La Autenticidad en la Utopía Política Martiana[1]


Damián Pachón Soto (*)

“Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad”
[2]
José Martí


Martí y el problema del pensamiento latinoamericano
Fernando Savater afirma: “la utopía es el sueño de uno y la pesadilla de todos”. Creo que la utopía martiana fue una verdadera pesadilla para los españoles, no para su pueblo. Esto se debió, principalmente, a que Martí era un pensador de su tiempo. Él pensó en las condiciones concretas y en las necesidades específicas de la Cuba del siglo XIX. Una Cuba ávida de libertad y de deseos de progreso. Una Cuba joven, vigorosa, que deseaba, para utilizar la expresión de Herman Hesse, “romper el cascarón del mundo” para lanzarse como pueblo libre a la universalidad de la humanidad.

La filosofía y la utopía no son ahistóricas, parten de determinadas condiciones. Se refieren a algo concreto y prefiguran un futuro posible. La utopía comprende que el hombre está en el reino de la posibilidad y como tal, puede proyectarse sobre un mundo soñado por él. Esto es claro en el pensamiento de Martí. Martí es un pensador de su tiempo tal como lo fue Marx. Martí conoció las necesidades y las carencias de su pueblo, por ello su pensamiento es un pensamiento que corresponde al imaginario colectivo y que busca dar respuestas a ese sueño cubano.

Martí es, a mi juicio, uno de los pocos pensadores latinoamericanos que no se enfrascó en la unilateralidad procedimental de muchos americanistas. En efecto, los pensadores latinoamericanos han fluctuado entre un chovinismo excesivo o continentalismo pletórico y un esnobismo vulgar y acrítico. Los primeros no reconocen el legado, ni la influencia cultural de Europa y abstraen al ser latinoamericano como un ente “puro”, lo desarropan de su pasado y, en cierta forma, de su esencia histórica; los segundos “son colonizados(...); se reconocen en un mundo que los niega y niegan el mundo que podría afirmarlos”
[3]. Los primeros no quieren aceptar unas categorías conceptuales que Europa nos ha facilitado. No entienden que nada parte de la nada. Los segundos se sumergen acríticamente en ideologías transoceánicas y extrañas y las trasponen en América Latina para dar respuesta a problemas propios, creando así una abrupta disonancia entre la teoría y la realidad concreta. A estos últimos Martí, en Nuestra América, les dice:

“Y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce (...). El gobierno ha de nacer del país”
[4].

En el primer grupo, que llamo chovinistas, según Larraín Ibáñez
[5], encontramos las corrientes indigenistas, antihispanistas, esencialistas radicales, etc.; en el segundo grupo encontramos intelectuales como Sarmiento y Alberdi, llegando hasta los exponentes posmodernos de la identidad cultural. Estas dos posiciones extremas no brindan la mejor solución al problema de la filosofía latinoamericana, pues se tornan unilaterales, excluyentes, unidimensionales.

Para tratar de desenredar el problema, quisiera traer a colación el ejemplo que nos muestra Víctor Frankl. Él aduce que los pueblos hispanoamericanos se encuentran frente al pensamiento europeo en la misma posición como se encontraban los pueblos romanos-germánicos de la Edad Media frente al pensamiento antiguo. En el caso de Europa, los pensadores del medioevo utilizaron las bases del pensamiento antiguo y construyeron una filosofía auténtica. Frankl sostiene que los intelectuales latinoamericanos no tienen por qué desechar un material conceptual que en gran medida está inserto en nuestras percepciones y en nuestra forma de ver el mundo; opina que los pueblos jóvenes, en el decurso histórico, han sido más propensos a crear una filosofía auténtica, pero precisamente esa juventud implica recurrir a modelos conceptuales que les permitan comprender mejor esa singularidad para de esta forma poder expresarse auténticamente. Por ello propone: “Usar la filosofía europea para comprender más profundamente la realidad americana y para expresarla (la realidad nuestra) en una auténtica filosofía americana”
[6].

Lo que pone de presente Frankl es que los pueblos pueden crear nuevas categorías epistemológicas y conceptuales y unirlas con conceptos preestablecidos ya sea por legado o por influencia cultural (esto presupone una visión abierta y rica de Cultura donde ésta no se desdibuja sino que se alimenta constantemente), y así poder crear respuestas a sus problemas específicos, pensar su mundo concreto, crear un pensamiento nuevo. La asunción y la posterior transformación de un sistema conceptual no implica que el producto no sea original ni genuino, pues nadie duda de la riqueza filosófica de la escolástica y nadie puede aseverar que San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás no fueron originales. Lo que quiero decir es que el pensamiento tiende a la universalidad y por ello no podemos descartarlo como una herramienta útil y necesaria para el despliegue del espíritu de un pueblo.

Pero, como lo anoté arriba, Martí se aleja de esos extremos restringidos. Él comprendió lo que Zea expondría muchos años después: “las utopías parten de sus propias topías, de realidades que han de ser negadas y superadas. Pero realidades siempre. Se quiere aquello que no se tiene, pero se parte de lo que se tiene. No se parte de la nada bíblica...”
[7]. Esta primera premisa, que hace énfasis en el ser latinoamericano, se une en Martí con su universalismo. Él, gracias a su heterogénea formación intelectual, facilitada por su trasegar por Europa, los Estados Unidos y, por supuesto, Latinoamérica, no podía concebir al hombre aisladamente. Martí entendió que las culturas no son cerradas, entendió que éstas reciben influencias externas, influencias que la cultura receptora debe asimilar y procesar sin desdibujarse. Esto es claro en “Nuestra América” cuando afirma: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. Éste pensamiento universalista no opta por crear discordancia entre los pueblos; Martí aúna por la convivencia pacífica en América: “ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma...”

Hay en Martí un humanismo tan acentuado -que lo acerca más a esa universalidad en cuanto a la concepción de los pueblos y del hombre mismo- que se refleja en su rechazo al racismo: “El hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”
[8]. El humanismo de Martí, es de una perspectiva antropológica rica, es un humanismo que aboga por la construcción del ser, de la bondad, es un humanismo cuyo eje central es la dignidad plena.”[9]

A pesar de la insistencia de Martí en partir de las realidades, lo que es bastante notorio en su principal escrito “Nuestra América”, él logra un equilibrio perfecto entre lo que debe ser el puesto de un pueblo en relación con la interacción con los demás y lo que significa pensar por uno mismo, “pensar para servir”, pensar para la realidad latinoamericana. En cuanto al problema de un filosofar y de un pensamiento propio es preciso decir, que Martí se ubica en una posición que hermana los dos extremos absolutos desde donde, a mi juicio, erróneamente, se ha pensado a América Latina.

Ética y autenticidad en la utopía política martiana
“Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad”
[10]
JOSÉ MARTÍ

La utopía es la discordia entre el deseo y la realidad, pero para llegar a esa realidad deseada se requiere acción. No se logra lo que se desea en la pasividad vegetante del espíritu. Esto es diáfano en el pensamiento, obra y vida de Martí, que al igual que nuestro mártir Camilo Torres, murió luchando por sus sueños: “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio que vencen a las otras”. Para Martí el hombre debe ser activo, no debe esperar que la divinidad se ocupe de sus designios, pues él es el dios de la humanidad y el artífice exclusivo de su destino
[11]. Al igual que Protágoras, consideraba que el hombre era la medida de todas las cosas.

Pero la actitud activa de Martí parte de una postura ética. Actitud que indica, como él lo muestra en sus apreciaciones sobre la naturaleza humana, que el ser se construye históricamente en su hacer. El hecho de hacer hincapié en las realidades, en las necesidades presentes en su tierra, en su Cuba, implica de fondo un compromiso que iría dirigido a superar esas desavenencias. Eso fue lo que buscó Martí con su humanismo. Buscó construir un hombre nuevo que empleara sus fuerzas en la materialización de su utopía, de la utopía cubana.

Hay en Martí un rescate del “si-mismo”, esto es, asumir el ser con radicalidad, su pueblo mismo, con sus raíces, lo cual implica un amor profundo por su gente, por su pueblo, por su sangre, por su país. Martí quería hacer de Cuba lo que él había soñado de ella, pero su “gente”, su carisma, su personalidad lo hacían pensar de una manera más amplia: Martí dedicó gran parte de su obra al análisis de la realidad latinoamericana.

La autenticidad es el primer elemento de la identidad, ésta última implica reconocerse perteneciente a una cultura propia y, además, implica una relación con el jus sanguinis y el jus solis, esto es una relación sangre- tierra
[12]. A eso apunta el pensamiento martiano: a la defensa de su Cuba y a la defensa de su pueblo, de sus consanguíneos. La utopía martiana parte, si se quiere, del postulado socrático: “conócete a ti mismo”, pues en innumerables textos apela a la necesidad de que el pueblo latinoamericano se autodescubra, se reconozca. Por ello criticaba a quienes estudiaban en Europa y luego venían a América a experimentar con sus teorías y su aprendizaje ajenos a las problemáticas latinoamericanas. Martí comprendió como Nietzsche que: “Ningún pueblo habría podido vivir si antes no hubiera hecho sus valoraciones; más si quiere [ría] conservarse, no puede [día] valorar como valora [ba] su vecino”[13].

La autenticidad, para lograr un proyecto histórico nacional, implica un alto grado de autonomía, esto era bien claro en Martí, que al igual que Bolívar veía en los Estados Unidos un peligro para nuestra América. Martí veía en Estados Unidos la pretensión de hacer realidad la doctrina Monroe. En uno de sus innumerables escritos dijo lo siguiente: “Púsose de píe en las montañas del istmo y abrió los brazos para impedir el paso a pueblo alguno de Europa”, para dejar a los Estados Unidos como “señora Exclusiva de América”
[14]. Martí no sólo criticó las políticas imperialistas de los Estados Unidos, sino que atacó su perverso amor por el dinero, por la riqueza: allí hay una sociedad “donde no existe más elemento espiritual que el ansía de posesión carente de la comunidad de amor”, sostuvo. Los Estados latinoamericanos para poder proyectarse en el mundo debían evitar esas injerencias nocivas del país del norte. Éste era una amenaza para la autonomía que requerían los pueblos del “hombre natural” para lograr materializar su utopía.

Martí, al igual que Kant, vió imposible la escisión entre política y moral, entre política y ética
[15]. El ejercicio político y el buen gobierno son compromisos éticos. Él veía la política como una herramienta conciliadora, una herramienta que facilitara la convivencia pacífica de los pueblos:

“La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos”
[16].

En su escrito Pobres de la tierra Martí nos dice al respecto: “el gobierno de un pueblo es el arte de ir encaminando sus realidades, bien sea rebeldías y preocupaciones, por la vía más breve posible, a la condición única de paz, que es aquella en que no hay un solo derecho mermado”
[17]. Martí era consciente de que la política, en muchos casos “degeneraba” al hombre, pero él defendía un tipo de política, la política que buscara “hacer felices a los hombres”:
“Cuando la política tiene por objeto poner en condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de gobierno priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la felicidad, falta al deber de hombre quien se niegue a pelear por la política que tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro”
[18].


Indubitablemente Martí y Bolívar son los pensadores más grandes que han brotado del seno de Nuestra América. Un intelectual, un luchador, un revolucionario, un humanista, un universalista, un hombre para América, para Cuba y, por supuesto, para la humanidad. Martí, el poeta que expresó su delirio libertario con el canto melodioso de su literatura, de su poesía. Martí el esteta de las letras, el esteta de la política. Un modelo del hombre político, honrado, comprometido con su pueblo; tipo humano que anhelan y añoran hoy las repúblicas latinoamericanas. Martí: la encarnación de un pueblo y, finalmente, el hombre humilde y sencillo que reconoció que: “no es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre”
[19]. Ese hombre, en quien se enarboló Cuba, fue José Martí.

(*) Damián Pachón Soto es Abogado por la Universidad Nacional de Colombia. Ensayista. Autodidacta en Teoría Política y Filosofía. Autor del libro: La civilización unidimensional. Actualidad del pensamiento de Herbert Marcuse (en proceso de edición). Entre otros artículos podemos citar Antonio Negri y Michael Hardt: ¿la “resurrección” de la utopía comunista? En la revista planeta Sur Nº 2
[1] Presentado para participar en el IX simposio sobre filosofía latinoamericana, La Habana, Cuba, enero de 2003. inédito.
[2] MARTÍ, José. Por Nuestra América. (Compilación). Editorial El Búho, Bogotá, 1986, p. 66
[3] BOTERO URIBE, Darío. El proyecto de Bolívar es una realidad en marcha. Reportaje con el filósofo mexicano Leopoldo Zea. En Revista Politeia Nro. 20, “Cultura e identidad en América Latina”. Universidad Nacional, Bogotá, 1997, pp. 26-27.
[4] MARTÍ, José. Nuestra América. En “Antología”. Biblioteca General Salvat, España, 1972.
[5] LARRAÍN IBÁÑEZ, Jorge. Modernidad, razón e identidad en América Latina. Editorial Andrés Bello, Chile, 1996.
[6] FRANKL, Víctor. Hispanoamérica y el pensamiento filosófico europeo. En “Espíritu y camino de Hispanoamérica”. Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1953, pp. 64 y 80
[7] ZEA, Leopoldo. América como autodescubrimiento. Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericano y del Caribe, Publicaciones Universidad Central, Bogotá, 1986, p. 40
[8] MARTÍ, José. Mi raza. En : “Por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 67
[9] GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 163
[10] MARTÍ, José. ¿Queremos a Cuba?. En: “Por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 154
[11] GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano. Edit., Cit., p. 168
[12] BOTERO URIBE, Darío. Manifiesto del pensamiento latinoamericano. Tercera Edición. Editorial, Magisterio, Bogotá, 2002, p. 55 y 58
[13] NIETZSCHE. Así habló zarathustra, Planeta –Agostini, Barcelona, 1992, p. 77
[14] DÍAZ GRANADOS, José Luis. José Martí, pensador del siglo XX. En: Revista Politeia Nro. 18, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1996, p. 73
[15] KANT, Inmanuel. La paz perpetua. Editorial Porrúa, 12ª edición, México, 2000.
[16] MARTÍ, José. Por Nuestra América. Edit., Cit., p. 8
[17] MARTÍ, José. Los pobres de la tierra. En “por Nuestra América”. Edit., Cit., p. 19
[18]MARTÍ, José. La política. Nueva York. 1892. En: Cuba, política y revolución. Obras completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 336
[19] MARTÍ, José. La fiesta de Bolívar. Patria, Nueva York, 31 de octubre de 1893.