José Saramago: un crítico de nuestro tiempo

Damián Pachón Soto

“La prensa es hoy un ejército con especialidades cuidadosamente organizadas; los
periodistas son los oficiales y los lectores son los soldados”.

OSWALD SPENGLER[1].


“La cabeza de los seres humanos no siempre está
completamente
de acuerdo con el mundo en que viven, hay personas
que tienen dificultad en ajustarse a la realidad de los hechos…”
JOSÉ SARAMAGO
[2].



Presentación
José Saramago en el contexto del siglo XX.


En 1918 apareció en Alemania el primer tomo de La decadencia de Occidente del físico y filósofo Oswald Spengler. El segundo tomo apareció en 1922. La traducción al castellano estuvo a cargo de Manuel García Morente, el mismo autor de las escolares Lecciones preliminares de filosofía. En el Prólogo a la versión castellana, José María Ortega y Gasset se refirió al libro de Spengler como la “peripecia intelectual más estruendosa de los últimos años”
[3]. Ortega no exageraba. No era para menos. Europa había vivido la Primera Guerra Mundial y en Alemania sus consecuencias se sentían más que en otros lugares. Una crisis de valores embargó a los germanos. Se añoraba un pasado glorioso (el siglo XIX y el principio de siglo), pero se tenía desconcierto ante el futuro. El libro era el testimonio de una época.

La “peripecia intelectual” de Spengler contenía una filosofía de la historia. Concebía las culturas como una planta que nace, crece, madura y muere. Dentro de este singular círculo determinista de la historia, Europa estaba en su etapa final: en la decadencia o en el hundimiento como tradujo don Miguel de Unamuno. Por otro lado, el libro contribuyó al advenimiento del nazismo. Era crítico de la cultura burguesa, del tecnicismo, los efectos de la modernidad y loaba el dominio (en una pseudointerpretación de Nietzsche), la fuerza y se refería al “sentimiento cósmico de lo racial”, entre otra terminología emparentada después con Hitler y su régimen. Con todo, los dos tomos de Spengler, si bien eran reaccionarios, conservadores, se apegaban a los “hechos”, etc., testimoniaban los efectos nocivos de la civilización: la pauperización de las ciudades, el dominio de los hombres por los medios de comunicación, la propaganda y el arte de dominar a las masas, las formas de dominio político, la tendencia de la democracia a convertirse en dictadura, etc. Todas fueron profecías, como dijo Theodor Adorno, que se cumplieron años después cuando el libro de Spengler había sido olvidado. Esas profecías se materializaron con el ascenso del nazismo, pero también fueron manifestaciones de la sociedad capitalista imperante. Spengler se limitó a poner de presente esa crítica y nada más. Él no era amigo de la utopía
[4].

Esa época fue crítica de la modernidad, los efectos de la técnica, la ciencia, los excesos de la razón y la destrucción de la cultura. Fue una época de malestar. Ya Nietzsche había profetizado el nihilismo desde el siglo XIX y había puesto de presente la necesidad de una transvaloración de los valores, de un nuevo hombre y de una nueva cultura. Es ese malestar el que posibilita en la época las llamadas filosofías de la vida, las cuales criticaron el sometimiento de la vitalidad por la civilización, la técnica, el industrialismo. Así se hicieron posibles obras como Del sentimiento trágico de la vida (1912) de Miguel de Unamuno; El tema de nuestro tiempo (1923) y La rebelión de las masas (1930) de Ortega y Gasset, parte de la obra de la genial María Zambrano; lo mismo que la de Henri Bergson en Francia y la de Max Scheler en Alemania. La obra de Heidegger, especialmente, Ser y tiempo de 1927, también puede inscribirse en ese ambiente espiritual. Todas ellas apuntaban en una misma dirección: añoraban el pasado, criticaban fuertemente el presente y veían el futuro de forma apocalíptica.

Tras la Segunda Guerra Mundial las profecías sobre la decadencia de la civilización europea se fortalecieron. Apareció la demoledora crítica a la civilización de Adorno, Horkheimer, Marcuse, Hannah Arendt, Foucault y algunos de los posmodernistas. En la literatura el ambiente espiritual también se manifestaba: Sartre, Camus, Hermann Hesse, George Orwell, Ernesto Sábato y, por supuesto, en lengua portuguesa, José Saramago. No estaría de más incluir en esta lista al Premio Nóbel de 1950, el filósofo y matemático inglés, Bertrand Russell, que ya en 1924 había alertado sobre la hecatombe a la que nos podía llevar la ciencia en su corto librito Ícaro o el futuro de la ciencia; y al filósofo alemán Edmund Husserl con su Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental publicado póstumamente en 1954.

Con todo lo anterior sólo se quiere decir que la segunda mitad del siglo XX materializó e hizo reales las profecías de muchos intelectuales que desde décadas atrás venían observando el rumbo de la civilización. José Saramago se inscribe en esa pléyade de intelectuales críticos, que a través de una singular literatura ha realizado una crítica demoledora a esa civilización.

En lo que sigue, me centraré en algunos aspectos de la crítica de Saramago a la civilización actual (o lo que con muchos debates a cuestas se ha llamado posmodernidad), centrándome en tres de sus novelas: Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez y La caverna. Asimismo acudiré a algunas entrevistas concedidas por el autor. Es un ejercicio necesario y útil que muestra las relaciones entre literatura y sociedad.
Un escritor insular.

En el mencionado libro de Spengler, también se ha había comprobado la impotencia del intelectual en la sociedad burguesa. Spengler no sólo había hecho la comprobación, sino que él mismo desterraba al intelectual de la vida social y había reprochado sus pretensiones humanistas y salvadoras. Reprochaba además el que “todo pueblo produce esa basura histórica”
[5]. Por otro lado, fuera de Alemania, en Francia, desde el famoso caso Dreyfus, los intelectuales, la “basura histórica” de Spengler, habían empezado a tener otra connotación, más precisamente, habían conquistado un puesto en la sociedad. Como se sabe, todo se remonta al “Manifiesto de los intelectuales” que firmaron en 1898 Anatole France, Emil Zola y Marcel Proust, entre otros, denunciando las injusticias cometidas por el Estado francés contra el general judío Alfred Dreyfus. Ese manifiesto fue acompañado por el panfleto Yo acuso de Emile Zola. En ese momento el intelectual surgió con la misión de “combatir el militarismo, el antisemitismo, la corrupción política, la injusticia como sistema”[6]. Este es el intelectual comprometido que toma parte en los asuntos de la sociedad y que participa como inteligencia en el esclarecimiento de los acontecimientos sociales. Es el intelectual que, guardadas las proporciones, se asemeja al “intelectual orgánico” y “democrático” de Antonio Gramsci o al intelectual “francotirador” o “librepensador” de Lucien Goldmann[7]. Ya no es el intelectual cuya conciencia es de “carácter vacilante”, como lo refiere Lukács en Historia y conciencia de clase[8] (1923) o a la “inteligencia flotante” a la que alude el sociólogo alemán Karl Mannheim en Ideología y utopía (1919), para connotar la ausencia de lazos del intelectual con la sociedad burguesa, en últimas, su aislamiento.

José Saramago no es un intelectual en la “torre de marfil”. Todo lo contrario, ha hecho público su compromiso político y ha participado en eventos sociales y políticos de talla mundial como el Foro Social Mundial de Porto Alegre. Es un intelectual comprometido con la realidad y consciente de que “el mundo no está bien” o como diría Ernesto Sábato: “los cielos y la tierra se han enfermado”
[9]. Con todo, paradójicamente, Saramago no parece un escritor de hoy, pues su novela no ha sucumbido a la trivialización general de la literatura, que con algunas excepciones, se volvió la regla general en la segunda mitad del siglo XX. Así ha descrito éste fenómeno el gran crítico y filósofo colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) al referirse a la desintelectualización de la literatura producida por la sociedad de masas: “La densidad intelectual…fue sustituida por una exuberancia verbal y de imágenes que satisface a un amplio público lector habituado a las sonoridades y monumentalidades de películas y transmisiones televisivas de coronaciones y bodas y funerales aristocráticos y de los llamados ‘ídolos de masas’, artistas de cine, futbolistas, industriales”[10]. Saramago, pues, no ha sucumbido ante la trivialidad publicistica de la era de la técnica y la información que ha facilitado novelones como los de Jorge Restrepo o libros para amas de casa desesperadas y desocupadas como Los caballeros las prefieren brutas de Isabella Santo Domingo; o libros para lectores morbosos como los de Virginia Vallejo y Gustavo Bolívar; asimismo, textos para los consumidores de la religión denominada “autoayuda” como los de Walter Riso y Jaime Duque Linares, entre otros de una lista que sería interminable.

En los libros de José Saramago están presentes las reflexiones filosóficas sobre la vida, la realidad, el tiempo e, incluso, sobre elementos constitutivos de la vida cotidiana de las personas. Por eso “es un escritor insular”. Así lo puso de presente Darío Botero Uribe en una entrevista que le hizo al Nóbel en el año 2001, junto a Ricardo Sánchez Ángel, Darío Henao y Marino Cañizales: “[Saramago] es un escritor de la estirpe de Dostoiewski, de León Tolstoy, de Thomas Mann, de Sartre, de Borges…para quienes la vida intelectual y artística no es ajena a la narrativa. Es por ésta razón un autor insular en el mundo de hoy, en donde pululan los cuenteros con habilidad para narrar historias insulsas de la vida cotidiana, haciendo de la literatura un pasatiempo”
[11].

José Saramago, proveniente de una familia portuguesa humilde, un escritor tardío cuya obra fundamental la desarrolla a partir de los 60 años a pesar de que había publicado su primera novela a los 25 años; un amante de los perros y del ascetismo, un ateo declarado, refleja su talante crítico de la actual civilización en varios aspectos de su obra y de su vida. Personalmente, decidió “recogerse” en la isla de Lanzarote debido a una censura del gobierno de Portugal por su novela El evangelio según Jesucristo (1991). Ese aislamiento tiene un tinte de oposición a la sociedad actual. Refleja la incomodidad de permanecer en la ciudad y en la sociedad de masas. Es algo típico de algunos escritores. Es la necesidad de tranquilidad, ataraxia y, en este caso, de contacto con la naturaleza, la que los lleva a elegir un estilo de vida ascético. Saramago ha dicho que le gusta Lanzarote por el hecho de “que es un pueblo. La gran ciudad ya no la soporto, nunca la soporté”. Es consciente de que la ciudad es afable con quien tiene posibilidades, pero para quien carece de ellas, puede ser un infierno.

Este tipo de crítica es común desde finales del siglo XIX. No solamente en Europa, sino en Hispanoamérica. La ciudad representó ante todo un nuevo ritmo de vida, un nuevo estilo de vivir, que por lo mismo, significaba también la pérdida o paulatino desaparecimiento de los valores tradicionales, lo mismo que su modo tradicional de existencia. La ciudad es, también, la hija de la racionalización moderna, del proceso de aburguesamiento de la sociedad; es hija de la “era del capital” para decirlo con Eric Hobsbawn. La ciudad de masas reflejó las consecuencias de la modernización. Eso también lo puso de presente Spengler en La decadencia de occidente. Uno de las notas de la ciudad de masas moderna es que en ella ya no se vive en comunidad, sino en la sociedad (F. Tönnies) donde reina el anonimato, la escisión y el egoísmo, tal como Hegel describió la sociedad burguesa en La filosofía del derecho (1821). Y ese anonimato, esa soledad en medio de la multitud ruidosa, es lo que genera lo que José Luis Romero en su fundamental Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976) llamó “la orfandad interior”
[12]. La decisión tardía de Saramago de elegir Lanzarote como lugar para vivir, refleja una actitud muy específica hacia los productos sociales de una civilización enferma. Es un rechazo implícito a la dirección que tomó la modernidad y que se refleja en su novela La caverna. Esto no quiere decir que Saramago añore un mundo bucólico, es decir, quiera regresar la historia, sino que critique los excesos producidos por ésta “civilización unidimensional”.

Por otro lado, el estilo mismo de Saramago pone de presente su talante crítico. Es significativo que dos de sus novelas lleven el título de “ensayo”. En estricto sentido el ensayo es un género que se encuentra entre la ciencia y el arte. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que el ensayo requiere, por una parte, un tratamiento adecuado del tema que se aborda. Aquí es necesario delimitar el asunto, navegar en él, plantear una tesis, desarrollarla, sustentarla con coherencia y con rigor, evitando la retórica y las arandelas. El ensayo permite, principalmente, cuestionar y preguntar, antes que resolver problemas. Pero el ensayo también es arte. Es más, éste es el sentido que mejor define los famosos escritos de Montaigne. Que el ensayo tenga una relación con el arte quiere decir que el autor puede darse el lujo de crear, aventurar ideas, dejar fluir sus intuiciones, sus iluminaciones, su imaginación. En el ensayo entendido como arte la subjetividad del escritor sale a flote, se expresa. Es aquí cuando el escritor puede mostrar sus propias cualidades y calidades. El arte en el ensayo, pues, tiene que ver con el contenido que se hace forma, que se manifiesta a través de un determinado estilo. Hay que decir que esta caracterización que se acaba de exponer vale ante todo para el “ensayo filosófico”. En el caso de Saramago, el componente del “arte” es el más notorio en su obra. Es la parte imaginativa, la creación de grandes historias, el estilo, su puntuación inusual que quiere asimilar lo escrito a la música o a la palabra hablada, etc., lo que la hace sui generis. Con todo, estas características no le impiden realizar brillantes críticas al mundo en que vivimos. Incluso, puede decirse, es la reflexión sobre el entorno lo que motiva la creación del escritor y lo que predomina en su trabajo narrativo. En Saramago, el malentendido problema de contenido y forma, problema considerado como un “prejuicio” en el arte por el erudito hegeliano Benedetto Croce en su Breviario de estética (1912), desaparece. Es un contenido crítico o una historia aparentemente inverosímil que logran la conjunción y la armonía perfecta en su forma, esto es, en la novela-ensayo. No son posibles el uno sin el otro. Todo esto sin desconocer que Saramago también escribe poesía.

Sobre la presencia del ensayo en Saramago ha dicho el propio Nóbel: “La novela, para mí, en el fondo, es como un ensayo. Yo a veces digo que a lo mejor ni siquiera soy novelista, yo soy un ensayista que por no saber escribir ensayos, escribe novelas”
[13]. Ese carácter del ensayo se resalta en su concepción de la novela como summa, esto es, en la posibilidad de que en ella estén presentes “la filosofía, el drama, la poesía e incluso la ciencia”[14]. Y en esa summa el narrador juega un papel importante en la obra del portugués. Cuando se lee a Saramago no se está sólo: se está con él. El narrador habla con el lector, ‘lo interrumpe’ con alguna interesante reflexión; no sólo lo guía, sino que es un personaje más. Saramago escritor, pensador, filósofo y crítico de nuestra época, está dentro de sus novelas. Ese “estar” no se refiere simplemente a Saramago como autor o creador de la historia. No. Sino a alguien que constantemente quiere hablarle al lector, que camina junto a él, que quiere desnudar su real forma de ser, de pensar, su ideología, en su obra. Es el filósofo peripatético que nos acompaña. Y eso es, en realidad, muy acorde con alguien que piensa que “la filosofía es un derecho universal, y no una cosa exclusiva de filósofos”[15]. Por eso él ha hecho, tal vez con la irritación de muchos filósofos oficiales, de su obra novelística una tratado de filosofía cuando no de teoría o filosofía política.
Para terminar esta parte sería preciso decir que tal vez hoy muchas fuerzas reaccionarias consideren a José Saramago una “basura histórica” -para usar la expresión de Spengler-, pero lo cierto es que en el desierto nihilista reinante, la suya es una obra al servicio de la dignidad de los pueblos.
La crítica de nuestro tiempo.

En esta parte se pondrá de presente la crítica que en tres obras de Saramago se hace al mundo actual, al mundo del siglo XX y comienzos del XXI. Posteriormente, se harán algunos comentarios relacionados con la crítica de Saramago a la globalización.
La Caverna (2000), el libro que escribió Saramago después de recibir el Premio Nóbel de literatura en 1998, tiene un epígrafe con una cita de la República de Platón. Esa cita sólo se comprende cuando se termina de leer el libro en su totalidad. La cita dice: “Qué extraña escenas describes y qué extraños prisioneros, son iguales a nosotros”. Al preguntársele por esta obra, el Nóbel contestó: “Digamos que nadie elige un título con semejante carga mítica si su trabajo no tiene que ver con la caverna de Platón. Pero mi novela no trata tanto sobre el mundo de las apariencias sino sobre el mundo real de nuestra época, que se volvió aparente. Platón lo escribió hace 2300 años y yo creo que nunca se ha vivido en la caverna de Platón como ahora. Este es un momento en que todo se volvió virtual: el dinero, la realidad que nos enseña la televisión, donde una hambruna y un genocidio son seguidos de un desfile de modas, o sea un mundo de información que se va vaciando de sentido. Hay, como en la caverna de Platón, personas atadas mirando un mueble en la pared, sin mover la cabeza a uno u otro lado. Mirando sombras”
[16].

La anterior es la definición más clara de lo que significa el libro. Con todo, hay otros aspectos que no es posible dejar de lado. La caverna en Saramago es el centro comercial. En el libro se contraponen dos mundos: un mundo tradicional, rural, un pueblito, donde se vive plácidamente, con tranquilidad y modestia. En él imperan costumbres familiares y relaciones afectivas fuertes entre sus miembros, que para el caso, son un viejo alfarero, su hija y un perro; a los que luego se les suma el esposo de la hija. Por el otro lado, existe una ciudad y dentro de ésta un gigantesco centro comercial de 48 pisos: “Creo que la mejor explicación del Centro será considerarlo como una ciudad dentro de otra ciudad”
[17]. Este centro es la contracara del mundo tradicional en el que viven los protagonistas; un centro que sociológicamente corresponde a la sociedad individualista. Ella, en el libro, termina arrasando el tipo de vida tradicional de los protagonistas; mostrando que su vida y su actividad, la alfarería, son desechables en un mundo donde impera la competencia, la eficacia y el afán de lucro; una sociedad cuantitativa que no distingue personas. Es lo que le sucede a millones de campesinos, artesanos, etc., en el mundo de hoy: sucumben ante el poderío de las multinacionales y sus vidas se quedan sin sentido. Saramago lo relata al final del libro cuando dice: “la alfarería ya se había acabado, de una hora para otra hemos pasado a ser extraños en este mundo”[18].

En el libro, el Centro termina absorbiendo la vida de los alfareros. Ellos se mudan al gran centro comercial. En una gran valla, en letras mayúsculas, se dice: “VIVA SEGURO, VIVA EN EL CENTRO”
[19]. En el centro hay de todo: “allí se encuentra lo que en cualquier ciudad, tiendas, personas que pasan, que compran, que conversan, que comen, que se distraen, que trabajan, O sea, exactamente como en el pueblo atrasado donde vivimos”[20]. Saramago describe un centro comercial donde no falta nada. Además de lo descrito hay diversiones que simulan artificialmente los climas, la playa, la lluvia[21]; hay un zoológico, una cascada, un gimnasio, un campo de tennis, cafés, restaurantes…todo, absolutamente todo. El centro comercial es asemejado a Dios: “no exagero nada afirmando que el Centro, como perfecto distribuidor de bienes materiales y espirituales que es, acaba generando por sí mismo y en sí mismo, por pura necesidad, algo que, aunque esto pueda chocar a ciertas ortodoxias más sensibles, participa de la naturaleza de lo divino”[22], llega a asegurar en un momento el viejo alfarero Cipriano Algor.

Sin embargo, no todo es maravilloso. Saramago termina describiendo el Centro comercial como un panóptico, como una gran prisión, donde hay una vigilancia permanente, los espacios terminan siendo reducidos y donde impera una artificialidad que aparta al hombre de la naturaleza, del aire puro. Es la “jaula de hierro” que teorizó Max Weber, atiborrada de hombres mediocres e iguales. Es lo que se puede ejemplificar con la frase de Saramago: “En la vida todos son uniformes, el cuerpo sólo es civil cuando está desnudo”
[23]. El centro comercial de Saramago materializa en la imaginación literaria lo que Michel Foucault llamó la “sociedad disciplinaria”, en la cual el cuerpo es, precisamente, el objeto privilegiado del poder.

No está de más decir aquí que la novela de Saramago debe dar pie para que en la actualidad se ponga en marcha una sociología del centro comercial, el cual se ha convertido en un espacio donde se puede pasear, comprar, comer, ir a cine, divertirse, en últimas, donde los hombres dejan de ser “extraños en este mundo” mientras llenan su “orfandad interior”. Los centros comerciales hoy, en cualquier ciudad media de Colombia, son, a diferencia de lo que muestra Saramago en La caverna, símbolos de desarrollo y modernización. Muchos de ellos han crecido en Pereira, Villavicencio, Neiva, Ibagué, con dineros de dudosa procedencia. De todas formas, para una determinada clase, asistir al centro comercial se convierte en una escenificación de su posición social o al menos, un remedio para la “vida dañada” (Adorno). Una sociología de los centros comerciales comprobaría la eficiencia de los mecanismos que utiliza la sociedad capitalista de control para seguir logrando lo que los teóricos de la Escuela de Frankfurt llamaron la “vida administrada”.

Por su parte, Ensayo sobre la ceguera (1995) es una obra fantástica, pero con un profundo contenido crítico. El argumento es sencillo. Todo empieza cuando un habitante de la ciudad que conduce su auto se queda ciego; luego un ladrón que le roba su auto queda ciego y el médico que examina al primer ciego, enceguece igualmente. De esa forma la epidemia de la ceguera se expande hasta que todos los habitantes de la ciudad se quedan ciegos, excepto la mujer del médico que decide ayudar a los demás. Es una ceguera sui generis, es blanca. Una vez todos están ciegos, menos la mujer, empieza el desastre. El libro es muestra de la portentosa imaginación de Saramago. Al lector le da la impresión de que para describir con tal nivel de realismo los hechos desastrosos e insólitos que pasan en la ciudad, el propio autor hubiera tenido que experimentar la ceguera.

El libro es extremo. Describe las peripecias de un grupo de ciegos por sobrevivir en una ciudad que se ha vuelto un caos. Lo más aterrador es comprobar el abismo al que puede caer la dignidad humana en determinadas condiciones. Aunque eso ya se vivió, por ejemplo, en los campos de concentración del nazismo. El libro muestra que una vez dada la epidemia del mal blanco, el “mar de leche”
[24], hay confinamientos en sitios de reclusión, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad de la ciudad, asesinatos, peleas por la comida y los alimentos, hurtos, abusos de autoridad, violación de mujeres[25] y mil actos de barbarie más. Pero a pesar de las degradantes condiciones en las que tienen que vivir los ciegos, Saramago da un espacio al amor, la solidaridad y el apoyo que ellos deben prestarse para poder mantenerse en un mundo totalmente adverso.

Lo importante aquí, es que el libro termina siendo, además de una excelente historia, una brillante crítica a la civilización. Ha dicho el propio autor: “el Ensayo sobre la ceguera no puede ser entendido como esa cosa sencilla de que uno está ciego. Partamos de que una novela es una alegoría. La ceguera es metafórica, lo que yo quiero decir es otra cosa”, “yo aludo a una ceguera de la razón. Somos ciegos a la razón y nos comportamos como ciegos. Y la verdad es que si miramos el estado del mundo, ahora mismo…no parece que el mundo sea dominado por lo que llamamos una especie racional. Mi novela se plantea qué es lo que ocurre cuando el hombre […] se encuentra en una situación límite en que la poca razón que tiene ya no tiene lugar […] En el fondo se trata de la visión como entendimiento, como capacidad de comprender. Y al perder la visión en ese sentido metafórico, lo que uno está perdiendo es la capacidad de comprender. Está perdiendo la capacidad de relacionarse, de respetar al otro en su diferencia, sea cual sea […] Es toda una ciudad que retrocede al instinto, que yo no llamaría puro, porque lo que sale todas las veces, y lo que está saliendo ahí, es la violencia, la extorsión, la tortura, el dominio del uno por el otro, la explotación”
[26].

En este ensayo he situado a Saramago en el contexto intelectual del siglo XX y en su crítica a la modernidad. Aquí Saramago se puede inscribir en las ya numerosas críticas que se le han hecho al racionalismo, pero en su caso no es por exceso, sino por defecto. Es decir, la crítica no se centra en los supuestos excesos de la razón, sino en sus carencias, en lo que le falta realmente al hombre para ser racional. Veamos someramente este aspecto.

Max Weber, con un pesimismo fundado, previó la destrucción del individuo y la cultura en manos de los excesos de lo que él llamó la “razón formal”; habló del “espíritu coagulado” que impondría la especialización y la racionalización de la sociedad moderna. Por otro lado, los miembros de la Escuela de Frankfurt criticaron la razón instrumental, la cual situaron en la Ilustración misma; Habermas, buscando equilibrar la razón, lo que implica aceptar las criticas que se le han formulado, ha propuesto la razón comunicativa para remediar el problema. Asimismo, Lukács escribió un libro titulado El asalto a la razón (1952) donde ponía de presente los orígenes del nazismo; crítica que cobijaba manifestaciones similares producidas en la sociedad del siglo XX. Éstas, entre otras críticas.

José Saramago no ha dudado de que el hombre sea racional, pero sabe que lo es parcialmente, es decir, no es racional del todo y frecuentemente, por no decir la mayoría de las veces, se comporta irracionalmente. Tal vez por eso, parodiando a Goya, ha dicho, “El sueño de la razón, ese que nos convierte en irracionales, hace de cada uno de nosotros un pequeño monstruo. De egoísmo, de fría indiferencia, de desprecio cruel”. Pero en él, la crítica a la razón no tiene la radicalidad de los filósofos mencionados. Y esa crítica no lo ha llevado a descreer de ella, sino a la pretensión de que el hombre debe volverse realmente racional. Es decir, la propuesta de Saramago sería completar la razón, sólo cuando eso suceda seremos verdaderamente humanos: “quizás lo que esté ocurriendo con nosotros sea una caminata lenta, muy lenta, llena de contradicciones, en dirección a la razón. Pero no creo que hayamos llegado todavía […] La razón que me importa más es la que tiene que ver con mi par, la relación que yo tengo con el otro”
[27]. De tal manera que lo que otros pensadores denuncian como los excesos de la razón, sólo son para Saramago los efectos de las contradicciones de la razón o, mejor, los resultados de una razón incompleta, que no se ha realizado totalmente. En este caso, esa realización o completitud de la razón, implicaría humanizar al hombre, al otro, y remediar los efectos nocivos que se han producido en la civilización.

En la entrevista con Halperín que se ha venido citando, Saramago afirma algo desconcertante, pero no sin sentido. “yo ya lo he dicho, que lo peor que le ha ocurrido al hombre ha sido descubrir que era inteligente, porque en el momento que descubrió que era inteligente se volvió loco”
[28]. Es decir, el hombre no fue capaz de aguantar la “evidencia de la inteligencia”; aquí la razón no impetró la responsabilidad que esa inteligencia reclama y exige, tal vez de ahí la locura de ésta civilización[29].

Con el Ensayo sobre la ceguera Saramago aportó sin duda a los álgidos debates sobre la razón en el siglo XX. Este libro le ha permitido decir al portugués que “nos falta mucho para llegar a ser verdaderamente humanos”, que carecemos de “visión”, esto es, de entendimiento, comprensión del otro, convivencia, respeto, solidaridad, para poder solucionar los grandes problemas que aquejan a nuestras sociedades.

Por su parte, el libro Ensayo sobre la lucidez (2004) refleja, a mi juicio, las impresiones que le causaron al autor las dictaduras y los totalitarismos del siglo XX. El propio Saramago padeció los efectos de la dictadura de Salazar en Portugal, de ahí que éste aspecto de la política del pasado siglo lo haya influido notoriamente. Ensayo sobre la lucidez es un texto que se puede poner al lado de libros tan importantes como el monumental Los orígenes del totalitarismo (1948) de la pensadora germano-norteamericana Hannah Arendt, Rebelión en la granja (1945) o 1984 (1949) de George Orwell, entre otros. Si bien Saramago no se refiere a un totalitarismo en la dimensión del régimen nazi o soviético, pues su crítica está enfocada a una democracia totalitaria, la obra trata aspectos que los libros mencionados expusieron de forma brillante y cruda: el poder de los medios de comunicación y su relación con el dominio de las masas, el terrorismo sobre la sociedad, la sospecha como actitud generalizada, los alcances y excesos de la burocracia como herramienta que hace posible y materializa el fascismo social, etc.

Ensayo sobre la lucidez es un libro que empalma con Ensayo sobre la ceguera. Si la ceguera era ceguera de la razón en el primer libro, ahora es la visión, el entendimiento, la lucidez, la que Saramago muestra como respuesta a esa ceguera inicial. Es decir, la lucidez es la utopía realizada frente a la ceguera irracional generalizada en el texto de 1995. Saramago muestra en estos dos libros dos contrastes. El primero es el reflejo de la violencia humana, de su ‘inmadurez’, de su minoría de edad, y el libro del 2004 es lo opuesto, esto es, la luz de la razón que alumbra las mentes de unos ciudadanos que deciden ‘rebelarse’ contra un orden injusto, contra una ‘democracia de escrituras’ (la expresión es de Fernando González Ochoa en su libro Los negroides, 1936), corrupta y segura de su dominio sobre la sociedad; es una lucidez social que el gobierno autoritario y corrupto se empeña, en una especie de malabarismo verbal y con cuestionables métodos policivos, en convertir en una ceguera, más precisamente, en una abierta insurrección contra el Estado, en una conspiración contra los cimientos mismos del orden social, en terrorismo. Pero Saramago es claro en el mensaje que quiere transmitir: “Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado”
[30]. Es el voto en blanco, el símbolo de esa lucidez social. Ese símbolo es un no rotundo, decido y consciente del pueblo frente a la autoridad establecida.

La lucidez también está representada, a mi modo de ver, en el anarquismo que se practica y se materializa en la novela-ensayo. Aquí el anarquismo no es el de la experiencia histórica, no es el anarquismo que practica el terrorismo con pasión, no es el anarquismo terrorista pregonado por el último Bakunin; por el contrario, es el anarquismo en su más puro sentido filosófico, esto es, un anarquismo que recoge los principios de autolegislación y autonomía de Inmanuel Kant y que por eso mismo concretiza la libertad, el autogobierno sin amos, sin autoridades. Es la sociedad perfecta que muchos han soñado, con individuos libres, responsables, solidarios, igualitarios y conscientes de los límites de su libertad. Esa es una lucidez que está plasmada en el libro y que en estricto sentido no entra en contradicción con el cantado “comunismo hormonal” de Saramago, porque el comunismo, etapa posterior a la desaparición del estado, también es, al fin de cuentas, anarquista
[31].

Los temas que trata el libro, entre ellos, el voto en blanco, el terrorismo de estado, la manipulación política, la mentira institucionalizada, el papel de los medios de comunicación, “los falsos positivos”, el asesinato de la oposición, la demoledora crítica a los límites de la democracia, etc., lo hermanan, como ya se dijo, con grandes tratados de teoría política y filosofía del siglo XX, como por ejemplo, El marxismo soviético (1958) de Herbert Marcuse. Son estos temas los que hacen del libro una magnífica obra literaria que alumbra sobre la política moderna y sus mecanismos opresivos de funcionamiento.

Especial atención merece la relación expuesta en el libro entre el pensamiento, la inteligencia y el poder, la política y el autoritarismo: “Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar las cabezas antes de que comiencen a pensar, ya que después puede ser demasiado tarde”
[32]. Saramago pone de presente aquí que el totalitarismo es represivo con la intelectualidad, con la inteligencia. Este es uno de los aspectos que el siglo XX se dio el lujo de probar hasta la saciedad: “Basta mencionar el trato dado en Italia a Antonio Gramsci y, recientemente, a Antonio Negri; en la España franquista a Gaos; en Argentina la dictadura persiguió a Enrique Dussel y a Arturo Andrés Roig; en Alemania a Freud, Hesse, Mann, Marcuse, Horkheimer, Adorno y Walter Benjamín. Estos ejemplos son suficientes para comprobar la incompatibilidad del autoritarismo mezquino con la crítica intelectual. Un sistema que miente no puede admitir críticas a sus verdades”[33].

Lo dicho sobre los tres libros de Saramago, sólo muestran un autor comprometido con la sociedad, con el mundo en que vive; un hombre a quien le duele, como a Sábato, la humanidad; un literato que no es un cuentero, sino un pensador de nuestro tiempo; un crítico del pasado, del presente y un hombre que aboga por la construcción de un futuro donde la razón ética, no la de la ciencia y la técnica, sino la de la convivencia y el respeto por el otro, la práctica de la solidaridad y la bondad, los derechos humanos, sean los cimientos mismos de la sociedad.
Para terminar.

José Saramago es un duro crítico de la globalización, de la “Disneylandia global” para usar una expresión suya. Ha dicho que las tres enfermedades de esta civilización son “la progresiva incomunicación, una revolución tecnológica que no tenemos tiempo para asimilar ni sabemos a dónde nos lleva, y una concepción de la vida que únicamente pasa por eso que llamamos el triunfo personal”
[34]. Ésta es una época que dará paso a otra, de la cual no sabemos mayor cosa. En esta tesis, como se ve, Saramago sostiene, como muchos intelectuales del siglo XX, que la modernidad está en crisis y que vivimos su decadencia o su “final”. El escritor portugués ha sostenido que lo que inició en el siglo XVIII, esto es, la modernidad como ilustración, está cuestionada y que el hombre se encamina hacia una época muy distinta. En términos generales, puede decirse que el Nóbel es pesimista frente al futuro.

Esta sociedad veloz, rápida, “apariencial”, de simulacros o “cultura de eyaculación precoz”, como sugestivamente llamó Jean Baudrillard a la posmodernidad
[35], ha atentado contra la educación de las personas. Los métodos educativos no lograron estar a “la altura de los tiempos”, para usar una expresión de Ortega y Gasset. Dice Saramago en conversación con Jorge Halperín: “El conjunto de la gente está más ignorante por dos motivos: primero, porque hay infinitamente más cosas por saber que antes, lo que plantea un desafío imposible. Y, en segundo lugar, porque los sistemas de enseñanza tuvieron que entrar por la fuerza en la masificación y no se prepararon para el cambio. La gente sale de la universidad sin saber. Entonces, por un lado, hay una minoría que controla el conocimiento y controla todo, y por el otro, la ignorancia se expande masivamente como también la pobreza y la miseria”.

Es esa sociedad veloz la que ha minado los fundamentos de la socialidad, la que ha creado la “incomunicación”, la que ha hecho del hombre una “abeja sin panal”, para usar la expresión del maestro Rafael Gutiérrez Girardot; es esa sociedad la que ha hecho de la democracia un tema extraño, distante: “Todo se discute en este mundo, excepto una cosa: no se discute la democracia”. Y en el fondo el proyecto de la democracia hoy lo encontramos en la lucha por los Derechos humanos de 1948. En esos derechos está todo. Sólo hay que materializarlos. Con todo, su no realización no se ha dado, precisamente porque concretarlos va contra el actual sistema capitalista. Por eso reivindicar los derechos humanos implica, para el novelista portugués, oponerse a lo que está pasando.

Saramago, es bien sabido, es un fuerte crítico del capitalismo actual. Él se ha declarado un “comunista hormonal”. Pero su comunismo, que podría causarle una parálisis a un anticomunista trasnochado, no es el de China, ni el de la Unión Soviética, es, por el contrario, un comunismo que podríamos llamar “principialista”, que acoge la afirmación de Marx según la cual: “el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente”. Ni el capitalismo, ni el socialismo real, ni las izquierdas políticas, formaron las circunstancias humanamente, por eso hay que apelar a la solidaridad, la razón ética, el respeto de la diferencia, los Derechos humanos.
Por último, cabría decir que en la obra de José Saramago el lector puede encontrar temas como el compromiso, lo fantástico, el coraje, la ironía, la denuncia, el pesimismo, la muerte, la vejez, pero también están presentes en su obra la esperanza y la utopía, el deseo de un mundo mejor. Es todo esto lo que hace de este escritor un intelectual al servicio de la humanidad; un escritor que pone su pluma al servicio de la emancipación.

* Este artículo es publicado con autorización del autor.
Notas
[1] Citado en: ADORNO, Theodor. Crítica cultural y sociedad, Madrid, Sarpe, 1984, p. 32
[2] Ensayo sobre la lucidez, Bogotá, Santillana, 2006, p.155.
[3] SPENGLER, Oswald. La decadencia de Occidente: En: http: //foster.20megsfree.com/spengler1.htm.
[4] ADORNO, Theodor, Op. Cit., pp. 23-56.
[5] Ibíd., p. 53.
[6] GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael. El intelectual y la historia, Caracas, La Nave Va, 2001, p. 21.
[7] FERNÁNDEZ, Jorge. “Creación literaria, visión del mundo y vida social en Lucien Goldmann”. En: Argumentos, Nos. 10/11/12/13, Bogotá, 1985, p. 143.
[8] LUKÁCS, Georg. Historia y conciencia de clase, Madrid, Sarpe, Tomo I, 1984, p. 11.
[9] SÁBATO, Ernesto. Antes del fin. Bogotá, Biblioteca El Tiempo, 2004, p. 117.
[10] GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael. Heterodoxias, Bogotá, Taurus, 2004, p. 324.
[11] BOTERO URIBE, Darío, et al. “José Saramago: la lucidez al servicio de la emancipación”. En: Revista Politeia, No. 27, Bogotá, 2001, p. 2.
[12] ROMERO, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1999, p. 449.
[13] Véase BOTERO URIBE, Darío et al, Op. Cit., p. 5.
[14] Ibíd.
[15] SARAMAGO, José. Soy un comunista hormonal. Conversaciones con Jorge Halperín. Bogotá, Le Monde Diplomatique, Editorial Oveja Negra, 4ª edición, 2004, p. 80.
[16] Ibíd., p. 75.
[17] SARAMAGO, José. La caverna. Bogotá, Santillana, 2006, p. 292
[18] Ibíd., p. 396.
[19] Ibíd., p. 104.
[20] Ibíd., p. 292
[21] Ibíd., p. 356-358.
[22] Ibíd., p. 332
[23] Ibíd., p. 128
[24] SARAMAGO, José. Ensayo sobre la ceguera, Buenos Aires, editorial sol 90. Colección Premios Nóbel, 2003, p. 11.
[25] Ibíd., p. 134.
[26] SARAMAGO, José. Soy un comunista hormonal. Op. Cit., pp. 51-52. Supresiones fuera del texto, D.P.
[27] Ibíd., p. 59.
[28] Ibíd., pp. 36-37
[29] CASAS RODRÍGUEZ, Dolcey. “Contrariando profecías y fantasías. La historia no ha llegado al final, sino que no ha empezado. La insurrección contra la modernidad y el postmodernismo en la obra de José Saramago”. En: Revista Politeia, No. 27, Op. Cit., p. 84.
[30] SARAMAGO, José, Ensayo sobre la lucidez, Op. Cit., p. 204.
[31] Véase, BOTERO URIBE, Darío, “Utopía, anarquía y derecho”, ensayo incluido en su libro El poder de la filosofía y la filosofía del poder, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 3ª edición, I, 2001, pp. 77- 94.
[32] SARAMAGO, José, Ensayo sobre la lucidez, Op. Cit., p. 140.
[33] PACHÓN SOTO, Damián, La civilización unidimensional. Actualidad del pensamiento de Herbert Marcuse, Bogotá, Ediciones Desde abajo, 2008, p. 131.
[34] Citado en CASAS RODRÍGUEZ, Dolcey. “Contrariando profecías y fantasías. La historia no ha llegado al final, sino que no ha empezado. La insurrección contra la modernidad y el postmodernismo en la obra de José Saramago”, Op. Cit., p. 84. Véase también su ensayo “Leyendo a José Saramago”, en: Revista Politeia, No. 25, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 235-241.
[35] BAUDRILLARD, Jean, Olvidar a Foucault, Valencia, Pre-textos, 2001, p. 31