos observar entre distintos pueblos: en el comer, en la mentalidad, en los hábitos, en el vestir, etc. Hay más diferencias entre la China de Shanghai y la del interior, que entre aquélla y la forma de vivir de los EEUU. Fundamentalismos religiosos no sólo se puede encontrar entre los musulmanes, sino también en las demás religiones. Una feminista española puede sentirse más cercana de otra iraní, que de su vecino machista. Un vegetariano, o un izquierdista, o un amante del arte, o una persona religiosa, etc. puede encontrar lejos de su país más sintonía con su modelo de vida, mientras que no se halla a gusto con muchos de sus conciudadanos. Hay familias en una misma gran ciudad que actúan con estilos de vida muy diferentes y contrapuestos. Las distancias culturales no se miden por kilómetros, y cada vez menos.

La tercera indicación señala lo fácil que es observar constantes antropológicas entre las culturas. Los intereses y necesidades de los hombres, dentro de su pluralidad individual, son en su conjunto en casi todos los sitios iguales, o al menos muy similares. Todos los humanos quieren cosas parecidas en las distintas civilizaciones, ciertamente con una variedad individual presente en todas ellas: vivir bien, tener amistades, ser apreciados, algunos tener más relación con Dios, otros más con la naturaleza, etc. Las necesidades físicas son comunes, e incluso la diversidad de productos consumidos y la cocina peculiar de cada pueblo nos va siendo cada vez más familiar. Los intereses son casi idénticos en todas partes; hay un puñado de ellos que nos impulsa a todos. La alegría de ser reconocido en la propia creatividad está presente en todos. Me atrevería a decir que es más lo que nos une o asemeja como seres humanos, que lo que nos separa. Por eso también nos podemos comprender los unos a los otros, entender la alegría y la tristeza de los otros si nos cuentan sus razones o su historia, captar su arte e incluso su forma de pensar, y no considerarnos sin más como locos los unos a los otros.

Y sin embargo la diversidad de conjunto existe: en el vestir, en el comer, en los gestos, en el sentir, en las reacciones, en la organización de la comunidad, en los gustos, en los ritos de amistad, en las relaciones de trabajo o de familia, en el trato con la naturaleza o con la ciudad, etc. Mientras esa diversidad se atenga a los mínimos universales señalados en el punto anterior, representan un derecho y una riqueza humana que debe ser respetada y sostenida. Incluso no pocas veces son potenciados económicamente como atractivo turístico y antropológico. Y en esto no sólo atraen a curiosos y paseantes, sino a miembros de otras culturas deseosos de integrarse en ese modo de vida, pues encuentran en el otro pueblo su nicho cultural y afectivo.

Más aún, el individuo, así como el grupo, necesita un centro simbólico, una cultura, un entorno de amistad y de reconocimiento, una lengua materna, una historia en la que comprenderse no sólo intelectualmente, sino también emotivamente, por medio de una identificación, de unos lazos afectivos, de una comunidad particular en la que sentirse aceptado, acogido, nombrado (nombre y apellido), valorado, con sentido, enraizado, en una palabra, sintiéndose real. Cuando hablo aquí de «sentir» me refiero a una comprensión o visión del mundo vivida en la que el hombre se individualiza, se instala y se orienta en el mundo, orientación en la que tiene lugar su educación afectiva y moral. Es para él, pues, necesario que ese mundo vivido tenga el poder político suficiente como para organizarse comunitariamente, desarrollarse y transformarse desde sí creativamente, pues el individuo llega a ser persona humana mediante la educación en la comunidad. No por eso hemos de pensar dicha comunidad como un universo cerrado, pues la educación ha de contener elementos universales y críticos que la abra a otros modos de vida y a la propia creatividad, es decir, debe incluir también un conocimiento y acercamiento real a las otras culturas (convivencia, comunicación, viajes, conocimiento mutuo, implicación afectiva y cognitiva). La educación ha de considerar los aspectos universales, la pluralidad y los límites de los diversos ámbitos, antes señalados. Educarse es también comprender lo universal y la alteridad como siendo un momento necesario de nuestro modo de ser racional y humano, y captar eso también en el modo de sentir, o sea, en el logos pleno que lleva a la acción. Más aún, la educación, que es en realidad coeducación mutua y que se extiende durante toda la vida, habrá de llevar al individuo a encontrar en su mismo espíritu el centro de sentido y de su acción, y hacerse capaz por tanto de interactuar creativamente en diversos contextos y circunstancias.

¿Qué es entonces lo que puede estorbar o molestar de una civilización en otra? Sin duda los aspectos que puedan sentirse como agresivos de una a otra, o bien ofensivo a lo que ellos consideran buenas costumbres, si bien esos conflictos tienen lugar también en el interior de esas mismas civilizaciones.

Entre los aspectos que se consideran más fácilmente ofensivos, predominan los sexuales y los religiosos. El distinto trato que se dan a las mujeres o a los homosexuales suele ser una fuente de conflictos, teóricos y prácticos, así como los que practican el sexo libre, porque todos ellos engendran inseguridad y las reacciones están cargadas educativamente con fuertes sentimientos de intimidad y vergüenza. Será necesaria ahí una educación en los mínimos universales antes señalados, justo aquellos que afirman por un lado la igualdad de la mujer, y por otro el derecho a la diversidad sexual sin engaño, proselitismo ni exhibicionismo, sobre todo frente a menores.

Algo parecido ocurre con los sentimientos religiosos. Éstos tendrán derecho a no sufrir burlas indecorosas (el límite es impreciso), pero las distintas religiones habrán de aceptar la crítica y la pluralidad, no sólo por lo que respeta a la presencia de las otras, sino también de aquellos que no están de acuerdo con ninguna de ellas. Es el único modo de cribar lo falso y hacer crecer lo auténtico. En ambos casos, debido a lo enraizado de esos sentimientos sexuales y religiosos, la educación requiere su tiempo y su ritmo. Pero también la globalización de los medios de comunicación hacen su trabajo.

Entre los aspectos agresivos destacan aquellas acciones tendentes al dominio político, económico y cultural de un grupo sobre otros. Podemos hablar de grupos étnicos, nacionales o nacionalistas, lingüísticos, selectivos, etc. La excesiva identidad activa respecto al propio grupo conduce a favorecerlo en extremos indebidos frente a los demás, quedando los otros relegados a puestos inferiores en los diferentes dominios: político, económico o cultural. Eso ocurre en el interior de un Estado o en las relaciones entre los Estados, llegando incluso a atacar militar o económicamente al otro, o bien sembrando en él un terrorismo adepto a su ideología e intereses. Una identificación exclusiva con el propio grupo particular se manifiesta, por ejemplo, cuando el Estado se organiza teológicamente según los cánones de una religión concreta, o se utiliza desde el poder una lengua para oprimir a otra presente asimismo en ese país, o bien se construye un Estado racial y étnico, o sin más se privilegia a una raza frente a otra, o cuando en el interior de un Estado hay un grupo de poder que opera como otro Estado dentro de él. Los intensos flujos migratorios originan asimismo tensiones culturales y raciales debido al miedo de perder o no encontrar un puesto de trabajo y ante el interrogante de saber cuál de esas identidades será en el futuro la que predomine, como ocurre por ejemplo en Alemania con la emigración turca, o en USA con la hispana. Eso engendra desconfianza, recelos mutuos, lucha de influencias, miedo a ser relegado, a ser un ciudadano de segunda clase en su propio país. Es lo que sucede en Irlanda del norte entre católicos y protestantes (un conflicto que parece estar en vías de solución), o ahora en Irak entre los chiítas y los suníes, aun formando partes de una misma cultura y civilización musulmana. Es por tanto un mal transversal.

Sólo será posible atajar estos enfrentamientos si se construyen Estados no corruptos y plurales, en donde prime el mérito y el esfuerzo, la creatividad personal y la competencia legal, antes que la pertenencia a un grupo. Pero es siempre más fácil señalar los problemas que indicar soluciones efectivas, y más difícil aún ponerlas en práctica.
(*) Jacinto Rivera de Rosales Chacon: Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid donde fue profesor hasta 1989, fecha en la empezó a trabajar en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (sede Madrid). Ha publicado: La realidad en sí en Kant, (publicación de la tesis doctoral) Universidad Complutense, Madrid, 1988; El punto de partida de la metafísica transcendental. Un estudio crítico de la obra kantiana, con prólogo del Catedrático y Dr. h. c. Oswaldo Market, Cuadernos de la UNED 126, Madrid, 1993, entre otras obras.

[1] Contribución al International Symposium on the Inter-civilization Harmony and Creation, que tuvo lugar entre los días 17 y 18 de abril de 2007 en la Zhejiang University (Hangzhou, China).
[2] Robert Dahl, La democracia, Taurus, 1999, p. 14. Hasta el s. XX la mayor parte de los hombres pensaban que era superior a la democracia otros regímenes no democráticos, y todos en la mayoría de las épocas.
[3] Freedom House: 89 libres, 58 en parte libres, 45 no libres: www.freedomhouse.org.