La humillada Cerviz
Gustavo Flores Quelopana
1.La identidad neurótica
Nadie como el peruano se interroga tanto sobre la identidad nacional, y no precisamente porque carece de ella, sino porque resulta inaguantable reconocer el estado patológico de nuestra personalidad social.
Se trata de una especie de neuroticismo –el término pertenece al psicólogo americano Eysenck- que designa, en nuestro caso, la inestabilidad emocional del sujeto social. Este transtorno grave de nuestro psiquismo colectivo nos impulsa a movernos desordenadamente desde la falta de reacción abúlica hasta las explosivas capacidades en crear proyectos pero sin corresponderle una paralela capacidad de realización.
Es por ello que durante el siglo veinte sólo tuvimos dos momentos sin calco ni copia, a saber, la brillante intelligentzia peruanista de los treinta y el proyecto inconcluso e imperfecto del general Velasco. Es decir, en los únicos momentos en que predominó una mentalidad y un proyecto nacionalista se produjo una saludable interrupción de la anomalía de nuestra psicología colectiva, que sintió la identidad con orgullo.
El orgullo humano, individual o colectivo está casi siempre en proporción a sus bienes materiales. El orgullo prehispánico no necesitó de este soporte porque fue un orgullo interior basado en la íntima riqueza racial –la gran cultura regional cuando no el gran imperio-, seguidora de una única religión del dios Wiracocha, nunca abolida ni por los incas. Pero con la conquista española todo el cosmos andino, como es conocido, sufre un profundo trastocamiento, que hasta hoy palpita en nuestras venas.
El Perú virreynal no fue levantado como el Escorial de Felipe II para presentarlo a Dios como muestra de devoción y orgullo, sino que fue horadado en minas y encomiendas para satisfacer el hormigueo belicista e imperial de la metrópoli. Si hubo algo que lo salvó al barbudo hidalgo español de convertirse en un consumado y exitoso genocida, comparable a los anglosajones del norte, fue que su infernal Iracundia fue refrenada por su insuperable Avaricia y exitante Lujuria.
Estos entusiastas piropeadores, de mirada y labios sensuales, de gran atractivo para las indias, polígamos por excelencia, depositarios de la tradición donjuanesca, que vivieron para la aventura erótica –recuérdese la gran cantidad de restos de párvulos encontrados debajo de los conventos y monasterios-, y cuya tradición es pecar, arrepentirse y luego volver a pecar y así otra vez –a esta carencia de asco racial por parte de los peninsulares Jorge Basadre buenamente lo llamó “fenómeno de incalculable sentido democrático-, repoblarían nuevamente el territorio asolado por pestes, abusos y crímenes, pero lo harían con toda una variopinta mezcla racial capaz de desafiar al más moderno genetista.
Pero el desembarazo racial no es más que un aspecto, no del todo pequeño por cierto, en la configuración de la psicología colectiva, la cual estuvo en su momento dominada por el concubinato y el bastardeo. La ínclita memoria del Inca Garcilaso de la Vega nos da un testimonio temprano de la búsqueda de esa identidad en crisis, bilingüe, castellanizada, hegemonizada por otra visión del mundo.
Los siglos han pasado, pero la visión de la “madre india alejada y humillada” se prolonga hasta nuestros días con la idea de un país que transita de derrota en derrota, de un colonialismo mental a otro, de un racismo soterrado y bajo cuerda y con un himno nacional de ominosa letra –abordado recientemente por mi amigo Julio Rivera Dávalos en su libro El mito de un símbolo patrio-, que marca a fuego desde niños la idea derrotista y de baja autoestima de la “humillada cerviz”.
Así, lo extraordinario resulta que si la soberbia es la clave de la actitud española ante la sociedad (se cuenta que cuando a un español que sale de su país se le pregunta cómo está, éste responde: -Aquí jodido, rodeado de extranjeros), en cambio aquí la humildad es la clave de la actitud peruana ante lo social (es conocida la sorpresa que causa en el exterior el tono bajito con que hablamos, así nos suelen decir: -Está Usted mal de la garganta?, no se le escucha. O de lo contrario cuántas veces somos testigos de la exagerada amabilidad áulica con el extranjero y el desdén con el nacional).
La modestia, la sencillez, el no llamar la atención suele ser una difundida característica nacional. Pero esta humildad no es precisamente aquella virtud de reconocer los fallos y defectos propios, sino que nace de la inseguridad, la ambigüedad, la falta de carácter que hunde sus raíces en un choque emocional histórico, de profunda y duradera huella en el subconsciencte, que se presenta como un debilitamiento del yo y con regresiones intelectuales reivindicatorias (hispanismo e indigenismo).
La personalidad peruana se ha forjado ya en los siglos cruciales del xvi y xvii y el hecho de que el enemigo desaparezca del mapa, con la independencia –que pasó por nosotros pero que nosotros no pasamos por ella- y la vida republicana –que reprodujo más los vicios que las virtudes del virreynato-, no cambia el concepto del pueblo de la “humillada cerviz”.
La china tudela, conocida columna de Rafo León –lanzado recientemente como libro-, registra esta frustración incluso en las capas altas de nuestra sociedad, la misma que detesta estar rodeada de cholos pestíferos (o como dice un conocido vals cantado por Avanto Morales, con olor a parmesano y chanel), pero que a su vez no deja de sentirse menos ante el extranjero o la high life international y que refleja la pérdida de su superioridad intelectual y espiritual en su lenguaje y modo de pensar. Esto nos recuerda el título de un afamado libro de Franz Fanon de los sesenta, Piel negra, máscaras blancas. La diferencia aquí es que se trata más bien de “piel mestiza, máscara blanca”. Mi amigo el embajador Antonio Belaunde diría más bien, con su libro Perú: persona, sombra y alma, que a la persona blanca se le extravió el alma india. Diagnóstico certero, por cierto.
Se trata de un complejo discriminatorio que también se discrimina a sí mismo sintiéndose inferior. Esta firme convicción personal y social de no poder ser o realizar una determinada cosa o identidad es normalmente llamada en psicología como complejo neurótico. Este impulso conflictivo se manifiesta de diversas formas: podemos ser discutidores hasta la remaceta por el solo hecho de no sentirnos vencidos por lo menos en el debate, o puede ser intelectualizado hasta la alambicada defensa de la creencia que no somos capaces de manifestar un pensamiento propio o que no existe un filosofar nacional.
La severidad de este cuadro también se expresa en el deseo de sentirse jefe o cabeza de grupo, de tener siempre a alguien a quien ordenar, lo cual no sólo satisface esa ansia de poder, que todo ser humano convencional lleva adentro, sino que provee una compensación a su profunda falta de seguridad.
2.¿Una cultura del fracaso?
Esto hace que la “humillada cerviz” de los peruanos sea a su vez sumisa y autoritaria, obedece por temor y no por convicción, le gusta hacer lo que quiere por el gusto al capricho, oscila entre la anarquía y la dictadura –por eso es que la democracia es un hueso todavía duro de roer entre nosotros-, se discute interminablemente, pero el desahogo no siempre es verbal y la brutalidad suele desbocarse en ajusticiamientos populares –aquí suele decirse se le metió el indio-, a la familia suele perdonársele todo y al desconocido nada, es aguantador hasta la desesperación, receloso y simulador –espíritu de lacayo o de filipillo-.
Una amiga antropóloga peruana, que es muy cosmopolita, me decía: “Dentro y fuera del país el peor enemigo del peruano es otro peruano”. Claro que esto tiene sus excepciones, especialmente con los amigos y los miembros de la familia. Se dice que la idiosincracia peruana es muy familista, y se lo repite como si fuese muy meritorio cuando mucha de las veces sirve de justificación para un criterio de justicia y de igualdad totalmente desproporcionado e irreal, propio del clan primitivo o de la tribu enquistada como un tumor en la sociedad moderna. Ya decía Víctor Hugo:” Ser bueno es fácil, lo difícil es ser justo”.
A propósito de esta pintoresca costumbre nacional, muy frecuente en nuestra vida política, especialmente presidencial, cuenta Don Ricardo Palma lo siguiente:
“-Dios sacó al hombre de la nada; pero el presidente Echenique con su Consolidación, lo superó, sacando a muchos hombres, a muchísimos, de la nada, esto es, de la pobreza humilde a la opulenta soberbia”.
La cultura de la improvisación se destila, como por gravedad natural, de la identidad neurótica, que suele estar frecuentemente muy bien representada por la Presidencia de la república y la burocracia gubernamental, especialmente. En el argot criollo esta conducta se conoce como el “hinchazón de pavo”. Es decir, aquel seudo afortunado funcionario que es promovido no en vista de su mérito sino de sus recomendaciones y favores, cuando no de formar parte de una partida de forajidos saltimbanquis, y en el colmo de la estulticia adopta un ademán despreciativo y superior ante los demás subordinados.
Esta anomalía de la psicología colectiva, que supura falta de fortaleza moral, ha entorpecido y retrasado el desarrollo nacional en proporciones inusitadas. No ser parte del clan o del grupo, por lo general de incapaces pero de audaces y ambiciosos, revela un bastardeo de la moral que destruye los soportes superiores de la comunidad.
A estas alturas, sería provocador decir líricamente que el alma peruana está jalonada por lo fáustico español y lo mágico indígena, pero esto no pasaría de ser una agradable simplificación excesiva porque lo mestizo, que pulula por doquier -“El que no tiene de Inga tiene de mandinga” decía Don Ricardo Palma-, aún no sintetiza las fuerzas telúricas disímiles que contiene, y en esa desarmonía se ha comportado en la vida republicana –salvo dignas excepciones- como si no estuviese hecho para el triunfo sino para el fracaso.
Esto me recuerda unas duras y desafortunadas palabras, desde el punto de vista político y diplomático, de un senador republicano, cuyo nombre no recuerdo, de los tiempos de Clinton, que a propósito del libre comercio con la subregión espetó:
“Nada con los del Sur, porque ellos pertenecen a la cultura del fracaso y nosotros a la cultura del éxito”.
Y últimamente, Samuel Huntington en un libro suyo llamado Quiénes somos (2004), se pronunció a favor de una democracia de blancos anglosajones y comparó, muy desafortunadamente, el peligro de la conquista demográfica de su país por las prolíficas masas hispánicas, con el desbalance racial en Bosnia-Herzegovina, que provocaría su limpieza étnica.
3.Las dos dimensiones de la identidad neurótica: exitofobia y fracasofilia
A veces hasta los más brutales insultos suelen contener un grano de verdad y ésta quizá puede ser iluminada con el emblemático y contrafáctico título del libro del entrenador del Cienciano, Fredy Ternero, Sí se puede.
Es decir, siempre creímos que no se podía. Con el desarrollo de las relaciones humanas, industriales, el marketing, la reingeniería y otras disciplinas ligadas al mundo de los negocios y de la empresa se puso de moda el acápite sobre El temor al cambio. Tal concepto nos puede ser útil para entender que también se puede detectar el temor al éxito o triunfo y del paradójico amor al fracaso.
La exitofobia y la fracasofilia son partes substanciales de nuestra neurótica “humillada cerviz”, como componentes inherentes y naturales a nuestro comportamiento social. Presidentes que pretenden perennizarse –Fujimori fue el último-, dirigentes exitosos defenestrados por celos –Arturo Woodman es el último caso en el deporte-, y el mantenimiento del bajo perfil en la empresa, el hogar, el barrio, el cuartel, el colegio, la fábrica, la universidad o el ministerio resulta siendo el santo y seña más seguro para librarse de las ojerizas ajenas –previa fraterna comunión en el delito, lo etílico, la obscenidad, la indignidad o lo erotómano-.
Existe un antiguo proverbio sufí que dice: “Cuando el hombre practica maldades, acumula moho en su corazón, de modo que está ciego para los misterios divinos. De modo análogo se puede decir que,cuando lo deshonroso causa simpatía y la honradez provoca recelo,entonces el progreso espiritual de una comunidad es un desideratum imposible, la fuerza moral de una sociedad ha llegado a su más bajo nivel y sus miembros se acostumbran a una servidumbre tranquila que a una libertad peligrosa. La viveza criolla, la sacada de vuelta se convierte entonces en la divisa de una descomposición moral que deforma al individuo y subdesarrolla a la comunidad.
El pueblo de la “humillada cerviz”, que no vive precisamente en las más dignas condiciones humanas sino en las más indignas en salud, educación, vivienda y empleo, ve con recelos, suspicacia y sospecha, cuando no con temor, el avance de todo progreso del vecino, y, por supuesto, de una nueva mentalidad que se hace escuchar de vez en vez en cada generación.
Son voces de renovación patriótica e integración social cuya fuerza moral sufre casi siempre una derrota de estreno pero, como la gota de agua que horada la dura piedra, también no tarda en penetrar en el tejido social. Pero no sin levantar nuevos muros, fosos y trincheras en qué perpetuarse –para este propósito son de una gran eficacia en nuestro medio el chisme, la calumnia, el rumor, el infundio, cuando no la trampa-.
En suma, en los traumáticos siglos cruciales del dieciseis y diecisiete se forjaron en la psicología colectiva de los peruanos una identidad neurótica, que vive en función de su autonegación, delineándo una cultura del fracaso que acepta como moneda corriente y normal la exitofobia y la fracasofilia, como categorías anímicas colectivas. Este estado patológico se ha visto interrumpido solamente en las grandes gestas patrióticas, en la intelligentzia peruanista de los treinta y en el nacionalismo velasquista. Las prosperidades conocidas, en la otrora oligarquía y renovada plutocracia, no han conseguido conformar una identidad nacional consensuada, lo cual ha recaído en la deslegitimización de sus proyectos históricos.
4. La fantasía mercadólatra postmoderna
Hace más de una década – en medio de un contexto internacional unipolar- que existe una ofensiva ideológica llamada neoliberal, que busca legitimar como proyecto histórico al capitalismo. Este sistema exacerba la codicia, y sobre el círculo infernal de la misma podemos recordar lo que afirmó Horacio: “El que codicia muchas cosas necesitará muchas más”.
En el tiempo transcurrido el sueño de convertir a América Latina en otro Tigre asiático no se ha hecho realidad. Muchos creyeron que la aplicación de las recetas neoliberales modernizarían al país hasta el límite de cambiar radicalmente nuestra pisología colectiva. No faltó quienes fueron de la opinión que el neoliberalismo acabaría con la virreynal mentalidad mercantilista por otra más moderna y democrática. Pero las cosas resultaron más complicadas y sutiles que los fantásticos esquemas de los mercadólatras.
Por supuesto que existen causas externas que colaboran permanentemente con el estado de postración psicológica de los peruanos, y un nuevo componente ha venido a sumarse con el mismísimo neoliberalismo, que resulta siendo de un formalismo tan gélido y extremado capaz de poner entre comillas a millones de seres humanos o más exactamente a dos tercios de la humanidad, los cuales quedan excluídos de las vitrinas del mercado.
Muchos creyeron dogmáticamente, como Vargas Llosa o Hernando de Soto, que la apertura de las economías en el modelo neoliberal cambiaría esta manera conservadora o mercantilista de pensar o ver las cosas, pero en la práctica la realidad superó las fantasías de los mercadólatras. Una élite socioeconómica mediocre, economicista, que confunde el bienestar macroeconómico con el malestar microeconómico, resulta siendo incapaz de realizar lo que Basadre llamó la promesa de la vida peruana. Príapo, Marte y Mammon son los verdaderos ídolos modernos que dirigen a nuestras élites productivas, políticas, guardianes y pensantes.
Para la fantasía mercadólatra la República se fundó para cumplir con la promesa de la prosperidad económica y un apreciable desarrollo material. Para ellos no es esencial el elemento espiritual y el perseguir un ideal superior. Los mentores del neoliberalismo nunca se preguntaron qué iban a hacer para evitar que, junto con la elevación de los ingresos y la multiplicación del empleo, se produjera la ola de divorcios, la disolución del matrimonio, el aumento de la delincuencia, los crímenes, la pornografía, la trivialización de la cultura, entre otras linduras más que suelen acompañar al frenesí consumista y adquisitivo de la sociedad moderna.
Nunca repararon en que este modelo civilizacional, desespiritualizado y anético, es inviable no sólo respecto con la Naturaleza sino con el hombre mismo. Es decir, el modelo neoliberal globalizado resulta acelerando el estrangulamiento de la vida espiritual ya no sólo en Occidente sino en todo el orbe.
Las grandes ideas no nacen del mercado libre, nacen de la libertad del espíritu incluso ante los mercados. Esta confusión grave contamina a nuestras universidades, las cuales han devenido de centros de formación humanística en centros de comercialización de grados y títulos, es decir es otro mercado más. El supuesto centro del pensamiento libre y científico es hoy descuartizado por las gangas de la competencia y de la ineptitud científica. Los presupuestos para investigación – que es la razón de ser de la universidad- o son pírricos, por no llamarlos ridículos o simbólicos, o son inexistentes. De los ingresos y gastos no se da cuenta idóneamente, mientras que las instalaciones físicas se multiplican y los exámenes de admisión se duplican.
La universidad se ha dejado tiranizar pasivamente por el mercado, se ha sometido y humillado, y salvo honrosas excepciones es hoy refugio del soberbio y engreído homo academicus.
Nuestra crisis es de índole espiritual y civilizacional y no se resolverá con revoluciones de la propiedad.
El automatismo que impone la lógica del capital, si en los sesenta y ochenta tuvo provocó la condena del sectarismo marxista –sectarismo que tampoco respetaba al sabio, y a propósito en San Marcos se recuerda mucho la visita del eminente Gregorio Marañon allá por los años sesenta que tuvo que soportar un deshonroso desaire del alumnado por razones de índole ideológica, lo mismo le sucedería mucho antes a José de la Riva Agüero y a Víctor Andrés Belaunde-, decía que dicho automatismo tiene hoy tiene que ver con la indiferencia de la juventud posmoderna que ve al hombre de conocimiento como portador de reliquias cuentísticas.
La “humillada cerviz” encuentra entonces en este paso de la modernidad a la posmodernidad un calmante más: la indiferencia del todo vale. Así, la joroba ya no pesa tanto pero sigue afeando, no obstante quién sabe si lo feo puede ser otra ilusión más. No es extraño entonces que lo mostruoso y lo horrible se hallan convertido en juguetes infantiles corrientes.
Recapítulando, es posible decir que a nuestros defectos psicológicos históricos se ha venido a sumar la barbarización de la cultura occidental, el cual ha venido a provocar la vejez niveladora en los propios jóvenes, quienes corren encanecidos en el alma tras el condumio y el lucro, cuando no tras el placer momentáneo y disolvente.
Estas líneas podrán parecer una catilinaria contra los arquetipos de la mediocridad nacional pero no lo es, porque la pendencia es aquí una reflexión sobre nuestro ser nacional en crisis. Y lo que crece más rápido en esta crisis no son precisamente las virtudes sino los defectos. La fantasía mercadólatra se ha vuelto en una pesadilla que contribuye a ello.
5.La revolución somatotónica
Al respecto quisiera emplear los aportes de Scheldon, médico y psicólogo norteamericano, que descubrió tres componentes primarios de la constitución física humana: endomorfismo, mesomorfismo y ectomorfismo; y tres correspondientes componentes temperamentales: viscerotónico (regordete, aficionado a los lujos, ceremonias y comodidades), somatotónico (musculoso, agresivo, competitivo y ávido de poder) y cerebrotónico (intelectual, introvertido, abstraído y supersensible).
Con cada temperamento pasamos de una clase de universo enteramente diferente a otro, de un Sancho Panza a un César Borgia o a un Hamlet, el de un cuerpo construído alrededor a su conducto digestivo a otro edificado por la actividad muscular o esteotro que gira en torno a un elevado grado de construcciones de pensamiento y de imaginación. Y aún cuando creo que todas las almas reciben un remoto llamado a la unión con Dios, existen en ellas diversas tendencias que las particularizan.
El punto es que el esquema de Scheldon nos permite advertir que el orbe occidental está inmerso desde el siglo dieciocho en medio de una “revolución somatotónica”, es decir dirigida contra todo lo que es propiamente cerebrotónico en la teoría y en la práctica de la cultura cristiana. Me explico.
Las sociedades premodernas intentaron desalentar sistemáticamente la somatotonía para no ser destruídas por la avidez de poder, riqueza y éxito. En cambio desde la era moderna se vive cegado por un exceso de extraversión, que ha dado lugar a los descubrimientos tecnológicos, y a su vez el progreso tecnológico es productor y mantenedor de esa revolución somatotónica, la cual persuade a la población para que la acepte como weltanschauung. En ella, la acción es considerada como el fin supremo, y el pensamiento desinteresado como un medio para tal fin.
Esto explica cómo se ha extendido por el mundo –primero anglosajón y luego latino- la deformación que quiere concebir a la filosofía -la expresión cultural más desinteresada, lo cual nunca entenderán los filosofastros- como un “conocimiento aplicado”, como otra especialidad técnica más. Acorde con esta deformidad, lo que más importa en esta era somatotónica no es la situación espiritual sino la situación material.
La meta suprema de ganar más como sea, lleva no sólo a los tristes ejemplos de los burriers sino también a catedráticos principales que hurtan horas para dictar a escondidas en otros centros académicos. De la mano con estas tendencias, va el nuevo oscurantismo de los medios masivos de comunicación social, que fabrican la “verdad”, y la publicidad, que es el pulmón por el que respira la sociedad de la sensación y retroalimenta la devoción por toda clase de estímulos instintivos.
Por último, con este sistema de comportamiento y de pensamiento somatotónico está estrechamente asociado una educación para la competencia, la cual alienta la manifestación de la somototonía tanto en los sibaritas ricos como en el resto de la población pobre.
La revolución somatotónica que sopla con fuerza en América Latina y sobre nuestra identidad colectiva tiene como característica esencial el de ser una afirmación de la vida sin contenido ético, sin espiritualidad ni interioridad. Esto tiene el indeseable corolario de inflacionar los defectos y marchitar las virtudes. Dicho cambio tiene que ver con la cultura cristiana.
La unión espiritual y mística con el ser infinito ha sido puesta de lado en el pensamiento occidental desde el siglo XVIII. No se trató aquí del abandono de la supraética mística de la identidad, muy presente en el pensamiento de la India, sino del abandono de la mística ética del amor activo, propia del cristianismo. La actual afirmación anética del mundo y de la vida resulta siendo mortal para la humanidad entera.
6. La sociedad de la sensación
A nivel planetario millones de hombres y mujeres son educados para ser laxos y seguir los impulsos de sus sentidos.
Se configura una sociedad de la sensación, acostumbrada a proyectar del ser humano solamente sus sentidos externos, todo lo concerniente al sentido interno deja de formar parte integrante y esencial de la vida humana. Homo videns es el término acuñado por el filósofo Sartori, apelativo que resulta corto y no hace justicia a un individuo sometido no sólo a la fascinación por las luces de neón, sino también al sonido estridente y al imperio tactíl.
Ya en su momento Aldous Huxley señalaba que nuestra tecnología ha sido lanzada contra el silencio, se trata de una Babel de distracciones y ansiedades que no deja que la voluntad logre nunca el silencio. En la sociedad de la sensación vagan erráticos las tres clases de silencio básicos: el silencio de la boca, el silencio de la mente y el silencio de la voluntad. En nuestro vertiginoso hiperactivismo sin finalidad resultan incomprensibles las palabras de un San Juan de la Cruz: “El hablar distrae y el callar da fuerza al espíritu, luego hay que obrar con silencio, humildad y caridad”.
Los medios masivos de comunicación son verdadera presa de las palabras inspiradas en la malicia, en la codicia y en la imbecilidad. Su constante bombardeo de veinticuatro horas difundiendo estulticias sobre la comunidad tiene el desastroso resultado de que la persona deje de percibir su sentido interno, porque sólo en silencio ha de ser escuchada el alma. Lao Tse solía repetir que “el que sabe no habla, y el que habla no sabe”. Verdaderamente hoy padecemos la logomaquia irrefrenable e incontenible del que habla sin saber, y oyendo sus sermones nunca puede lograrse la verdadera sabiduría que exige el silencio y la meditación.
Para la sibarita y hedonista sociedad de la sensación siempre resultará incomprensible que la mortificación de la lengua es una de las más difíciles pero también una de las más fructíferas, porque la verdadera música no es aquella que uno penetra sino aquella que penetra en uno. El verdadero saber es litúrgico porque adentra al alma en sus infiernos, padecimientos y gemidos. El fondo del alma brota con el silencio, no por placentera sino por facilitar su viaje doloroso a sus adentros. El silencio es la vía regia del alma para el rescate y salvación de su propio horror.
En la sociedad de la sensación lo que falta no es el escribir o el hablar –toneladas de tinta y saliva se vierten diariamente en los diarios, radios y televisoras del planeta- sino el callar y obrar con solidaridad.
La abolición del silencio en la sociedad de la sensación representa la realización del arcaico sueño humano del regresar del ciclo vida-muerte, el sonido sempiterno equivale a algo que permanece en la condición de lo divino. El vencimiento del silencio viene a ser la imagen acabada del sueño que anida en lo más hondo de la vida humana, la sed de inmortalidad. La humanización del sonido no es lo mismo a la trivilización del sonido humano. Ejemplo de sonido humanizado lo encontramos en las penetrantes notas de la música barroca y clásica, las cuales facultan que el alma conozca los misterios de la naturaleza y del corazón humano. El contraejemplo de trivialización del sonido mecanizado y sensiblero lo hallamos en la música que oculta la dimensión constitutivamente trágica de la condición humana.
En la sociedad de la sensación la imagen que se proyecta resulta lo más importante que sea imaginable. La relación inicial y primaria entre el ser humano y lo divino ha sido reemplazado por la vigilancia y la persecución implacable de la mirada del otro, hasta que al fin el hombre exasperado y cercado hace culminar su delirio en una peculiar imagen banal, lleno de un vacío consenso cotidiano.
“Haz caso a tu sed”, dice una conocida transnacional de bebidas gaseosas. Con este sistema de ética “débil” está asociada la idólatra seudoreligión del dinero, mucho más fuerte que cualquier metarrelato.
Hoy la meta suprema es vivir adaptado al mundo bajo estos valores inferiores, es decir suprimir la angustia que sólo puede provenir cuando uno no se cierra a lo trascendente. Y así espectamos a religiosos y filósofos, teóricamente los más angustiados, poniéndose a tono con el mundo, suprimiendo su filo crítico, sin capacidad de reacción y de denuncia, lo cual viene como anillo al dedo de la “humillada cerviz”.
La sociedad de la sensación es uno de los intentos más maduros del hombre moderno para librarse de lo divino, se niega deliberadamente a padecer a Dios y a lo divino que todo hombre lleva dentro de sí. Y en su despropósito es de gran ayuda aquella visión del mundo de la afirmación de la vida sin contenido ético. Esto le facilita la tarea de no tener a nadie más allá de sí, sintiendose el centro de todo le es más fácil prescindir del Dios desconocido y de lo desconocido de Dios.
Una sociedad de la sensación tiene un efecto sumamente nocivo sobre una identidad neurótica, sin profundidad y desarraigada que resulta necesitando del más ventrudo materialismo y tiranía de lo externo. Esa es su chata teleología. De manera que, la revolución somatotónica acentúa nuestro desarraigo espiritual hasta límites mortales, pues en vez de avanzar hacia una nueva síntesis cultural de esencia ético-religiosa nos encaminamos hacia una disolvente globalización crematística en esencia deshumanizada y tecnológica.
En suma, la sociedad de la sensación no es el nihilismo de la desesperación pesimista y destructora de un Cioran o el humanismo rebelde del esfuerzo moral de un Camus, sino una era del vacío donde el hombre renuncia a sí mismo, a su misteriosa finitud, aceptando pasivamente como cierta su escueta realidad psicológico-biológica, su consolidación como “cosa deseante”. El Marqués de Sade entrevió nítidamente el antagonismo entre el deseo y la razón en la condición humana, declarándolo irreconciliable. A esta visión dicotómica –y por cierto luciferina- se adhiere la sociedad de la sensación, como triunfo postrero del controvertido legado del pensamiento del Marqués.
7. Crisis del quietismo y activismo cristiano
En su momento Víctor Andrés Belaunde avizoró que un Perú basado en la justicia sería posible no desde un marxismo extraño sino desde la concepción cristiana de la vida.
El asunto es más complejo, porque la actual encrucijada no es ajena a la concepción cristiana de la vida. Me explico. Cristianismo es por un lado deseo de aniquilación en Dios o misticismo de la identidad con el Ser Infinito, y por otro es voluntad de salvación del mundo o misticismo de la firmación activa del mundo y de la vida. Lutero –al margen de su controvertida doctrina de la justificación-, renunciando a la negación del mundo y de la vida del cristianismo medieval, se atrevió a decir que la profesión y el trabajo humano son sagrados.
Pues bien, la revolución somatotónica es hija legítima del segundo aspecto del cristianismo, con la particularidad que está amenazando a la propia cultura occidental con descristianizarla para tecnologizarla, y esto es lo que en último término representa la posmodernidad.
Entonces, entender lo que significa la concepción cristiana de la vida no es unívoco, como imaginó Belaunde, sino que está comprometido con su esencia bifronte el desarrollo de los acontecimientos. El resultado es que la personalidad espiritual de Occidente está hecha jirones, y sus últimos profetas filósofos hablaron algo patéticamente, como Kierkegaard que ofrece al hombre el suicidio o la fe, o como Heidegger que habló de la muerte y la de resignación. Los posmodernos que tratan de desligarse de todo este pasado espiritual, sólo ofrecen el disolvente “todo vale”.
Personalmente no creo que el cristianismo, como ninguna de las grandes religiones mundiales, esté agotado, menos en un país como el Perú con un masivo sentimiento religioso, especialmente en los andes. Pero sospecho, al igual que el teólogo Leslie Dewart, que la experiencia cotidiana del hombre contemporáneo exige una extensa deshelenización del dogma y particularmente de la doctrina cristiana de Dios.
La inmutabilidad introducida en el cristianismo por la helenización de los Padres de la Iglesia pone el acento en la supraética negación del mundo y de la vida, pero no ahogó la verdadera ética del amor activo del propio Jesús, que enfatiza más bien la afirmación del mundo y de la vida. Jesús y Buda coinciden en que al estar bajo la influencia de la negación del mundo ambos presentan una ética de la perfección interior; pero se diferencian en cuanto que la ética de Buda a diferencia de la de Jesús no pide un verdadero amor activo. La ética de Jesús ordena el amor activo, en el Buda no se va tan lejos.
Tagore criticando el quietismo de los brahmines llamó aberración del pensamiento oriental al hecho de que el pensamiento sólo se ocupe con la cuestión de la unión con Dios y, sin embargo, no permita que el hombre logre una relación positiva con el mundo que procede de Dios.
Es decir, el pensamiento de la India, de la China y de Occidente ha evolucionado entre un conflicto del misticismo de la negación del mundo y de la vida, de contenido supraético –Dios está sobre el bien y el mal-, y un misticismo de la afirmación del mundo y de la vida, de contenido ético –Dios es una personalidad moral-. El primero en bajar de la montaña ha sido el pensamiento europeo, pero también ha sido el primero en traicionarlo desde el siglo XVIII.
La tragedia que se está desarrollando inexorablemente ante nuestros ojos es el desarrollo de la afirmación del mundo y de la vida sin contenido ético –Dios ha muerto junto con el bien y el mal-, como visión occidental que se impone incluso a otros orbes culturales. Esto significa que tanto el quietismo como el activismo cristiano está atravesando por una profunda crisis que representra en buena cuenta la crisis de la identidad de la cultura occidental.
La crisis de identidad de la cultura occidental abarca no sólo la dimensión religiosa, sino también la racionalidad griega y el derecho romano. Son los propios pilares de la cultura occidental que se remecen, provocando la agudización de las crisis de identidad nacionales como la nuestra.
Pues bien, el hombre secularizado de hoy no podrá salir del hoyo en que se hunde sin vincular la religión con el creciente dominio del mundo, integrando el concepto dinámico de Dios con un mundo que procede de él.
8.Hacia un misticismo ético como órbita de la identidad
Es decir, el reto es espiritualizar la vida contemporánea desde nuestras propias bases culturales, que son occidentales y cristianas a nuestro modo.
Antes se intentó infructuosamente extraer de la visión del mundo una ética, ahora el desafío consiste en que de la ética hay que extraer la visión del mundo y no al revés. Una verdadera visión del mundo no proviene del conocimiento, finito y limitado, sino de la ética. Etica es responsabilidad sin límites, es concebir la unidad con el Espíritu del mundo como una tarea moral, es culto a la vida entera.
El misticismo de la negación como de la afirmación intentaron conocer el Universo para derivar de ahí una ética. Pero hay que ser humildes y reconocer que es imposible comprender como ético y lleno de sentido del drama del Espíritu del mundo. Albert Schweitzer insistió en que el misticismo de la identidad no es ético, mientras que el misticismo ético es realista, es empírico y reconoce el misterio de cuanto existe.
Hoy más que nunca el futuro de la humanidad depende del surgimiento de nuevos guías espirituales, nuevos exégetas, que demuestren la posibilidad de superación de esta sociedad afrodisiaca. La humanidad actual, incluso los que se consideran creyentes, están famélicos íntimamente porque están siempre relamiendo y triturando la letra en vez de aprehender el espíritu.
El verdadero modo de sacar provecho de las faltas de nuestra época es humillarlas en su fealdad, sin cesar de esperar en Dios y no esperando nada de sí mismo. La gracia del Ser Infinito no requiere que hurguemos en el sucio fango de nuestra alma. La ética del amor activo sólo exige que así como esquivamos los vericuetos del infierno esquivemos también nuestras culpas. Somos más hijos de Dios en el amor al prójimo que en el éxtasis contemplativo. Es decir que conocemos mejor lo divino en la acción positiva por la vida que en el quietismo idolátrico de la intimidad.
Atormentándonos interiormente con remordimientos el yo no se abre a la luz divina, porque es mero amor propio estar incurriendo en remordimientos. En el remordimiento el hombre fija narcisísticamente la atención en sí mismo y no en Dios. Con razón decía San Juan de la Cruz:”El alma que a su miel se arrima impide su libertad y la contemplación”.
Un misticismo ético como eje de la identidad no significa preocuparse por una religión universal comprensiva de todas las religiones, asunto que tanto interesan a los ecuménicos. El misticismo ético, por el contrario, subraya que no tiene sentido cambiar una religión por otra, sino que, la unión con Dios debe buscarse en su propia tradición religiosa. Lo que hace a una religión verdadera no es su doctrina, antes bien, es la piedad de los hombres que se entregan al amor de Dios y sirven a su prójimo con amor.
A la sociedad de la sensación le sobra soberbia y le falta humildad, a la revolución somatotónica hace falta contraponerle hombres cerebrotónicos, sensibles y abstraídos, capaces de abrirse al llamado del Absoluto y del prójimo, a la fantasía mecadólatra hay que demostrarle que el hombre puede dejar de ser esclavo de Mamonn, Marte y Príapo, a la cultura del fracaso y del éxito se le puede contrarrestar edificando una cultura espiritualizada, y a nuestra identidad neurótica se le puede devolver la salud sellando una alianza entre lo nacional y lo ético-religioso.
Contra la actitud hipercrítica de los espíritus racionalistas que creen que cuando se habla de misticismo es siempre hablar de éxtasis y milagros, hay que decirles que de lo que se trata aquí es de una inspiración profunda del espíritu más cálido de amor por sus semejantes. “Es más fácil –expresaba Jesús- decir a un paralítico: Levántate y anda, que decirle tus pecados te son perdonados”. Por esto, no se trata tozudamente de promover una sociedad de duros ascetas, nada más lejos, sino de edificar una abierta simpatía por el contacto con la humanidad y todo lo vivo. Insistir en lo contrario es no entender lo que aquí se plantea.
El humanismo secular de los espíritus racionalistas pasan toda su vida en la creencia de que están completamente consagrados a los demás y nunca a sí mismos. Pero como señalaba inteligentemente Fenelón, esto no es más que presunsión y devoción al propio yo. Solamente la calma, la sencillez y la tranquilidad de espíritu –cualidades raras en nuestro tiempo- pueden ofrecer la aprehensión de la base divina en la realidad.
Una ética completa contiene una verdadera significación mística porque supone una devoción simpática y útil de culto a la vida. En los seres vivientes hay que ver que lo que en el fondo emana no es la criatura, sino la energía creadora divina. No se trata de un punto de vista lógico, se trata de un punto de vista ético en tanto que la ética es responsabilidad sin límites y es el vínculo con lo divino. Con razón escribía Whitehead: “Dios es la última limitación, no hay razón para su naturaleza porque ella es la razón de la racionalidad”.
En suma, el misticismo ético como órbita de la identidad implica que la adoración de Dios no es una regla de seguridad, es una aventura del hombre entero, un lanzarse en pos de lo inasible, lo ilimitado y lo absoluto.
9.Popurri de pecadillos nacionales
Y mientras esto suceda la humildad seguirá siendo proverbial entre nosotros. Por ejemplo, la falsa humildad congresal hace que éstos se despachen un desproporcionado e insultante emolumento navideño. Esta falsa humildad recubre una enorme soberbia inconfesada, que hace posible las situaciones más inimaginables y refuerza la creencia de que en el Perú pueden ocurrir las cosas más increíbles, por injustas por supuesto.
-La familia presidencial está involucrada, ¡es que te lo crees todo!
-¡Pero si lo he visto por televisión!
-¡Normal nomás!, ¿acaso a tí sobrino no te tengo en el ministerio?
El peruano tiene por lo común poca consideración y respeto por la verdad. Un viejo amigo me contó lo ocurrido con un peruano conductor en Miami. Habiendose detenido pisando con la llanta delantera la línea peatonal ocurre lo siguiente:
-¡Papers! –le grita el gigantesco policía gringo- oh peruvian,lets go, lets go…(papeles,ah peruano, largo de aquí, largo)
La explicación de tal inexplicable conducta policial es que, el juez había dado la orden de que no se le enviasen al tribunal peruanos por faltas leves de tránsito, porque cuando eran interrogados por su señoría gringa, que tiene en alto valor a la verdad, éste recibía por respuesta:
-Quién?.... yoooo…, noooo…hay un errooor…
No admitimos la verdad, y nos gusta vivir entre la verdad de las mentiras. ¿Será por eso somos tan impuntuales, que nuestra justicia es tan lenta y venal, y nuestros abogados tan reveseros y codigeros?. Al peruano – que se siente con patente de corso ante el reloj-cuando se le dice a las 7 hay que dar por descontado que llegará treinta minutos más tarde. La puntualidad refleja organización y respeto, pues bien, el peruano es desorganizado e irrespetuoso, le cuesta trabajo no tutear, ¡ah, pero eso sí, no le gusta que lo tuteen! Lo ancho para él y lo angosto para el resto. Evidentemente que este comportamiento corresponde a alguien que se ha creído una inmensa mentira sobre sí mismo, esto es,!la importancia de su insignificancia!.
Otro pecadillo capital del peruano es la Gula. Pero de la cual se deriva la virtuosa comida nacional. En principio, al peruano le irrita muchísimo no tener un plato abundantemente servido, culpando de la indigestión a la calidad y nunca a la cantidad. Pero no sólo lleva un hambre de siglos sino también una sed de milenios, por eso que bebe hasta la embriaguez, y el ridículo a que se expone queda compensado por el momentáneo alejamiento de una sociedad poco grata.
Además, cuántas veces hemos oído: - ¡A ver, si es tan bueno que lo haga otra vez!
Si hay algo que irrita al peruano es que otro se destaque, muy a su pesar se concede una virtud al aludido. Lo tremendo de la Envidia peruana es que obliga a casi todo el mundo a mantener un perfil bajo, a no llamar la atención. La instintiva actitud a rebajar revela un tenebroso afán por buscar lo malo en el prójimo; así nos especializamos en la censura, el vituperio y la burla. A propósito de burla, se cuenta que cuando el cobrizo general Santa Cruz cortejaba a la mujer de fuerte carácter que iba a ser su esposa, se produjo el siguiente diálogo:
-Mira que no soy un mal partido, ¡seré presidente!
-Y qué…!la presidencia pasa y el cholo queda en casa!
Pese a todo sigo creyendo que el peruano puede ser mejorado, justificado y salvado. ¡Que así sea!
Lima,Salamanca 21 de febrero 2005
FLORES QUELOPANA, Gustavo (Lima, 1959). Estudió Filosofía en la Universidad de San Marcos. Presidente fundador de la ONG cultural Instituto de Investigación para la Paz, Cultura e Integración de América Latina (IIPCIAL). Miembro de la Sociedad Peruana de filosofía y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (SITA). Ensayista, escritor y poeta. Autor de veinticinco libros publicados, entre los últimos: El imperio posmoderno y el hombre anético (2004), El placer del mal, ensayos sobre la crisis de la civilización occidental(2004), En torno al problema del ser en Kant(2004).
Gustavo Flores Quelopana
1.La identidad neurótica
Nadie como el peruano se interroga tanto sobre la identidad nacional, y no precisamente porque carece de ella, sino porque resulta inaguantable reconocer el estado patológico de nuestra personalidad social.
Se trata de una especie de neuroticismo –el término pertenece al psicólogo americano Eysenck- que designa, en nuestro caso, la inestabilidad emocional del sujeto social. Este transtorno grave de nuestro psiquismo colectivo nos impulsa a movernos desordenadamente desde la falta de reacción abúlica hasta las explosivas capacidades en crear proyectos pero sin corresponderle una paralela capacidad de realización.
Es por ello que durante el siglo veinte sólo tuvimos dos momentos sin calco ni copia, a saber, la brillante intelligentzia peruanista de los treinta y el proyecto inconcluso e imperfecto del general Velasco. Es decir, en los únicos momentos en que predominó una mentalidad y un proyecto nacionalista se produjo una saludable interrupción de la anomalía de nuestra psicología colectiva, que sintió la identidad con orgullo.
El orgullo humano, individual o colectivo está casi siempre en proporción a sus bienes materiales. El orgullo prehispánico no necesitó de este soporte porque fue un orgullo interior basado en la íntima riqueza racial –la gran cultura regional cuando no el gran imperio-, seguidora de una única religión del dios Wiracocha, nunca abolida ni por los incas. Pero con la conquista española todo el cosmos andino, como es conocido, sufre un profundo trastocamiento, que hasta hoy palpita en nuestras venas.
El Perú virreynal no fue levantado como el Escorial de Felipe II para presentarlo a Dios como muestra de devoción y orgullo, sino que fue horadado en minas y encomiendas para satisfacer el hormigueo belicista e imperial de la metrópoli. Si hubo algo que lo salvó al barbudo hidalgo español de convertirse en un consumado y exitoso genocida, comparable a los anglosajones del norte, fue que su infernal Iracundia fue refrenada por su insuperable Avaricia y exitante Lujuria.
Estos entusiastas piropeadores, de mirada y labios sensuales, de gran atractivo para las indias, polígamos por excelencia, depositarios de la tradición donjuanesca, que vivieron para la aventura erótica –recuérdese la gran cantidad de restos de párvulos encontrados debajo de los conventos y monasterios-, y cuya tradición es pecar, arrepentirse y luego volver a pecar y así otra vez –a esta carencia de asco racial por parte de los peninsulares Jorge Basadre buenamente lo llamó “fenómeno de incalculable sentido democrático-, repoblarían nuevamente el territorio asolado por pestes, abusos y crímenes, pero lo harían con toda una variopinta mezcla racial capaz de desafiar al más moderno genetista.
Pero el desembarazo racial no es más que un aspecto, no del todo pequeño por cierto, en la configuración de la psicología colectiva, la cual estuvo en su momento dominada por el concubinato y el bastardeo. La ínclita memoria del Inca Garcilaso de la Vega nos da un testimonio temprano de la búsqueda de esa identidad en crisis, bilingüe, castellanizada, hegemonizada por otra visión del mundo.
Los siglos han pasado, pero la visión de la “madre india alejada y humillada” se prolonga hasta nuestros días con la idea de un país que transita de derrota en derrota, de un colonialismo mental a otro, de un racismo soterrado y bajo cuerda y con un himno nacional de ominosa letra –abordado recientemente por mi amigo Julio Rivera Dávalos en su libro El mito de un símbolo patrio-, que marca a fuego desde niños la idea derrotista y de baja autoestima de la “humillada cerviz”.
Así, lo extraordinario resulta que si la soberbia es la clave de la actitud española ante la sociedad (se cuenta que cuando a un español que sale de su país se le pregunta cómo está, éste responde: -Aquí jodido, rodeado de extranjeros), en cambio aquí la humildad es la clave de la actitud peruana ante lo social (es conocida la sorpresa que causa en el exterior el tono bajito con que hablamos, así nos suelen decir: -Está Usted mal de la garganta?, no se le escucha. O de lo contrario cuántas veces somos testigos de la exagerada amabilidad áulica con el extranjero y el desdén con el nacional).
La modestia, la sencillez, el no llamar la atención suele ser una difundida característica nacional. Pero esta humildad no es precisamente aquella virtud de reconocer los fallos y defectos propios, sino que nace de la inseguridad, la ambigüedad, la falta de carácter que hunde sus raíces en un choque emocional histórico, de profunda y duradera huella en el subconsciencte, que se presenta como un debilitamiento del yo y con regresiones intelectuales reivindicatorias (hispanismo e indigenismo).
La personalidad peruana se ha forjado ya en los siglos cruciales del xvi y xvii y el hecho de que el enemigo desaparezca del mapa, con la independencia –que pasó por nosotros pero que nosotros no pasamos por ella- y la vida republicana –que reprodujo más los vicios que las virtudes del virreynato-, no cambia el concepto del pueblo de la “humillada cerviz”.
La china tudela, conocida columna de Rafo León –lanzado recientemente como libro-, registra esta frustración incluso en las capas altas de nuestra sociedad, la misma que detesta estar rodeada de cholos pestíferos (o como dice un conocido vals cantado por Avanto Morales, con olor a parmesano y chanel), pero que a su vez no deja de sentirse menos ante el extranjero o la high life international y que refleja la pérdida de su superioridad intelectual y espiritual en su lenguaje y modo de pensar. Esto nos recuerda el título de un afamado libro de Franz Fanon de los sesenta, Piel negra, máscaras blancas. La diferencia aquí es que se trata más bien de “piel mestiza, máscara blanca”. Mi amigo el embajador Antonio Belaunde diría más bien, con su libro Perú: persona, sombra y alma, que a la persona blanca se le extravió el alma india. Diagnóstico certero, por cierto.
Se trata de un complejo discriminatorio que también se discrimina a sí mismo sintiéndose inferior. Esta firme convicción personal y social de no poder ser o realizar una determinada cosa o identidad es normalmente llamada en psicología como complejo neurótico. Este impulso conflictivo se manifiesta de diversas formas: podemos ser discutidores hasta la remaceta por el solo hecho de no sentirnos vencidos por lo menos en el debate, o puede ser intelectualizado hasta la alambicada defensa de la creencia que no somos capaces de manifestar un pensamiento propio o que no existe un filosofar nacional.
La severidad de este cuadro también se expresa en el deseo de sentirse jefe o cabeza de grupo, de tener siempre a alguien a quien ordenar, lo cual no sólo satisface esa ansia de poder, que todo ser humano convencional lleva adentro, sino que provee una compensación a su profunda falta de seguridad.
2.¿Una cultura del fracaso?
Esto hace que la “humillada cerviz” de los peruanos sea a su vez sumisa y autoritaria, obedece por temor y no por convicción, le gusta hacer lo que quiere por el gusto al capricho, oscila entre la anarquía y la dictadura –por eso es que la democracia es un hueso todavía duro de roer entre nosotros-, se discute interminablemente, pero el desahogo no siempre es verbal y la brutalidad suele desbocarse en ajusticiamientos populares –aquí suele decirse se le metió el indio-, a la familia suele perdonársele todo y al desconocido nada, es aguantador hasta la desesperación, receloso y simulador –espíritu de lacayo o de filipillo-.
Una amiga antropóloga peruana, que es muy cosmopolita, me decía: “Dentro y fuera del país el peor enemigo del peruano es otro peruano”. Claro que esto tiene sus excepciones, especialmente con los amigos y los miembros de la familia. Se dice que la idiosincracia peruana es muy familista, y se lo repite como si fuese muy meritorio cuando mucha de las veces sirve de justificación para un criterio de justicia y de igualdad totalmente desproporcionado e irreal, propio del clan primitivo o de la tribu enquistada como un tumor en la sociedad moderna. Ya decía Víctor Hugo:” Ser bueno es fácil, lo difícil es ser justo”.
A propósito de esta pintoresca costumbre nacional, muy frecuente en nuestra vida política, especialmente presidencial, cuenta Don Ricardo Palma lo siguiente:
“-Dios sacó al hombre de la nada; pero el presidente Echenique con su Consolidación, lo superó, sacando a muchos hombres, a muchísimos, de la nada, esto es, de la pobreza humilde a la opulenta soberbia”.
La cultura de la improvisación se destila, como por gravedad natural, de la identidad neurótica, que suele estar frecuentemente muy bien representada por la Presidencia de la república y la burocracia gubernamental, especialmente. En el argot criollo esta conducta se conoce como el “hinchazón de pavo”. Es decir, aquel seudo afortunado funcionario que es promovido no en vista de su mérito sino de sus recomendaciones y favores, cuando no de formar parte de una partida de forajidos saltimbanquis, y en el colmo de la estulticia adopta un ademán despreciativo y superior ante los demás subordinados.
Esta anomalía de la psicología colectiva, que supura falta de fortaleza moral, ha entorpecido y retrasado el desarrollo nacional en proporciones inusitadas. No ser parte del clan o del grupo, por lo general de incapaces pero de audaces y ambiciosos, revela un bastardeo de la moral que destruye los soportes superiores de la comunidad.
A estas alturas, sería provocador decir líricamente que el alma peruana está jalonada por lo fáustico español y lo mágico indígena, pero esto no pasaría de ser una agradable simplificación excesiva porque lo mestizo, que pulula por doquier -“El que no tiene de Inga tiene de mandinga” decía Don Ricardo Palma-, aún no sintetiza las fuerzas telúricas disímiles que contiene, y en esa desarmonía se ha comportado en la vida republicana –salvo dignas excepciones- como si no estuviese hecho para el triunfo sino para el fracaso.
Esto me recuerda unas duras y desafortunadas palabras, desde el punto de vista político y diplomático, de un senador republicano, cuyo nombre no recuerdo, de los tiempos de Clinton, que a propósito del libre comercio con la subregión espetó:
“Nada con los del Sur, porque ellos pertenecen a la cultura del fracaso y nosotros a la cultura del éxito”.
Y últimamente, Samuel Huntington en un libro suyo llamado Quiénes somos (2004), se pronunció a favor de una democracia de blancos anglosajones y comparó, muy desafortunadamente, el peligro de la conquista demográfica de su país por las prolíficas masas hispánicas, con el desbalance racial en Bosnia-Herzegovina, que provocaría su limpieza étnica.
3.Las dos dimensiones de la identidad neurótica: exitofobia y fracasofilia
A veces hasta los más brutales insultos suelen contener un grano de verdad y ésta quizá puede ser iluminada con el emblemático y contrafáctico título del libro del entrenador del Cienciano, Fredy Ternero, Sí se puede.
Es decir, siempre creímos que no se podía. Con el desarrollo de las relaciones humanas, industriales, el marketing, la reingeniería y otras disciplinas ligadas al mundo de los negocios y de la empresa se puso de moda el acápite sobre El temor al cambio. Tal concepto nos puede ser útil para entender que también se puede detectar el temor al éxito o triunfo y del paradójico amor al fracaso.
La exitofobia y la fracasofilia son partes substanciales de nuestra neurótica “humillada cerviz”, como componentes inherentes y naturales a nuestro comportamiento social. Presidentes que pretenden perennizarse –Fujimori fue el último-, dirigentes exitosos defenestrados por celos –Arturo Woodman es el último caso en el deporte-, y el mantenimiento del bajo perfil en la empresa, el hogar, el barrio, el cuartel, el colegio, la fábrica, la universidad o el ministerio resulta siendo el santo y seña más seguro para librarse de las ojerizas ajenas –previa fraterna comunión en el delito, lo etílico, la obscenidad, la indignidad o lo erotómano-.
Existe un antiguo proverbio sufí que dice: “Cuando el hombre practica maldades, acumula moho en su corazón, de modo que está ciego para los misterios divinos. De modo análogo se puede decir que,cuando lo deshonroso causa simpatía y la honradez provoca recelo,entonces el progreso espiritual de una comunidad es un desideratum imposible, la fuerza moral de una sociedad ha llegado a su más bajo nivel y sus miembros se acostumbran a una servidumbre tranquila que a una libertad peligrosa. La viveza criolla, la sacada de vuelta se convierte entonces en la divisa de una descomposición moral que deforma al individuo y subdesarrolla a la comunidad.
El pueblo de la “humillada cerviz”, que no vive precisamente en las más dignas condiciones humanas sino en las más indignas en salud, educación, vivienda y empleo, ve con recelos, suspicacia y sospecha, cuando no con temor, el avance de todo progreso del vecino, y, por supuesto, de una nueva mentalidad que se hace escuchar de vez en vez en cada generación.
Son voces de renovación patriótica e integración social cuya fuerza moral sufre casi siempre una derrota de estreno pero, como la gota de agua que horada la dura piedra, también no tarda en penetrar en el tejido social. Pero no sin levantar nuevos muros, fosos y trincheras en qué perpetuarse –para este propósito son de una gran eficacia en nuestro medio el chisme, la calumnia, el rumor, el infundio, cuando no la trampa-.
En suma, en los traumáticos siglos cruciales del dieciseis y diecisiete se forjaron en la psicología colectiva de los peruanos una identidad neurótica, que vive en función de su autonegación, delineándo una cultura del fracaso que acepta como moneda corriente y normal la exitofobia y la fracasofilia, como categorías anímicas colectivas. Este estado patológico se ha visto interrumpido solamente en las grandes gestas patrióticas, en la intelligentzia peruanista de los treinta y en el nacionalismo velasquista. Las prosperidades conocidas, en la otrora oligarquía y renovada plutocracia, no han conseguido conformar una identidad nacional consensuada, lo cual ha recaído en la deslegitimización de sus proyectos históricos.
4. La fantasía mercadólatra postmoderna
Hace más de una década – en medio de un contexto internacional unipolar- que existe una ofensiva ideológica llamada neoliberal, que busca legitimar como proyecto histórico al capitalismo. Este sistema exacerba la codicia, y sobre el círculo infernal de la misma podemos recordar lo que afirmó Horacio: “El que codicia muchas cosas necesitará muchas más”.
En el tiempo transcurrido el sueño de convertir a América Latina en otro Tigre asiático no se ha hecho realidad. Muchos creyeron que la aplicación de las recetas neoliberales modernizarían al país hasta el límite de cambiar radicalmente nuestra pisología colectiva. No faltó quienes fueron de la opinión que el neoliberalismo acabaría con la virreynal mentalidad mercantilista por otra más moderna y democrática. Pero las cosas resultaron más complicadas y sutiles que los fantásticos esquemas de los mercadólatras.
Por supuesto que existen causas externas que colaboran permanentemente con el estado de postración psicológica de los peruanos, y un nuevo componente ha venido a sumarse con el mismísimo neoliberalismo, que resulta siendo de un formalismo tan gélido y extremado capaz de poner entre comillas a millones de seres humanos o más exactamente a dos tercios de la humanidad, los cuales quedan excluídos de las vitrinas del mercado.
Muchos creyeron dogmáticamente, como Vargas Llosa o Hernando de Soto, que la apertura de las economías en el modelo neoliberal cambiaría esta manera conservadora o mercantilista de pensar o ver las cosas, pero en la práctica la realidad superó las fantasías de los mercadólatras. Una élite socioeconómica mediocre, economicista, que confunde el bienestar macroeconómico con el malestar microeconómico, resulta siendo incapaz de realizar lo que Basadre llamó la promesa de la vida peruana. Príapo, Marte y Mammon son los verdaderos ídolos modernos que dirigen a nuestras élites productivas, políticas, guardianes y pensantes.
Para la fantasía mercadólatra la República se fundó para cumplir con la promesa de la prosperidad económica y un apreciable desarrollo material. Para ellos no es esencial el elemento espiritual y el perseguir un ideal superior. Los mentores del neoliberalismo nunca se preguntaron qué iban a hacer para evitar que, junto con la elevación de los ingresos y la multiplicación del empleo, se produjera la ola de divorcios, la disolución del matrimonio, el aumento de la delincuencia, los crímenes, la pornografía, la trivialización de la cultura, entre otras linduras más que suelen acompañar al frenesí consumista y adquisitivo de la sociedad moderna.
Nunca repararon en que este modelo civilizacional, desespiritualizado y anético, es inviable no sólo respecto con la Naturaleza sino con el hombre mismo. Es decir, el modelo neoliberal globalizado resulta acelerando el estrangulamiento de la vida espiritual ya no sólo en Occidente sino en todo el orbe.
Las grandes ideas no nacen del mercado libre, nacen de la libertad del espíritu incluso ante los mercados. Esta confusión grave contamina a nuestras universidades, las cuales han devenido de centros de formación humanística en centros de comercialización de grados y títulos, es decir es otro mercado más. El supuesto centro del pensamiento libre y científico es hoy descuartizado por las gangas de la competencia y de la ineptitud científica. Los presupuestos para investigación – que es la razón de ser de la universidad- o son pírricos, por no llamarlos ridículos o simbólicos, o son inexistentes. De los ingresos y gastos no se da cuenta idóneamente, mientras que las instalaciones físicas se multiplican y los exámenes de admisión se duplican.
La universidad se ha dejado tiranizar pasivamente por el mercado, se ha sometido y humillado, y salvo honrosas excepciones es hoy refugio del soberbio y engreído homo academicus.
Nuestra crisis es de índole espiritual y civilizacional y no se resolverá con revoluciones de la propiedad.
El automatismo que impone la lógica del capital, si en los sesenta y ochenta tuvo provocó la condena del sectarismo marxista –sectarismo que tampoco respetaba al sabio, y a propósito en San Marcos se recuerda mucho la visita del eminente Gregorio Marañon allá por los años sesenta que tuvo que soportar un deshonroso desaire del alumnado por razones de índole ideológica, lo mismo le sucedería mucho antes a José de la Riva Agüero y a Víctor Andrés Belaunde-, decía que dicho automatismo tiene hoy tiene que ver con la indiferencia de la juventud posmoderna que ve al hombre de conocimiento como portador de reliquias cuentísticas.
La “humillada cerviz” encuentra entonces en este paso de la modernidad a la posmodernidad un calmante más: la indiferencia del todo vale. Así, la joroba ya no pesa tanto pero sigue afeando, no obstante quién sabe si lo feo puede ser otra ilusión más. No es extraño entonces que lo mostruoso y lo horrible se hallan convertido en juguetes infantiles corrientes.
Recapítulando, es posible decir que a nuestros defectos psicológicos históricos se ha venido a sumar la barbarización de la cultura occidental, el cual ha venido a provocar la vejez niveladora en los propios jóvenes, quienes corren encanecidos en el alma tras el condumio y el lucro, cuando no tras el placer momentáneo y disolvente.
Estas líneas podrán parecer una catilinaria contra los arquetipos de la mediocridad nacional pero no lo es, porque la pendencia es aquí una reflexión sobre nuestro ser nacional en crisis. Y lo que crece más rápido en esta crisis no son precisamente las virtudes sino los defectos. La fantasía mercadólatra se ha vuelto en una pesadilla que contribuye a ello.
5.La revolución somatotónica
Al respecto quisiera emplear los aportes de Scheldon, médico y psicólogo norteamericano, que descubrió tres componentes primarios de la constitución física humana: endomorfismo, mesomorfismo y ectomorfismo; y tres correspondientes componentes temperamentales: viscerotónico (regordete, aficionado a los lujos, ceremonias y comodidades), somatotónico (musculoso, agresivo, competitivo y ávido de poder) y cerebrotónico (intelectual, introvertido, abstraído y supersensible).
Con cada temperamento pasamos de una clase de universo enteramente diferente a otro, de un Sancho Panza a un César Borgia o a un Hamlet, el de un cuerpo construído alrededor a su conducto digestivo a otro edificado por la actividad muscular o esteotro que gira en torno a un elevado grado de construcciones de pensamiento y de imaginación. Y aún cuando creo que todas las almas reciben un remoto llamado a la unión con Dios, existen en ellas diversas tendencias que las particularizan.
El punto es que el esquema de Scheldon nos permite advertir que el orbe occidental está inmerso desde el siglo dieciocho en medio de una “revolución somatotónica”, es decir dirigida contra todo lo que es propiamente cerebrotónico en la teoría y en la práctica de la cultura cristiana. Me explico.
Las sociedades premodernas intentaron desalentar sistemáticamente la somatotonía para no ser destruídas por la avidez de poder, riqueza y éxito. En cambio desde la era moderna se vive cegado por un exceso de extraversión, que ha dado lugar a los descubrimientos tecnológicos, y a su vez el progreso tecnológico es productor y mantenedor de esa revolución somatotónica, la cual persuade a la población para que la acepte como weltanschauung. En ella, la acción es considerada como el fin supremo, y el pensamiento desinteresado como un medio para tal fin.
Esto explica cómo se ha extendido por el mundo –primero anglosajón y luego latino- la deformación que quiere concebir a la filosofía -la expresión cultural más desinteresada, lo cual nunca entenderán los filosofastros- como un “conocimiento aplicado”, como otra especialidad técnica más. Acorde con esta deformidad, lo que más importa en esta era somatotónica no es la situación espiritual sino la situación material.
La meta suprema de ganar más como sea, lleva no sólo a los tristes ejemplos de los burriers sino también a catedráticos principales que hurtan horas para dictar a escondidas en otros centros académicos. De la mano con estas tendencias, va el nuevo oscurantismo de los medios masivos de comunicación social, que fabrican la “verdad”, y la publicidad, que es el pulmón por el que respira la sociedad de la sensación y retroalimenta la devoción por toda clase de estímulos instintivos.
Por último, con este sistema de comportamiento y de pensamiento somatotónico está estrechamente asociado una educación para la competencia, la cual alienta la manifestación de la somototonía tanto en los sibaritas ricos como en el resto de la población pobre.
La revolución somatotónica que sopla con fuerza en América Latina y sobre nuestra identidad colectiva tiene como característica esencial el de ser una afirmación de la vida sin contenido ético, sin espiritualidad ni interioridad. Esto tiene el indeseable corolario de inflacionar los defectos y marchitar las virtudes. Dicho cambio tiene que ver con la cultura cristiana.
La unión espiritual y mística con el ser infinito ha sido puesta de lado en el pensamiento occidental desde el siglo XVIII. No se trató aquí del abandono de la supraética mística de la identidad, muy presente en el pensamiento de la India, sino del abandono de la mística ética del amor activo, propia del cristianismo. La actual afirmación anética del mundo y de la vida resulta siendo mortal para la humanidad entera.
6. La sociedad de la sensación
A nivel planetario millones de hombres y mujeres son educados para ser laxos y seguir los impulsos de sus sentidos.
Se configura una sociedad de la sensación, acostumbrada a proyectar del ser humano solamente sus sentidos externos, todo lo concerniente al sentido interno deja de formar parte integrante y esencial de la vida humana. Homo videns es el término acuñado por el filósofo Sartori, apelativo que resulta corto y no hace justicia a un individuo sometido no sólo a la fascinación por las luces de neón, sino también al sonido estridente y al imperio tactíl.
Ya en su momento Aldous Huxley señalaba que nuestra tecnología ha sido lanzada contra el silencio, se trata de una Babel de distracciones y ansiedades que no deja que la voluntad logre nunca el silencio. En la sociedad de la sensación vagan erráticos las tres clases de silencio básicos: el silencio de la boca, el silencio de la mente y el silencio de la voluntad. En nuestro vertiginoso hiperactivismo sin finalidad resultan incomprensibles las palabras de un San Juan de la Cruz: “El hablar distrae y el callar da fuerza al espíritu, luego hay que obrar con silencio, humildad y caridad”.
Los medios masivos de comunicación son verdadera presa de las palabras inspiradas en la malicia, en la codicia y en la imbecilidad. Su constante bombardeo de veinticuatro horas difundiendo estulticias sobre la comunidad tiene el desastroso resultado de que la persona deje de percibir su sentido interno, porque sólo en silencio ha de ser escuchada el alma. Lao Tse solía repetir que “el que sabe no habla, y el que habla no sabe”. Verdaderamente hoy padecemos la logomaquia irrefrenable e incontenible del que habla sin saber, y oyendo sus sermones nunca puede lograrse la verdadera sabiduría que exige el silencio y la meditación.
Para la sibarita y hedonista sociedad de la sensación siempre resultará incomprensible que la mortificación de la lengua es una de las más difíciles pero también una de las más fructíferas, porque la verdadera música no es aquella que uno penetra sino aquella que penetra en uno. El verdadero saber es litúrgico porque adentra al alma en sus infiernos, padecimientos y gemidos. El fondo del alma brota con el silencio, no por placentera sino por facilitar su viaje doloroso a sus adentros. El silencio es la vía regia del alma para el rescate y salvación de su propio horror.
En la sociedad de la sensación lo que falta no es el escribir o el hablar –toneladas de tinta y saliva se vierten diariamente en los diarios, radios y televisoras del planeta- sino el callar y obrar con solidaridad.
La abolición del silencio en la sociedad de la sensación representa la realización del arcaico sueño humano del regresar del ciclo vida-muerte, el sonido sempiterno equivale a algo que permanece en la condición de lo divino. El vencimiento del silencio viene a ser la imagen acabada del sueño que anida en lo más hondo de la vida humana, la sed de inmortalidad. La humanización del sonido no es lo mismo a la trivilización del sonido humano. Ejemplo de sonido humanizado lo encontramos en las penetrantes notas de la música barroca y clásica, las cuales facultan que el alma conozca los misterios de la naturaleza y del corazón humano. El contraejemplo de trivialización del sonido mecanizado y sensiblero lo hallamos en la música que oculta la dimensión constitutivamente trágica de la condición humana.
En la sociedad de la sensación la imagen que se proyecta resulta lo más importante que sea imaginable. La relación inicial y primaria entre el ser humano y lo divino ha sido reemplazado por la vigilancia y la persecución implacable de la mirada del otro, hasta que al fin el hombre exasperado y cercado hace culminar su delirio en una peculiar imagen banal, lleno de un vacío consenso cotidiano.
“Haz caso a tu sed”, dice una conocida transnacional de bebidas gaseosas. Con este sistema de ética “débil” está asociada la idólatra seudoreligión del dinero, mucho más fuerte que cualquier metarrelato.
Hoy la meta suprema es vivir adaptado al mundo bajo estos valores inferiores, es decir suprimir la angustia que sólo puede provenir cuando uno no se cierra a lo trascendente. Y así espectamos a religiosos y filósofos, teóricamente los más angustiados, poniéndose a tono con el mundo, suprimiendo su filo crítico, sin capacidad de reacción y de denuncia, lo cual viene como anillo al dedo de la “humillada cerviz”.
La sociedad de la sensación es uno de los intentos más maduros del hombre moderno para librarse de lo divino, se niega deliberadamente a padecer a Dios y a lo divino que todo hombre lleva dentro de sí. Y en su despropósito es de gran ayuda aquella visión del mundo de la afirmación de la vida sin contenido ético. Esto le facilita la tarea de no tener a nadie más allá de sí, sintiendose el centro de todo le es más fácil prescindir del Dios desconocido y de lo desconocido de Dios.
Una sociedad de la sensación tiene un efecto sumamente nocivo sobre una identidad neurótica, sin profundidad y desarraigada que resulta necesitando del más ventrudo materialismo y tiranía de lo externo. Esa es su chata teleología. De manera que, la revolución somatotónica acentúa nuestro desarraigo espiritual hasta límites mortales, pues en vez de avanzar hacia una nueva síntesis cultural de esencia ético-religiosa nos encaminamos hacia una disolvente globalización crematística en esencia deshumanizada y tecnológica.
En suma, la sociedad de la sensación no es el nihilismo de la desesperación pesimista y destructora de un Cioran o el humanismo rebelde del esfuerzo moral de un Camus, sino una era del vacío donde el hombre renuncia a sí mismo, a su misteriosa finitud, aceptando pasivamente como cierta su escueta realidad psicológico-biológica, su consolidación como “cosa deseante”. El Marqués de Sade entrevió nítidamente el antagonismo entre el deseo y la razón en la condición humana, declarándolo irreconciliable. A esta visión dicotómica –y por cierto luciferina- se adhiere la sociedad de la sensación, como triunfo postrero del controvertido legado del pensamiento del Marqués.
7. Crisis del quietismo y activismo cristiano
En su momento Víctor Andrés Belaunde avizoró que un Perú basado en la justicia sería posible no desde un marxismo extraño sino desde la concepción cristiana de la vida.
El asunto es más complejo, porque la actual encrucijada no es ajena a la concepción cristiana de la vida. Me explico. Cristianismo es por un lado deseo de aniquilación en Dios o misticismo de la identidad con el Ser Infinito, y por otro es voluntad de salvación del mundo o misticismo de la firmación activa del mundo y de la vida. Lutero –al margen de su controvertida doctrina de la justificación-, renunciando a la negación del mundo y de la vida del cristianismo medieval, se atrevió a decir que la profesión y el trabajo humano son sagrados.
Pues bien, la revolución somatotónica es hija legítima del segundo aspecto del cristianismo, con la particularidad que está amenazando a la propia cultura occidental con descristianizarla para tecnologizarla, y esto es lo que en último término representa la posmodernidad.
Entonces, entender lo que significa la concepción cristiana de la vida no es unívoco, como imaginó Belaunde, sino que está comprometido con su esencia bifronte el desarrollo de los acontecimientos. El resultado es que la personalidad espiritual de Occidente está hecha jirones, y sus últimos profetas filósofos hablaron algo patéticamente, como Kierkegaard que ofrece al hombre el suicidio o la fe, o como Heidegger que habló de la muerte y la de resignación. Los posmodernos que tratan de desligarse de todo este pasado espiritual, sólo ofrecen el disolvente “todo vale”.
Personalmente no creo que el cristianismo, como ninguna de las grandes religiones mundiales, esté agotado, menos en un país como el Perú con un masivo sentimiento religioso, especialmente en los andes. Pero sospecho, al igual que el teólogo Leslie Dewart, que la experiencia cotidiana del hombre contemporáneo exige una extensa deshelenización del dogma y particularmente de la doctrina cristiana de Dios.
La inmutabilidad introducida en el cristianismo por la helenización de los Padres de la Iglesia pone el acento en la supraética negación del mundo y de la vida, pero no ahogó la verdadera ética del amor activo del propio Jesús, que enfatiza más bien la afirmación del mundo y de la vida. Jesús y Buda coinciden en que al estar bajo la influencia de la negación del mundo ambos presentan una ética de la perfección interior; pero se diferencian en cuanto que la ética de Buda a diferencia de la de Jesús no pide un verdadero amor activo. La ética de Jesús ordena el amor activo, en el Buda no se va tan lejos.
Tagore criticando el quietismo de los brahmines llamó aberración del pensamiento oriental al hecho de que el pensamiento sólo se ocupe con la cuestión de la unión con Dios y, sin embargo, no permita que el hombre logre una relación positiva con el mundo que procede de Dios.
Es decir, el pensamiento de la India, de la China y de Occidente ha evolucionado entre un conflicto del misticismo de la negación del mundo y de la vida, de contenido supraético –Dios está sobre el bien y el mal-, y un misticismo de la afirmación del mundo y de la vida, de contenido ético –Dios es una personalidad moral-. El primero en bajar de la montaña ha sido el pensamiento europeo, pero también ha sido el primero en traicionarlo desde el siglo XVIII.
La tragedia que se está desarrollando inexorablemente ante nuestros ojos es el desarrollo de la afirmación del mundo y de la vida sin contenido ético –Dios ha muerto junto con el bien y el mal-, como visión occidental que se impone incluso a otros orbes culturales. Esto significa que tanto el quietismo como el activismo cristiano está atravesando por una profunda crisis que representra en buena cuenta la crisis de la identidad de la cultura occidental.
La crisis de identidad de la cultura occidental abarca no sólo la dimensión religiosa, sino también la racionalidad griega y el derecho romano. Son los propios pilares de la cultura occidental que se remecen, provocando la agudización de las crisis de identidad nacionales como la nuestra.
Pues bien, el hombre secularizado de hoy no podrá salir del hoyo en que se hunde sin vincular la religión con el creciente dominio del mundo, integrando el concepto dinámico de Dios con un mundo que procede de él.
8.Hacia un misticismo ético como órbita de la identidad
Es decir, el reto es espiritualizar la vida contemporánea desde nuestras propias bases culturales, que son occidentales y cristianas a nuestro modo.
Antes se intentó infructuosamente extraer de la visión del mundo una ética, ahora el desafío consiste en que de la ética hay que extraer la visión del mundo y no al revés. Una verdadera visión del mundo no proviene del conocimiento, finito y limitado, sino de la ética. Etica es responsabilidad sin límites, es concebir la unidad con el Espíritu del mundo como una tarea moral, es culto a la vida entera.
El misticismo de la negación como de la afirmación intentaron conocer el Universo para derivar de ahí una ética. Pero hay que ser humildes y reconocer que es imposible comprender como ético y lleno de sentido del drama del Espíritu del mundo. Albert Schweitzer insistió en que el misticismo de la identidad no es ético, mientras que el misticismo ético es realista, es empírico y reconoce el misterio de cuanto existe.
Hoy más que nunca el futuro de la humanidad depende del surgimiento de nuevos guías espirituales, nuevos exégetas, que demuestren la posibilidad de superación de esta sociedad afrodisiaca. La humanidad actual, incluso los que se consideran creyentes, están famélicos íntimamente porque están siempre relamiendo y triturando la letra en vez de aprehender el espíritu.
El verdadero modo de sacar provecho de las faltas de nuestra época es humillarlas en su fealdad, sin cesar de esperar en Dios y no esperando nada de sí mismo. La gracia del Ser Infinito no requiere que hurguemos en el sucio fango de nuestra alma. La ética del amor activo sólo exige que así como esquivamos los vericuetos del infierno esquivemos también nuestras culpas. Somos más hijos de Dios en el amor al prójimo que en el éxtasis contemplativo. Es decir que conocemos mejor lo divino en la acción positiva por la vida que en el quietismo idolátrico de la intimidad.
Atormentándonos interiormente con remordimientos el yo no se abre a la luz divina, porque es mero amor propio estar incurriendo en remordimientos. En el remordimiento el hombre fija narcisísticamente la atención en sí mismo y no en Dios. Con razón decía San Juan de la Cruz:”El alma que a su miel se arrima impide su libertad y la contemplación”.
Un misticismo ético como eje de la identidad no significa preocuparse por una religión universal comprensiva de todas las religiones, asunto que tanto interesan a los ecuménicos. El misticismo ético, por el contrario, subraya que no tiene sentido cambiar una religión por otra, sino que, la unión con Dios debe buscarse en su propia tradición religiosa. Lo que hace a una religión verdadera no es su doctrina, antes bien, es la piedad de los hombres que se entregan al amor de Dios y sirven a su prójimo con amor.
A la sociedad de la sensación le sobra soberbia y le falta humildad, a la revolución somatotónica hace falta contraponerle hombres cerebrotónicos, sensibles y abstraídos, capaces de abrirse al llamado del Absoluto y del prójimo, a la fantasía mecadólatra hay que demostrarle que el hombre puede dejar de ser esclavo de Mamonn, Marte y Príapo, a la cultura del fracaso y del éxito se le puede contrarrestar edificando una cultura espiritualizada, y a nuestra identidad neurótica se le puede devolver la salud sellando una alianza entre lo nacional y lo ético-religioso.
Contra la actitud hipercrítica de los espíritus racionalistas que creen que cuando se habla de misticismo es siempre hablar de éxtasis y milagros, hay que decirles que de lo que se trata aquí es de una inspiración profunda del espíritu más cálido de amor por sus semejantes. “Es más fácil –expresaba Jesús- decir a un paralítico: Levántate y anda, que decirle tus pecados te son perdonados”. Por esto, no se trata tozudamente de promover una sociedad de duros ascetas, nada más lejos, sino de edificar una abierta simpatía por el contacto con la humanidad y todo lo vivo. Insistir en lo contrario es no entender lo que aquí se plantea.
El humanismo secular de los espíritus racionalistas pasan toda su vida en la creencia de que están completamente consagrados a los demás y nunca a sí mismos. Pero como señalaba inteligentemente Fenelón, esto no es más que presunsión y devoción al propio yo. Solamente la calma, la sencillez y la tranquilidad de espíritu –cualidades raras en nuestro tiempo- pueden ofrecer la aprehensión de la base divina en la realidad.
Una ética completa contiene una verdadera significación mística porque supone una devoción simpática y útil de culto a la vida. En los seres vivientes hay que ver que lo que en el fondo emana no es la criatura, sino la energía creadora divina. No se trata de un punto de vista lógico, se trata de un punto de vista ético en tanto que la ética es responsabilidad sin límites y es el vínculo con lo divino. Con razón escribía Whitehead: “Dios es la última limitación, no hay razón para su naturaleza porque ella es la razón de la racionalidad”.
En suma, el misticismo ético como órbita de la identidad implica que la adoración de Dios no es una regla de seguridad, es una aventura del hombre entero, un lanzarse en pos de lo inasible, lo ilimitado y lo absoluto.
9.Popurri de pecadillos nacionales
Y mientras esto suceda la humildad seguirá siendo proverbial entre nosotros. Por ejemplo, la falsa humildad congresal hace que éstos se despachen un desproporcionado e insultante emolumento navideño. Esta falsa humildad recubre una enorme soberbia inconfesada, que hace posible las situaciones más inimaginables y refuerza la creencia de que en el Perú pueden ocurrir las cosas más increíbles, por injustas por supuesto.
-La familia presidencial está involucrada, ¡es que te lo crees todo!
-¡Pero si lo he visto por televisión!
-¡Normal nomás!, ¿acaso a tí sobrino no te tengo en el ministerio?
El peruano tiene por lo común poca consideración y respeto por la verdad. Un viejo amigo me contó lo ocurrido con un peruano conductor en Miami. Habiendose detenido pisando con la llanta delantera la línea peatonal ocurre lo siguiente:
-¡Papers! –le grita el gigantesco policía gringo- oh peruvian,lets go, lets go…(papeles,ah peruano, largo de aquí, largo)
La explicación de tal inexplicable conducta policial es que, el juez había dado la orden de que no se le enviasen al tribunal peruanos por faltas leves de tránsito, porque cuando eran interrogados por su señoría gringa, que tiene en alto valor a la verdad, éste recibía por respuesta:
-Quién?.... yoooo…, noooo…hay un errooor…
No admitimos la verdad, y nos gusta vivir entre la verdad de las mentiras. ¿Será por eso somos tan impuntuales, que nuestra justicia es tan lenta y venal, y nuestros abogados tan reveseros y codigeros?. Al peruano – que se siente con patente de corso ante el reloj-cuando se le dice a las 7 hay que dar por descontado que llegará treinta minutos más tarde. La puntualidad refleja organización y respeto, pues bien, el peruano es desorganizado e irrespetuoso, le cuesta trabajo no tutear, ¡ah, pero eso sí, no le gusta que lo tuteen! Lo ancho para él y lo angosto para el resto. Evidentemente que este comportamiento corresponde a alguien que se ha creído una inmensa mentira sobre sí mismo, esto es,!la importancia de su insignificancia!.
Otro pecadillo capital del peruano es la Gula. Pero de la cual se deriva la virtuosa comida nacional. En principio, al peruano le irrita muchísimo no tener un plato abundantemente servido, culpando de la indigestión a la calidad y nunca a la cantidad. Pero no sólo lleva un hambre de siglos sino también una sed de milenios, por eso que bebe hasta la embriaguez, y el ridículo a que se expone queda compensado por el momentáneo alejamiento de una sociedad poco grata.
Además, cuántas veces hemos oído: - ¡A ver, si es tan bueno que lo haga otra vez!
Si hay algo que irrita al peruano es que otro se destaque, muy a su pesar se concede una virtud al aludido. Lo tremendo de la Envidia peruana es que obliga a casi todo el mundo a mantener un perfil bajo, a no llamar la atención. La instintiva actitud a rebajar revela un tenebroso afán por buscar lo malo en el prójimo; así nos especializamos en la censura, el vituperio y la burla. A propósito de burla, se cuenta que cuando el cobrizo general Santa Cruz cortejaba a la mujer de fuerte carácter que iba a ser su esposa, se produjo el siguiente diálogo:
-Mira que no soy un mal partido, ¡seré presidente!
-Y qué…!la presidencia pasa y el cholo queda en casa!
Pese a todo sigo creyendo que el peruano puede ser mejorado, justificado y salvado. ¡Que así sea!
Lima,Salamanca 21 de febrero 2005
FLORES QUELOPANA, Gustavo (Lima, 1959). Estudió Filosofía en la Universidad de San Marcos. Presidente fundador de la ONG cultural Instituto de Investigación para la Paz, Cultura e Integración de América Latina (IIPCIAL). Miembro de la Sociedad Peruana de filosofía y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (SITA). Ensayista, escritor y poeta. Autor de veinticinco libros publicados, entre los últimos: El imperio posmoderno y el hombre anético (2004), El placer del mal, ensayos sobre la crisis de la civilización occidental(2004), En torno al problema del ser en Kant(2004).