José Hoover Vanegas García *
Resumen
Este trabajo devela algunas implicaciones éticas a las que conduce la ciencia y la tecnología en la medida en que transforman la cultura y por tanto los hábitos; para ello se propone defender la siguiente hipótesis: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología. De acuerdo con esta hipótesis, el objetivo de la reflexión consiste en visibilizar la importancia de tener en cuenta a los sujetos y las sujetas en la actividad científica y sus consecuencias tecnológicas. Para ello se desarrollan tres puntos; primero, la ciencia como responsabilidad social; segundo, la labor de la ética en los procesos tecnocientíficos; y tercero la humanidad, la ciencia y los sueños.
Delimitación del problema.
El saber parece ser una condición natural a la cual están expuestos los seres humanos por naturaleza así lo reconoció Aristóteles ad calendas grecas, (1967. p. 909) “Todo hombre por naturaleza apetece saber”; lo cual implica que la humanidad siempre está alerta al mundo para descifrar aquellos sucesos incomprensibles. El conocimiento, ya sea como acumulación de experiencias o como la relación entre un sujeto y un objeto, o como la capacidad que tienen los personas de darle significado a los fenómenos del mundo, ha sido una condición de la humanidad. Desde la mitología de los antiguos, hasta la racionalidad de la Grecia clásica, pasando por la era cristiana de la edad media, o el renacimiento y el despertar de la curiosidad de la modernidad y como la llaman algunos la postmodernidad, el conocimiento siempre ha estado presente en las entrañas de las personas, ha constituido el motor que mueve a la humanidad en la búsqueda de mejores condiciones de vida, en la búsqueda de hacer la vida más fácil; o quizá por simple curiosidad. Los seres racionales tenemos que preguntarnos por la forma de ser, de actuar del mundo y por cómo dirigimos esta dinámica del mundo.
Sin embargo, la propensión a conocer no ha sido suficiente, puesto que se ha avanzado a la explicación, el control y la predicción de los fenómenos en el mundo, es decir, el conocimiento ha conducido a lo que denominamos ciencia. Ésta también ha constituido uno de los elementos característicos en la evolución, en este sentido, la objetivación de la realidad siempre ha sido una inquietud que ha acompañado a los seres racionales y esto ha hecho que los seres, hombres y mujeres vivan en disposición del saber sobre la ciencia; esto es, de explicar controlar y predecir los eventos en el mundo. No obstante, la curiosidad no termina aquí, puesto que el querer saber sobre el mundo ha desencadenado en la transformación de lo conocido, esto es, en producciones exosomáticas que facilitan la vida a la humanidad misma o en algunos casos se la hacen más difícil, cruel y miserable. A estas producciones que se desprenden del saber científico es a lo que le denominamos tecnología.
Bajo este panorama podemos afirmar que vivimos en una época en donde la ciencia se ha convertido en un elemento predominante, y por tanto los cambios tecnológicos son frecuentes, no sólo en los países de alta tecnología sino en el mundo en general. Los descubrimientos son frecuentes y esto hace que la sociedad avance de una forma muy rápida en pos de mejores condiciones de vida. Sin embargo, hay cosas que aún no están claras en el proyecto científico y tecnológico, lo cual nos sugiere un interrogante en medio de muchos problemas a los cuales puede conducir este panorama, el cual podemos formular de la siguiente forma: ¿cuál es la labor de las sujetas y sujetos en los procesos científicos y tecnológicos? Es decir, en realidad se piensa en la humanidad cuando se activa una nueva ciencia y por tanto una nueva tecnología, este interrogante nos conduce a reflexionar sobre la labor de la ética, en el modo de ser de los seres humanos en el mundo de la vida, en el contexto de la ciencia y la tecnología, problema que intentaremos profundizar en este escrito.
El contexto de la ciencia y la tecnología es el escenario sobre el cual se moverá este trabajo; pero la unidad de análisis es la ética, como elemento que involucra el hacer de la humanidad: los hombres y las mujeres en sociedad, en tanto constituyen la esencia del mundo de la vida, tanto el mundo de la cotidianidad como el mundo de las reflexiones. En este sentido, la hipótesis de la que partiremos es la siguiente: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, y por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología. De acuerdo con esta hipótesis, el objetivo de la reflexión consiste en visibilizar la importancia de tener en cuenta al individuo en la actividad científica y sus consecuencias tecnológicas. Para ello reflexionaremos sobre los siguientes puntos; primero, la ciencia como responsabilidad social; segundo, la labor de la ética en los procesos tecnocientíficos; tercero la humanidad, la ciencia y los sueños. En lo que sigue le daremos curso a estos elementos con el fin de ratificar la hipótesis.
1. La ciencia como responsabilidad social
La ciencia es una práctica que elabora la sociedad para la sociedad, es decir, es una actividad humana para los humanos; esto implica que en los objetos científicos está incluida la intencionalidad de la humanidad y en los seres humanos siempre hay intencionalidades científicas. Miremos esta tesis más despacio. Que la ciencia sea una práctica lo muestran los procesos que elaboran los científicos, que empiezan con la selección de un problema en un área del conocimiento específico y termina con la solución o no solución del mismo, mediante la aplicación de un método determinado, diferente a los estudios sobre ciencia que pueden considerase como teorías según lo afirma Javier Echeverría (1995. p. 52): “contrariamente a esta concepción, que ha tenido y sigue teniendo gran influencia, hay que considerar que la ciencia es una actividad, y que los estudios sobre la ciencia, en los cuales participan historiadores, sociólogos, antropólogos, psicólogos, filósofos y otros profesionales, no pueden restringirse únicamente a los aspectos cognoscitivos de la actividad científica”.
De acuerdo con esto, no podemos considerar la ciencia como una teoría, en el sentido en que se consideraba antiguamente, al respecto el mismo Popper (1990. p. 57) afirmaba que “las ciencias empíricas son sistemas de teorías. Y la lógica del conocimiento científico, por tanto, puede describirse como una teoría de teorías.” Sin embargo, esta definición parece que hace más referencia al conocimiento de la ciencia que a la ciencia en sí misma, por lo menos así lo admite Colciencias.
“El conocimiento científico es un sistema de lenguajes artificial, soportado por un conjunto de proposiciones, generables verificables, provisionales y válidas en circunstancias específicas de tiempo y espacio, soportado por conceptos, categorías, definiciones, juicios, es decir, afirmaciones o negaciones en forma de hipótesis que sirven para la construcción de “teorías” y “leyes” del mundo y su realidad…” [1]
De esta forma podemos afirmar que la ciencia es un concepto que nombra la actividad de los investigadores en la búsqueda de explicar la realidad, mientras que las teorías científicas son aquellos conjuntos de enunciados que dan cuenta de la realidad. Así encontramos que la ciencia es una práctica y como tal es elaborada por seres humanos. Este enunciado a simple vista parece trivial, no obstante, posee algunos supuestos que visibilizan el papel que desempeña la humanidad en las construcciones científicas, las cuales han estado atravesadas por algunos malentendidos, como el problema del dualismo y el conflicto de la objetivización de la humanidad. En el primer caso, se considera tradicionalmente que la ciencia excluye al hombre mismo de su dinámica, esto es, considerar que en lo conocido no existe quien conoce, o como se dice en términos gnoseológicos, el objeto es independiente del sujeto y existe excluido totalmente del sujeto que lo conoce, lo cual implica la exclusión del ser humano en los procesos y en los productos de la actividad científica. En este sentido, la objetivización es el hacer de un fragmento de la realidad un objeto de estudio, pues se considera más objetivo entre más independencia tenga de la subjetividad, lo cual significa la deshumanización absoluta de la actividad científica.
De esta forma la ciencia desde Galileo (1564 – 1642) impone la matematización de la naturaleza y desde ese momento sólo es objetivo aquello que es determinable mediante la cuantificación a partir de los procesos lógicos deductivos, esto significa que la realidad deja de ser una expresión del mundo y pasa a ser lo determinable de lo que se nos presenta, lo cual significa que lo real pierde sentido para darle paso a lo que aparece de una forma numérica o geométrica, lo cual implica la ausencia de la subjetividad y le da vía libre a la objetividad. Por esto afirma Husserl (1990. p. 54-55) que Galileo es el gran descubridor, pero a la vez el encubridor de la realidad natural
Galileo, el descubridor de la física, esto es, de la naturaleza física – o para hacer justicia a los que le prepararon el terreno, el descubridor que dio cima a la tarea –, es un genio descubridor y encubridor a un tiempo. Descubre la naturaleza matemática, la idea metódica, rotula el camino de la infinitud de los descubridores y de los descubrimientos físicos. Descubre, frente a la causalidad universal del mundo intuitivo-sensible ( en cuanto forma invariante del mismo) lo que desde entonces es llamado sin más la ley de la causalidad, la “forma apriórica” del mundo “verdadero” (idealizado y materializado), la “ley de la legaliformidad exacta” según la cual todo evento de la “naturaleza” – de la naturaleza idealizada – viene sometido a “leyes exactas” todo esto es descubrimiento-encubrimiento, y hasta hoy lo hemos asumido como la pura y simple verdad. Porque nada ha cambiado, en efecto, en el orden principal la crítica de la “ley clásica de la causalidad”, de efectos filosóficos presuntamente revolucionarios, protagonizada por la nueva física atómica.
Es Galileo quien implanta en el saber científico la determinación matemática, lo cual ha contribuido a la evolución de la humanidad mediante tecnologías que han facilitado la existencia en el mundo productivo. El mundo, a partir del matemático italiano, puede ser analizado y, por tanto, determinado mediante el descubrimiento de causalidades, las cuales sólo pueden ser nominadas como tal en la medida en que reflejen regularidades en la naturaleza, las mismas que pueden ser declaradas como leyes científicas, lo que reflejan la exactitud del evento en cuestión, esto es, la objetividad absoluta de la realidad mediante la matematización de la naturaleza. Sin embargo, las cosas en si mismas fueron ocultadas mediante este mismo proceso, la piedra dejó de ser tal para ser un volumen con unas medidas precisas, lo mismo que la montaña o el río, el mundo dejó de ser la presentación de la realidad misma para convertirse en una representación en magnitudes y en cantidades.
En este panorama la ciencia se aleja del sujeto, puesto que su ser depende de la ausencia del sujeto mismo y su determinación queda anclada a lo que se le denomina la mathesis universalis, concepto que se ha entendido como la linterna que alumbra los fenómenos en la realidad fáctica, o el a priori universal que determina los apareceres de los eventos en el mundo de la naturaleza espacio-temporal, de tal forma que el interés de la ciencia por los objetos matemáticos excluye el interés por la humanidad misma. En este orden de ideas, la ciencia no tiene nada que decirle a los seres humanos, puesto que ellos no entran en la cuantificación debido a que no son determinables por regularidades y, por tanto, no hay leyes para uniformar el comportamiento, es decir en la actividad humana no hay causas, luego no es posible determinar la humanidad por métodos cuantitativos, así lo afirma Gómez Heras (p. 285) “La ciencia no tiene nada que decir al hombre en aquellos temas que a él directamente le conciernen”. De esta manera el sentido de las ciencias no está más que en la ciencia misma, puesto que ella ha cobrado el valor en sí misma, y ha excluido a los seres humanos del territorio. Por lo anterior, en sentido estricto no podemos juzgar la ciencia como moralmente correcta o incorrecta, puesto que ella es cerrada, no tiene ventanas por donde el hombre muestre sus intenciones en coherencia con su ser, en coherencia con su libertad.
De acuerdo con esta verdad, que tiene su fundamento en la tradición de conocimiento científico después de Galileo, y que se ha desplegado por la evolución de la ciencia hasta la vida cotidiana en la actualidad, esta concepción ha conducido a la exclusión de la ética en los procesos científicos, lo cual incide en una concepción equivocada, a tal punto que en la actualidad es común escuchar que la ética es un obstáculo para el progreso científico, es decir, que es un error tomar en cuenta a la humanidad como un elemento fundamental en las constituciones objetivas del mundo. La ciencia se ha alejado de la humanidad y ha triunfado en el camino hacia la tecnificación, pero en su camino ha ocultado el sentido de la humanidad en el mundo de la vida.
La pérdida de sentido del sujeto como constructor de ciencia no termina aquí, ella se traslada a la habitualidad de la vida cotidiana y se incorpora en la mayoría de las actividades diarias de los seres humanos la cuantificación ha acorralado a la humanidad, el amor en la actualidad se mide en cantidad, no sabemos cómo pero es la exigencia de los enamorados, el tiempo trabajado es proporcional a la cantidad de rublos recibidos, los pecados mismos se miden con una cantidad específica de oraciones. El mundo de lo medible se ha transferido a la existencia misma de la humanidad, a las vivencias subjetivas que sólo tienen asidero en el mundo más íntimo de cada sujeto, el mundo se quiere pensar desde la ciencia y la ciencia sólo logra desarrollarse desde la mathesis universalis, lo cual se ha filtrado en la libertad humana haciendo de las personas, medios medibles para los fines de la ciencia en sentido cuantificable. Lo anterior significa, entre muchas cosas, que la objetividad de las ciencias naturales se ha transferido a las vivencias de los sujetos, lo cual ha implicado que los seres humanos dejen de ser tal para ser objetos mensurables, lo cual implica que la humanidad ya no es un fin, sino un medio, un instrumento, lo mismo que conduce a pensar que la ciencia es hecha por dioses, es decir, por la razón, lo cual pareciera que habita en un mundo supraterrenal. La razón es el fin y los seres humanos son los instrumentos.
De acuerdo con estos elementos, podemos afirmar que la ciencia es para los seres humanos y la razón es de las personas, y es a partir de ellas que se tejen las actividades científicas al tomar en cuenta a la humanidad como finalidades y no sólo como medios, como lo afirma Kant en el siglo XVIII. En esta relación (ciencia, dignidad humana y conciencia histórica), aparecen algunas paradojas morales importantes. Por ejemplo, cuando un científico quiere encontrar una vacuna para alguna patología que ha azotado a la humanidad, hay que hacer inoculaciones, la pregunta es con quien hacerlas, es decir, a cuales personas se toman como medios para probar los experimentos. Si es cierto lo que decíamos, no podemos utilizar a las personas como instrumentos puesto que esto es negarles su ser digno, su ser personas; sin embargo, si no lo hacemos son muchas las personas que pueden verse expuestas a la patología en mención, entonces, lo que hacen los científicos es elegir a favor de la mayoría de los seres humanos, es decir, exponer a algunos para salvar a la mayoría, lo cual parece ser una solución racional, sin embargo, la paradoja queda planteada. De la misma forma, hay que tener en cuenta que lo que se hace con la experimentación es un acontecimiento histórico que no termina cuando termina el experimento, sino que sigue vivo en la dinámica temporal del ser humano. Lo que queda claro hasta aquí es que la ciencia es una actividad elaborada por las personas y para las personas. En lo que sigue vamos a adentrarnos en el concepto de tecnología y su contexto ético
2. La labor de la ética en los procesos tecnológicos
Como afirmábamos al principio de este trabajo, la ciencia es una práctica, y como tal es una actividad que desarrollan los seres humanos para explicar, controlar y predecir la realidad, pero esta actividad no tiene sus límites en el descubrimiento o en el invento de una forma teórica, la ciencia tiene que expresarse en la naturaleza fáctica, es decir, debe reconstruirse en el terreno que hizo parte del estudio científico, o dicho en otras palabras, la ciencia se aplica a la naturaleza en donde cobra forma material. Pues bien, a la reconstrucción de la ciencia en la naturaleza es a lo que, inicialmente, le podemos denominar tecnología. De esta forma, podemos afirmar que la tecnología es una producción exosomática de los seres humanos que transforma el mundo material y, por consiguiente, el mundo social, lo cual conduce a la transformación de cada sujeto y de la forma como cada comunidad conduce su vida, esto es, la tecnología como producto de las prácticas científicas cambian la ética. Miremos esto más detalladamente.
La tecnología, como diría Heidegger en La pregunta por la tecnología (1993 p. 83), es el modo de desocultar la naturaleza, en este sentido la tecnología pretende, según el mismo autor “Descubrir, transformar, acumular, repartir y cambiar son modos del desocultar.” En este sentido, la reconstrucción de la ciencia en la naturaleza se constituye en una transformación de la misma, lo cual bien puede ser un invento, el mismo que implica una labor analítica, esto es una taxonomía en la forma de manipular la fracción de la realidad, en la cual incidieron los resultados de la investigación. Ahora bien, cada nuevo cambio en la naturaleza no desaparece con uno nuevo, sino que se conserva tanto como útil o como reliquia arqueológica, pero siempre permanece, de tal forma que es acumulativo como lo afirma Heidegger. De acuerdo con esto, la tecnología no sólo cambia el mundo, sino que además lo fracciona, quiero decir lo divide, en coherencia con la utilidad o la función, lo cual implica la desagregación de la naturaleza, la exclusión de unas partes y la categorización de unas más importantes que otras.
En sentido ontológico, podemos afirmar que la tecnología es la extensión de la intencionalidad humana hecha materia en la naturaleza fáctica, esto significa, que en la tecnología encontramos tanto las bondades como las maldades de la humanidad. Sin embargo, esto no significa que los cambios o inventos tecnológicos en sí mismos contengan intenciones, de hecho los objetos tecnológicos son neutros, ellos como las cosas son elementos cerrados, son determinados desde fuera, no desde ellos mismos. Así lo afirma José Sanmartín (1990 p. 25): “Las tecnologías no son portadoras de valores, de bondades o de maldades. Son los usos de las tecnologías, no las tecnologías mismas, los que no son neutrales”. No obstante, ellos representan la intencionalidad humana, de hecho pensar en un arma química de destrucción masiva, es pensar en la maldad humana, puesto que el fin de ella no es más que la destrucción de la humanidad pero el arma en sí misma no es mala, lo malo son las intenciones de las mentes teratogénicas que pueden albergar en su conciencia tal ingenio tecnológico. Esto no constituye un avance tecnológico sino un retroceso en mentes oligofrénicas.
De esta manera, el imperativo que expresa Sanmartín (1990 p. 25) “lo que se puede hacer técnicamente hay que hacerlo”, es una afirmación peligrosa para la humanidad, puesto que lo que se puede hacer técnicamente es posible realizarlo en la medida en que contribuya al desarrollo de la humanidad, pero no es lícito un mundo para una comunidad de personas que crean nuevas tecnologías que inciten a la destrucción, ya sea de la naturaleza, de donde surgen los problemas ambientales, pero en contra de la humanidad, puesto que implica, además del problema ambiental, un conflicto moral. Si bien la tecnología en sí misma no representa un conflicto ético, el uso que hacemos de ella sí lo representa y de cualquier forma tiene más propensiones a la catástrofe humana la creación de, por ejemplo: “la bomba atómica, “lanzada en Hiroshima en 1945 que tenía una potencia de 20 kilotones; su explosión destruyo más de 60.000 edificios y ocasionó unos 80.000 muertos y otros tantos heridos.” (1974. P; 118-120). Este artefacto está más cerca de la destrucción que el descubrimiento de la aspirina, que contribuyo a disminuir el dolor de la existencia humana. Sin embargo, la energía radioactiva no sólo sirve para destruir puesto que se han encontrado en ella aplicaciones terapéuticas, lo cual nos ratifica la tesis de que los objetos tecnológicos no son en sí mismo malos o buenos, son los usos y el ingenio del hombre los que pueden crear maldad o bondad con la tecnología.
Los beneficios de la tecnología para la humanidad son indiscutibles, aunque además de su importancia y utilidad para toda la comunidad mundial, ella contribuyó al viaje de la animalidad a la maldad de una forma notable. Desde el momento en que se ingenió la forma de hacer fuego mediante la flotación de dos maderos, hasta la construcción de ordenadores robotizados para contribuir a la eficiencia del trabajo en las empresas, pasando por el alumbramiento artificial del mundo, que empieza con Alejandro Volta y continua por Andrés Ampere, lo mismo que la turbina de vapor descubierta por Lavel de Suecia y Parson de Inglaterra en 1890, con las cuales se afinca la revolución industrial; todos estos han conducido la humanidad al perfeccionamiento del trabajo y le ha brindado a los hombres y mujeres mejores condiciones de vida. Sin embargo, con todos los avances que nos ha proporcionado la ciencia y por ende la tecnología, el fin de la humanidad como comunidad que busca un sistema de socialización más coherente con la naturaleza y con las personas, parece ausentarse cada día más del horizonte de posibilidades de la humanidad.
Pareciera que el hombre ha encontrado en la tecnología un rival que no le permite evolucionar como persona y lo supedita a la labor embólica. Los objetos tecnológicos cada día arrinconan más el sentido de la humanidad, tanto que en la actualidad tiene más importancia una máquina que un ser humano, la maquina está desplazando a la humanidad convirtiéndola en un medio y despojándola de su condición, esto es, de personas en sí mismas, por esto afirma Ernesto Sábato (1969. p. 31) “El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometeico intento de dominación. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales, las dictaduras totalitarias y los campos de concentración nos han abierto por fin los ojos, para revelarnos con crudeza la clase de monstruo que habíamos engendrado y criado orgullosamente.” Si la ciencia y la tecnología es hecha por seres humanos y para seres humanos, ¿por qué mostramos tanta destrucción? Ésta es la pregunta que deben responder los científicos, los gobiernos, esta es la pregunta que debe incitar a la humanización de la tecnología.
“Lo que tecnológicamente se puede hacer hay que hacerlo” es un enunciado que hay que reevaluar en la actualidad, puesto que no todo aquello que está a la disposición del hombre, es posible hacerlo moralmente. La ciencia es para la humanidad, no en contra de la misma. Entonces, este imperativo hay que cambiarlo por: aquello que moralmente sea posible hacer hay que hacerlo, ya que la tecnología no es un fin sino un instrumento para facilitarle la vida a los hombres y las mujeres. El hombre siempre vive dis-puesto a hacer, a extender sus intenciones en el mundo material mediante la implantación de su conciencia en los artefactos, pero esta disposición debe estar atravesada por el criterio de responsabilidad frente a la dimensión del sentido de la humanidad, y mediante la conciencia histórica que todo ser humano representa para la existencia de la humanidad. Ahora bien, el hombre es realidad como lo es el ambiente la naturaleza de tal forma que al ser responsable con los seres humanos también se es responsable con la realidad, lo contrario lo devuelve la misma realidad, como lo afirma Micham, C. (1988, p. 70): “La realidad tiene que aceptar alguna responsabilidad por su propia explotación, de la misma manera que una persona que deja abierta la puerta de su casa, tiene que aceptar su cuota de responsabilidad cuando le roban.”
En coherencia con esto, podemos afirmar que no hay una adecuación entre la forma de vivir y el bombardeo tecnológico al cual estamos expuestos en la actualidad, esto lo demuestra la dificultad que constituye el manejo de los ordenadores o los electrodomésticos digitales para las personas de una edad avanzada. Estos aparatos llegan e irrumpen en la habitualidad de las personas, se apoderan de los espacios y empiezan a morar en la vida de los sujetos. Muchos de los objetos tecnológicos son anacrónicos, no se insertan en la época en que la humanidad está dispuesta a asumirlos, sino en el momento en que un científico, lo descubre. No hay coherencia entre los avances tecnológicos y el contexto de la vivencia. En consecuencia, existe una descompensación entre lo que tecnológicamente se hace y el contexto de la existencia humana, por esto aparece en el mercado la estrategia de la actualización tecnológica, puesto que primero aparecen los objetos y luego la habilidad humana para manejarlos, no se ha aprendido a manejar un aparato cuando ya aparece otro que lo hace mejor, la habitualidad queda incompleta, y por ende, la existencia humana queda incompleta, lo cual en últimas conduce a las personas a un existencialismo angustioso, en donde la única salvación es la soledad absoluta del alma, como diría Husserl. De hecho, en la actualidad se alcanzan marcas de soledad, es decir, la demostración de la dependencia sólo ante un ordenador.
No obstante, hay que admitir que la tecnología ha incidido en la liberación del hombre de su condición natural, no nos hemos liberado por completo pero la tecnología influye para que cada día diseñemos más nuestro propio mundo, un mundo inventado, un mundo que no corresponde a lo que por naturaleza nos corresponde sino un mundo que merecemos por ser racionales, pensantes científicos, innovadores y transformadores de nuestro entorno. Así lo afirma Sanmartín (1990 p. 65): “La técnica libera, así, cada vez más al ser humano de los dictados de la bioevolución. Lo va independizando de la naturaleza, conforme le va confiriendo medios para dominarla.” El hombre en la actualidad se transporta en artefactos, por vía terrestre rueda, por vía aérea vuela, caminar tiende a ser una actividad relegada a una condición rudimentaria, y poco elegante, ser natural se ha convertido en una categoría reliquia, con connotaciones morales para los hombres y mujeres de principios. Sin embargo, la liberación de la naturaleza y la imbricación en el mundo de la tecnología es una condición a la cual no hay voluntad: o se está en ella, o se es un analfabeta tecnológico, condición que en la actualidad no es posible si no se quiere entrar en los excluidos de los avances científicos.
La tecnología trae consigo muchos beneficios pero también muchos perjuicios, in illo tempore, el hombre se adapta al entorno, posteriormente adaptamos el entorno a nuestras necesidades y en la actualidad nos transformamos con el entorno. En la actualidad la tecnología ha dejado de ser una virtud exosomática y se ha transferido a una condición endosomática, puesto que no sólo diseñamos el entorno sino nuestro propia existencia corporal en el mundo de la vida. La ingeniería genética lo mismo que las estéticas corporales así lo demuestran, en la actualidad la apariencia del cuerpo no es una expresión de la naturaleza sino de la condición económica del sujeto, la belleza de la carne pasó a ser un privilegio tecnológico, pasó a ser algo que se compra y por tanto se vende. Esto ha conducido a un desprecio por lo feo, pareciera que la tesis platónica se reviviera en donde lo bello es sinónimo de bueno, mientras lo malo es homologado con lo feo. Claro, para Platón eran las ideas pero para la evolución tecnocientífica es la apariencia, es la carne la que se evalúa como tal. De esta forma estamos viviendo una especie de nazismo tecnológico en donde ser feo en un error que lo cobra la sociedad: se reducen las posibilidades de empleo, de la competencia en los rituales de coqueteo, en los círculos de los amigos, ser feo y mal formado corporalmente es estar en vías de extinción. Esta es una de las crueldades tecnológicas a la cual nos ha conducido todo el ambiente de la ciencia.
En coherencia con lo dicho, la labor de la ética en los procesos tecnológicos, consiste precisamente en velar por la humanización de las aplicaciones científicas en el mundo de la naturaleza, o como lo hemos venido advirtiendo en humanizar la tecnología, en rescatar la idea de que la ciencia es de la humanidad y para la humanidad. Por tanto, el imperativo de hacer lo que tecnológicamente sea posible debe pasar por el banquillo de la moral, para vehiculizar el fin de la humanidad de acuerdo con el sentido y la conciencia histórica de los seres humanos, para que haya coherencia entre el mundo de la técnica y el mundo de la vida. Ética y tecnología deben convivir, y más que poder tienen que hacerlo en pro de que los avances científicos y sus aplicaciones beneficien la vida humana y la ética, a su vez que se dis-ponga a la liberación que la tecnología impone.
3. La humanidad, la ciencia y los sueños.
La consolidación y la evolución de la ciencia se ha convertido en un sueño para la humanidad, pero no es un sueño por ser irreal, sino por ser un proceso que llena de esperanzas al género humano, puesto que ella tiene en sus dominios la posibilidad de agradarle la vida a las personas. En este sentido, le exigimos a la ciencia más de lo que ella le ha brindado a los seres humanos, ella es la esperanza que puede llegar a consolidar un mundo mejor, un mundo soñado; en este sentido reivindicamos la expresión de Bachelard (1988) “La ciencia es la estética de la inteligencia”, puesto que es por medio de ella que la humanidad puede llegar a cumplir los sentimientos más profundos de las personas, es la inteligencia del hombre la que lo conduce a la ciencia y está determinada por el bienestar, de tal forma que lo estético está marcado por el sentir, como su misma etimología lo expresa, Aisthesis, que se traduce también como sentimiento. La ciencia es un sueño que se ancla en los sentimientos de esperanza de la humanidad, y que en cierta medida los cumple por medio de la tecnología.
El espíritu de la ciencia se despliega por las épocas y se ancla en el alma de algunos genios que ponen a soñar a toda una comunidad, se cumplió el sueño de volar, de salir de la tierra y contemplar nuestro hogar desde afuera, se ha suprimido parte del dolor, la vida se ha elongado más en tiempo y calidad. La ciencia es el sueño en el que el mundo pone sus esperanzas. Es sueño precisamente porque no tiene límites, los límites de la ciencia son límites del pensamiento, es decir, son infinitos. Todo lo posiblemente imaginable es posiblemente realizable, el término utopía ya no tiene significado, la ciencia ha derrotado este concepto que sólo tiene validez como palabra anquilosada en la historia. El espíritu de la ciencia tiene su forma de expresarse en los objetos tecnológicos, los cuales a su vez tienen su forma de significar para la cultura ciudadana, de tal forma que podemos hablar de algo así como del espíritu de la tecnología, para referirnos a la transferencia de significados connotativos que los objetos tecnológicos le transmiten a la sociedad. Encontramos, entonces, una proporcionalidad entre el espíritu de la ciencia y el espíritu de la tecnología.
La relación es proporcional, puesto que las representaciones de la ciencia son menores que la cantidad de representaciones de la tecnología, ya que no toda actividad científica termina en una transformación tecnológica, pero toda tecnología es producto de una praxis científica. En este mismo orden de ideas, el espíritu de la ciencia es menor que el espíritu de la tecnología, es decir, que es menor la representación de la ciencia que la representación de la tecnología, las formas tecnológicas tienen más fuerza en las comunidades que la ciencia, ya que la ciencia no es de todos, pero la tecnología sí pretende ser para todos, así, es la tecnología la que transforma la cultura, de tal forma que llega a moldear el comportamiento mismo de las personas en una comunidad, los cambios tecnológicos imponen nuevas conductas y por tanto, una nueva forma de actuar moral de la humanidad, un ejemplo es, el encuentro en un ritual de apareamiento con piel virtual del otro, el sexo virtual hay que pensarlo bajo parámetros morales diferentes al encuentro con la carne en vivo con el otro. Este punto en particular es el que nos corrobora la hipótesis inicial: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, y por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología.
Podemos concluir este trabajo afirmando que el contexto tanto de la ciencia como de la tecnología son predeterminación que los sujetos no eligen sino que están predispuestos por la cultura científica, y como tal no es necesario crear un sistema denunciatorio frente a los abusos de la manipulación de la tecnología, sino la conciencia de la época en la estamos viviendo y sus posibles incidencias dentro de la cultura moral, en la cual nos tenemos que desenvolver no sólo nuestra generación sino las generaciones futuras. La labor de la ética, en este sentido, es crear conciencia mediante el reconocimiento del sujeto como persona de fines y no de medios, como persona de sentido que exige la dignidad, no como un agregado sino como la característica fundamental que nos hace tal en el mundo de la vida.
[1] Rios. B Liito y Gaitan M. F. metodología para la gestión del conocimiento, Modulo del diplomado de Colciencias y la Universidad de la Sabana en Gestión del conocimiento.
* Este artículo es publicado con autorización del autor.
Resumen
Este trabajo devela algunas implicaciones éticas a las que conduce la ciencia y la tecnología en la medida en que transforman la cultura y por tanto los hábitos; para ello se propone defender la siguiente hipótesis: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología. De acuerdo con esta hipótesis, el objetivo de la reflexión consiste en visibilizar la importancia de tener en cuenta a los sujetos y las sujetas en la actividad científica y sus consecuencias tecnológicas. Para ello se desarrollan tres puntos; primero, la ciencia como responsabilidad social; segundo, la labor de la ética en los procesos tecnocientíficos; y tercero la humanidad, la ciencia y los sueños.
Delimitación del problema.
El saber parece ser una condición natural a la cual están expuestos los seres humanos por naturaleza así lo reconoció Aristóteles ad calendas grecas, (1967. p. 909) “Todo hombre por naturaleza apetece saber”; lo cual implica que la humanidad siempre está alerta al mundo para descifrar aquellos sucesos incomprensibles. El conocimiento, ya sea como acumulación de experiencias o como la relación entre un sujeto y un objeto, o como la capacidad que tienen los personas de darle significado a los fenómenos del mundo, ha sido una condición de la humanidad. Desde la mitología de los antiguos, hasta la racionalidad de la Grecia clásica, pasando por la era cristiana de la edad media, o el renacimiento y el despertar de la curiosidad de la modernidad y como la llaman algunos la postmodernidad, el conocimiento siempre ha estado presente en las entrañas de las personas, ha constituido el motor que mueve a la humanidad en la búsqueda de mejores condiciones de vida, en la búsqueda de hacer la vida más fácil; o quizá por simple curiosidad. Los seres racionales tenemos que preguntarnos por la forma de ser, de actuar del mundo y por cómo dirigimos esta dinámica del mundo.
Sin embargo, la propensión a conocer no ha sido suficiente, puesto que se ha avanzado a la explicación, el control y la predicción de los fenómenos en el mundo, es decir, el conocimiento ha conducido a lo que denominamos ciencia. Ésta también ha constituido uno de los elementos característicos en la evolución, en este sentido, la objetivación de la realidad siempre ha sido una inquietud que ha acompañado a los seres racionales y esto ha hecho que los seres, hombres y mujeres vivan en disposición del saber sobre la ciencia; esto es, de explicar controlar y predecir los eventos en el mundo. No obstante, la curiosidad no termina aquí, puesto que el querer saber sobre el mundo ha desencadenado en la transformación de lo conocido, esto es, en producciones exosomáticas que facilitan la vida a la humanidad misma o en algunos casos se la hacen más difícil, cruel y miserable. A estas producciones que se desprenden del saber científico es a lo que le denominamos tecnología.
Bajo este panorama podemos afirmar que vivimos en una época en donde la ciencia se ha convertido en un elemento predominante, y por tanto los cambios tecnológicos son frecuentes, no sólo en los países de alta tecnología sino en el mundo en general. Los descubrimientos son frecuentes y esto hace que la sociedad avance de una forma muy rápida en pos de mejores condiciones de vida. Sin embargo, hay cosas que aún no están claras en el proyecto científico y tecnológico, lo cual nos sugiere un interrogante en medio de muchos problemas a los cuales puede conducir este panorama, el cual podemos formular de la siguiente forma: ¿cuál es la labor de las sujetas y sujetos en los procesos científicos y tecnológicos? Es decir, en realidad se piensa en la humanidad cuando se activa una nueva ciencia y por tanto una nueva tecnología, este interrogante nos conduce a reflexionar sobre la labor de la ética, en el modo de ser de los seres humanos en el mundo de la vida, en el contexto de la ciencia y la tecnología, problema que intentaremos profundizar en este escrito.
El contexto de la ciencia y la tecnología es el escenario sobre el cual se moverá este trabajo; pero la unidad de análisis es la ética, como elemento que involucra el hacer de la humanidad: los hombres y las mujeres en sociedad, en tanto constituyen la esencia del mundo de la vida, tanto el mundo de la cotidianidad como el mundo de las reflexiones. En este sentido, la hipótesis de la que partiremos es la siguiente: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, y por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología. De acuerdo con esta hipótesis, el objetivo de la reflexión consiste en visibilizar la importancia de tener en cuenta al individuo en la actividad científica y sus consecuencias tecnológicas. Para ello reflexionaremos sobre los siguientes puntos; primero, la ciencia como responsabilidad social; segundo, la labor de la ética en los procesos tecnocientíficos; tercero la humanidad, la ciencia y los sueños. En lo que sigue le daremos curso a estos elementos con el fin de ratificar la hipótesis.
1. La ciencia como responsabilidad social
La ciencia es una práctica que elabora la sociedad para la sociedad, es decir, es una actividad humana para los humanos; esto implica que en los objetos científicos está incluida la intencionalidad de la humanidad y en los seres humanos siempre hay intencionalidades científicas. Miremos esta tesis más despacio. Que la ciencia sea una práctica lo muestran los procesos que elaboran los científicos, que empiezan con la selección de un problema en un área del conocimiento específico y termina con la solución o no solución del mismo, mediante la aplicación de un método determinado, diferente a los estudios sobre ciencia que pueden considerase como teorías según lo afirma Javier Echeverría (1995. p. 52): “contrariamente a esta concepción, que ha tenido y sigue teniendo gran influencia, hay que considerar que la ciencia es una actividad, y que los estudios sobre la ciencia, en los cuales participan historiadores, sociólogos, antropólogos, psicólogos, filósofos y otros profesionales, no pueden restringirse únicamente a los aspectos cognoscitivos de la actividad científica”.
De acuerdo con esto, no podemos considerar la ciencia como una teoría, en el sentido en que se consideraba antiguamente, al respecto el mismo Popper (1990. p. 57) afirmaba que “las ciencias empíricas son sistemas de teorías. Y la lógica del conocimiento científico, por tanto, puede describirse como una teoría de teorías.” Sin embargo, esta definición parece que hace más referencia al conocimiento de la ciencia que a la ciencia en sí misma, por lo menos así lo admite Colciencias.
“El conocimiento científico es un sistema de lenguajes artificial, soportado por un conjunto de proposiciones, generables verificables, provisionales y válidas en circunstancias específicas de tiempo y espacio, soportado por conceptos, categorías, definiciones, juicios, es decir, afirmaciones o negaciones en forma de hipótesis que sirven para la construcción de “teorías” y “leyes” del mundo y su realidad…” [1]
De esta forma podemos afirmar que la ciencia es un concepto que nombra la actividad de los investigadores en la búsqueda de explicar la realidad, mientras que las teorías científicas son aquellos conjuntos de enunciados que dan cuenta de la realidad. Así encontramos que la ciencia es una práctica y como tal es elaborada por seres humanos. Este enunciado a simple vista parece trivial, no obstante, posee algunos supuestos que visibilizan el papel que desempeña la humanidad en las construcciones científicas, las cuales han estado atravesadas por algunos malentendidos, como el problema del dualismo y el conflicto de la objetivización de la humanidad. En el primer caso, se considera tradicionalmente que la ciencia excluye al hombre mismo de su dinámica, esto es, considerar que en lo conocido no existe quien conoce, o como se dice en términos gnoseológicos, el objeto es independiente del sujeto y existe excluido totalmente del sujeto que lo conoce, lo cual implica la exclusión del ser humano en los procesos y en los productos de la actividad científica. En este sentido, la objetivización es el hacer de un fragmento de la realidad un objeto de estudio, pues se considera más objetivo entre más independencia tenga de la subjetividad, lo cual significa la deshumanización absoluta de la actividad científica.
De esta forma la ciencia desde Galileo (1564 – 1642) impone la matematización de la naturaleza y desde ese momento sólo es objetivo aquello que es determinable mediante la cuantificación a partir de los procesos lógicos deductivos, esto significa que la realidad deja de ser una expresión del mundo y pasa a ser lo determinable de lo que se nos presenta, lo cual significa que lo real pierde sentido para darle paso a lo que aparece de una forma numérica o geométrica, lo cual implica la ausencia de la subjetividad y le da vía libre a la objetividad. Por esto afirma Husserl (1990. p. 54-55) que Galileo es el gran descubridor, pero a la vez el encubridor de la realidad natural
Galileo, el descubridor de la física, esto es, de la naturaleza física – o para hacer justicia a los que le prepararon el terreno, el descubridor que dio cima a la tarea –, es un genio descubridor y encubridor a un tiempo. Descubre la naturaleza matemática, la idea metódica, rotula el camino de la infinitud de los descubridores y de los descubrimientos físicos. Descubre, frente a la causalidad universal del mundo intuitivo-sensible ( en cuanto forma invariante del mismo) lo que desde entonces es llamado sin más la ley de la causalidad, la “forma apriórica” del mundo “verdadero” (idealizado y materializado), la “ley de la legaliformidad exacta” según la cual todo evento de la “naturaleza” – de la naturaleza idealizada – viene sometido a “leyes exactas” todo esto es descubrimiento-encubrimiento, y hasta hoy lo hemos asumido como la pura y simple verdad. Porque nada ha cambiado, en efecto, en el orden principal la crítica de la “ley clásica de la causalidad”, de efectos filosóficos presuntamente revolucionarios, protagonizada por la nueva física atómica.
Es Galileo quien implanta en el saber científico la determinación matemática, lo cual ha contribuido a la evolución de la humanidad mediante tecnologías que han facilitado la existencia en el mundo productivo. El mundo, a partir del matemático italiano, puede ser analizado y, por tanto, determinado mediante el descubrimiento de causalidades, las cuales sólo pueden ser nominadas como tal en la medida en que reflejen regularidades en la naturaleza, las mismas que pueden ser declaradas como leyes científicas, lo que reflejan la exactitud del evento en cuestión, esto es, la objetividad absoluta de la realidad mediante la matematización de la naturaleza. Sin embargo, las cosas en si mismas fueron ocultadas mediante este mismo proceso, la piedra dejó de ser tal para ser un volumen con unas medidas precisas, lo mismo que la montaña o el río, el mundo dejó de ser la presentación de la realidad misma para convertirse en una representación en magnitudes y en cantidades.
En este panorama la ciencia se aleja del sujeto, puesto que su ser depende de la ausencia del sujeto mismo y su determinación queda anclada a lo que se le denomina la mathesis universalis, concepto que se ha entendido como la linterna que alumbra los fenómenos en la realidad fáctica, o el a priori universal que determina los apareceres de los eventos en el mundo de la naturaleza espacio-temporal, de tal forma que el interés de la ciencia por los objetos matemáticos excluye el interés por la humanidad misma. En este orden de ideas, la ciencia no tiene nada que decirle a los seres humanos, puesto que ellos no entran en la cuantificación debido a que no son determinables por regularidades y, por tanto, no hay leyes para uniformar el comportamiento, es decir en la actividad humana no hay causas, luego no es posible determinar la humanidad por métodos cuantitativos, así lo afirma Gómez Heras (p. 285) “La ciencia no tiene nada que decir al hombre en aquellos temas que a él directamente le conciernen”. De esta manera el sentido de las ciencias no está más que en la ciencia misma, puesto que ella ha cobrado el valor en sí misma, y ha excluido a los seres humanos del territorio. Por lo anterior, en sentido estricto no podemos juzgar la ciencia como moralmente correcta o incorrecta, puesto que ella es cerrada, no tiene ventanas por donde el hombre muestre sus intenciones en coherencia con su ser, en coherencia con su libertad.
De acuerdo con esta verdad, que tiene su fundamento en la tradición de conocimiento científico después de Galileo, y que se ha desplegado por la evolución de la ciencia hasta la vida cotidiana en la actualidad, esta concepción ha conducido a la exclusión de la ética en los procesos científicos, lo cual incide en una concepción equivocada, a tal punto que en la actualidad es común escuchar que la ética es un obstáculo para el progreso científico, es decir, que es un error tomar en cuenta a la humanidad como un elemento fundamental en las constituciones objetivas del mundo. La ciencia se ha alejado de la humanidad y ha triunfado en el camino hacia la tecnificación, pero en su camino ha ocultado el sentido de la humanidad en el mundo de la vida.
La pérdida de sentido del sujeto como constructor de ciencia no termina aquí, ella se traslada a la habitualidad de la vida cotidiana y se incorpora en la mayoría de las actividades diarias de los seres humanos la cuantificación ha acorralado a la humanidad, el amor en la actualidad se mide en cantidad, no sabemos cómo pero es la exigencia de los enamorados, el tiempo trabajado es proporcional a la cantidad de rublos recibidos, los pecados mismos se miden con una cantidad específica de oraciones. El mundo de lo medible se ha transferido a la existencia misma de la humanidad, a las vivencias subjetivas que sólo tienen asidero en el mundo más íntimo de cada sujeto, el mundo se quiere pensar desde la ciencia y la ciencia sólo logra desarrollarse desde la mathesis universalis, lo cual se ha filtrado en la libertad humana haciendo de las personas, medios medibles para los fines de la ciencia en sentido cuantificable. Lo anterior significa, entre muchas cosas, que la objetividad de las ciencias naturales se ha transferido a las vivencias de los sujetos, lo cual ha implicado que los seres humanos dejen de ser tal para ser objetos mensurables, lo cual implica que la humanidad ya no es un fin, sino un medio, un instrumento, lo mismo que conduce a pensar que la ciencia es hecha por dioses, es decir, por la razón, lo cual pareciera que habita en un mundo supraterrenal. La razón es el fin y los seres humanos son los instrumentos.
De acuerdo con estos elementos, podemos afirmar que la ciencia es para los seres humanos y la razón es de las personas, y es a partir de ellas que se tejen las actividades científicas al tomar en cuenta a la humanidad como finalidades y no sólo como medios, como lo afirma Kant en el siglo XVIII. En esta relación (ciencia, dignidad humana y conciencia histórica), aparecen algunas paradojas morales importantes. Por ejemplo, cuando un científico quiere encontrar una vacuna para alguna patología que ha azotado a la humanidad, hay que hacer inoculaciones, la pregunta es con quien hacerlas, es decir, a cuales personas se toman como medios para probar los experimentos. Si es cierto lo que decíamos, no podemos utilizar a las personas como instrumentos puesto que esto es negarles su ser digno, su ser personas; sin embargo, si no lo hacemos son muchas las personas que pueden verse expuestas a la patología en mención, entonces, lo que hacen los científicos es elegir a favor de la mayoría de los seres humanos, es decir, exponer a algunos para salvar a la mayoría, lo cual parece ser una solución racional, sin embargo, la paradoja queda planteada. De la misma forma, hay que tener en cuenta que lo que se hace con la experimentación es un acontecimiento histórico que no termina cuando termina el experimento, sino que sigue vivo en la dinámica temporal del ser humano. Lo que queda claro hasta aquí es que la ciencia es una actividad elaborada por las personas y para las personas. En lo que sigue vamos a adentrarnos en el concepto de tecnología y su contexto ético
2. La labor de la ética en los procesos tecnológicos
Como afirmábamos al principio de este trabajo, la ciencia es una práctica, y como tal es una actividad que desarrollan los seres humanos para explicar, controlar y predecir la realidad, pero esta actividad no tiene sus límites en el descubrimiento o en el invento de una forma teórica, la ciencia tiene que expresarse en la naturaleza fáctica, es decir, debe reconstruirse en el terreno que hizo parte del estudio científico, o dicho en otras palabras, la ciencia se aplica a la naturaleza en donde cobra forma material. Pues bien, a la reconstrucción de la ciencia en la naturaleza es a lo que, inicialmente, le podemos denominar tecnología. De esta forma, podemos afirmar que la tecnología es una producción exosomática de los seres humanos que transforma el mundo material y, por consiguiente, el mundo social, lo cual conduce a la transformación de cada sujeto y de la forma como cada comunidad conduce su vida, esto es, la tecnología como producto de las prácticas científicas cambian la ética. Miremos esto más detalladamente.
La tecnología, como diría Heidegger en La pregunta por la tecnología (1993 p. 83), es el modo de desocultar la naturaleza, en este sentido la tecnología pretende, según el mismo autor “Descubrir, transformar, acumular, repartir y cambiar son modos del desocultar.” En este sentido, la reconstrucción de la ciencia en la naturaleza se constituye en una transformación de la misma, lo cual bien puede ser un invento, el mismo que implica una labor analítica, esto es una taxonomía en la forma de manipular la fracción de la realidad, en la cual incidieron los resultados de la investigación. Ahora bien, cada nuevo cambio en la naturaleza no desaparece con uno nuevo, sino que se conserva tanto como útil o como reliquia arqueológica, pero siempre permanece, de tal forma que es acumulativo como lo afirma Heidegger. De acuerdo con esto, la tecnología no sólo cambia el mundo, sino que además lo fracciona, quiero decir lo divide, en coherencia con la utilidad o la función, lo cual implica la desagregación de la naturaleza, la exclusión de unas partes y la categorización de unas más importantes que otras.
En sentido ontológico, podemos afirmar que la tecnología es la extensión de la intencionalidad humana hecha materia en la naturaleza fáctica, esto significa, que en la tecnología encontramos tanto las bondades como las maldades de la humanidad. Sin embargo, esto no significa que los cambios o inventos tecnológicos en sí mismos contengan intenciones, de hecho los objetos tecnológicos son neutros, ellos como las cosas son elementos cerrados, son determinados desde fuera, no desde ellos mismos. Así lo afirma José Sanmartín (1990 p. 25): “Las tecnologías no son portadoras de valores, de bondades o de maldades. Son los usos de las tecnologías, no las tecnologías mismas, los que no son neutrales”. No obstante, ellos representan la intencionalidad humana, de hecho pensar en un arma química de destrucción masiva, es pensar en la maldad humana, puesto que el fin de ella no es más que la destrucción de la humanidad pero el arma en sí misma no es mala, lo malo son las intenciones de las mentes teratogénicas que pueden albergar en su conciencia tal ingenio tecnológico. Esto no constituye un avance tecnológico sino un retroceso en mentes oligofrénicas.
De esta manera, el imperativo que expresa Sanmartín (1990 p. 25) “lo que se puede hacer técnicamente hay que hacerlo”, es una afirmación peligrosa para la humanidad, puesto que lo que se puede hacer técnicamente es posible realizarlo en la medida en que contribuya al desarrollo de la humanidad, pero no es lícito un mundo para una comunidad de personas que crean nuevas tecnologías que inciten a la destrucción, ya sea de la naturaleza, de donde surgen los problemas ambientales, pero en contra de la humanidad, puesto que implica, además del problema ambiental, un conflicto moral. Si bien la tecnología en sí misma no representa un conflicto ético, el uso que hacemos de ella sí lo representa y de cualquier forma tiene más propensiones a la catástrofe humana la creación de, por ejemplo: “la bomba atómica, “lanzada en Hiroshima en 1945 que tenía una potencia de 20 kilotones; su explosión destruyo más de 60.000 edificios y ocasionó unos 80.000 muertos y otros tantos heridos.” (1974. P; 118-120). Este artefacto está más cerca de la destrucción que el descubrimiento de la aspirina, que contribuyo a disminuir el dolor de la existencia humana. Sin embargo, la energía radioactiva no sólo sirve para destruir puesto que se han encontrado en ella aplicaciones terapéuticas, lo cual nos ratifica la tesis de que los objetos tecnológicos no son en sí mismo malos o buenos, son los usos y el ingenio del hombre los que pueden crear maldad o bondad con la tecnología.
Los beneficios de la tecnología para la humanidad son indiscutibles, aunque además de su importancia y utilidad para toda la comunidad mundial, ella contribuyó al viaje de la animalidad a la maldad de una forma notable. Desde el momento en que se ingenió la forma de hacer fuego mediante la flotación de dos maderos, hasta la construcción de ordenadores robotizados para contribuir a la eficiencia del trabajo en las empresas, pasando por el alumbramiento artificial del mundo, que empieza con Alejandro Volta y continua por Andrés Ampere, lo mismo que la turbina de vapor descubierta por Lavel de Suecia y Parson de Inglaterra en 1890, con las cuales se afinca la revolución industrial; todos estos han conducido la humanidad al perfeccionamiento del trabajo y le ha brindado a los hombres y mujeres mejores condiciones de vida. Sin embargo, con todos los avances que nos ha proporcionado la ciencia y por ende la tecnología, el fin de la humanidad como comunidad que busca un sistema de socialización más coherente con la naturaleza y con las personas, parece ausentarse cada día más del horizonte de posibilidades de la humanidad.
Pareciera que el hombre ha encontrado en la tecnología un rival que no le permite evolucionar como persona y lo supedita a la labor embólica. Los objetos tecnológicos cada día arrinconan más el sentido de la humanidad, tanto que en la actualidad tiene más importancia una máquina que un ser humano, la maquina está desplazando a la humanidad convirtiéndola en un medio y despojándola de su condición, esto es, de personas en sí mismas, por esto afirma Ernesto Sábato (1969. p. 31) “El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometeico intento de dominación. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales, las dictaduras totalitarias y los campos de concentración nos han abierto por fin los ojos, para revelarnos con crudeza la clase de monstruo que habíamos engendrado y criado orgullosamente.” Si la ciencia y la tecnología es hecha por seres humanos y para seres humanos, ¿por qué mostramos tanta destrucción? Ésta es la pregunta que deben responder los científicos, los gobiernos, esta es la pregunta que debe incitar a la humanización de la tecnología.
“Lo que tecnológicamente se puede hacer hay que hacerlo” es un enunciado que hay que reevaluar en la actualidad, puesto que no todo aquello que está a la disposición del hombre, es posible hacerlo moralmente. La ciencia es para la humanidad, no en contra de la misma. Entonces, este imperativo hay que cambiarlo por: aquello que moralmente sea posible hacer hay que hacerlo, ya que la tecnología no es un fin sino un instrumento para facilitarle la vida a los hombres y las mujeres. El hombre siempre vive dis-puesto a hacer, a extender sus intenciones en el mundo material mediante la implantación de su conciencia en los artefactos, pero esta disposición debe estar atravesada por el criterio de responsabilidad frente a la dimensión del sentido de la humanidad, y mediante la conciencia histórica que todo ser humano representa para la existencia de la humanidad. Ahora bien, el hombre es realidad como lo es el ambiente la naturaleza de tal forma que al ser responsable con los seres humanos también se es responsable con la realidad, lo contrario lo devuelve la misma realidad, como lo afirma Micham, C. (1988, p. 70): “La realidad tiene que aceptar alguna responsabilidad por su propia explotación, de la misma manera que una persona que deja abierta la puerta de su casa, tiene que aceptar su cuota de responsabilidad cuando le roban.”
En coherencia con esto, podemos afirmar que no hay una adecuación entre la forma de vivir y el bombardeo tecnológico al cual estamos expuestos en la actualidad, esto lo demuestra la dificultad que constituye el manejo de los ordenadores o los electrodomésticos digitales para las personas de una edad avanzada. Estos aparatos llegan e irrumpen en la habitualidad de las personas, se apoderan de los espacios y empiezan a morar en la vida de los sujetos. Muchos de los objetos tecnológicos son anacrónicos, no se insertan en la época en que la humanidad está dispuesta a asumirlos, sino en el momento en que un científico, lo descubre. No hay coherencia entre los avances tecnológicos y el contexto de la vivencia. En consecuencia, existe una descompensación entre lo que tecnológicamente se hace y el contexto de la existencia humana, por esto aparece en el mercado la estrategia de la actualización tecnológica, puesto que primero aparecen los objetos y luego la habilidad humana para manejarlos, no se ha aprendido a manejar un aparato cuando ya aparece otro que lo hace mejor, la habitualidad queda incompleta, y por ende, la existencia humana queda incompleta, lo cual en últimas conduce a las personas a un existencialismo angustioso, en donde la única salvación es la soledad absoluta del alma, como diría Husserl. De hecho, en la actualidad se alcanzan marcas de soledad, es decir, la demostración de la dependencia sólo ante un ordenador.
No obstante, hay que admitir que la tecnología ha incidido en la liberación del hombre de su condición natural, no nos hemos liberado por completo pero la tecnología influye para que cada día diseñemos más nuestro propio mundo, un mundo inventado, un mundo que no corresponde a lo que por naturaleza nos corresponde sino un mundo que merecemos por ser racionales, pensantes científicos, innovadores y transformadores de nuestro entorno. Así lo afirma Sanmartín (1990 p. 65): “La técnica libera, así, cada vez más al ser humano de los dictados de la bioevolución. Lo va independizando de la naturaleza, conforme le va confiriendo medios para dominarla.” El hombre en la actualidad se transporta en artefactos, por vía terrestre rueda, por vía aérea vuela, caminar tiende a ser una actividad relegada a una condición rudimentaria, y poco elegante, ser natural se ha convertido en una categoría reliquia, con connotaciones morales para los hombres y mujeres de principios. Sin embargo, la liberación de la naturaleza y la imbricación en el mundo de la tecnología es una condición a la cual no hay voluntad: o se está en ella, o se es un analfabeta tecnológico, condición que en la actualidad no es posible si no se quiere entrar en los excluidos de los avances científicos.
La tecnología trae consigo muchos beneficios pero también muchos perjuicios, in illo tempore, el hombre se adapta al entorno, posteriormente adaptamos el entorno a nuestras necesidades y en la actualidad nos transformamos con el entorno. En la actualidad la tecnología ha dejado de ser una virtud exosomática y se ha transferido a una condición endosomática, puesto que no sólo diseñamos el entorno sino nuestro propia existencia corporal en el mundo de la vida. La ingeniería genética lo mismo que las estéticas corporales así lo demuestran, en la actualidad la apariencia del cuerpo no es una expresión de la naturaleza sino de la condición económica del sujeto, la belleza de la carne pasó a ser un privilegio tecnológico, pasó a ser algo que se compra y por tanto se vende. Esto ha conducido a un desprecio por lo feo, pareciera que la tesis platónica se reviviera en donde lo bello es sinónimo de bueno, mientras lo malo es homologado con lo feo. Claro, para Platón eran las ideas pero para la evolución tecnocientífica es la apariencia, es la carne la que se evalúa como tal. De esta forma estamos viviendo una especie de nazismo tecnológico en donde ser feo en un error que lo cobra la sociedad: se reducen las posibilidades de empleo, de la competencia en los rituales de coqueteo, en los círculos de los amigos, ser feo y mal formado corporalmente es estar en vías de extinción. Esta es una de las crueldades tecnológicas a la cual nos ha conducido todo el ambiente de la ciencia.
En coherencia con lo dicho, la labor de la ética en los procesos tecnológicos, consiste precisamente en velar por la humanización de las aplicaciones científicas en el mundo de la naturaleza, o como lo hemos venido advirtiendo en humanizar la tecnología, en rescatar la idea de que la ciencia es de la humanidad y para la humanidad. Por tanto, el imperativo de hacer lo que tecnológicamente sea posible debe pasar por el banquillo de la moral, para vehiculizar el fin de la humanidad de acuerdo con el sentido y la conciencia histórica de los seres humanos, para que haya coherencia entre el mundo de la técnica y el mundo de la vida. Ética y tecnología deben convivir, y más que poder tienen que hacerlo en pro de que los avances científicos y sus aplicaciones beneficien la vida humana y la ética, a su vez que se dis-ponga a la liberación que la tecnología impone.
3. La humanidad, la ciencia y los sueños.
La consolidación y la evolución de la ciencia se ha convertido en un sueño para la humanidad, pero no es un sueño por ser irreal, sino por ser un proceso que llena de esperanzas al género humano, puesto que ella tiene en sus dominios la posibilidad de agradarle la vida a las personas. En este sentido, le exigimos a la ciencia más de lo que ella le ha brindado a los seres humanos, ella es la esperanza que puede llegar a consolidar un mundo mejor, un mundo soñado; en este sentido reivindicamos la expresión de Bachelard (1988) “La ciencia es la estética de la inteligencia”, puesto que es por medio de ella que la humanidad puede llegar a cumplir los sentimientos más profundos de las personas, es la inteligencia del hombre la que lo conduce a la ciencia y está determinada por el bienestar, de tal forma que lo estético está marcado por el sentir, como su misma etimología lo expresa, Aisthesis, que se traduce también como sentimiento. La ciencia es un sueño que se ancla en los sentimientos de esperanza de la humanidad, y que en cierta medida los cumple por medio de la tecnología.
El espíritu de la ciencia se despliega por las épocas y se ancla en el alma de algunos genios que ponen a soñar a toda una comunidad, se cumplió el sueño de volar, de salir de la tierra y contemplar nuestro hogar desde afuera, se ha suprimido parte del dolor, la vida se ha elongado más en tiempo y calidad. La ciencia es el sueño en el que el mundo pone sus esperanzas. Es sueño precisamente porque no tiene límites, los límites de la ciencia son límites del pensamiento, es decir, son infinitos. Todo lo posiblemente imaginable es posiblemente realizable, el término utopía ya no tiene significado, la ciencia ha derrotado este concepto que sólo tiene validez como palabra anquilosada en la historia. El espíritu de la ciencia tiene su forma de expresarse en los objetos tecnológicos, los cuales a su vez tienen su forma de significar para la cultura ciudadana, de tal forma que podemos hablar de algo así como del espíritu de la tecnología, para referirnos a la transferencia de significados connotativos que los objetos tecnológicos le transmiten a la sociedad. Encontramos, entonces, una proporcionalidad entre el espíritu de la ciencia y el espíritu de la tecnología.
La relación es proporcional, puesto que las representaciones de la ciencia son menores que la cantidad de representaciones de la tecnología, ya que no toda actividad científica termina en una transformación tecnológica, pero toda tecnología es producto de una praxis científica. En este mismo orden de ideas, el espíritu de la ciencia es menor que el espíritu de la tecnología, es decir, que es menor la representación de la ciencia que la representación de la tecnología, las formas tecnológicas tienen más fuerza en las comunidades que la ciencia, ya que la ciencia no es de todos, pero la tecnología sí pretende ser para todos, así, es la tecnología la que transforma la cultura, de tal forma que llega a moldear el comportamiento mismo de las personas en una comunidad, los cambios tecnológicos imponen nuevas conductas y por tanto, una nueva forma de actuar moral de la humanidad, un ejemplo es, el encuentro en un ritual de apareamiento con piel virtual del otro, el sexo virtual hay que pensarlo bajo parámetros morales diferentes al encuentro con la carne en vivo con el otro. Este punto en particular es el que nos corrobora la hipótesis inicial: si es cierto que toda consolidación científica y sus consecuencias tecnológicas transforman el mundo, entonces es cierto que este proceso transforma la humanidad y por ende las relaciones entre las personas, es decir, lo social y lo cultural, y por tanto hay que repensar la ética a partir de la ciencia y la tecnología.
Podemos concluir este trabajo afirmando que el contexto tanto de la ciencia como de la tecnología son predeterminación que los sujetos no eligen sino que están predispuestos por la cultura científica, y como tal no es necesario crear un sistema denunciatorio frente a los abusos de la manipulación de la tecnología, sino la conciencia de la época en la estamos viviendo y sus posibles incidencias dentro de la cultura moral, en la cual nos tenemos que desenvolver no sólo nuestra generación sino las generaciones futuras. La labor de la ética, en este sentido, es crear conciencia mediante el reconocimiento del sujeto como persona de fines y no de medios, como persona de sentido que exige la dignidad, no como un agregado sino como la característica fundamental que nos hace tal en el mundo de la vida.
[1] Rios. B Liito y Gaitan M. F. metodología para la gestión del conocimiento, Modulo del diplomado de Colciencias y la Universidad de la Sabana en Gestión del conocimiento.
* Este artículo es publicado con autorización del autor.
José Hoover Vanegas García, Doctor en Filosofía. Profesor e investigador del Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de Manizales. Coordinador del grupo de investigación de Ética y Política de la misma universidad.
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