La necesaria conjugación de lo universal y lo particular. Poder y sentimiento (1)


Jacinto Rivera de Rosales (*)

Resumen
Tanto el individuo como las comunidades necesitan organizar un tipo de poder sobre sí mismos, sobre los otros y sobre la naturaleza, para el asentamiento de la vida. Este dominio de lo otro ha de ser llevado a cabo desde el respeto a la diversidad y la sostenibilidad de los recursos. Pero el hombre necesita también una identidad sentida en la comprensión y la objetivación, un centro, una comunidad particular donde sentirse acogido, nombrado. En esos ámbitos del sentimiento se colocarían la religión, la sexualidad, la familia, la pertenencia a una comunidad o a una patria, una historia. Las diversas civilizaciones son diversos modos de agenciarse esas necesidades, aunque hoy tienden a ser más plurales y difusas en un mundo crecientemente globalizado. En esa progresiva interacción de diversos modos de vivir, hemos de ser capaces de establecer ciertos criterios universales, a la vez que respeto e incluso fomento de la diversidad. Lo primero es necesario justamente para impedir la explotación económica o política de unos con respecto a otros, y eso mediante reglas jurídicas y comerciales. Por otra parte el fomento de la diversidad es necesario porque ninguna perspectiva agota la riqueza de lo real y de lo humano, porque fomenta la creatividad, la apertura de espacios del sentir y de la libertad.


1.- Introducción

El tema del simposio es la armonía y la creatividad entre las civilizaciones. La tarea que se nos pone es por tanto la de pensar las condiciones que hagan posible una convivencia no conflictiva de las mismas, una colaboración que conlleve y permita su respectiva creatividad. En el plano de la reflexión teórica eso significa, entre otras cosas, pensar la afirmación y la conjugación de lo universal y de lo particular en el ámbito de las relaciones humanas, de los individuos y de los grupos humanos, y en esa medida atender a la constitución misma de lo humano. Este aspecto de la cuestión es en el que yo me quiero centrar.

Hemos de tener en cuenta aquí, en primer lugar, lo universal, pues las relaciones humanas han de seguir ciertas reglas básicas, que debería estar incluso codificadas públicamente mediante leyes jurídicas, en donde quede reconocida fundamentalmente la libertad de los agentes, y se ponga coto a la arbitrariedad en el trato y a la anulación del otro, o sea, se ponga las bases de una convivencia verdaderamente humana. En segundo lugar y por esa misma atención a los otros, pero dentro del marco designado por lo universal, se ha de respetar y fomentar la particularidad de los diferentes modos de habitar la tierra, de las comprensiones objetivadas de su modo de ser en el mundo que el hombre ha configurado históricamente, es decir, la pluralidad de culturas y civilizaciones. Ellas constituyen una riqueza, que ni siquiera agota las posibilidades de dicha comprensión, y cuyo respeto y fomento es asimismo la condición de posibilidad de la creatividad, es decir, de nuevas aperturas y configuraciones culturales, las cuales quedarían aplastadas en la monotonía y el anquilosamiento de lo idéntico.

2.- Los modos de acción

¿A qué nos referimos cuando hablamos del «ámbito de las relaciones humanas»? Aquí no vamos a abarcarlas a todas. Dado que el Simposio apunta a la pluralidad de civilizaciones, no voy a fijarme en las relaciones de amor y amistad que los individuos mantienen entre sí, si bien ellas contribuyen poderosamente a la realización y sentido de sus vidas. Me centraré fundamentalmente en cuatro grandes ámbitos básicos para dichas civilizaciones, que tienen entre sí un estrecho vínculo, pero que no obstante conservan cierta autonomía, a saber, la política, la economía, la moral y el fenómeno religioso.


A)- En la política hemos de pensar la particularidad y la universalidad, así como sus límites en la acción: no todo ha de ser absorbido por la política.

Parece que se va asentando cada vez más en la mente de los pueblos que lo universalizable en política es el principio democrático, es decir, la democracia como el régimen que más se adecua a la libertad y la dignidad del sujeto humano, donde el principio de organización política no es una religión, una etnia, ni necesariamente una lengua, o cualquier otro hecho positivo, sino la voluntad libremente expresada de los ciudadanos, si bien esta voluntad tiene usualmente en cuenta el peso de la historia y de los hechos culturales y geográficos. Se ha pasado de 6 países democráticos (con sufragio universal o masculino) existentes en 1900
[2] a 89 países libres en la actualidad[3]. La democracia ha demostrado asimismo su viabilidad económica, su cierta fuerza moral en contra de la corrupción, y su capacidad de ordenación social de las religiones, aunque en verdad todavía sigue siendo en la mayor parte de los países llamados democráticos no una realidad plena, sino un ideal al que irse acercando. Somos asimismo cada vez más conscientes de que hay varias formas de democracia, y que son necesarios variados caminos para llegar a ella, ninguno de los cuales pasa por la imposición o violencia externas. Ahí estaría la pluralidad y el amplio campo de inventiva y creatividad de los pueblos.

El principio que debe regir las relaciones políticas es que no debe haber guerra, sino que todas sus relaciones deben transcurrir según leyes internacionales establecidas por medio de acuerdos. Esa colaboración pacífica se hace incluso más necesaria hoy debido a la fuerza destructiva del armamento actual. Pero también se hace imperiosa por los peligros engendrados con la creciente globalización, como son las prácticas abusivas de las compañías internacionales o de la especulación a nivel internacional, el crimen organizado, ya sea del narcotráfico, de la prostitución, de la venta de armas o del terrorismo, y más aún si cabe de la degradación del medio ambiente. Compartimos el mismo riesgo, estamos todos en un mismo barco, la humanidad entera vive en una delgada biosfera de unos 4 kms. de ancho, que podemos destruir. Antes se pensaba que la naturaleza era inagotable. Desde la existencia de la bomba atómica, el hombre ha tomado conciencia que puede destruir su habitat. El cambio climático y la superexplotación del planeta nos aproxima hacia ese desastre ecológico. Otro borde lo constituye la tecnología genética. Darse cuenta de todos esos riesgos comunes puede potenciar la conciencia de que se hace necesaria una colaboración y un acuerdo político mundial, pues son problemas a los que ninguna nación o Estado en solitario puede hacer frente.

La política ha de hacer posible los otros ámbitos de acción, pero no colonizarlos. Ella también tiene sus límites. En caso contrario lo convierte todo en lucha de poder y en ideología adoctrinadora que coarta la libertad y la creatividad, así como la autonomía de los otros ámbitos. No todo debe ser dominado por la política; tiene que haber zonas de intimidad o privacidad, así como de iniciativas o actividades privadas, individuales y en grupo, no manejadas ni manejables por el poder público.


B)- Del ámbito de lo económico es necesario asimismo pensar su pluralidad, su universalidad y sus límites.

En efecto, también en lo económico se impone la pluralidad en las modalidades de los intercambios y servicios. Ni el sector público ni el privado pueden abarcar todos sus aspectos y necesidades, ni siquiera la razón de ser de lo económico. No hay libertad para los individuos si no se permite la propiedad y la iniciativa privadas, porque la libertad es acción transformadora desde sí, no una sustancia que pudiera ser sin mundo, sino que requiere verse plasmada en la objetividad. Esa misma iniciativa y creatividad privada ha de ser aceptada y fomentada en su misma pluralidad: desde las grandes empresas hasta negocios familiares, desde los individuos autónomos hasta las cooperativas. Hace un mes, en marzo de 2007, nos enteramos por los medios de comunicación que el Gobierno de China aprobó reconocer en su Constitución el régimen económico de la propiedad privada con restricciones, conformando de ese modo la ley con la realidad social ya existente. Me parece una acertada decisión. Sin propiedad privada el individuo no puede objetivar su libertad, y ésta no le es de hecho reconocida, pues no se trata sólo de cubrir necesidades corporales, lo que sería el caso de los animales, sino de ser reconocidos como seres libres.

Pero tampoco habría libertad ni mundo para muchos en una economía de puro mercado de los individuos sin intervención y regulación desde lo público, pues los individuos y las empresas privadas sólo miran por sus intereses particulares, por su máximo beneficio, sin preocuparse del afuera. Justamente porque no hay libertad sin mundo, nadie debería ser privado de la base material que sustenta su vida. La afirmación del individuo lleva necesariamente a la afirmación de todos los individuos, y por tanto a una afirmación universal, no de un universal abstracto, sino concreto, mediatizado por y a través de todos. El hambre y la carencia de agua potable en el mundo son un serio problema, digamos que un asunto político, económico y moral de primer orden. Ése sería aquí el principio de la universalidad. La propiedad, como la propia libertad que configura al ser humano, tiene moral y legalmente esa doble vertiente: la individual y la social o comunitaria, y ninguna debe tapar a la otra. Que se realice la función social de los bienes ha de ser una preocupación fundamentalmente de los poderes públicos (financiada normalmente por medio de impuestos sobre la propiedad individual, pero también hay otros medios), porque es esencialmente una tarea que incumbe a todos, y no debe ser dejada sin más a la iniciativa de organizaciones (caritativas) privadas. Las opciones políticas han de moverse en el tanto por ciento que se asigna a una y a otra función de la propiedad, algo que también puede y debe fluctuar dependiendo de las circunstancias económicas, políticas y sociales. Eso dependerá asimismo de la jerarquía de valores presente en las diversas sociedades y culturas, pluralidad que representan caminos opcionales; es evidente que la población de USA da más importancia a la función privada de la propiedad, mientras que Europa se inclina más por su función social. En esta función pública de lo económico se ha de tener en cuenta sin embargo que todos están llamados ahí a ser, en principio, económicamente activos dentro de sus posibilidades, y no meramente subsidiarios, primero porque los bienes de la tierra han de ser producidos en su mayor parte, y segundo porque es así como realizan su libertad y creatividad.

Esta doble función y sentido de lo económico (social e individual) no sólo es válida dentro de un Estado y para los miembros del mismo, sino también en las relaciones entre los diferentes Estados. Los pueblos ricos deben tenerlo en cuenta en su comercio y en sus convenios con los menos desarrollados. A la descolonización política que tuvo lugar en los siglos XIX y XX le debe seguir una descolonización económica, presente sobre todo en las prácticas, muchas veces abusivas, de las compañías internacionales. Hemos de tener en cuenta además que los Estados se encuentran ahora inmersos en un proceso de globalización, que va disminuyendo su importancia económica y política, sobre todo la de los menos poderosos, y que está introduciendo en todos los niveles, también en la cultura y en las universidades, una lógica de empresa privada, haciendo del máximo y creciente beneficio económico el único criterio de valoración. Aquí conviene señalar entonces los necesarios límites de lo económico y poner cotas a su pujante imperialismo. No todos los servicios a los ciudadanos y a los otros pueblos, ni todas las relaciones humanas, incluso las públicas, pueden medirse exclusivamente en parámetros económicos de empresa privada. Ni tampoco el apoyo a la cultura es sin más un asunto meramente económico. La economía es vida material necesaria, pero ni es toda la vida, ni el fin de la vida, sino un medio. Ése es su límite.

Son evidentes los beneficios y las enormes posibilidades abiertas por la globalización. Internet, por ejemplo, ha supuesto una revolución en la información y la comunicación que salta fronteras, y convierte cualquier terminal telefónica en un posible centro del mundo. Es una revolución mayor aún de lo que fue en su tiempo la invención de la imprenta, que potencia la libertad de los individuos y también la acción de los grupos, que revoluciona las formas de trabajo y de enseñanza, y que llegará a introducir también nuevas maneras en la organización democrática de los pueblos. Tanto la emigración económica como el desplazamiento de las empresas hacen crecer la economía de los pueblos, también de los más necesitados, extendiendo de ese modo la riqueza, lo que es más importante que el creciente desnivel de renta. Pero sus riesgos son también considerables, pues los países ricos y las poderosas empresas pueden también esquilmar con más facilidad la economía y la cultura de los otros pueblos. Por eso, el nivel mundial del capitalismo globalizador obliga a los Estados a intensificar una política internacional de convenios y tratados, o incluso de algún tipo de unión política o económica transnacional, que imponga reglas sociales en este mercado global, unas reglas que hagan económicamente viables lo público y las acciones asistenciales, a fin de que los Estados sean capaces de organizar, por ejemplo, la educación y la sanidad, o de prohibir la explotación horaria o el trabajo de los niños, así como la superexplotación de los recursos naturales en perjuicio de los habitantes y ciudadanos del lugar. Se precisan reglas internacionales de comercio acordadas, que velen asimismo por un crecimiento sostenible, teniendo en cuenta la limitación de los recursos naturales y la degradación progresiva de la biosfera. Todos esos retos superan con creces las capacidades de un solo Estado. La cooperación internacional es obligada.


C)- La reflexión moral, fundamentalmente racional, filosófica y jurídica, ha de establecer las reglas imprescindibles de conducta que deberían ser universales, con el fin de establecer las bases mínimas de toda convivencia propiamente humana. Ésta es sin duda una labor que requiere diálogo y discusión entre todos, y no puede ser impuesta sin más por una cultura concreta. Pienso, sin embargo, que el punto central de esta reflexión debe ser la dignidad de la persona humana en cada uno de sus individuos, así como de los grupos humanos. Fruto de esa reflexión han sido las distintas declaraciones de los derechos humanos, desde la Declaración Francesa de los Derechos del hombre y del ciudadano (1789) hasta la Carta Africana sobre los Derechos humanos y de los pueblos (1981): los derechos de seguridad, de procesos legales, de libertad, los derechos políticos y sociales, la igualdad y los derechos de grupo han de ser ahí expuestos. A principios de este mes de abril hemos podido leer en la prensa que el Gobierno de Eritrea (presidido por Isaías Afwerki) ha decretado la prohibición de la ablación femenina en ese país africano «porque su práctica, dice, constituye un enorme peligro para las mujeres». Ésa es una buena noticia en la dirección correcta, una cultura se autolimita a favor de los derechos básicos de las mujeres, aunque la fundamentación teórica nos pueda parecer todavía algo escasa. Ninguna religión, economía o acción política debería ir en contra de esos derechos fundamentales. Ésta sería su máxima universalidad.

Ahora bien, tampoco ninguna instalación moral en el mundo ha de pretender imponer sus máximas exigencias. Unos optarán por el matrimonio monógamo y de por vida, o incluso por el celibato, mientras que otros preferirán el camino de las relaciones sexuales y sentimentales múltiples. Unos empeñarán sus vidas en favor del arte, de la ciencia o de la familia, y otros emplearán su tiempo en la ayuda que prestan las ONGs. Unos se harán vegetarianos por razones morales o religiosas, y otros preferirán seguir comiendo carne, etc.

D)- Finalmente, las religiones han sido poderosos vehículos de civilización y de cultura, pero las religiones oficiales también lo han sido de disenso, engaños, guerras, torturas, opresión y aniquilación del contrario. Ellas suelen formar comunidades con fuertes identidades, ofreciendo por tanto a sus seguidores un sentido completo de sus vidas como totalidades. Pero por eso mismo les resulta difícil aceptar la pluralidad en la que necesariamente están instaladas, y por consiguiente sus propios límites. Dicha pluralidad de religiones se sigue necesariamente del principio fáctico o positivo, no meramente racional sino de fe, que las funda y del que no pueden por tanto prescindir. Por ejemplo, el cristianismo no puede dejar de pensar que sólo Cristo es el Salvador, lo que nunca querrán aceptar las otras religiones. Se podrán tolerar o soportar, pero no aceptar. Eso dificulta el diálogo y la convivencia entre ellas. Sólo una progresiva espiritualización de las mismas, que las lleve más allá de su envoltura histórica hacia la comprensión y vivencia de lo divino, incluso en su misma pluralidad de interpretaciones, podría acercarlas entre sí, aunque eso signifique en algunos casos su progresiva disolución histórica.

No sería difícil aceptar, salvo prejuicios elaborados y desplazados desde vivencias negativas con las religiones existentes (debido al comportamiento de sus dirigentes, o a que ellas suelen cosificar o personalizar lo divino, que no tiene ni el modo de ser de la cosa ni el de las personas), que lo divino y su comprensión emotiva y racional forma parte de lo real, de lo humano y del sentido de la vida, y que, bien entendido, contribuye además poderosamente a entablar relaciones fructíferas con los otros, como de hecho ha ocurrido en muchas ocasiones. Pero las formas históricas que ha tomado esa comprensión, o sea, las distintas religiones, han de ser conscientes de que no pueden imponerse a los otros y de que no cabe configurar sin más los otros ámbitos de acción antes señalados según sus principios religiosos, sin engendrar una violencia interna y externa contrarias no sólo al reconocimiento de la libertad y los derechos del otro, sino al propio principio religioso racionalmente comprendido. Éste es sin duda un gran problema actual en el pujante mundo musulmán. Mientras ellos exigen la tolerancia a su religión en los países de mayoría cristiana o hindú, algunos de sus Gobiernos no toleran las otras religiones en sus propios países, organizados políticamente según la ley coránica. Claro que lo mismo hizo, por ejemplo, la Iglesia católica cuando tuvo el poder político, así como otras religiones. En ese caso se hace imposible una convivencia armónica y creativa entre culturas diferentes.

En consecuencia, ningún poder político, económico o moral puede ni debe destruir el fenómeno religioso ni su pluralidad, una pluralidad por cierto que va en aumento en nuestros días, cuando se siguen creando nuevas formas religiosas, y sobre todo nuevas maneras de vivir las religiones ya consolidadas. Negarlas sería amputar al hombre en su individualidad y en su ser comunitario, arrebatarle uno de los centros de comprensión de su propio modo de ser, una de las fuentes de energía de su interna creatividad; lo religioso en general es sin duda un principio de construcción de la comunidad humana, y ningún Estado debe suprimirlo. Pero tampoco puede permitirse que una religión histórica se haga con el control político, económico o moral, pues engendraría entonces una tiranía, pretendiendo hacer universal lo que en realidad es una particularidad. Esas particularidades han de ser mantenidas, pero siempre que hagan posible la convivencia en la pluralidad y respeten los derechos de los otros, los mismos que ellas exigen para sí.

3.- La diversidad de culturas

En este simposio queremos reflexionar sobre la armonía entre civilizaciones. Con la universalidad y pluralidad descritas en el apartado anterior y en relación con los cuatro ámbitos de interrelación humana, más sus límites, podríamos concebir una convivencia liberadora y creativa de las distintas culturas y civilizaciones tanto en el interior de un Estado como en el plano internacional. Sobre esa pluralidad de culturas cabe hacer en primer lugar tres observaciones que la relativizan y encuadran.

Primero, en virtud de los diversos procesos de globalización, hoy se va configurando progresivamente en el mundo un mayor conocimiento mutuo, e incluso una cierta convergencia cultural y sobre todo de civilización. Esto es aún más patente por lo que se refiere al aspecto científico-técnico que, dentro de su propia diversidad y permanente discusión e investigación, mantiene en todo el mundo una carrera o aventura común, apoyada por el comercio mundial de los aparatos técnicos, la enseñanza universitaria, las revistas científicas, los congresos y premios, los medios de comunicación, etc. Pero también es una realidad, por las mismas razones, la globalización de las noticias y de amplios sectores de la cultura, por ejemplo del arte (música, películas, arquitectura, etc.), de la moda, o incluso del pensamiento, por no hablar ya de los deportes de competición; los Juegos Olímpicos que tendrán lugar en Beijing el próximo año 2008 tienen por lema: «Un mundo, un sueño». A eso contribuye poderosamente además el creciente flujo turístico y migratorio, que pone en contacto ocasional o a diario a diferentes pueblos de la tierra.

La segunda observación es acerca, ya no sólo de la porosidad, sino también de la vaguedad en relación con los contornos de las civilizaciones, más la enorme diversidad que encontramos en el interior de las mismas, sobre todo de las actuales. Una civilización y cultura homogénea y bien delimitada sólo la podríamos encontrar en algunas poblaciones de la amazonía que aún no hayan contactado con nuestras civilizaciones, o apenas lo hayan hecho. En las demás puede haber casi tanta diversidad como la que podríamos observar entre distintos pueblos: en el comer, en la mentalidad, en los hábitos, en el vestir, etc. Hay más diferencias entre la China de Shanghai y la del interior, que entre aquélla y la forma de vivir de los EEUU. Fundamentalismos religiosos no sólo se puede encontrar entre los musulmanes, sino también en las demás religiones. Una feminista española puede sentirse más cercana de otra iraní, que de su vecino machista. Un vegetariano, o un izquierdista, o un amante del arte, o una persona religiosa, etc. puede encontrar lejos de su país más sintonía con su modelo de vida, mientras que no se halla a gusto con muchos de sus conciudadanos. Hay familias en una misma gran ciudad que actúan con estilos de vida muy diferentes y contrapuestos. Las distancias culturales no se miden por kilómetros, y cada vez menos.

La tercera indicación señala lo fácil que es observar constantes antropológicas entre las culturas. Los intereses y necesidades de los hombres, dentro de su pluralidad individual, son en su conjunto en casi todos los sitios iguales, o al menos muy similares. Todos los humanos quieren cosas parecidas en las distintas civilizaciones, ciertamente con una variedad individual presente en todas ellas: vivir bien, tener amistades, ser apreciados, algunos tener más relación con Dios, otros más con la naturaleza, etc. Las necesidades físicas son comunes, e incluso la diversidad de productos consumidos y la cocina peculiar de cada pueblo nos va siendo cada vez más familiar. Los intereses son casi idénticos en todas partes; hay un puñado de ellos que nos impulsa a todos. La alegría de ser reconocido en la propia creatividad está presente en todos. Me atrevería a decir que es más lo que nos une o asemeja como seres humanos, que lo que nos separa. Por eso también nos podemos comprender los unos a los otros, entender la alegría y la tristeza de los otros si nos cuentan sus razones o su historia, captar su arte e incluso su forma de pensar, y no considerarnos sin más como locos los unos a los otros.

Y sin embargo la diversidad de conjunto existe: en el vestir, en el comer, en los gestos, en el sentir, en las reacciones, en la organización de la comunidad, en los gustos, en los ritos de amistad, en las relaciones de trabajo o de familia, en el trato con la naturaleza o con la ciudad, etc. Mientras esa diversidad se atenga a los mínimos universales señalados en el punto anterior, representan un derecho y una riqueza humana que debe ser respetada y sostenida. Incluso no pocas veces son potenciados económicamente como atractivo turístico y antropológico. Y en esto no sólo atraen a curiosos y paseantes, sino a miembros de otras culturas deseosos de integrarse en ese modo de vida, pues encuentran en el otro pueblo su nicho cultural y afectivo.

Más aún, el individuo, así como el grupo, necesita un centro simbólico, una cultura, un entorno de amistad y de reconocimiento, una lengua materna, una historia en la que comprenderse no sólo intelectualmente, sino también emotivamente, por medio de una identificación, de unos lazos afectivos, de una comunidad particular en la que sentirse aceptado, acogido, nombrado (nombre y apellido), valorado, con sentido, enraizado, en una palabra, sintiéndose real. Cuando hablo aquí de «sentir» me refiero a una comprensión o visión del mundo vivida en la que el hombre se individualiza, se instala y se orienta en el mundo, orientación en la que tiene lugar su educación afectiva y moral. Es para él, pues, necesario que ese mundo vivido tenga el poder político suficiente como para organizarse comunitariamente, desarrollarse y transformarse desde sí creativamente, pues el individuo llega a ser persona humana mediante la educación en la comunidad. No por eso hemos de pensar dicha comunidad como un universo cerrado, pues la educación ha de contener elementos universales y críticos que la abra a otros modos de vida y a la propia creatividad, es decir, debe incluir también un conocimiento y acercamiento real a las otras culturas (convivencia, comunicación, viajes, conocimiento mutuo, implicación afectiva y cognitiva). La educación ha de considerar los aspectos universales, la pluralidad y los límites de los diversos ámbitos, antes señalados. Educarse es también comprender lo universal y la alteridad como siendo un momento necesario de nuestro modo de ser racional y humano, y captar eso también en el modo de sentir, o sea, en el logos pleno que lleva a la acción. Más aún, la educación, que es en realidad coeducación mutua y que se extiende durante toda la vida, habrá de llevar al individuo a encontrar en su mismo espíritu el centro de sentido y de su acción, y hacerse capaz por tanto de interactuar creativamente en diversos contextos y circunstancias.

¿Qué es entonces lo que puede estorbar o molestar de una civilización en otra? Sin duda los aspectos que puedan sentirse como agresivos de una a otra, o bien ofensivo a lo que ellos consideran buenas costumbres, si bien esos conflictos tienen lugar también en el interior de esas mismas civilizaciones.

Entre los aspectos que se consideran más fácilmente ofensivos, predominan los sexuales y los religiosos. El distinto trato que se dan a las mujeres o a los homosexuales suele ser una fuente de conflictos, teóricos y prácticos, así como los que practican el sexo libre, porque todos ellos engendran inseguridad y las reacciones están cargadas educativamente con fuertes sentimientos de intimidad y vergüenza. Será necesaria ahí una educación en los mínimos universales antes señalados, justo aquellos que afirman por un lado la igualdad de la mujer, y por otro el derecho a la diversidad sexual sin engaño, proselitismo ni exhibicionismo, sobre todo frente a menores.

Algo parecido ocurre con los sentimientos religiosos. Éstos tendrán derecho a no sufrir burlas indecorosas (el límite es impreciso), pero las distintas religiones habrán de aceptar la crítica y la pluralidad, no sólo por lo que respeta a la presencia de las otras, sino también de aquellos que no están de acuerdo con ninguna de ellas. Es el único modo de cribar lo falso y hacer crecer lo auténtico. En ambos casos, debido a lo enraizado de esos sentimientos sexuales y religiosos, la educación requiere su tiempo y su ritmo. Pero también la globalización de los medios de comunicación hacen su trabajo.

Entre los aspectos agresivos destacan aquellas acciones tendentes al dominio político, económico y cultural de un grupo sobre otros. Podemos hablar de grupos étnicos, nacionales o nacionalistas, lingüísticos, selectivos, etc. La excesiva identidad activa respecto al propio grupo conduce a favorecerlo en extremos indebidos frente a los demás, quedando los otros relegados a puestos inferiores en los diferentes dominios: político, económico o cultural. Eso ocurre en el interior de un Estado o en las relaciones entre los Estados, llegando incluso a atacar militar o económicamente al otro, o bien sembrando en él un terrorismo adepto a su ideología e intereses. Una identificación exclusiva con el propio grupo particular se manifiesta, por ejemplo, cuando el Estado se organiza teológicamente según los cánones de una religión concreta, o se utiliza desde el poder una lengua para oprimir a otra presente asimismo en ese país, o bien se construye un Estado racial y étnico, o sin más se privilegia a una raza frente a otra, o cuando en el interior de un Estado hay un grupo de poder que opera como otro Estado dentro de él. Los intensos flujos migratorios originan asimismo tensiones culturales y raciales debido al miedo de perder o no encontrar un puesto de trabajo y ante el interrogante de saber cuál de esas identidades será en el futuro la que predomine, como ocurre por ejemplo en Alemania con la emigración turca, o en USA con la hispana. Eso engendra desconfianza, recelos mutuos, lucha de influencias, miedo a ser relegado, a ser un ciudadano de segunda clase en su propio país. Es lo que sucede en Irlanda del norte entre católicos y protestantes (un conflicto que parece estar en vías de solución), o ahora en Irak entre los chiítas y los suníes, aun formando partes de una misma cultura y civilización musulmana. Es por tanto un mal transversal.

Sólo será posible atajar estos enfrentamientos si se construyen Estados no corruptos y plurales, en donde prime el mérito y el esfuerzo, la creatividad personal y la competencia legal, antes que la pertenencia a un grupo. Pero es siempre más fácil señalar los problemas que indicar soluciones efectivas, y más difícil aún ponerlas en práctica.
(*) Jacinto Rivera de Rosales Chacon: Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid donde fue profesor hasta 1989, fecha en la empezó a trabajar en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (sede Madrid). Ha publicado: La realidad en sí en Kant, (publicación de la tesis doctoral) Universidad Complutense, Madrid, 1988; El punto de partida de la metafísica transcendental. Un estudio crítico de la obra kantiana, con prólogo del Catedrático y Dr. h. c. Oswaldo Market, Cuadernos de la UNED 126, Madrid, 1993, entre otras obras.

[1] Contribución al International Symposium on the Inter-civilization Harmony and Creation, que tuvo lugar entre los días 17 y 18 de abril de 2007 en la Zhejiang University (Hangzhou, China).
[2] Robert Dahl, La democracia, Taurus, 1999, p. 14. Hasta el s. XX la mayor parte de los hombres pensaban que era superior a la democracia otros regímenes no democráticos, y todos en la mayoría de las épocas.
[3] Freedom House: 89 libres, 58 en parte libres, 45 no libres: www.freedomhouse.org.