Sonia Luz Carrillo Mauriz (*)
Hace algunas décadas, el noticiero de televisión de mayor audiencia en el Perú se promocionaba con el lema “el espectáculo de la noticia”. En aquel entonces, el lema lucía inocente porque aunque a veces se dudara de la objetividad, buena parte de la realidad difundida no estaba en entredicho y el tratamiento de las noticias no desvelaba a muchos. La historia demostró sin embargo hasta qué punto la exacerbación de los aspectos espectaculares, unida a la ausencia de responsabilidad ética pueden trastocar la realidad en una mascarada donde la verdad y la mentira son mezcladas adrede, con el acostumbramiento o la benevolencia del público.
La representación de la realidad en la maltratada sociedad peruana - con problemas agravados tras la dictadura de Fujimori y Montesinos- abre serias interrogantes en momentos en los que el valor Verdad, en manos de los mismos que la afrentaron, corre el riesgo de convertirse en un concepto vacío. El Perú es un país con muchos medios y también muchos miedos. Entre ellos, tal vez el más peligroso, el miedo a la verdad.
I. Qué decimos cuando decimos ‘medio’ y ‘mediación’ hoy?
1.1 Medios, mediación.
En la sociedad contemporánea frecuentemente se utiliza una serie de términos sin preguntarnos por la naturaleza de lo que nombran. Esto ocurre con la palabra ‘medio’ que de la acepción: “Dícese de lo que está entre dos extremos, en el centro de algo o de dos cosas” ha pasado a denominar a todas aquellas formas industrializadas que generan, reproducen y difunden mensajes, símbolos sociales.
En un sentido general, el habla, la escritura, la danza, etc, son formas o medios de comunicar mensajes, en tanto están en capacidad de transmitir códigos a través de uno o más canales. Sin embargo, lo novedoso es que el término ha devenido en señal de posibilidad técnica de producir y transmitir mensajes en forma masiva. El énfasis se coloca en los recursos técnicos que hacen posible el acto de comunicar. “McLuhan empleó la palabra en este sentido en su famosa frase El medio es el mensaje. Lo cual equivale a decir que las consecuencias personales y sociales de un nuevo medio tecnológico como tal son más significativas que los usos a los que realmente se lo destina.” (O’Sullivan, 1995: 214). Por ejemplo, nada será igual en una alejada población rural una vez que en ella se reciban señales de radio o televisión.
Las formas tecnificadas e industrializadas de transmisión de mensajes cobran su razón en tanto ‘mediadores’ entre “dos extremos”. ‘Mediación’ sería así el acto de “canalizar un saber social y unos valores culturales a una audiencia a través de una instancia institucional” (O’ Sullivan, 1995: 213). Esta concepción parte de la idea de que en una sociedad masiva y heterogénea los medios de comunicación cumplen la tarea de ser los mediadores colectivos entre distintos grupos, clases y jerarquías. Concepción, que a la luz de la actuación de los medios de comunicación, hoy se observa con cuidado porque nadie pone en duda el carácter industrial comercial de la función que ejercen, y por ello la orientación de los cambios sociales y antropológicos que suscitan.
En un acercamiento a la relación Medios y Verdad y sin desconocer su enorme potencial benéfico al propiciar construcciones sociales, hay dos ideas que me parece interesante proponer. Primero, que los medios son atractivos, han sido diseñados fundamentalmente para entretener y, en segundo lugar, el hecho que si bien la producción es “en masa”, la recepción es privada y esto abre un mundo de posibilidades al ejercicio de la voluntad y la responsabilidad de los sujetos.
1.2 La recepción ‘mediática’.
Sin recepción no se cumple la acción de los medios. Por eso la mirada al mundo de las comunicaciones debe considerar este elemento amplísimo y a veces enigmático que suelen ser los receptores y la forma como se relaciona con los medios. Es un hecho que existe una compleja interacción entre productores, mediadores y receptores y ella incluye, como señala Orozco Gómez “estrategias y negociaciones de los sujetos con el referente mediático de la que resultan apropiaciones variadas que van desde la mera reproducción hasta la resistencia y la contestación”[1]
A esta relación entre receptores de mensajes y la fuente productora se ha dado en llamar interacción mediática para distinguirla de otras formas de acción entre las personas. Hay que recordar que a lo largo de la historia y hasta el desarrollo de los medios de comunicación de masas la gente actuó en una relación “cara a cara”; reuniéndose e intercambiando formas simbólicas en espacios reducidos y reconocibles en la experiencia inmediata. Al desarrollarse los medios masivos estas formas de interacción social no desaparecen sino que a ellas se han sumado otras que traen la novedad de una interacción humana separada del espacio físico y la realidad inmediata.
John Thompson distingue tres formas de interacción humana. En primer lugar, la interacción “cara a cara” con sus potencialidades que nacen de la co–presencia, referencias espacio temporales compartidas, multiplicidad de señales simbólicas y, fundamentalmente, la posibilidad del diálogo. Una segunda forma sería la que se establece, por ejemplo, por la correspondencia o la comunicación telefónica que si bien implica limitaciones en un conjunto de pistas simbólicas a disposición de los participantes, mantiene la posibilidad del diálogo. Y en tercer lugar estaría la “casi interacción” establecida por los medios de masas (que como recuerda el autor han sido llamadas “interacciones parasociales”)[2] la misma que implica la disponibilidad extendida de información y contenido simbólico en el espacio y/o en el tiempo. Sin embargo, la diferencia fundamental radica en que las otras forma de comunicación están orientadas a sujetos específicos para los que producen las acciones, expresiones, etc., mientras esta relación es de carácter monológico no posee el grado de reciprocidad ni de especificidad interpersonal. Así, los productores crean formas simbólicas para individuos que no están presentes mientras quienes las reciben no tienen manera inmediata de responder a los productores pero con quienes, sin embargo, establecen lazos de afecto y lealtad. Este tipo de relación, si bien no anula por completo las otras formas de interactuar, ha cambiado de manera radical la vida social porque el sujeto “al desplegar sus interacciones con el entorno, al experimentar sensaciones y emociones lo hace en gran medida a través de los medios.” (Orozco: 2001: 21).
Los individuos que están frente al televisor o escuchando la radio están en condiciones de interacción cara a cara entre sí pero esta interacción podría estar condicionada en gran medida por la actividad receptora cuando comentan los mensajes o imágenes recibidas, Aquí se vive el riesgo de pensar sólo en aquello que los medios presentan como necesario, importante o actual. Aunque también estos mensajes podrían ser el fondo musical o el murmullo que acompaña la interacción personal.
Si bien las personas existen mucho más allá de su actividad receptora de medios, es un hecho que cada vez más momentos del día son ocupados por esta voluntaria o involuntaria función y como ella es atractiva, poderosa e influyente, lograr el necesario distanciamiento implica poseer recursos intelectuales y materiales aún en muy pocas manos. Piénsese en vastos sectores de nuestra población con niveles de educación limitados y falta de posibilidades de entretenimiento que no sea la televisión, la radio o los diarios “populares”.
II. Audiencias y públicos en la era de la comunicación generalizada.
2.1 Audiencias.
Para los medios de comunicación todos somos potencial audiencia. Lo primero que salta a la vista ante el término audiencia (del Lat., audientia) es la diferencia de la primera acepción “Acto de oír los soberanos u otras autoridades a las personas que exponen, reclaman o solicitan alguna cosa”, que implicaba producción y recepción de un mensaje, a lo que el término significa contemporáneamente: “Conjunto de personas que en su domicilio respectivo o en lugares diversos, atienden en un momento dado un programa de radio o de televisión”.
En la sociedad industrial el término define a los consumidores de un determinado “producto mediático y cuya interacción con ellos constituye por lo menos una marca y hasta una exigencia para adquirir la pertenencia a la sociedad moderna” (O’Sullivan, 1969:3) Habría que recordar que esta nueva realidad ha suscitado interrogantes en torno a las múltiples significaciones culturales que entran en juego al momento de producirse la relación a través de los medios de comunicación de masas. Por ello el estudio de los consumidores convertidos en la audiencia dio origen a las primeras investigaciones en comunicación social y su concepción como realidad receptora pasiva animó los estudios bajo el modelo de la “aguja hipodérmica” o de los efectos mediáticos
Con la expansión de los medios se verificó la conformación de una “cultura de masas”. Término que motivó inquietud en algunos estudiosos del tema en la medida que señala una jerarquía respecto a la cultura de la elite. Tomada de la ciencia física y trasladada al ámbito sociológico, massa, que viene del latín, tiene el valor de montón, hacinamiento, referido primordialmente a objetos o cosas. De ahí surge el derivado masivo, como perteneciente o relativo a la masa.[3] La masa receptora se percibía en términos homogéneos.
En la actualidad, los estudios de comunicación insisten en considerar las concretas condiciones sociales y discursivas que el individuo y la “masa” aporta al momento de entrar en contacto con los mensajes a través de los medios. En una sociedad fragmentada se reconoce la existencia de públicos diversos y la interacción que estos segmentos entablan son fuente de múltiples interrogantes que no tienen fácil respuesta.
Hace algunas décadas Humberto Eco llamaba la atención sobre la relación del público con los medios en la medida que: “Los medios de comunicación de masas no son el único componente del paisaje social”. Llevando el caso a la televisión señalaba: “el problema de una futura investigación sobre comprensión de mensajes televisados será el de una comunidad que ya no se presente como el objeto de un test, sino como un sujeto que discute y sitúa (los mensajes) bajo la luz sus propias reglas de competencia y de interpretación”.[4]
Para Wolf, citando a Klapper (1963: 247) “Los miembros del público no se presentan ante la radio, la televisión o el periódico en un estado de desnudez psicológica. Están, al contrario, revestidos y protegidos por predisposiciones existentes, por procesos selectivos y por otros factores”[5]
En este punto es ilustrativo lo ocurrido en el Perú con en el comportamiento de los públicos frente al uso de los medios de comunicación durante la dictadura de Fujimori. Llegado a un punto de saturación y ante la insistencia de un mensaje manipulado y manifiestamente sesgado la actitud de vastos sectores fue de irritada contestación. Posteriormente, sin embargo, al disminuir la presión política sobre las empresas el grueso del público pareció hallarse otra vez en conformidad con los promotores de mensajes y pese al descrédito generalizado no persistió una actitud contestataria.
Habría también que señalar que las mediciones de las preferencias del público ante uno u otro mensaje no son del todo confiables porque ellas se realizan por agencias con fuertes motivaciones y compromisos empresariales.
2.2 Público y públicos en la era de la información generalizada.
La noción de lo público, como contraposición a lo privado, en su sentido más remoto se refiere a aquello perteneciente al Estado. A través de los siglos ha evocado asuntos propios de las polis. Aquí se fundamenta el significado de “conocido por todos” en oposición al término privado, que hace referencia a la familia o al individuo que no ejerce magistraturas ni cargos políticos. Hoy público ha devenido en “Conjunto de personas que participan de unas mismas aficiones o que con preferencia concurren a determinado lugar”.
La idea de un público extenso es una idea moderna. Cuando a mediados del siglo XIX, el conocimiento científico alcanzó las aplicaciones técnicas que dieron como resultado la Revolución Industrial, la repercusión inmediata sobre la prensa fue la facilidad para llegar a gran cantidad de personas dando surgimiento a la noción de ‘gran público’. Máquinas de componer tipografía, y rotativa a vapor permitieron mejorar la calidad, la cantidad y la velocidad en la impresión, confeccionar e imprimir diarios en grandes tirajes y bajos precios. Posteriormente, el desarrollo de las telecomunicaciones los dotó de noticias producidas en cualquier parte del mundo y las mejoras en las vías de comunicación facilitaron la distribución de un bien cada vez más apetecido: la información.
El concepto público masivo, profundizado durante el siglo XX, implica una audiencia vasta y variada con una serie de características que fueron incidiendo en el contenido y la presentación de los medios. En primer lugar se trata de un público fundamentalmente urbano, resultado de un mercado laboral industrial y comercial; crecientemente alfabeto; y que por sus condiciones de vida y trabajo ha adquirido ya la noción de tiempo libre, noción moderna que se contrapone al tiempo del que no puede disponer. Este tiempo estará dedicado, entre otros, al entretenimiento
Con el primer desarrollo de la comunicación de masas surgió la idea de público medio, connatural al carácter estandarizado de la comunicación masiva que diluye las diferencias en su búsqueda de un perfil capaz de atraer a la mayor cantidad de gente. Sin embargo, actualmente se percibe con claridad que al interior de esa abstracción existe un conjunto de segmentos de público
Las actuales sociedades urbanas requieren, producen y hacen fluir enorme cantidad de mensajes a través de diversos medios. Nuevas realidades, enfoques, temas, hacen preciso satisfacer el interés público en campos como la economía, la biología, el medio ambiente, la educación, la sicología, la antropología, el arte, etc. Sin embargo, estas áreas temáticas son uniformizadas por un estilo de tratamiento del mensaje basado en convenciones mediáticas donde el supremo valor es el entretenimiento.
Del mismo modo se han redefinido las esferas de lo público y lo privado precisamente por la acción de los medios y la forma como se vincula en ellos visibilidad y poder. Como ya señaláramos, la vida pública se basaba antes en la capacidad de compartir el mismo espacio y acontecimientos. Con el desarrollo de los medios, los acontecimientos ya no se producen ni cuentan con la participación en un lugar común. El emisor hace uso de un enorme potencial simbólico que controla y propone a la gente como lo útil, lo necesario o lo importante. Los “acontecimientos” serán los que los medios van colocando en agenda pública. Y para los políticos “estar visibles” será cuestión de vida o muerte. Si no aparecen en los medios, simplemente no existen.
Un tema que preocupa es la relación con la realidad que establece este juego de espejos infinito. Porque convertidos en audiencia o públicos los individuos corren el riesgo de perder referentes de situación, de tiempo y lugar al encontrarse agrupados en base a emociones o contactos afectivo sensoriales. Aunque, como señala Orozco, estos “sujetos sociales activos e interactivos, no dejan de ser lo que son mientras entablan alguna relación siempre situada con el referente mediático, sea ésta directa, indirecta o diferida”,[6] no podemos olvidar que en la ciudad contemporánea todos los momentos del día están señalados por la presencia del mensaje mediático. Y esta omnipresencia condiciona las valoraciones y el desenvolvimiento de las acciones
2.3 La actividad mediática cotidiana y los acontecimientos mediáticos.
Si cada día estamos en contacto con los mensajes es interesante considerar la forma que adoptan esta interacción. Un primer caso sería el de la actividad mediática cotidiana, la acción que forma parte del flujo natural de la vida y que ante la presencia de un medio se ve afectada en su desenvolvimiento. Un ejemplo podría ser una marcha callejera por un reclamo a las autoridades. Si esta acción no cuenta con la cobertura periodística tendrá características que varían si la actividad está siendo, por ejemplo, transmitida por televisión. Frecuentemente se constata la virulencia que adquiere el reclamo en cuanto los participantes se percatan que están frente a un medio y tienen la oportunidad de “aparecer”, de “ser protagonistas” del hecho mediático. La espectacularidad llega a extremos y veremos casos en que las personas se desnudan en una plaza pública, se infieren cortes, o desfilan portando elementos de teatralidad innegable con el propósito de “ganar cámaras”. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con los actos terroristas. Sin el concurso de los medios éstos no cumplirían su propósito propagandístico. Otros ejemplos bastante obvios son la espectacularidad de las intervenciones de los parlamentarios o la actitud de las personas durante un juicio cuando se saben enfocados por una cámara de televisión.
La realidad, así presentada responde a estereotipos marcados por la espectacularidad y el uso de estereotipos Leyendo un trabajo acerca de jóvenes ex pandilleros limeños encuentro este párrafo significativo de una rutina de presentación de los hechos sociales:
“En una ocasión, un periodista de una revista limeña entrevistó a Los Halcones. De inmediato ellos apelaron al ‘discurso del marginado’. De pronto el periodista les pidió una pose más agresiva porque los iba a fotografiar. En consecuencia, la identidad del ‘pandillero’ es el resultado de una interacción y negociación entre el yo- digo (el decir de los propios actores) y el se – dice (el decir de la sociedad)” [7]
Precisemos, no es “lo que la sociedad dice” sino lo que los medios dicen que la sociedad dice. En este juego de espejos la ficcionalidad ha ocupado tanto espacio que frente a un mensaje de cualquier medio un receptor avisado tendría todo el derecho de desconfiar.
La pregunta que surge ante esta realidad tiene que ver el nivel de conciencia de los receptores acerca de la carga ficcional de las acciones mostradas. ¿Qué negociación establece el receptor con respecto al mensaje? ¿Existe discernimiento sobre los niveles de falsedad o simulación? ¿Preocupa la falta de verdad y la persistente promoción de la mentira?
De otro lado encontramos el acontecimiento mediático, el mismo que significa una interrupción en el flujo cotidiano de mensajes. Es anunciado con antelación y muchas veces emitido en diferentes canales, redes y medios. Por ejemplo, un debate entre candidatos al final de una campaña electoral. En estas oportunidades los protagonistas están concientes de la teatralidad del hecho. Se preocupan no sólo de lo que realizan en el lugar, sino de la forma como sus acciones, sus palabras, sus gestos, etc., están siendo percibidos por los públicos. Los niveles de simulación, son propiciados aquí por los “manejadores de imagen” y otros asesores, pero todos están condicionados a los usos técnicos y las opiniones de los profesionales del medio. Los contenidos políticos y programáticos importan cada vez menos, hipotecados a la lógica del impacto mediático y entretenimiento.
En este estilo de presentación de la ‘realidad’ se encuentra la acción ficcionalizada de algunos informativos de radio o televisión. Un asalto a mano armada, o el secuestro de un personaje visible puede ser dramatizado a efectos de atrapar la atención de los receptores no presenciales. Las fronteras entre lo acontecido realmente y la ficción se diluyen y la forma como son interpretadas estas versiones varían de público a público. Para Wolf “La interpretación transforma y modela el significado del mensaje recibido, marcándolo con las actitudes y valores del destinatario, a veces al extremo de cambiar radicalmente el sentido del propio mensaje”. (Wolf, 1996: 43).
Nadie duda del importante papel que deben cumplir los medios en la presentación de los acontecimientos. La preocupación estriba la forma de presentación de los más diversos temas que al responde a estereotipos marcados por la espectacularidad y no ayuda a construir ciudadanía. Con excesiva frecuencia las propuestas más lúcidas o serenas son minimizadas o silenciadas precisamente porque ellas no tienen el requisito de entretenimiento violento o trasgresor. Al basarse en una lógica exclusivamente empresarial y comercial se deja de lado la Verdad.
2.4 El contagio entre los medios.
La ausencia de verdad se ve intensificada por un fenómeno característico de la comunicación mediática, que es el “contagio” entre los medios. Una vez que un suceso o su representación se ha instalado en la agenda mediática todos los medios de distinto soporte se verán “obligados” a tocar el tema aunque con distinto grado de despliegue. La noción de actualidad o “realidad” se construye con demasiada frecuencia en las salas de redacción. Ingentes cantidades de recursos se ponen a disposición de un puñado de temas que dan origen a notas informativas, posteriormente a entrevistas, reportajes, columnas de opinión, etc. Y es grave que este contagio sea percibido por los informadores como un factor de “competencia”, la misma que se lleva acabo en medio de enorme tensión que los hace proclives a acciones cada vez más irreflexivas y despreocupadas por la Ética..
"No creo que el público se de cuenta de la brutalidad de la competencia que vivimos hoy en la arena de los periódicos, la radio y la televisión. Hay miedo en todas las salas de redacción de Estados Unidos, aunque nadie lo diga. Hay miedo de que la circulación se hunda o que no crezca. No tienes tiempo para pensar lo que tienes que hacer porque temes que tu competencia te tome la delantera", señala Rather[8]
La inmediatez, el miedo a la competencia, el poco tiempo con que cuenta el comunicador y su rutina en el accionar dejan poco espacio a valoraciones éticas. La responsabilidad suele ser considerada un lujo inaceptable. Mi experiencia de cerca de dos décadas en la formación de comunicadores me indica que jóvenes preocupados por valores trascendentes en las aulas universitarias, una vez en el tráfago de la vida profesional, se suman a los criterios mediáticos, aduciendo que deben sobrevivir en el medio. Algunos señalan abiertamente que los aspectos éticos que tan caros les parecían en sus años de estudiantes ahora les parecen una carga incluso contraria al ejercicio profesional.
III La valoración de la Verdad.
3.1 La verdad es un valor
Inherente al ser humano es su capacidad de descubrir la verdad y sabe nombrarla. Cuando no descubrimos la verdad y no sabemos nombrarla, no hemos alcanzado el grado de lo humano y no se desencadenan los mecanismos transformadores de la realidad. Y por ello al acercarnos al significado de la verdad no podemos hacerlo sino desde la Etica, la ciencia de la conducta humana, esa dimensión en la que se juega la humanidad de los seres, porque
“A diferencia de los animales, los seres humanos no recibimos una programación genética que nos garantice que vamos a cumplir con nuestra realización como especie. Cada uno tiene que debatirse entre el bien y el mal, lo permitido y lo prohibido, y en esa decisión y en esa decisión está el espacio de la ética”[9]
En términos individuales la verdad es la adecuación entre lo que se piensa y se dice o se hace, tiene entonces que ver con las manifestaciones de la interioridad y la coherencia personal. Sin embargo, la verdad tiene una dimensión social de gran trascendencia. En términos sociales la Verdad es una responsabilidad ética (imperativo de sinceridad, honestidad, autenticidad) al ser “una condición fundamental para la convivencia reconciliada y en paz” a la vez que “un derecho que concierne tanto a las personas como a la comunidad, a la sociedad”. [10]
Contrariamente, la falsedad es intrínsecamente injusta puesto que priva a los sujetos de un entorno de la posibilidad de contar con elementos suficientes para dilucidar sus posturas y realizar sus opciones. La mentira, y más aún cuando ella se institucionaliza, es profundamente injusta porque socava las bases de las relaciones humanas, las priva de valores. Desvaloriza y desmoraliza las sociedades.
Ubicados en la sociedad peruana es necesario reconocer que el valor verdad es uno de los que mayor fragilidad presenta. En un estudio precedente hallamos, insistentemente, en expresiones de uso cotidiano, este inveterado temor a la verdad. Decíamos en esa oportunidad:
“Tanto en ámbitos públicos como en las relaciones interpersonales los discursos ponderan el valor de la verdad y, recientemente, de la transparencia. Se insiste, sin embargo, que la exposición de las ideas debe hacerse en términos mesurados. La voz y las expresiones se reclaman suaves y el uso de los eufemismos se prefiere a la exposición clara y contundente de las ideas... Quienes optan por la libertad de no hablar a media voz ni perennizar el maquillaje de la realidad son tachados a menudo de “conflictivos”. “No hagas problemas”, frase que escucha con frecuencia quien reclama un derecho, amerita una reflexión acerca del miedo que se tiene al conflicto y la divergencia abierta. Aceptar la existencia del conflicto es una noción moderna porque se parte de la igualdad esencial unida al ejercicio de la razón y la libertad de conciencia. Una sociedad donde los conflictos no se resuelven de manera transparente sino se tratan con manejos soterrados no podrá nunca resolver sus más álgidos problemas.”[11]
Para el teólogo Francisco Moreno al abordar la cuestión de la verdad no es preciso entrar en especulaciones sofisticadas y para actualizar el tema en la realidad local e internacional no encuentra mejor ejemplo que los medios de comunicación:
“Los videos de la corrupción nos han recordado algo muy importante: Los medios de comunicación que suelen apelar a la libertad de expresión, en verdad lo que defienden muchas veces es la libertad de empresa, que es otra cosa. Libertad de empresa que quiere decir que ellos no están comprometidos en primer lugar con la verdad sino, más precisamente con la noticia, que es algo distinto”.[12]
Destaca la diferencia entre verdad y noticia porque el concepto verdad o veracidad es, teóricamente, el valor más importante en la actividad informativa. Nace del reconocimiento del derecho de la sociedad a ser informada de manera veraz, completa y oportuna. La obligación que tal derecho comporta para el periodismo está presente en todos los códigos de ética de los profesionales de la información y la comunicación.
En Etica para Periodistas, María Teresa Herrán y Javier Restrepo documentan la gran significación que en todo el orbe se asigna a este valor y señalan: “La lectura comparada de 68 Códigos de Etica permitió comprobar que hay algunas normas éticas que son aceptadas mayoritariamente por los periodistas de los cinco continentes” Registran luego una lista en la que aparece de mayor a menor la aceptación de valores periodísticos. Resultando en primer lugar y con mención en 56 códigos, la Veracidad como el primero y el más universalmente aceptado valor fundamental. Posteriormente los autores se interrogan “¿Qué entienden los códigos por veracidad?” Para responderse “El sentido más aceptado en los códigos para la palabra veracidad es la fidelidad a los hechos.... Según esto la verdad del periodista es su fidelidad en la descripción de los hechos de que es testigo, o sobre los que ha reunido documentación.”
En “El Código de Unesco, redactado después del análisis y comparación de 48 códigos, se anota que el 71% de estos códigos destaca en primer lugar y como principio deontológico de la profesión ‘la veracidad, la objetividad y la exactitud’. Estos códigos señalan al periodista que su tarea primordial es la información verídica por su adhesión a la realidad objetiva”[13]
William Rivers y Cleve Mathews, reconocen que difundir la verdad significa para los medios dar una imagen completa y exacta del mundo y advierten que “cualquier comportamiento que entre en conflicto con este objetivo se hace sospechoso”. Sin embargo también señalan que “muy pronto aprenden los reporteros que la verdad es elusiva y la objetividad puede ser una ilusión”. Aceptan, sin embargo, que lejos de las visiones “idealizadas” del periodismo “en el mundo real puede que los reporteros no entiendan la historia que cubren; que vayan a las fuentes erróneas, que hagan preguntas pobres, que formulen juicios erráticos, que enfaticen los puntos equivocados, que falten a la precisión y que se olviden de verificar la información”. Y no sólo en el nivel de la producción. También se producen fallas en otros niveles. Por ejemplo que los editores “tampoco entiendan la historia y la procesen de manera que parezca sencilla y atractiva”.[14]
Según los autores “Todos, incluyendo los reporteros, vivimos en una maraña de presuposiciones y prejuicios”. Sin embargo, juzgan necesario pedir a los reporteros que consideren sus tendencias y traten de mantenerlas fuera de sus productos informativos.[15]
El concepto verdad aplicado a la comunicación masiva se vincula estrechamente al de objetividad. Pero aquí también encontramos que para muchos tiene un carácter casi tan inasible como el de verdad. “La objetividad informativa no es posible”, sentencian Villafane y otros, en su libro Fabricar noticias. “Incluso en el caso en el que exista una decidida voluntar por objetivar los acontecimientos que se comunican a la audiencia, el propio proceso de comunicación está organizado de tal manera que hace de esta pretensión algo utópico e imposible”. Prefieren por eso colocar el énfasis en establecer los tipos de mediación del que es portador todo producto informativo, entendiendo que las mediaciones son diferenciadas. En primer lugar sitúan la elección que cada medio hace de un conjunto de acontecimientos para convertirlos en noticias de acuerdo a sus particulares criterios, la utilización de unas fuentes en detrimento de otras y luego “el proceso productivo que está impregnado de rutina profesional que constituye una sutil forma de mediación hábilmente disfrazada con criterios de eficacia, productividad y profesionalismo”.[16]
Al advertir que los periodistas deben estar libres de cualquier obligación o intereses “salvo el derecho del público a conocer la verdad”, una Declaración de principios de la Asociación Estadounidense de Editores de Diarios, señala “La verdad es nuestro objetivo último” y añade que la objetividad es la marca del profesional experimentado y una norma de comportamiento hacia la cual todos deben tender. Y termina, no sin ironía, con la frase “Honor a quienes lo logran”. [17] Sin embargo, en múltiples oportunidades y especialmente en la actual ocupación estadounidense en territorio de Irak se percibe a diario la falta de equilibrio y veracidad en las informaciones.
Que el ejercicio contemporáneo de la comunicación de masas presente deficiencias éticas no significa que la sociedad deba abdicar del valor Verdad porque sólo un comportamiento impecablemente ético aportará dignidad al ejercicio profesional y hará posible márgenes más amplios para la libertad de pensar. La ética propicia una línea coherente de pensamiento y acción afirmada en principios y en una jerarquía de valores que difundidas en una comunidad constituye Cultura. En una sociedad como la actual, poderosamente marcada por la interacción mediática, es necesario exigir mayor compromiso ético en una actividad que relaciona persona y sociedad. El permanente litigio entre lo impresionante y lo necesario desequilibra la severidad objetiva y desarma la coherencia necesaria de verdad y dignidad. A consecuencia de este litigio, “mentiras, calumnias, insultos” a diario turban el juicio público y violentan el ejercicio de la justicia. La omnipresente comunicación mediática es un poder que persistentemente “agiganta apasionamientos y genera violencias”. [18]
Desde el ámbito de los receptores en la sociedad peruana tendríamos que preguntarnos ¿Qué ocurre en una población que ha sufrido durante una larga etapa la promoción sistemática de la mentira de parte de un poder político corruptor de medios y, al parecer, continúa premiando con el consumo a aquellos que incurrieron y continúan incurriendo en delito? Una respuesta podría venir de la esfera de la moral pública y sus fragilidades. Circunstancias históricas que podrían haber ido tejiendo el poco apego a la Verdad, en una jerarquía de valores que coloca a la supervivencia como exclusivo valor.
Una explicación- entre otras- puede ser la marca que situaciones autoritarias han impreso en una colectividad.[19] El advenimiento de la república y la incorporación de sectores urbanos a las nociones de modernidad no han significado hasta el momento para grandes sectores de la población la creación de condiciones sociales, culturales ni políticas inclusivas y capaces de propiciar la responsabilidad individual y social. Estas circunstancias estarían en la base del miedo o acostumbramiento a escamotear la verdad y ocultar las divergencias. El uso y abuso de subterfugios podría haber derivado en una baja ponderación del valor Verdad.
Si convenimos que los medios no se limitan a decir lo que pasa sino que construyen la realidad social y la expresan en un discurso encarnado en un determinado tiempo y contexto cultural, en el que se opera el vínculo entre comportamiento de las audiencias y su aceptación o rechazo de mensajes, será preciso analizar la veracidad de la información en el contexto de la sociedad peruana actual y hacerlo de manera no benevolente sino comprensiva, inclusiva, es decir, de manera que en el análisis confluyan los múltiples elementos que estarían en la base del fenómeno observado.
Indudablemente esta consideración no puede soslayar los aspectos deontológicos. Toda profesión demanda un ejercicio moral, un conjunto deberes determinados en una escala de valores en relación con la bondad o malicia de acciones libremente ejecutadas. Independientemente de la propia conciencia, no existe en este campo otro medio que el de los colegios profesionales, para mantenerla, promoverla y defenderla. Pero es innegable la responsabilidad que concierne a otras instituciones. Entre ellas, los centros de formación de los comunicadores. La universidad no puede limitarse al cuestionamiento por las afrentas a la Verdad. Las universidades y otras entidades deben revisar sus currículas, sus procedimientos en la enseñanza, en suma, la jerarquía de valores que se propone y los ejemplos de vida que se brindan.
COMENTARIOS FINALES
Durante la dictadura de la década pasada, la población peruana observó conmocionada cómo grandes y pequeños medios enajenaron su línea a los dictados de la corrupción, los videos mostraron a los empresarios recibiendo dinero. Un daño moral infligido de enormes consecuencias.
Un estudio que realicé el año 2002 en torno al valor veracidad de informaciones en medios locales, permitió observar que los titulares de cierta prensa, la audición de éstos al inicio de los informativos radiales o televisivos, y del desarrollo mismo de la información, emergía una visión de mundo y país marcada por el caos institucional, problemas sin solución, fallas éticas de todo calibre y extendida e imbatible corruptela. Posteriormente, la situación no ha mostrado cambios sustantivos. El clima dominante continuó siendo el de la confrontación y desesperanza, reiterada invitación al suicidio, que de hecho, se ha incrementado en el país. Peligroso clima de desmoralización para socavar la democracia. Situación que preocupa porque una sociedad que no aborda sus conflictos de manera equilibrada y transparente no podrá nunca resolver sus problemas.
Luego de una década de desinformación programada desde el poder (Degregori, 2001), la respuesta del público aparece por momentos temerariamente acrítica. Anteriores manifestaciones de distanciamiento frente a la manipulación de la realidad, hacían abrigar la esperanza de mayor sentido crítico frente al accionar mediático. Según cifras de las medidoras de audiencia y/o lectoría de medios un amplio sector del público continuó premiando con su preferencia programas o medios de información de discutible comportamiento. Habría que mencionar, en estricta justicia, que urge también revisar el comportamiento de las empresas medidoras de audiencia o de lectoría debido a sus innegables vinculaciones e intereses políticos y comerciales.
Una alta ponderación del valor verdad continúa siendo una tarea pendiente en la sociedad peruana. La información no puede continuar siendo un espectáculo bochornoso y empobrecedor que difunda noticias sin la necesaria confrontación de fuentes y donde los límites entre lo público y lo privado se hayan diluido en aras de los beneficios estrictamente monetarios. La realidad, la vasta realidad merece ser presentada. Habría mencionar el bajo porcentaje de mensajes en el rubro Política internacional pese a que se insiste en la globalización de los fenómenos; Temas como Economía, Ciencia y la Tecnología tienen escasa cobertura; asimismo, es ignominiosa la ausencia del rubro Cultura en la mayoría de medios.
El panorama que ofrece la comunicación social en relación al valor Verdad obliga a continuar su estudio como hecho que ocurre en un marco de producción, comprensión, e interacción, inmerso, a su vez, en estructuras y procesos filosóficos, sociales y culturales más amplios. Esto hace indispensable la convergencia de múltiples disciplinas para abordar sus complejos mecanismos. El tema acuciante hoy es el de la libertad de pensar. La libertad que nace de la Verdad.
FUENTES
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1997 Sobre la televisión. Barcelona: Anagrama.
Carrillo, Sonia Luz.
2001 Comunicación, Discurso y Ciudadanía. Informe de Investigación. Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Facultad de Letras UNMSM.
Cortina, Adela.
1996 El quehacer ético. Madrid: Santillana.
Degregori, Carlos Iván.
2001 “En el país de las maravillas. Política y Medios de Comunicación” En: La década de la antipolítica. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Eco, Humberto.
1979 “¿El público perjudica a la televisión?” en: Sociología de la comunicación de masas. Compilador Miguel de Moragas. Barcelona: Gustavo Gili, p. 235
Glover, Jonathan.
1999 Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX. Madrid: Cátedra.
Herrán, María y Restrepo, Javier.
1991 Etica para periodistas. Bogotá: Tercer Mundo.
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[1] Guillermo Orozco Gómez. Televisión, audiencias y educación. Bogotá : Norma, 2001, p. 23.
[2] Donal Horton y Richard Wohl “Mass Comunication and Parasocial Interaction: Observations on Intimacy at a Distance” Psychiatry, 19, 1956, pp. 215-229 Citado por John Thompson en Los media y la modernidad, una teoría de los medios de comunicación Barcelona: Paidós, 1998 p. 118
[3] Masa: Dejado a un lado el sentido que asignan al término los físicos, en el ámbito sociológico, esta palabra, que viene del latín massa, tiene el valor de montón, hacinamiento, referido primordialmente a objetos o cosas. (No resulta tan banal el permitir que la imaginación nos lleve libremente por los terrenos de la vida cotidiana hacia donde nos sugiera la palabra). El valor semántico moderno, siempre dentro del campo sociológico, se ha desplazado hacia las personas, con el sentido genérico de “gente”, pero con la característica de gente indiferenciada, donde no cuentan las características comunes que prevalecen en el término “grupo”.De ahí surge el derivado masivo, como perteneciente o relativo a la masa. Hay que señalar que, usado en singular, el término masa precisa de un complemento adjetivo o un determinativo con “de”: ( ej. masa de oro, masa humana etc.); pero, usado en plural, se refiere generalmente a personas: ej. las masas permanecieron largo tiempo escuchando…
Definiciones aportadas por la filóloga Ana Gispert- Sauch para el estudio precedente de mi autoría: Ciudadanía Comunicación y Discurso. IIH, UNMSM, 2001
[4] Humberto Eco. “ ¿El público perjudica a la televisión?” en : Sociología de la comunicación de masas. Compilador Miguel de Moragas. Barcelona: Gustavo Gili, 1979, p. 235
[5] Klapper, J.T. Citado por Mauro Wolf en : La investigación de la comunicación de masas. Barcelona: Paidós, 1996 (Tercera reimpresión) p. 42
[6] Guillermo Orozco Gómez. Obra citada, p. 23
[7] Martín Santos Anaya. La vergüenza de los pandilleros. Masculinidad, emociones y conflictos en esquineros del Cercado de Lima. Lima: CEAPAZ, 2002, p. 130
[8] En la revista Hora de Cierre, órgano informativo de la Sociedad Interamericana de Prensa, apareció un artículo del periodista Horacio Ruiz Pavón, titulado "En las fauces de la crisis". En él está la mención de Dan Rather, quien hace referencia al miedo para después aconsejar a los directores de los diarios salir de sus confortables oficinas para ir a visitar personalmente a los anunciantes claves. Esta cita la he tomado textualmente de “Crisis y medios de comunicación” artículo de Jaime de La Hoz Sinanca, en: Sala de Prensa, edición N° 44 junio 2002, año IV vol. 2 www.saladeprensa.org
[9] Pilar Coll. “Etica y Derechos Humanos” en. Verdad y Reconciliación . Lima: CEP, 2002, p. 74
[10] Rafael Goto Silva. “La verdad como exigencia para la justicia” En: Verdad y Reconciliación.. Ob. Cit, p. 84.
[11] Sonia Luz Carrillo. Comunicación, Discurso y Ciudadanía. Informe de Investigación. Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. UNMSM, 2001, p. 41
[12] Francisco Moreno Rejón. “Verdad y veracidad en la vida cotidiana: el camino de la reconciliación” En: Verdad y Reconciliación. Op. Cit., p. 134
[13] María Teresa Herrán y Javier Restrepo Etica para Periodistas Bogotá: Tercer Mundo, editores, 1991, pp. 66-67
[14] William Rivers y Cleve Mathews, La Etica en los medios de comunicación. México: Gernika, 1992 p. 70
[15] Rivers y Mathews. Op. Cit. P.73
[16] J. Villafane, E. Bustamante y E. Prado Fabricar noticias. Las rutinas productivas en radio y televisión. Barcelona: Editorial Mitre, 1987 p. 25
[17] Rivers y Mathews. Op. Cit. 367
[18] Luis Alberto Luna Tobar. “Etica y comunicación” en Chasqui N° 71 Quito: CIESPAL, 2000. Sección Opinión. Edición Digital www.chasqui.ciespal.org.ec
[19] El señalamiento en el código de moral inca del “No mientas” (Ama llulla) nos coloca ante el tema de la falsedad y su sanción desde tiempos remotos.
Hace algunas décadas, el noticiero de televisión de mayor audiencia en el Perú se promocionaba con el lema “el espectáculo de la noticia”. En aquel entonces, el lema lucía inocente porque aunque a veces se dudara de la objetividad, buena parte de la realidad difundida no estaba en entredicho y el tratamiento de las noticias no desvelaba a muchos. La historia demostró sin embargo hasta qué punto la exacerbación de los aspectos espectaculares, unida a la ausencia de responsabilidad ética pueden trastocar la realidad en una mascarada donde la verdad y la mentira son mezcladas adrede, con el acostumbramiento o la benevolencia del público.
La representación de la realidad en la maltratada sociedad peruana - con problemas agravados tras la dictadura de Fujimori y Montesinos- abre serias interrogantes en momentos en los que el valor Verdad, en manos de los mismos que la afrentaron, corre el riesgo de convertirse en un concepto vacío. El Perú es un país con muchos medios y también muchos miedos. Entre ellos, tal vez el más peligroso, el miedo a la verdad.
I. Qué decimos cuando decimos ‘medio’ y ‘mediación’ hoy?
1.1 Medios, mediación.
En la sociedad contemporánea frecuentemente se utiliza una serie de términos sin preguntarnos por la naturaleza de lo que nombran. Esto ocurre con la palabra ‘medio’ que de la acepción: “Dícese de lo que está entre dos extremos, en el centro de algo o de dos cosas” ha pasado a denominar a todas aquellas formas industrializadas que generan, reproducen y difunden mensajes, símbolos sociales.
En un sentido general, el habla, la escritura, la danza, etc, son formas o medios de comunicar mensajes, en tanto están en capacidad de transmitir códigos a través de uno o más canales. Sin embargo, lo novedoso es que el término ha devenido en señal de posibilidad técnica de producir y transmitir mensajes en forma masiva. El énfasis se coloca en los recursos técnicos que hacen posible el acto de comunicar. “McLuhan empleó la palabra en este sentido en su famosa frase El medio es el mensaje. Lo cual equivale a decir que las consecuencias personales y sociales de un nuevo medio tecnológico como tal son más significativas que los usos a los que realmente se lo destina.” (O’Sullivan, 1995: 214). Por ejemplo, nada será igual en una alejada población rural una vez que en ella se reciban señales de radio o televisión.
Las formas tecnificadas e industrializadas de transmisión de mensajes cobran su razón en tanto ‘mediadores’ entre “dos extremos”. ‘Mediación’ sería así el acto de “canalizar un saber social y unos valores culturales a una audiencia a través de una instancia institucional” (O’ Sullivan, 1995: 213). Esta concepción parte de la idea de que en una sociedad masiva y heterogénea los medios de comunicación cumplen la tarea de ser los mediadores colectivos entre distintos grupos, clases y jerarquías. Concepción, que a la luz de la actuación de los medios de comunicación, hoy se observa con cuidado porque nadie pone en duda el carácter industrial comercial de la función que ejercen, y por ello la orientación de los cambios sociales y antropológicos que suscitan.
En un acercamiento a la relación Medios y Verdad y sin desconocer su enorme potencial benéfico al propiciar construcciones sociales, hay dos ideas que me parece interesante proponer. Primero, que los medios son atractivos, han sido diseñados fundamentalmente para entretener y, en segundo lugar, el hecho que si bien la producción es “en masa”, la recepción es privada y esto abre un mundo de posibilidades al ejercicio de la voluntad y la responsabilidad de los sujetos.
1.2 La recepción ‘mediática’.
Sin recepción no se cumple la acción de los medios. Por eso la mirada al mundo de las comunicaciones debe considerar este elemento amplísimo y a veces enigmático que suelen ser los receptores y la forma como se relaciona con los medios. Es un hecho que existe una compleja interacción entre productores, mediadores y receptores y ella incluye, como señala Orozco Gómez “estrategias y negociaciones de los sujetos con el referente mediático de la que resultan apropiaciones variadas que van desde la mera reproducción hasta la resistencia y la contestación”[1]
A esta relación entre receptores de mensajes y la fuente productora se ha dado en llamar interacción mediática para distinguirla de otras formas de acción entre las personas. Hay que recordar que a lo largo de la historia y hasta el desarrollo de los medios de comunicación de masas la gente actuó en una relación “cara a cara”; reuniéndose e intercambiando formas simbólicas en espacios reducidos y reconocibles en la experiencia inmediata. Al desarrollarse los medios masivos estas formas de interacción social no desaparecen sino que a ellas se han sumado otras que traen la novedad de una interacción humana separada del espacio físico y la realidad inmediata.
John Thompson distingue tres formas de interacción humana. En primer lugar, la interacción “cara a cara” con sus potencialidades que nacen de la co–presencia, referencias espacio temporales compartidas, multiplicidad de señales simbólicas y, fundamentalmente, la posibilidad del diálogo. Una segunda forma sería la que se establece, por ejemplo, por la correspondencia o la comunicación telefónica que si bien implica limitaciones en un conjunto de pistas simbólicas a disposición de los participantes, mantiene la posibilidad del diálogo. Y en tercer lugar estaría la “casi interacción” establecida por los medios de masas (que como recuerda el autor han sido llamadas “interacciones parasociales”)[2] la misma que implica la disponibilidad extendida de información y contenido simbólico en el espacio y/o en el tiempo. Sin embargo, la diferencia fundamental radica en que las otras forma de comunicación están orientadas a sujetos específicos para los que producen las acciones, expresiones, etc., mientras esta relación es de carácter monológico no posee el grado de reciprocidad ni de especificidad interpersonal. Así, los productores crean formas simbólicas para individuos que no están presentes mientras quienes las reciben no tienen manera inmediata de responder a los productores pero con quienes, sin embargo, establecen lazos de afecto y lealtad. Este tipo de relación, si bien no anula por completo las otras formas de interactuar, ha cambiado de manera radical la vida social porque el sujeto “al desplegar sus interacciones con el entorno, al experimentar sensaciones y emociones lo hace en gran medida a través de los medios.” (Orozco: 2001: 21).
Los individuos que están frente al televisor o escuchando la radio están en condiciones de interacción cara a cara entre sí pero esta interacción podría estar condicionada en gran medida por la actividad receptora cuando comentan los mensajes o imágenes recibidas, Aquí se vive el riesgo de pensar sólo en aquello que los medios presentan como necesario, importante o actual. Aunque también estos mensajes podrían ser el fondo musical o el murmullo que acompaña la interacción personal.
Si bien las personas existen mucho más allá de su actividad receptora de medios, es un hecho que cada vez más momentos del día son ocupados por esta voluntaria o involuntaria función y como ella es atractiva, poderosa e influyente, lograr el necesario distanciamiento implica poseer recursos intelectuales y materiales aún en muy pocas manos. Piénsese en vastos sectores de nuestra población con niveles de educación limitados y falta de posibilidades de entretenimiento que no sea la televisión, la radio o los diarios “populares”.
II. Audiencias y públicos en la era de la comunicación generalizada.
2.1 Audiencias.
Para los medios de comunicación todos somos potencial audiencia. Lo primero que salta a la vista ante el término audiencia (del Lat., audientia) es la diferencia de la primera acepción “Acto de oír los soberanos u otras autoridades a las personas que exponen, reclaman o solicitan alguna cosa”, que implicaba producción y recepción de un mensaje, a lo que el término significa contemporáneamente: “Conjunto de personas que en su domicilio respectivo o en lugares diversos, atienden en un momento dado un programa de radio o de televisión”.
En la sociedad industrial el término define a los consumidores de un determinado “producto mediático y cuya interacción con ellos constituye por lo menos una marca y hasta una exigencia para adquirir la pertenencia a la sociedad moderna” (O’Sullivan, 1969:3) Habría que recordar que esta nueva realidad ha suscitado interrogantes en torno a las múltiples significaciones culturales que entran en juego al momento de producirse la relación a través de los medios de comunicación de masas. Por ello el estudio de los consumidores convertidos en la audiencia dio origen a las primeras investigaciones en comunicación social y su concepción como realidad receptora pasiva animó los estudios bajo el modelo de la “aguja hipodérmica” o de los efectos mediáticos
Con la expansión de los medios se verificó la conformación de una “cultura de masas”. Término que motivó inquietud en algunos estudiosos del tema en la medida que señala una jerarquía respecto a la cultura de la elite. Tomada de la ciencia física y trasladada al ámbito sociológico, massa, que viene del latín, tiene el valor de montón, hacinamiento, referido primordialmente a objetos o cosas. De ahí surge el derivado masivo, como perteneciente o relativo a la masa.[3] La masa receptora se percibía en términos homogéneos.
En la actualidad, los estudios de comunicación insisten en considerar las concretas condiciones sociales y discursivas que el individuo y la “masa” aporta al momento de entrar en contacto con los mensajes a través de los medios. En una sociedad fragmentada se reconoce la existencia de públicos diversos y la interacción que estos segmentos entablan son fuente de múltiples interrogantes que no tienen fácil respuesta.
Hace algunas décadas Humberto Eco llamaba la atención sobre la relación del público con los medios en la medida que: “Los medios de comunicación de masas no son el único componente del paisaje social”. Llevando el caso a la televisión señalaba: “el problema de una futura investigación sobre comprensión de mensajes televisados será el de una comunidad que ya no se presente como el objeto de un test, sino como un sujeto que discute y sitúa (los mensajes) bajo la luz sus propias reglas de competencia y de interpretación”.[4]
Para Wolf, citando a Klapper (1963: 247) “Los miembros del público no se presentan ante la radio, la televisión o el periódico en un estado de desnudez psicológica. Están, al contrario, revestidos y protegidos por predisposiciones existentes, por procesos selectivos y por otros factores”[5]
En este punto es ilustrativo lo ocurrido en el Perú con en el comportamiento de los públicos frente al uso de los medios de comunicación durante la dictadura de Fujimori. Llegado a un punto de saturación y ante la insistencia de un mensaje manipulado y manifiestamente sesgado la actitud de vastos sectores fue de irritada contestación. Posteriormente, sin embargo, al disminuir la presión política sobre las empresas el grueso del público pareció hallarse otra vez en conformidad con los promotores de mensajes y pese al descrédito generalizado no persistió una actitud contestataria.
Habría también que señalar que las mediciones de las preferencias del público ante uno u otro mensaje no son del todo confiables porque ellas se realizan por agencias con fuertes motivaciones y compromisos empresariales.
2.2 Público y públicos en la era de la información generalizada.
La noción de lo público, como contraposición a lo privado, en su sentido más remoto se refiere a aquello perteneciente al Estado. A través de los siglos ha evocado asuntos propios de las polis. Aquí se fundamenta el significado de “conocido por todos” en oposición al término privado, que hace referencia a la familia o al individuo que no ejerce magistraturas ni cargos políticos. Hoy público ha devenido en “Conjunto de personas que participan de unas mismas aficiones o que con preferencia concurren a determinado lugar”.
La idea de un público extenso es una idea moderna. Cuando a mediados del siglo XIX, el conocimiento científico alcanzó las aplicaciones técnicas que dieron como resultado la Revolución Industrial, la repercusión inmediata sobre la prensa fue la facilidad para llegar a gran cantidad de personas dando surgimiento a la noción de ‘gran público’. Máquinas de componer tipografía, y rotativa a vapor permitieron mejorar la calidad, la cantidad y la velocidad en la impresión, confeccionar e imprimir diarios en grandes tirajes y bajos precios. Posteriormente, el desarrollo de las telecomunicaciones los dotó de noticias producidas en cualquier parte del mundo y las mejoras en las vías de comunicación facilitaron la distribución de un bien cada vez más apetecido: la información.
El concepto público masivo, profundizado durante el siglo XX, implica una audiencia vasta y variada con una serie de características que fueron incidiendo en el contenido y la presentación de los medios. En primer lugar se trata de un público fundamentalmente urbano, resultado de un mercado laboral industrial y comercial; crecientemente alfabeto; y que por sus condiciones de vida y trabajo ha adquirido ya la noción de tiempo libre, noción moderna que se contrapone al tiempo del que no puede disponer. Este tiempo estará dedicado, entre otros, al entretenimiento
Con el primer desarrollo de la comunicación de masas surgió la idea de público medio, connatural al carácter estandarizado de la comunicación masiva que diluye las diferencias en su búsqueda de un perfil capaz de atraer a la mayor cantidad de gente. Sin embargo, actualmente se percibe con claridad que al interior de esa abstracción existe un conjunto de segmentos de público
Las actuales sociedades urbanas requieren, producen y hacen fluir enorme cantidad de mensajes a través de diversos medios. Nuevas realidades, enfoques, temas, hacen preciso satisfacer el interés público en campos como la economía, la biología, el medio ambiente, la educación, la sicología, la antropología, el arte, etc. Sin embargo, estas áreas temáticas son uniformizadas por un estilo de tratamiento del mensaje basado en convenciones mediáticas donde el supremo valor es el entretenimiento.
Del mismo modo se han redefinido las esferas de lo público y lo privado precisamente por la acción de los medios y la forma como se vincula en ellos visibilidad y poder. Como ya señaláramos, la vida pública se basaba antes en la capacidad de compartir el mismo espacio y acontecimientos. Con el desarrollo de los medios, los acontecimientos ya no se producen ni cuentan con la participación en un lugar común. El emisor hace uso de un enorme potencial simbólico que controla y propone a la gente como lo útil, lo necesario o lo importante. Los “acontecimientos” serán los que los medios van colocando en agenda pública. Y para los políticos “estar visibles” será cuestión de vida o muerte. Si no aparecen en los medios, simplemente no existen.
Un tema que preocupa es la relación con la realidad que establece este juego de espejos infinito. Porque convertidos en audiencia o públicos los individuos corren el riesgo de perder referentes de situación, de tiempo y lugar al encontrarse agrupados en base a emociones o contactos afectivo sensoriales. Aunque, como señala Orozco, estos “sujetos sociales activos e interactivos, no dejan de ser lo que son mientras entablan alguna relación siempre situada con el referente mediático, sea ésta directa, indirecta o diferida”,[6] no podemos olvidar que en la ciudad contemporánea todos los momentos del día están señalados por la presencia del mensaje mediático. Y esta omnipresencia condiciona las valoraciones y el desenvolvimiento de las acciones
2.3 La actividad mediática cotidiana y los acontecimientos mediáticos.
Si cada día estamos en contacto con los mensajes es interesante considerar la forma que adoptan esta interacción. Un primer caso sería el de la actividad mediática cotidiana, la acción que forma parte del flujo natural de la vida y que ante la presencia de un medio se ve afectada en su desenvolvimiento. Un ejemplo podría ser una marcha callejera por un reclamo a las autoridades. Si esta acción no cuenta con la cobertura periodística tendrá características que varían si la actividad está siendo, por ejemplo, transmitida por televisión. Frecuentemente se constata la virulencia que adquiere el reclamo en cuanto los participantes se percatan que están frente a un medio y tienen la oportunidad de “aparecer”, de “ser protagonistas” del hecho mediático. La espectacularidad llega a extremos y veremos casos en que las personas se desnudan en una plaza pública, se infieren cortes, o desfilan portando elementos de teatralidad innegable con el propósito de “ganar cámaras”. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con los actos terroristas. Sin el concurso de los medios éstos no cumplirían su propósito propagandístico. Otros ejemplos bastante obvios son la espectacularidad de las intervenciones de los parlamentarios o la actitud de las personas durante un juicio cuando se saben enfocados por una cámara de televisión.
La realidad, así presentada responde a estereotipos marcados por la espectacularidad y el uso de estereotipos Leyendo un trabajo acerca de jóvenes ex pandilleros limeños encuentro este párrafo significativo de una rutina de presentación de los hechos sociales:
“En una ocasión, un periodista de una revista limeña entrevistó a Los Halcones. De inmediato ellos apelaron al ‘discurso del marginado’. De pronto el periodista les pidió una pose más agresiva porque los iba a fotografiar. En consecuencia, la identidad del ‘pandillero’ es el resultado de una interacción y negociación entre el yo- digo (el decir de los propios actores) y el se – dice (el decir de la sociedad)” [7]
Precisemos, no es “lo que la sociedad dice” sino lo que los medios dicen que la sociedad dice. En este juego de espejos la ficcionalidad ha ocupado tanto espacio que frente a un mensaje de cualquier medio un receptor avisado tendría todo el derecho de desconfiar.
La pregunta que surge ante esta realidad tiene que ver el nivel de conciencia de los receptores acerca de la carga ficcional de las acciones mostradas. ¿Qué negociación establece el receptor con respecto al mensaje? ¿Existe discernimiento sobre los niveles de falsedad o simulación? ¿Preocupa la falta de verdad y la persistente promoción de la mentira?
De otro lado encontramos el acontecimiento mediático, el mismo que significa una interrupción en el flujo cotidiano de mensajes. Es anunciado con antelación y muchas veces emitido en diferentes canales, redes y medios. Por ejemplo, un debate entre candidatos al final de una campaña electoral. En estas oportunidades los protagonistas están concientes de la teatralidad del hecho. Se preocupan no sólo de lo que realizan en el lugar, sino de la forma como sus acciones, sus palabras, sus gestos, etc., están siendo percibidos por los públicos. Los niveles de simulación, son propiciados aquí por los “manejadores de imagen” y otros asesores, pero todos están condicionados a los usos técnicos y las opiniones de los profesionales del medio. Los contenidos políticos y programáticos importan cada vez menos, hipotecados a la lógica del impacto mediático y entretenimiento.
En este estilo de presentación de la ‘realidad’ se encuentra la acción ficcionalizada de algunos informativos de radio o televisión. Un asalto a mano armada, o el secuestro de un personaje visible puede ser dramatizado a efectos de atrapar la atención de los receptores no presenciales. Las fronteras entre lo acontecido realmente y la ficción se diluyen y la forma como son interpretadas estas versiones varían de público a público. Para Wolf “La interpretación transforma y modela el significado del mensaje recibido, marcándolo con las actitudes y valores del destinatario, a veces al extremo de cambiar radicalmente el sentido del propio mensaje”. (Wolf, 1996: 43).
Nadie duda del importante papel que deben cumplir los medios en la presentación de los acontecimientos. La preocupación estriba la forma de presentación de los más diversos temas que al responde a estereotipos marcados por la espectacularidad y no ayuda a construir ciudadanía. Con excesiva frecuencia las propuestas más lúcidas o serenas son minimizadas o silenciadas precisamente porque ellas no tienen el requisito de entretenimiento violento o trasgresor. Al basarse en una lógica exclusivamente empresarial y comercial se deja de lado la Verdad.
2.4 El contagio entre los medios.
La ausencia de verdad se ve intensificada por un fenómeno característico de la comunicación mediática, que es el “contagio” entre los medios. Una vez que un suceso o su representación se ha instalado en la agenda mediática todos los medios de distinto soporte se verán “obligados” a tocar el tema aunque con distinto grado de despliegue. La noción de actualidad o “realidad” se construye con demasiada frecuencia en las salas de redacción. Ingentes cantidades de recursos se ponen a disposición de un puñado de temas que dan origen a notas informativas, posteriormente a entrevistas, reportajes, columnas de opinión, etc. Y es grave que este contagio sea percibido por los informadores como un factor de “competencia”, la misma que se lleva acabo en medio de enorme tensión que los hace proclives a acciones cada vez más irreflexivas y despreocupadas por la Ética..
"No creo que el público se de cuenta de la brutalidad de la competencia que vivimos hoy en la arena de los periódicos, la radio y la televisión. Hay miedo en todas las salas de redacción de Estados Unidos, aunque nadie lo diga. Hay miedo de que la circulación se hunda o que no crezca. No tienes tiempo para pensar lo que tienes que hacer porque temes que tu competencia te tome la delantera", señala Rather[8]
La inmediatez, el miedo a la competencia, el poco tiempo con que cuenta el comunicador y su rutina en el accionar dejan poco espacio a valoraciones éticas. La responsabilidad suele ser considerada un lujo inaceptable. Mi experiencia de cerca de dos décadas en la formación de comunicadores me indica que jóvenes preocupados por valores trascendentes en las aulas universitarias, una vez en el tráfago de la vida profesional, se suman a los criterios mediáticos, aduciendo que deben sobrevivir en el medio. Algunos señalan abiertamente que los aspectos éticos que tan caros les parecían en sus años de estudiantes ahora les parecen una carga incluso contraria al ejercicio profesional.
III La valoración de la Verdad.
3.1 La verdad es un valor
Inherente al ser humano es su capacidad de descubrir la verdad y sabe nombrarla. Cuando no descubrimos la verdad y no sabemos nombrarla, no hemos alcanzado el grado de lo humano y no se desencadenan los mecanismos transformadores de la realidad. Y por ello al acercarnos al significado de la verdad no podemos hacerlo sino desde la Etica, la ciencia de la conducta humana, esa dimensión en la que se juega la humanidad de los seres, porque
“A diferencia de los animales, los seres humanos no recibimos una programación genética que nos garantice que vamos a cumplir con nuestra realización como especie. Cada uno tiene que debatirse entre el bien y el mal, lo permitido y lo prohibido, y en esa decisión y en esa decisión está el espacio de la ética”[9]
En términos individuales la verdad es la adecuación entre lo que se piensa y se dice o se hace, tiene entonces que ver con las manifestaciones de la interioridad y la coherencia personal. Sin embargo, la verdad tiene una dimensión social de gran trascendencia. En términos sociales la Verdad es una responsabilidad ética (imperativo de sinceridad, honestidad, autenticidad) al ser “una condición fundamental para la convivencia reconciliada y en paz” a la vez que “un derecho que concierne tanto a las personas como a la comunidad, a la sociedad”. [10]
Contrariamente, la falsedad es intrínsecamente injusta puesto que priva a los sujetos de un entorno de la posibilidad de contar con elementos suficientes para dilucidar sus posturas y realizar sus opciones. La mentira, y más aún cuando ella se institucionaliza, es profundamente injusta porque socava las bases de las relaciones humanas, las priva de valores. Desvaloriza y desmoraliza las sociedades.
Ubicados en la sociedad peruana es necesario reconocer que el valor verdad es uno de los que mayor fragilidad presenta. En un estudio precedente hallamos, insistentemente, en expresiones de uso cotidiano, este inveterado temor a la verdad. Decíamos en esa oportunidad:
“Tanto en ámbitos públicos como en las relaciones interpersonales los discursos ponderan el valor de la verdad y, recientemente, de la transparencia. Se insiste, sin embargo, que la exposición de las ideas debe hacerse en términos mesurados. La voz y las expresiones se reclaman suaves y el uso de los eufemismos se prefiere a la exposición clara y contundente de las ideas... Quienes optan por la libertad de no hablar a media voz ni perennizar el maquillaje de la realidad son tachados a menudo de “conflictivos”. “No hagas problemas”, frase que escucha con frecuencia quien reclama un derecho, amerita una reflexión acerca del miedo que se tiene al conflicto y la divergencia abierta. Aceptar la existencia del conflicto es una noción moderna porque se parte de la igualdad esencial unida al ejercicio de la razón y la libertad de conciencia. Una sociedad donde los conflictos no se resuelven de manera transparente sino se tratan con manejos soterrados no podrá nunca resolver sus más álgidos problemas.”[11]
Para el teólogo Francisco Moreno al abordar la cuestión de la verdad no es preciso entrar en especulaciones sofisticadas y para actualizar el tema en la realidad local e internacional no encuentra mejor ejemplo que los medios de comunicación:
“Los videos de la corrupción nos han recordado algo muy importante: Los medios de comunicación que suelen apelar a la libertad de expresión, en verdad lo que defienden muchas veces es la libertad de empresa, que es otra cosa. Libertad de empresa que quiere decir que ellos no están comprometidos en primer lugar con la verdad sino, más precisamente con la noticia, que es algo distinto”.[12]
Destaca la diferencia entre verdad y noticia porque el concepto verdad o veracidad es, teóricamente, el valor más importante en la actividad informativa. Nace del reconocimiento del derecho de la sociedad a ser informada de manera veraz, completa y oportuna. La obligación que tal derecho comporta para el periodismo está presente en todos los códigos de ética de los profesionales de la información y la comunicación.
En Etica para Periodistas, María Teresa Herrán y Javier Restrepo documentan la gran significación que en todo el orbe se asigna a este valor y señalan: “La lectura comparada de 68 Códigos de Etica permitió comprobar que hay algunas normas éticas que son aceptadas mayoritariamente por los periodistas de los cinco continentes” Registran luego una lista en la que aparece de mayor a menor la aceptación de valores periodísticos. Resultando en primer lugar y con mención en 56 códigos, la Veracidad como el primero y el más universalmente aceptado valor fundamental. Posteriormente los autores se interrogan “¿Qué entienden los códigos por veracidad?” Para responderse “El sentido más aceptado en los códigos para la palabra veracidad es la fidelidad a los hechos.... Según esto la verdad del periodista es su fidelidad en la descripción de los hechos de que es testigo, o sobre los que ha reunido documentación.”
En “El Código de Unesco, redactado después del análisis y comparación de 48 códigos, se anota que el 71% de estos códigos destaca en primer lugar y como principio deontológico de la profesión ‘la veracidad, la objetividad y la exactitud’. Estos códigos señalan al periodista que su tarea primordial es la información verídica por su adhesión a la realidad objetiva”[13]
William Rivers y Cleve Mathews, reconocen que difundir la verdad significa para los medios dar una imagen completa y exacta del mundo y advierten que “cualquier comportamiento que entre en conflicto con este objetivo se hace sospechoso”. Sin embargo también señalan que “muy pronto aprenden los reporteros que la verdad es elusiva y la objetividad puede ser una ilusión”. Aceptan, sin embargo, que lejos de las visiones “idealizadas” del periodismo “en el mundo real puede que los reporteros no entiendan la historia que cubren; que vayan a las fuentes erróneas, que hagan preguntas pobres, que formulen juicios erráticos, que enfaticen los puntos equivocados, que falten a la precisión y que se olviden de verificar la información”. Y no sólo en el nivel de la producción. También se producen fallas en otros niveles. Por ejemplo que los editores “tampoco entiendan la historia y la procesen de manera que parezca sencilla y atractiva”.[14]
Según los autores “Todos, incluyendo los reporteros, vivimos en una maraña de presuposiciones y prejuicios”. Sin embargo, juzgan necesario pedir a los reporteros que consideren sus tendencias y traten de mantenerlas fuera de sus productos informativos.[15]
El concepto verdad aplicado a la comunicación masiva se vincula estrechamente al de objetividad. Pero aquí también encontramos que para muchos tiene un carácter casi tan inasible como el de verdad. “La objetividad informativa no es posible”, sentencian Villafane y otros, en su libro Fabricar noticias. “Incluso en el caso en el que exista una decidida voluntar por objetivar los acontecimientos que se comunican a la audiencia, el propio proceso de comunicación está organizado de tal manera que hace de esta pretensión algo utópico e imposible”. Prefieren por eso colocar el énfasis en establecer los tipos de mediación del que es portador todo producto informativo, entendiendo que las mediaciones son diferenciadas. En primer lugar sitúan la elección que cada medio hace de un conjunto de acontecimientos para convertirlos en noticias de acuerdo a sus particulares criterios, la utilización de unas fuentes en detrimento de otras y luego “el proceso productivo que está impregnado de rutina profesional que constituye una sutil forma de mediación hábilmente disfrazada con criterios de eficacia, productividad y profesionalismo”.[16]
Al advertir que los periodistas deben estar libres de cualquier obligación o intereses “salvo el derecho del público a conocer la verdad”, una Declaración de principios de la Asociación Estadounidense de Editores de Diarios, señala “La verdad es nuestro objetivo último” y añade que la objetividad es la marca del profesional experimentado y una norma de comportamiento hacia la cual todos deben tender. Y termina, no sin ironía, con la frase “Honor a quienes lo logran”. [17] Sin embargo, en múltiples oportunidades y especialmente en la actual ocupación estadounidense en territorio de Irak se percibe a diario la falta de equilibrio y veracidad en las informaciones.
Que el ejercicio contemporáneo de la comunicación de masas presente deficiencias éticas no significa que la sociedad deba abdicar del valor Verdad porque sólo un comportamiento impecablemente ético aportará dignidad al ejercicio profesional y hará posible márgenes más amplios para la libertad de pensar. La ética propicia una línea coherente de pensamiento y acción afirmada en principios y en una jerarquía de valores que difundidas en una comunidad constituye Cultura. En una sociedad como la actual, poderosamente marcada por la interacción mediática, es necesario exigir mayor compromiso ético en una actividad que relaciona persona y sociedad. El permanente litigio entre lo impresionante y lo necesario desequilibra la severidad objetiva y desarma la coherencia necesaria de verdad y dignidad. A consecuencia de este litigio, “mentiras, calumnias, insultos” a diario turban el juicio público y violentan el ejercicio de la justicia. La omnipresente comunicación mediática es un poder que persistentemente “agiganta apasionamientos y genera violencias”. [18]
Desde el ámbito de los receptores en la sociedad peruana tendríamos que preguntarnos ¿Qué ocurre en una población que ha sufrido durante una larga etapa la promoción sistemática de la mentira de parte de un poder político corruptor de medios y, al parecer, continúa premiando con el consumo a aquellos que incurrieron y continúan incurriendo en delito? Una respuesta podría venir de la esfera de la moral pública y sus fragilidades. Circunstancias históricas que podrían haber ido tejiendo el poco apego a la Verdad, en una jerarquía de valores que coloca a la supervivencia como exclusivo valor.
Una explicación- entre otras- puede ser la marca que situaciones autoritarias han impreso en una colectividad.[19] El advenimiento de la república y la incorporación de sectores urbanos a las nociones de modernidad no han significado hasta el momento para grandes sectores de la población la creación de condiciones sociales, culturales ni políticas inclusivas y capaces de propiciar la responsabilidad individual y social. Estas circunstancias estarían en la base del miedo o acostumbramiento a escamotear la verdad y ocultar las divergencias. El uso y abuso de subterfugios podría haber derivado en una baja ponderación del valor Verdad.
Si convenimos que los medios no se limitan a decir lo que pasa sino que construyen la realidad social y la expresan en un discurso encarnado en un determinado tiempo y contexto cultural, en el que se opera el vínculo entre comportamiento de las audiencias y su aceptación o rechazo de mensajes, será preciso analizar la veracidad de la información en el contexto de la sociedad peruana actual y hacerlo de manera no benevolente sino comprensiva, inclusiva, es decir, de manera que en el análisis confluyan los múltiples elementos que estarían en la base del fenómeno observado.
Indudablemente esta consideración no puede soslayar los aspectos deontológicos. Toda profesión demanda un ejercicio moral, un conjunto deberes determinados en una escala de valores en relación con la bondad o malicia de acciones libremente ejecutadas. Independientemente de la propia conciencia, no existe en este campo otro medio que el de los colegios profesionales, para mantenerla, promoverla y defenderla. Pero es innegable la responsabilidad que concierne a otras instituciones. Entre ellas, los centros de formación de los comunicadores. La universidad no puede limitarse al cuestionamiento por las afrentas a la Verdad. Las universidades y otras entidades deben revisar sus currículas, sus procedimientos en la enseñanza, en suma, la jerarquía de valores que se propone y los ejemplos de vida que se brindan.
COMENTARIOS FINALES
Durante la dictadura de la década pasada, la población peruana observó conmocionada cómo grandes y pequeños medios enajenaron su línea a los dictados de la corrupción, los videos mostraron a los empresarios recibiendo dinero. Un daño moral infligido de enormes consecuencias.
Un estudio que realicé el año 2002 en torno al valor veracidad de informaciones en medios locales, permitió observar que los titulares de cierta prensa, la audición de éstos al inicio de los informativos radiales o televisivos, y del desarrollo mismo de la información, emergía una visión de mundo y país marcada por el caos institucional, problemas sin solución, fallas éticas de todo calibre y extendida e imbatible corruptela. Posteriormente, la situación no ha mostrado cambios sustantivos. El clima dominante continuó siendo el de la confrontación y desesperanza, reiterada invitación al suicidio, que de hecho, se ha incrementado en el país. Peligroso clima de desmoralización para socavar la democracia. Situación que preocupa porque una sociedad que no aborda sus conflictos de manera equilibrada y transparente no podrá nunca resolver sus problemas.
Luego de una década de desinformación programada desde el poder (Degregori, 2001), la respuesta del público aparece por momentos temerariamente acrítica. Anteriores manifestaciones de distanciamiento frente a la manipulación de la realidad, hacían abrigar la esperanza de mayor sentido crítico frente al accionar mediático. Según cifras de las medidoras de audiencia y/o lectoría de medios un amplio sector del público continuó premiando con su preferencia programas o medios de información de discutible comportamiento. Habría que mencionar, en estricta justicia, que urge también revisar el comportamiento de las empresas medidoras de audiencia o de lectoría debido a sus innegables vinculaciones e intereses políticos y comerciales.
Una alta ponderación del valor verdad continúa siendo una tarea pendiente en la sociedad peruana. La información no puede continuar siendo un espectáculo bochornoso y empobrecedor que difunda noticias sin la necesaria confrontación de fuentes y donde los límites entre lo público y lo privado se hayan diluido en aras de los beneficios estrictamente monetarios. La realidad, la vasta realidad merece ser presentada. Habría mencionar el bajo porcentaje de mensajes en el rubro Política internacional pese a que se insiste en la globalización de los fenómenos; Temas como Economía, Ciencia y la Tecnología tienen escasa cobertura; asimismo, es ignominiosa la ausencia del rubro Cultura en la mayoría de medios.
El panorama que ofrece la comunicación social en relación al valor Verdad obliga a continuar su estudio como hecho que ocurre en un marco de producción, comprensión, e interacción, inmerso, a su vez, en estructuras y procesos filosóficos, sociales y culturales más amplios. Esto hace indispensable la convergencia de múltiples disciplinas para abordar sus complejos mecanismos. El tema acuciante hoy es el de la libertad de pensar. La libertad que nace de la Verdad.
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[1] Guillermo Orozco Gómez. Televisión, audiencias y educación. Bogotá : Norma, 2001, p. 23.
[2] Donal Horton y Richard Wohl “Mass Comunication and Parasocial Interaction: Observations on Intimacy at a Distance” Psychiatry, 19, 1956, pp. 215-229 Citado por John Thompson en Los media y la modernidad, una teoría de los medios de comunicación Barcelona: Paidós, 1998 p. 118
[3] Masa: Dejado a un lado el sentido que asignan al término los físicos, en el ámbito sociológico, esta palabra, que viene del latín massa, tiene el valor de montón, hacinamiento, referido primordialmente a objetos o cosas. (No resulta tan banal el permitir que la imaginación nos lleve libremente por los terrenos de la vida cotidiana hacia donde nos sugiera la palabra). El valor semántico moderno, siempre dentro del campo sociológico, se ha desplazado hacia las personas, con el sentido genérico de “gente”, pero con la característica de gente indiferenciada, donde no cuentan las características comunes que prevalecen en el término “grupo”.De ahí surge el derivado masivo, como perteneciente o relativo a la masa. Hay que señalar que, usado en singular, el término masa precisa de un complemento adjetivo o un determinativo con “de”: ( ej. masa de oro, masa humana etc.); pero, usado en plural, se refiere generalmente a personas: ej. las masas permanecieron largo tiempo escuchando…
Definiciones aportadas por la filóloga Ana Gispert- Sauch para el estudio precedente de mi autoría: Ciudadanía Comunicación y Discurso. IIH, UNMSM, 2001
[4] Humberto Eco. “ ¿El público perjudica a la televisión?” en : Sociología de la comunicación de masas. Compilador Miguel de Moragas. Barcelona: Gustavo Gili, 1979, p. 235
[5] Klapper, J.T. Citado por Mauro Wolf en : La investigación de la comunicación de masas. Barcelona: Paidós, 1996 (Tercera reimpresión) p. 42
[6] Guillermo Orozco Gómez. Obra citada, p. 23
[7] Martín Santos Anaya. La vergüenza de los pandilleros. Masculinidad, emociones y conflictos en esquineros del Cercado de Lima. Lima: CEAPAZ, 2002, p. 130
[8] En la revista Hora de Cierre, órgano informativo de la Sociedad Interamericana de Prensa, apareció un artículo del periodista Horacio Ruiz Pavón, titulado "En las fauces de la crisis". En él está la mención de Dan Rather, quien hace referencia al miedo para después aconsejar a los directores de los diarios salir de sus confortables oficinas para ir a visitar personalmente a los anunciantes claves. Esta cita la he tomado textualmente de “Crisis y medios de comunicación” artículo de Jaime de La Hoz Sinanca, en: Sala de Prensa, edición N° 44 junio 2002, año IV vol. 2 www.saladeprensa.org
[9] Pilar Coll. “Etica y Derechos Humanos” en. Verdad y Reconciliación . Lima: CEP, 2002, p. 74
[10] Rafael Goto Silva. “La verdad como exigencia para la justicia” En: Verdad y Reconciliación.. Ob. Cit, p. 84.
[11] Sonia Luz Carrillo. Comunicación, Discurso y Ciudadanía. Informe de Investigación. Instituto de Investigaciones Humanísticas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. UNMSM, 2001, p. 41
[12] Francisco Moreno Rejón. “Verdad y veracidad en la vida cotidiana: el camino de la reconciliación” En: Verdad y Reconciliación. Op. Cit., p. 134
[13] María Teresa Herrán y Javier Restrepo Etica para Periodistas Bogotá: Tercer Mundo, editores, 1991, pp. 66-67
[14] William Rivers y Cleve Mathews, La Etica en los medios de comunicación. México: Gernika, 1992 p. 70
[15] Rivers y Mathews. Op. Cit. P.73
[16] J. Villafane, E. Bustamante y E. Prado Fabricar noticias. Las rutinas productivas en radio y televisión. Barcelona: Editorial Mitre, 1987 p. 25
[17] Rivers y Mathews. Op. Cit. 367
[18] Luis Alberto Luna Tobar. “Etica y comunicación” en Chasqui N° 71 Quito: CIESPAL, 2000. Sección Opinión. Edición Digital www.chasqui.ciespal.org.ec
[19] El señalamiento en el código de moral inca del “No mientas” (Ama llulla) nos coloca ante el tema de la falsedad y su sanción desde tiempos remotos.
(*) Sonia Luz Carrillo Mauriz
Poeta, periodista y Profesora Principal de la Facultad de Letras de la UNMSM es Magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana y egresada del Doctorado en la misma especialidad. Como investigadora ha publicado múltiples estudios en torno a Comunicación y Cultura. Es autora de los libros de ensayo: Diálogo entre los pueblos. Nuevo Orden Internacional de la Información (1985), ampliado y reeditado en 1990; Curso de realidad. Proceso poético 1945-1980 (coautora, 1987); Las profesionales de la comunicación. Estudio centrado en el sujeto emisor directo (UNMSM, Lima 1994) y Literatura y Periodismo. El relato periodístico y la narrativa literaria. (1999); Juegos de verdad y mentira. Publicidad y adolescentes en la TV limeña (2000).