Educación o Exclusión: Una Dimensión Ética Económica

Ricardo L. Falla Carrillo (*)

“¿Dónde ha quedado todo eso? ¿Quién encuentra hoy a gentes capaces de narrar como es debido?. ¿Acaso dicen los moribundos palabras perdurables que se transmiten como un anillo de generación a generación? ¿A quién le sirve hoy de ayuda un proverbio? ¿Quién intentará habérselas con la juventud apoyándose en la experiencia? ”
Walter Benjamín
Experiencia y Pobreza (1933)


En nuestros tiempos, la prosperidad de la naciones no se logra con la implantación y expansión de un determinado modelo económico, tampoco legalizando los mecanismos que permitan y garanticen la libre participación de los individuos en la economía de mercado. Los “misterios del capital”, aunque atractivos, no son necesariamente universales. Asimismo, desde hace algún tiempo, se ha insistido con frecuencia que nos hallamos frente a una nueva situación, donde el acceso y el uso del conocimiento - sea instrumental o teórico – se ha convertido en la base sustancial del progreso económico y social de las sociedades. Si hace un siglo, la riqueza de los pueblos se podía establecer según la acumulación de capitales (tomados como el conjunto de medios tecnológicos, bienes instrumentales y monetarios), actualmente la acumulación de conocimientos, su utilización estratégica, unida al capital, son el fundamento principal de la prosperidad constante de las naciones. En nuestra época, la investigación científica y tecnológica en todos los campos, su divulgación masiva y su estrecha relación con las diversas actividades productivas, se constituyen en los medios que permiten a los pueblos e individuos tener una vida más digna. Hoy más que nunca, el acceso al conocimiento ha llegado a ser la forma más eficiente de mejorar la vida de las personas.

Ciertamente vivimos en una sociedad del conocimiento y de la información. Un grupo selecto de naciones son las que han logrado instalarse plenamente en este tipo de sociedad y regentan, a través de diversos mecanismos, los destinos del mundo. Las otras naciones, las menos favorecidas de esta situación, se insertan de manera fragmentaria y deficiente; siendo sus elites económicas y políticas las únicas que se integran al proceso de la civilización del saber. Las “sociedades de avanzada” o “postindustriales”, son aquellas que han unido al desarrollo de los medios de capital, una incesante producción científica y tecnológica; logrando que el trabajo humano (causa primaria de la riqueza) se halle en un continuo proceso de adiestramiento y potencialización. La masiva e insistente creación de conocimientos estratégicos y su utilización con fines económicos, obliga a las naciones desarrolladas a orientar sus más variados recursos a la inversión educativa
[1], pues, incluso, en esas sociedades, los individuos menos capacitados pueden quedar relegados de los procesos productivos, por carecer de habilidades cognitivas suficientes que les posibilite integrarse a la nueva orientación económica y garantizarse un mínimo de vida digna. Sin embargo, en países como el Perú, los escasos recursos y la secular crisis económica, han originado que grandes sectores de la población se encuentren indispuestos a adaptarse a las exigencias de la sociedad del conocimiento y, consiguientemente, se hallen marginados de los actuales procesos productivos. No- saber- hacer, en una sociedad donde el conocimiento se constituye en el eje de la actividad económica, trae como primera consecuencia el aumento de la pobreza y la disminución de las condiciones de vida. Un individuo que carece de las mínimas estrategias para el conocimiento, queda aún más excluido de los procesos económicos actuales, cumpliéndose bajo otra premisa aquella dura observación que la escritora francesa Viviene Forrester lanzara hace algún tiempo: existe algo peor que ser explotado, ser ni siquiera explotable.

1. Reconocimiento de una Realidad.

Más allá de las convicciones religiosas, morales o políticas que se pueden tener o defender, existe una realidad ineludible en nuestros tiempos: el liberalismo económico (tanto de la Escuela Austriaca como la Escuela de Chicago) se ha constituido en el soporte teórico de la mayoría de los procesos productivos del mercado internacional y de la acciones económicas de gran parte de las naciones. Al margen de sus evidentes impactos políticos, sociales y medioambientales, el sistema de libre mercado se ha convertido, no obstante de sus distintos enfoques
[2], en la forma más aceptada de concebir la actividad económica. Nos parezca justa o no, esta realidad se ha ido expandiendo y cimentando desde hace algo más de un cuarto de siglo, y, su desaparición, no es posible de entrever a mediano o a largo plazo. Como bien sabemos, el discurso neoliberal se basa en cuatro ideas centrales, siendo aplicadas en diferente intensidad y según la circunstancia política de cada país: libre flujo de capitales, tecnologías, recursos y productos; reducción del tamaño y acción del estado favoreciendo la actividad privada; disciplina fiscal y control firme de la inflación; y, finalmente, disminución o eliminación de los beneficios laborales para alentar la inversión privada interna o externa. Ciertamente, la conducción y aplicación de este esquema económico mundial, es llevada a cabo por las veinticinco naciones más desarrolladas, quienes orientan el proceso de globalización según las necesidades de sus economías y los beneficios de sus empresas.

Asimismo, también es cierto que el ámbito de acción económica de países pobres, como el Perú, es reducido. En realidad, los países del tercer mundo no tienen capacidad de negociación externa frente a las naciones desarrolladas y las empresas multinacionales. Nuestro lugar, en el concierto mundial de los grandes procesos productivos, es pequeño o casi insignificante. Por otro lado, la distancia económica, tecnológica y de acceso al saber, entre el Perú y las naciones del primer mundo, son imposibles de medir, pues las diferencias entre los estándares de vida, desarrollo tecnológico, acumulación y distribución de la riqueza son considerables. Nuestros niveles de inversión privada para la generación de empleo de calidad, justamente remunerado y para la expansión de servicios e infraestructura son reducidos. Igualmente, la inversión pública en salud y educación, es insuficiente frente a las urgentes demandas de la población. Dados nuestros índices macroeconómicos y sus proyecciones, es muy difícil que el Perú llegue, siquiera, a aspirar ser un país de mediano desarrollo en un lapso de treinta años.

Lamentablemente, un conjunto de decisiones políticas y económicas erróneas permitieron que las circunstancias globales profundizaran la pobreza general del Perú. Al no existir un proyecto real de desarrollo nacional y al carecer de políticas de estado a largo plazo, los efectos de la liberalización económica mundial, en vez de permitir un mínimo de acumulación de riqueza, de diversificación del trabajo y de desarrollo de los mercados internos, ha contribuido a ahondar la situación de pobreza general. Sumada a esta situación, en varios momentos de nuestra historia reciente, las acciones políticas antepusieron la ideología o los intereses privados a la realidad y al bien común, acentuando con el tiempo las condiciones de secular miseria de nuestro país. Es justo reconocer que parte de la actual situación ha sido producida por un conjunto de desaciertos políticos y económicos, unida a una evidente crisis moral
[3] que ha impregnado a la sociedad peruana desde hace unas décadas. Todo ello ha ocasionado un clima de inestabilidad política e institucional, socavando la confianza de los individuos por el sistema democrático y alejando las posibilidades de inversión privada en nuestro país.

Teniendo a la mitad de la población en la pobreza, con un crecimiento proyectado del PBI de 4 o 5 % anual en los próximos años, con una cobertura de servicios públicos al 30 %, con un mercado nacional reducido y sobre todo, relegados al penúltimo lugar en calidad educativa en Latinoamérica, dónde el 49. 3 % de los adolescentes pobres no acceden a la educación básica
[4], el Perú se halla en el siglo XXI. Frente a los retos de un sistema mundial dominado por bloques geopolíticos y geoeconómicos, que busca expandir aún más la libertad de mercado y cuyo eje central de desarrollo es el conocimiento estratégico y la creación de nuevas tecnologías. Dadas las circunstancias actuales, el dilema peruano es ingresar a las sociedades del saber o quedar marginado del proceso de la civilización global.

2. El Hacer y el Saber Hacer.

Para entender el impacto de la sociedad del conocimiento en el devenir de la naciones y cómo ésta orienta los procesos económicos y sociales de la actualidad, es necesario desarrollar una reflexión mayor que nos permita entender mejor la nueva situación global. Como sabemos, la dimensión hacedora y creadora del ser humano se realiza en diversos planos. Desde que apareció sobre la faz de la tierra, el humano se ha dedicado a transformar y a someter a la naturaleza, del mismo modo a modificar sus propias creaciones. Al margen de lo dado por la naturaleza, la cultura, el mundo del humano, es una creación suya. Esta bella y contradictoria creación que es la cultura, ha sido obra de la labor humana; trabajo humano en el más amplio sentido del término, acción creadora desarrollada por incontables generaciones. Desde una sinfonía, un misil, un tractor, una teoría física, las formas de gobierno, etc., todo lo que de alguna manera es propiamente nuestro, ha sido creado, trabajado laboriosamente por el humano. Obviando la especulación filosófica acerca del trabajo, en el ámbito económico, la labor humana ha sido, desde siempre, la fuente primordial de la riqueza; causa primaria de todo lo que ingresa en el circuito económico y que produce algún tipo de beneficio. De este modo, el trabajo humano tiene un valor intrínseco que, sin caer en reduccionismos, también puede ser medido en términos económicos.

En esta línea argumentativa, la actividad laboral posee un evidente signo cognitivo. Si bien es cierto que el trabajo humano, en términos económicos, genera riqueza, también es cierto que detrás de éste opera un conocimiento previo que se expande, desarrolla y perfecciona en la acción laboral. Por ello, el simple hacer no basta. Todo trabajo humano presupone la existencia de un saber que puede ser teórico o instrumental. Asumir que el conocimiento en la acción laboral, - saber qué se está haciendo - , es fundamental para comprender no sólo la dimensión económica del trabajo, sino la esencia general de la actividad creadora del hombre. El que trabaja conoce, en mayor o en menor medida, los pasos para producir algún objeto o para extraer alguna cosa de la naturaleza. En ese sentido, El saber del hacer o el saber lo que se está haciendo, es dado por dos caminos. En primer lugar, a través del conocimiento laboral transferido por otros y, en segundo lugar, por medio de la relación constante con el objeto de trabajo. En efecto, es impensable suponer que el trabajo humano se desarrolle al margen del conocimiento. De este modo, los “misterios milagrosos del capital” no se deben, solamente, al desarrollo de instituciones que garanticen la actividad productiva, sino, sobre todo, a los saberes que posean los hombres para generar riqueza por medio del trabajo. Si un trabajador ( en un sentido general, siendo empresario o empleado) no conoce o conoce muy poco los procedimientos laborales más eficaces, entonces, el resultado final del trabajo, no será el más deseado.

En todas las sociedades, el papel del conocimiento en el trabajo humano, ha sido y es evidente. Es cierto que en determinadas actividades laborales, el saber puede manifestarse en términos más operativos, es decir, que se requieran menos conocimientos instrumentales y teóricos previos. Asimismo, también es cierto que otras actividades laborales necesitan saberes anteriores más sofisticados. En ambos casos, el conocimiento es la condición sine qua nom del trabajo, es decir, es necesario para su realización. De este modo, el hacer no se halla al margen del saber: El saber y el hacer son indesligables.

3. Dimensiones de la Exclusión.

Como hemos visto no es posible concebir el trabajo, el hacer económico o el hacer humano en general, al margen del saber. Constatar esta realidad ha sido siempre evidente, sin embargo, en la actualidad la dimensión del saber como condición del hacer estratégico ha alcanzado proporciones insospechadas. Desde hace aproximadamente doscientos años, la actividad económica se ha vuelto, por diversas razones, más compleja que en siglos anteriores. La revolución científico – tecnológica que opera desde la primera revolución industrial, ha generado que las relaciones y funciones laborales se modifiquen sin término, asimismo que la civilización gire alrededor de los objetos creados por la tecnociencia. Igualmente, la expansión de la economía capitalista por casi todos los confines del mundo, ocasionó nuevas relaciones sociales, transformó los criterios culturales tradicionales de diversos pueblos y modificó, dramáticamente, las relaciones interpersonales y las relaciones hombre – medio ambiente. En este escenario contemporáneo, el trabajo ha estrechado aún más su relación con el saber, con un saber estratégico, sistematizado, organizado e íntimamente vinculado a la actividad productiva. Por ejemplo, los conocimientos que requiere un agricultor del siglo XXI no son los mismos que requería un campesino del siglo XVII. La utilización nuevas tecnologías aplicadas, el acceso a la información que brindan los diversos mercados nacionales o internacionales, la capacidad de interpretar fuentes, evaluar costos y oportunidades, etc., hacen que el agricultor actual tenga que poseer nuevas y mayores herramientas cognoscitivas que el campesino de otras épocas.

Gran parte de las actividades productivas, se han vuelto más complejas por los niveles de interdependencia que han alcanzado las economías, por el desarrollo tecnológico y por la acelerada diversificación y especialización del trabajo. La incesante innovación tecnológica, la apertura y liberalización de los mercados de bienes y servicios y la movilidad social creciente, ha obligado al trabajador autoadiestrarse indefinidamente y potenciar su capacidad y competitividad laboral. La vertiginosidad de los tiempos diluye fácilmente los saberes teóricos e instrumentales aprendidos; hace que el trabajador entre a la lógica darwiniana de la selección del más apto, del mejor adiestrado y capacitado. Todo aquel que, por diversas razones, no se adapte a la experiencia volátil del mercado laboral, queda relegado, excluido del festín de la economía global. Esta realidad, para unos cruel y para otros sustento de la eficiencia productiva y del progreso, tampoco se puede soslayar.

Se ha mencionado insistentemente que uno de los beneficios más expuestos de la economía global de mercado es que las naciones menos desarrolladas pueden explorar sus reales capacidades productivas. La distancia económica y tecnológica entre los países desarrollados y subdesarrollados, hace que la competencia no sea en absoluto equitativa. En muchos de los sectores secundarios o terciarios, países como el Perú se encuentran relegados; poco pueden hacer para competir con las naciones industriales y postindustriales. Descubrir, a partir de los requerimientos de los mercados mundiales, qué se puede producir y con qué grado de eficiencia, es una exigencia primera. Sabiendo en qué podemos competir y orientando nuestros esfuerzos políticos y económicos en esa dirección, países como el nuestro, pueden encontrar el hilo conductor que les permita mejorar, en el tiempo, las condiciones de vida de sus habitantes.

Sin embargo, esta posibilidad disminuye o desaparece cuando los niveles de instrucción educativa y laboral son insuficientes. Una población en su mayoría descapacitada por el bajo nivel educativo, por la secular crisis económica traducida en los altos índices de subempleo y desempleo, condiciones de vida infrahumanas, falta de acceso a servicios básicos, etc., puede llegar a quedar excluida completamente del mundo económico y social de nuestra época. La cuestión resulta alarmante si consideramos que el Perú, como sociedad, se encuentra en el umbral de una completa marginación de la civilización global.

Pobreza y Exclusión.-

Como realidad, la pobreza es obra de la injusticia, del egoísmo y de la ignorancia. Y, ante los ojos de la historia y de la conciencia moral y crítica, se muestra como el más grande fracaso humano. Ningún sistema económico, ni acción política, ha logrado eliminarla. Incluso, en nuestros días, cuando existen los medios para reducirla a un mínimo, la pobreza se incrementado como en ninguna otra época de la historia. Como concepto socioeconómico, la pobreza puede ser definida de dos maneras ligadas entre si. Por un lado, como la incapacidad de satisfacer necesidades elementales y, por otro, como marginación de los procesos económicos, políticos y sociales de envergadura. Por ello, la condición humana del pobre se halla reducida a satisfacer necesidades atávicas; sus esfuerzos vitales se orientan en gran medida a sobrevivir. En la pobreza el universo se hace mínimo, la plenitud de la vida humana es ocultada y la tendencia natural a la realización es limitada. Así, la exclusión es causa y consecuencia de la pobreza. Es origen, en la medida que margina al pobre de los beneficios del mundo económico, político y social. Es efecto, en la medida que el pobre reproduce las estructuras de la exclusión, es decir, que marginado por el mundo, se automargina de él. El mayor peligro moral y social de la pobreza, es que el marginado construya una red de relaciones culturales y socioeconómicas que afirmen las situaciones de miseria. De este modo, la relación exclusión – pobreza, se transforma en un círculo vicioso que hace descender las condiciones de vida, perpetuando la miseria.

4. La Exclusión del Conocimiento y la Pobreza.

Hemos hablado que nuestra sociedad global es una sociedad del conocimiento y que se halla estrechamente vinculada a los procesos productivos. Como sabemos, en otros tiempos la actividad económica estuvo ligada al usufructo de la tierra. Posteriormente a la tenencia y acumulación de capital en su sentido más amplio. En nuestros días, el origen de la producción y el factor concluyente de ésta es el ser humano y su capacidad de conocer. Esta facultad se hace evidente, entre otras manifestaciones, mediante el saber científico, la creación tecnológica y el talento para organizar a la sociedad y a sus instituciones de manera eficaz. También, el conocimiento se patentiza en la disposición de satisfacer las necesidades de los demás, creando medios y poniéndolos al servicio de todos. El ser humano y sus facultades cognitivas y creativas se ha convertido en la fuente primera del bienestar de los pueblos. En ese sentido, en la moderna estructura social y en los procesos económicos globales, la formación del ser humano es la piedra angular del progreso de las naciones y la forma más clara de realización personal. Sin embargo, en las sociedades del conocimiento, una nueva manera de concebir a la pobreza es través de la marginación del saber.

La economía global y las economías nacionales se hallan bajo la orientación del modelo de libre mercado. Este proceso ha generado hondas transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y geopolíticas. Asimismo, individuos y naciones se hallan expuestos a los vaivenes desenfrenados de las fuerzas del mercado. Las sociedades, las comunidades y las personas se ven envueltas en una competencia extralimitada por la supervivencia “del más apto”. La adaptación ante tal realidad, supone un esfuerzo mayor de los pueblos e individuos, obliga a todos a adoptar nuevas estrategias de defensa y de progreso. En la sociedad del conocimiento, los pueblos más protegidos son aquellos que proporcionan a las personas las herramientas necesarias para integrarse al sistema de economía global y a sus exigencias de competitividad y eficiencia. El mundo laboral se ha vuelto más complejo por la creciente innovación tecnológica y la ingente información que poseen los procesos productivos. Lamentablemente, muchos hombres y mujeres corren el riesgo de quedar excluidos de esta dinámica económica y social, donde el trabajo capacitado tiene un lugar primordial. La carencia de conocimientos en una sociedad que los privilegia, no permite a los hombres y mujeres desarrollar y expandir sus habilidades, inhibe la colaboración eficaz entre los individuos por medio de la acción productiva y recorta las posibilidades de realización personal. El ser humano descapacitado es negado a participar en los procesos del mundo y beneficiase de él.

La exclusión del saber genera un tipo de pobreza distinta a las habituales. Si la pobreza económica no permite la satisfacción de necesidades básicas, la exclusión del conocimiento perpetua y agudiza las estructuras sociales de la miseria. En la marginación del saber, la pobreza se reproduce crónicamente; las salidas ante tal situación se ven reducidas pues ocurre algo trágico: no se sabe qué hacer. Aun cuando se tiene la necesidad y la voluntad de laborar, el no saber de la acción productiva recorta los efectos sociales, económicos e individuales del trabajo. En efecto, una persona con la firme disposición de ingresar al mercado productivo ve limitadas sus posibilidades de acceder a él por la carencia de los medios cognitivos desarrollados y potenciados.

Las consecuencias sociales y económicas del drama del no saber hacer, se traducen en la descapacitación del trabajador y en la baja rentabilidad del trabajo que ejerce. Esto trae como efecto que los esfuerzos laborales no generen los beneficios que una economía moderna exige, a saber: eficiencia productiva, acumulación creciente y real distribución de la riqueza. Cuando una inmensa mayoría de personas se ven limitadas por sus bajos conocimientos teóricos o instrumentales, las posibilidades de encontrar y desarrollar empleos de alta especialización, complejidad y creatividad son pocas. De ahí que el común denominador del trabajo en países del Tercer Mundo como el Perú, esté caracterizado por conducir a la simple autosubsitencia y por ser rudimentario en su práctica. Basta observar qué tipo de labores realizan millones de peruanos, trabajos poco productivos y mínimamente rentables que, en vez de potenciar capacidades, limitan considerablemente su desarrollo. La reducida capacitación del trabajo genera, entre otros, bajos índices de remuneración que repercuten en ampliar la pobreza crónica de países como el nuestro. Sin embargo, es justo reconocer que el tipo de trabajo que se exige en el Perú, no es, de modo alguno, el que más motive un continuo adiestramiento laboral, pues, en su mayoría, se exigen labores vinculadas a la economía de servicios primarios. Esto incide en la exclusión de un país con relación a la economía global y también en la marginación de los individuos respecto a su sociedad. Todo ello genera más pobreza y la agudiza.

5. Exclusión Educativa y Pobreza.

La baja calidad de la educación o la exclusión de la misma perpetua la pobreza. En una sociedad global que privilegia el conocimiento como fuente de riqueza, esta afirmación se hace más evidente y cierta. La toma de conciencia de la importancia de la educación como una de las salidas a la miseria y a la marginación, es un hecho reciente en términos históricos. A mediados del siglo XIX, cuando la revolución industrial trajo consigo sus iniciales efectos sociales negativos, se vio como necesidad primordial buscar los medios que permitan educar a las masas y sus hijos. Muchas de la reformas llevadas a cabo en Inglaterra, Francia y Alemania (países que guiaron el primer proceso de industrialización) estuvieron motivadas por la presión social de grupos que denunciaron las condiciones de pobreza integral en la que vivían los explotados de aquella época. Socialistas, Socialdemócratas y Liberales Sociales enarbolaron como uno de sus puntos de lucha, garantizar el derecho a la educación de los pobres, pues de este modo se podría asegurar un mínimo de igualdad de oportunidades. Los regímenes europeos de aquellos tiempos, temerosos de una evidente insurrección, optaron por reformar, paulatinamente, las funciones del estado referidas al otorgamiento de servicios básicos. Ya a fines de aquel siglo y a principios del nuevo, en varias países de Europa y América, el derecho a la educación estaba garantizado y los estados establecieron sistemas gubernamentales de educación. Estaba claro que el acceso masivo al saber podía disminuir las grandes diferencias sociales y, por otro lado, permitía elevar los niveles de productividad y bienestar de las naciones.

A lo largo del siglo XX, la educación fue comúnmente considerada como uno de los ejes del desarrollo y progreso de los pueblos y, salvo por razones de excepción cultural, nadie negaba su obligatoriedad
[5]. Sin embargo, la casi universalidad del derecho humano a la educación no implicó necesariamente su práctica y sus alcances no fueron los esperados. En las sociedades en donde la modernización de la vida y la construcción de un sujeto autónomo no se había generalizado, la secular marginación cultural, económica y social inhibieron la expansión del servicio educativo y, cuando éste se dio, se llevó a cabo en medio de muchas limitaciones. Las razones de este fracaso son complejas de analizar. Lo cierto es que el acceso a la educación en países como el Perú, no dio los resultados que si se dieron en las naciones que estuvieron a la vanguardia del proceso de modernización del último siglo.

Como hemos afirmado innumerables veces, en la estructura productiva de las últimas décadas del siglo XX operaron un conjunto de cambios radicales. La estrecha colaboración entre investigación científica, creación tecnológica y capitales, transformó la constitución económica y laboral de las sociedades desarrolladas. El obrero cedió su lugar al técnico especializado, las industrias se automatizaron, se expandieron los servicios y surgió masivamente una economía dedicada al ocio, al divertimento y al esparcimiento. La administración del estado y la organización social empezó a ser confiada a los tecnócratas, perdiendo espacio la acción partidaria y desapareciendo en gran medida las diferencias ideológicas. En ese contexto de cambios radicales en la economía y en la organización social, la educación se asume como parte del engranaje del sistema social. Los estados invierten en educación calculando los niveles de retorno en el tiempo y en función al aparato productivo. La lógica circular del sistema es simple y varía insignificantemente según algunas diferencias programáticas gubernamentales
[6]. El estado invierte en educación básica y, en parte, en la educación superior[7]. Las empresas privadas o nacionales acogen laboralmente a las personas educadas o instruidas. Éstas consumen con sus salarios y generan lucro en las empresas. Finalmente, el estado cobra impuestos y destina parte de sus gastos a la educación. Sin embargo, los niveles de innovación técnica, el sistema económico competitivo y los hábitos de vida, obligan a que las personas ha hallarse en constante autoadiestramiento y potencialización de sus capacidades laborales.

La integración entre las necesidades productivas cambiantes - cada vez más complejas y diversificadas - y las necesidades laborales ( para acceder a estándares de vida aceptables o mantener los logrados) en una sociedad que privilegia al conocimiento como fuente de la riqueza, es posible a través de una educación de calidad. En efecto, la subsistencia del sistema y de los individuos parte por garantizar a las personas una instrucción que les permita en el tiempo no sólo sobrevivir por medio de una actividad específica, sino adaptarse a los cambios imprevistos y consecutivos de la estructura productiva. En ese contexto, en el Perú no sólo se carece de una educación de calidad, peor aún, parte importante de sus jóvenes simplemente no accede a la educación
[8]. Es conocido que la mitad de los peruanos se hallan en diversos grados de pobreza, esta dolorosa realidad socioeconómica se ve trágicamente acentuada por la marginación educativa o los paupérrimos niveles de eficacia pedagógica. Esta realidad puede conducirnos a la exclusión de gran parte de los procesos productivos globales de envergadura en el siglo XXI. Aquí el no saber hacer (que mencionábamos líneas arriba), adquiere características peligrosas, pues en las acciones productivas contemporáneas se requieren un alto grado de eficacia, disciplina, creatividad, autoadiestramiento y competitividad; facultades que el trabajador promedio peruano carece. Si nuestros jóvenes no acceden a una educación de calidad básica que les permita conocer sus capacidades y limitaciones, que les brinde un conjunto de hábitos de estudio e investigación y que les oriente en un proyecto de vida realizable, es evidente que no podrán integrarse a las exigencias laborales de un mundo altamente competitivo. No saber hacer en la sociedad del conocimiento y de la innovación técnica incesante es excluyente. Si la carencia de medios económicos margina al pobre de satisfacer sus necesidades primarias, la carencia de conocimientos excluye al pobre de todo cambio, hace que el pobre no sepa cómo dejar de ser pobre y sólo se limite a circular en la sobrevivencia.

6. Exclusión y Crisis Moral: Cultura de la Pobreza y Cultura de la Barbarie.

Sabemos bien que la pobreza no es sólo insatisfacción de necesidades y exclusión de los procesos productivos de importancia. El mayor peligro sucede cuando la pobreza deja de ser una realidad socioeconómica y se transforma en un hecho cultural de implicancias morales. En efecto, la pobreza se transforma en cultura, cuando surge a partir de ella un sistema de valores y de creencias, que se manifiestan en actitudes cotidianas que perpetúan y profundizan las condiciones de miseria. Cuando un país es esencialmente y secularmente indigente, la pobreza se transforma en un hecho general que abarca a los diversos sectores sociales, tiñendo de carencia los distintos grados de las relaciones humanas y las acciones dirigenciales de diverso alcance. La peor consecuencia de un sistema de creencias y de valores sustentados en la pobreza material y en la exclusión de todo signo, es la instauración de la “barbarie”, entendida como la tendencia a la destrucción de las normas elementales de convivencia civilizada y a la devastación permanente de entornos urbanos, rurales y naturales. Dada esta situación, nuestro país se halla en un conflicto entre “civilización” y “barbarie”, entre aquello que constituye las posibilidades abiertas una vida mejor y lo que es su negación. Sin embargo, existen en el contexto mundial un conjunto de problemáticas que se deben tener en cuenta.

Es una realidad evidente que el mundo actual se encuentra en una grave crisis de fundamentos morales últimos. Esta crisis tiene dos dimensiones. La primera se refiere al relativismo ético y la segunda al error moral de confundir medios con fines. Por un lado, la sociedad actual ha identificado falsamente tolerancia y respeto a la diferencia con persmisibilidad y relativismo moral, generándose una atomización de creencias, de costumbres y de valores y haciéndose más difícil una moralidad universal basada en criterios y fines comunes. Por otro lado, las sociedades actuales, han asumido la avenencia del bien con la utilidad pragmática, constituyéndose en un serio error moral que sustenta las relaciones humanas de hoy en día. Este error moral frecuente, trae como efecto la confusión valorativa entre medios y fines, es decir, que el horizonte del discernimiento moral se halle trastornado por la dificultad de diferenciar lo que es útil a lo esencialmente bueno. Las causas de este error y de esta crisis son complejas. Lo cierto es que ha afectado y afecta las relaciones humanas. La consecuencia perversa del yerro moral contemporáneo tiene dos implicancias. La primera es la masiva consideración instrumental del hombre, es decir, la reducción peligrosa del ser humano a cosa o medio descartable. La segunda es que la moral pragmática y utilitarista, al confundir lo bueno con lo útil, ha limitado la experiencia humana, pues todo aquello que puede ser realizado por el hombre se ha reducido a lo rentable. La finalidad moral tiende a desaparecer del horizonte ético contemporáneo y el ser humano ha restringido su experiencia vital a la búsqueda desenfrenada de las cosas, del placer y del éxito. La consecuencia más dura de todo ello es una creciente amoralidad.

Ciertamente que el Perú no halla al margen de esta crisis de los fundamentos morales últimos. Lamentablemente, la práctica y estimación de los valores utilitarios y el relativismo ético, unida a la pobreza generalizada y las diversas formas de la exclusión, acrecienta las estructuras dolorosas de la cultura de pobreza. En nuestro país, la inmoralidad, es decir, la trasgresión decidida de la norma moral y de las normas mínimas de convivencia, ha desembocado en la anomia social e individual. Concepto y realidad terribles, pues se refiere a la falta de conciencia moral y a la carencia de normas elementales de vida. La secular marginación en la que viven la inmensa mayoría de peruanos, ha creado con el tiempo una subcultura anómica, carente de normas e inmersa en el torbellino de la barbarie destructiva. Desatadas al máximo las fuerzas del egoísmo amoral en un contexto que las justifica, la construcción de salidas al grave problema de la exclusión se han hacen más complejas.

¿Es la pobreza y la exclusión causas directas de la cultura de la miseria y de la barbarie?. Ciertamente no. El pobre, en sí, no es un amoral y su amoralidad no genera necesariamente costumbres destructivas. Pero la secular pobreza y exclusión, sumada a la crisis moral, aumentan las condiciones para la entronización de la anomía y de la barbarie. La institucionalización de la exclusión y la amoralidad creciente, permiten la aparición de señales de una “cultura fundada en la barbarie”. Las consecuencias son diversas y se observan diariamente en las calles, los centros de trabajo, en las familias, los medios de comunicación, las esferas de gobierno, etc. Nadie parece escapar a la entronización de la barbarie como pauta de vida social. El pragmatismo y la miseria colaboran para este fin. Sin embargo, en donde se hace más evidente la cultura de pobreza y la barbarie social, no es sólo en la carencia de normas morales y de convivencia, sino también en la falta de proyectos, sean éstos sociales o individuales. En efecto, la marginación también ocasiona la falta de perspectivas de vida, la carencia de destino y objetivos claros. Una sociedad excluida masivamente es negada para la ilusión y para la esperanza. En el circulo de la pobreza y la marginación constante se reproducen incesantemente formas de acción cotidiana que recrean indefinidamente las condiciones originales. En esta relación recíproca y rertroalimentada se desarrollan creencias y hábitos que inciden en mayor pobreza y exclusión. ¿Puede el ser humano “acostumbrarse” a la exclusión y a la marginación?. No necesariamente. Pero si la sociedad y los individuos que la integran, asumen como un “hecho natural” la anomia, el relativismo ético y la pobreza endémica, la instauración de un sistemas de valores, creencias y costumbres, sustentados en la pobreza endémica, harán más difícil las salidas reales a la exclusión y a las nuevas formas de ésta.

7. Educación o Exclusión: El Dilema Peruano del Siglo XXI.

Nuestro país, como otros países pobres, ya se encuentra (por su propia condición socioeconómica y cultural) en el límite de la marginación del sistema económico y productivo mundial, sistema que tiende, a pesar de sus altibajos, a una creciente interdependencia y globalización libre
[9]. Asimismo, nos hallamos en una sociedad mundial crecientemente regida por la creación y expansión de conocimientos estratégicos y teóricos. Ambas realidades son insoslayables. Afortunadamente, en últimos años hemos asistido a la toma de conciencia acerca de la importancia que posee la educación como medio para limitar la progresiva exclusión interna y restringir la continua marginación externa[10]. En diversos foros se ha hablado de la necesidad imperiosa de mejorar la calidad de la educación, presentándose propuestas que intentan solucionar algunos de los problemas que la aquejan. Evitar el mayor deterioro de la educación y empezar a mejorarla pasa por presentar soluciones globales y específicas que escapan al ámbito estrictamente pedagógico. Es evidente que la baja calidad educativa posee múltiples causas y su enmienda será posible si se realiza integralmente.

En ese sentido, uno de los mayores defectos y problemas que posee la educación peruana es que no ha sido concebida dentro del proceso de desarrollo de la persona, es decir, que la continuidad entre educación básica (primaria y secundaria), educación superior y mundo del trabajo (en su más amplio sentido), no ha estado integrada a la puesta en marcha de un proyecto de vida. El resultado de esta práctica es que tenemos a una población mayoritaria que desconoce profundamente sus capacidades y actitudes para enfrentar los retos de la vida y que se halla carente de los medios para integrarse eficazmente en los diversos ámbitos del mundo social. La carencia masiva de proyectos de vida trae como consecuencia mayor la falta perspectivas de real desarrollo personal. Un individuo sin horizontes de progreso y falto de medios cognitivos (por la baja calidad educativa) tiene mayores probabilidades de ser excluido de los distintos procesos del mundo social, económico, cultural y político. Sin un proyecto de vida más o menos claro, la persona deambula indefinidamente en actividades que sólo le permiten sobrevivir. Esta situación se agrava si tomamos en cuenta que la carencia de objetivos realizables en la vida, tiene una enorme influencia en la configuración económica y social de un país. La persona sin metas realizables, poco o casi nada puede hacer para mejorar su condición y aportar al progreso de su entorno.

Ante todo esto, en los últimos años se ha venido hablando que el objetivo primordial de la educación es la formación “para la vida”, es decir, instruir a la persona integralmente no sólo para el desarrollo académico, sino para su desenvolvimiento pleno. La intención es buena y saludable en líneas generales. Sin embargo, no se pregunta ¿para qué tipo de vida se forma a la persona?. La educación debe tener como prioridad formar a la persona para la no exclusión, entendida en tres dimensiones. Formación para la no autoexclusión, formación para no excluir a otros y formación para no dejarse excluir. Estos aspectos no toman en cuenta el nivel específico educativo de la persona, sino la situación general de la persona en formación.

a) Formación para la no autoexclusión: La persona en formación debe tener en claro qué es lo que quiere hacer de su vida. A partir de este norte, orientar sus esfuerzos y capacidades a las metas que considere alcanzar. Asimismo, la educación para la no autoexclusión debe tomar en cuenta el desarrollo constante de capacidades intelectuales y estratégicas, formar una actitud para el autoadiestramiento, la autopotencialización y sobre todo, en la valoración del conocimiento. De igual modo, se debe estar preparado para adaptarse a los cambios del mundo laboral y profesional y poseer estrategias que no dejen intimidarse por esos cambios. Finalmente, considerar que la acumulación y creación de conocimientos, en una sociedad que cada vez más los privilegia, es la condición sine qua nom para no ser automarginado de los procesos del mundo actual. Las limitaciones cognitivas de las personas son a menudo una de la causas frecuentes de la autoexlclusión, pues el no saber hacer puede determinar la permanencia en la pobreza o la pérdida de un nivel de vida alcanzado previamente
[11].

b) Formación para la no exclusión de otros: En varios de los enfoques actuales se pone énfasis en una formación para la competitividad y la eficacia. Se considera que la persona debe estar preparada fundamentalmente para competir y tener éxito. Esta visión privilegia los logros individuales de cualquier signo, sin considerar la necesaria distinción entre medios y fines y sin tomar en cuenta al otro. En una sociedad esencialmente pobre, como la nuestra, con serios problemas sociales, económicos y dentro de una evidente crisis moral y cultural, la puesta en marcha de este tipo formación apuntala la exclusión y la pobreza. Es cierto que la educación debe procurar que la persona en formación sea competente y eficaz en la actividad que realice. El aprender a hacer bien las cosas, tiene un impacto positivo en los diversos procesos productivos. Sin embargo, si la formación se centra sólo en la eficacia, se corre el riesgo que la finalidad de toda acción este regulada por los beneficios personales obtenidos. Una sociedad en emergencia y proclive a mayores índices de marginación, no debe permitir que la lógica de la competencia desenfrenada, convierta al mundo académico, laboral y productivo en un campo de batalla darwiniano. Tenemos que convencernos moralmente que no se deben ahondar las diferencias sociales y la exclusión. Por ello, aunque resulte difícil por los tiempos que vivimos, es necesario formar a las personas bajo la premisa de no considerar al otro como un enemigo al que hay que vencer. Finalmente, la exclusión del otro aumenta las posibilidades de la propia exclusión.

c) Formación para no dejarse excluir: Por los condicionantes contemporáneos descritos ampliamente, nos encontramos en tiempos difíciles para sociedades que poseen un alto grado de marginación socioeconómica. La mayoría de nuestros compatriotas, tienen o han tenido una pobre formación educativa. Esta realidad nos hace prever que dentro de una sociedad del conocimiento, las posibilidades de exclusión son mayores. En ese sentido es necesario formar a la persona con estrategias de resistencia y alerta ante las circunstancias que intenten marginarla. En efecto, se requiere incentivar una conciencia política en la población con la finalidad exigir a al estado y a la sociedad civil buscar las formas que mejoren la calidad educativa y que eviten la exclusión de la educación. Las personas deben tener en claro que la educación de calidad es un derecho humano reconocido y que corresponde a ellas exigirla. El no dejarse excluir de la educación es consecuencia de una actitud de valor propio y de una toma de conciencia acerca de lo que es justo. Por otro lado, la formación para no dejarse excluir tiene otras implicancias que van desde las económicas, las políticas hasta las culturales.

Es claro que la lucha contra la exclusión y todas sus nefastas consecuencias, sólo va a ser posible si la sociedad en su conjunto asume con responsabilidad la superación al problema de la marginación producida por la baja calidad educativa o por la ausencia del servicio educativo. La solución parte, necesariamente, de algún tipo de proyecto de país a largo plazo. No lograremos observar resultados positivos si continuamos por la senda errática de los proyectos educativos de corto alcance o las enmiendas específicas sin tomar en cuenta la integridad del problema.

8. Epílogo: Exclusión y Barbarie o Solución Ética.

Existen palabras que son usadas desmedidamente, tanto que pierden su dimensión y significado. Este es el caso del término ética. Desde hace unos años, se ha venido utilizando en casi todos los ámbitos, se habla de ética política, ética económica, ética empresarial, ética profesional, ética de las comunicaciones, ética deportiva, etc. También, en este desfile de “éticas”, se empezó a hablar de ética de la educación. No habría dificultad, si ciertamente se tratase de una seria toma de conciencia acerca de los graves problemas morales que enfrentan las sociedades actuales, que tienen repercusión en los diversos ámbitos de la vida humana. Es obvio que la crisis moral se ha encarnado en casi todos los escenarios posibles de nuestro mundo y la apuesta por mejorar la vida humana en sus diversos aspectos pasa, necesariamente, por orientar las acciones humanas hacia el Bien. Pero la utilización vacía del término ética, su invocación casi milagrosa y el “manoseo” grotesco al que ha sido expuesta, puede ocasionar que pierda importancia y carezca de sentido. Y nada más peligroso que la pérdida de significado de palabras que expresan y representan las más genuinas aspiraciones del ser humano.

Básicamente, la palabra ética ha sido empleada desmesuradamente bajo dos pautas. La primera podemos llamarla “interesada” y la segunda, “ingenua”. El primer enfoque reconoce la importancia de la ética en la medida que maquilla acciones no necesariamente orientadas al bien. El segundo enfoque también reconoce su importancia, pero como “tabla de salvación”, es decir, se invoca la necesidad de una perspectiva ética como si su simple enunciación tuviese una repercusión milagrosa en la sociedad. Así, políticos, empresarios, sindicalistas, intelectuales, artistas y también, pedagogos y “filósofos” de la educación, muchos de ellos, han aplicado el término “ética” hasta el hartazgo y desde una posición que poco favor le hace al auténtico sentido ético.

En los últimos años se ha venido insistiendo acerca de la importancia de “educar en valores” a los jóvenes, aduciendo que la grave crisis moral que atraviesa nuestra época podrá ser superada si la persona en formación es capaz de reconocer los valores morales, llevándolos a la práctica y contribuyendo al desarrollo de su entorno social. Las publicaciones, cursos y conferencias sobre este tema abundan y en los diversos niveles de la educación peruana, se trata de incorporar junto a la formación académica, la formación en valores. Ciertamente, los resultados de este experimento educativo aun no se han podido observar a cabalidad. Sin embargo, es necesario plantear algunos cuestionamientos. El primero de ellos esta dirigido a la manera cómo se transmite el mensaje “ético”. La tan mentada “educación en valores”, se realiza al margen de consideraciones críticas. Toda formación basada en principios morales, exige una formación crítica. En efecto, la percepción moral lleva consigo el cuestionamiento; cuestionamiento de situaciones que niegan la realización de la persona. La manera de “ingenua” de enfocar la “educación en valores” no se halla encarnada en la praxis y la búsqueda objetiva de finalidades. De este modo, es necesario que la educación moral sea concebida desde un punto de vista crítico, de cuestionamiento y de propuestas para una vida mejor. ¿Cómo “educar en valores” sino se incentiva una conciencia crítica?, ¿De qué sirve “la formación en valores” si ésta se halla al margen del cuestionamiento?. Sólo aquel que cuestiona moralmente las diversas muestras de anomia e inmoralidad, es capaz de reconocer la necesidad de la vida mejor.

La solución ética parte de tres núcleos de crítica. El primer esta en relación al reconocimiento de una realidad. Es moralmente imperativo, reconocer la realidad tal como es, incluso si ésta es descarnada y si se halla más allá de nuestros criterios ideológicos, religiosos y morales. El segundo núcleo se halla ligado a la crítica de la costumbres y mitos. Una solución ético – crítica parte por cuestionar frontalmente las formas sociales e individuales que limitan la finalidad y realización del ser humano. Asimismo reconocer sinceramente las potencialidades y limitaciones de la sociedad en la que vivimos. Finalmente, el tercer núcleo ético – crítico se halla vinculado a las responsabilidades compartidas. El fracaso o el éxito de nuestro país pasa por observar lo que cada institución o persona con decisión tiene que realizar. En el terreno de la educación, ciertamente, las responsabilidades son múltiples y es justo actuar tomando en cuenta que las decisiones personales u institucionales deben darse asumiendo los efectos. Una auténtica solución ético – crítica al problema de la exclusión y barbarie debe ser asumida responsablemente a partir de las consecuencias de las acciones de todos los involucrados. Es hora de actuar tomando en cuenta lo que esta en juego para el destino del Perú. Las imágenes, tristes y conmovedoras del África subsahariana, no están muy lejos. (Marzo 2002)

Postscriptum: Los Signos de la Calle y la Exclusión.-

Es común observar las calles de Lima abarrotadas de unidades de transporte y de comercios de diversa índole. A simple vista, se podría pensar que vivimos en una pujante y dinámica ciudad, llena de colorido y de vitalidad. Innumerables personas crean medios de subsistencia creativos, al margen de la legalidad y de normatividad económica o dentro de las mismas. Sin embargo, lo que se esconde detrás de esas imágenes, es la constatación de la marginalidad y de la exclusión. Los millones de peruanos que a duras penas sobreviven, dirigen sus esfuerzos a actividades económicamente saturadas. Cuando una persona pierde el empleo o simplemente no sabe hacer algo realmente productivo, se refugia a actividades económicas recurrentes: el taxi, la combi, la bodega, el restaurante, la cabina internet, etc. Cientos de calles y avenidas, evidencian la pobreza de las estrategias de sobrevivencia. En nuestro país, la enorme sobreoferta de transporte y comercio, son una muestra de la carencia de alternativas y la exiguas capacidades cognitivas y creativas del peruano común. La respuesta de la demanda efectiva ante la explosión de la oferta de servicios primarios es de esperarse. Cada vez más, las utilidades son menores y no justifican el esfuerzo realizado. Es cotidiano decir a miles de transportistas y comerciantes decir lo difícil que esta el mercado, lo bajísimos niveles de ganancia. Por un criterio mínimo de racionalidad económica, muchos de estos servicios (transportes y comercios) deberían desaparecer ante la peleada y estrecha demanda. Sin embargo, subsisten y persisten ante esa realidad. ¿Por qué?. Ciertamente, no existen otras maneras de ganarse la vida o simplemente no se conocen. Adam Smith, hace más de doscientos años, afirmó – y con razón – que la riqueza de las naciones estaba en el trabajo, pero en un tipo de trabajo diversificado y especializado. Esta diversificación y especialización era posible por el ensanchamiento de las actividades productivas y por la competencia, libre y mecánica, de las mismas. Las calles de las ciudades del Perú, no dan muestra de esta diversificación real del trabajo. No hay inversión productiva, pero tampoco existen capacidades laborales potencializadas en la población. Si existiesen inversiones que fomentasen trabajo de alto valor agregado, no se sabría a quién emplear. El no saber hacer, se evidencia en cada lugar de nuestras caóticas urbes, el no saber hacer se nos muestra, diariamente, en la imposilidad de la producción y el trabajo rentables. Mientras la sociedades de avanzada, se hallan en la Tercera Revolución Industrial y plenamente instaladas en la era de la información y del conocimiento estratégico, nuestro país todavía se encuentra en una instancia preindustrial, en términos marxistas, en la fase de la acumulación primaria; del comercio y del servicio minorista, de actividades poco especializadas y diversificadas. Si el Perú se hallase al margen del mundo, no habría mayor dificultad; se tendría que esperar unos doscientos años, hasta que, las relaciones productivas, llegasen a constituir un sistema económico que hiciese más rentable el trabajo y la producción. Como esta es una hipótesis improbable, queda descartada. ¿Qué hacer cuando el mundo esta cada vez más integrado y va hacia una interdependencia creciente?. ¿ Qué hacer con el Perú, cuando se halla más excluido del proceso de la civilización global?. No pretendemos ser reiterativos. Sólo queda mejorar y ampliar nuestra política educativa, hacerla eficiente, realista, ética, crítica y vincularla al mundo del trabajo creativo y potencializador. Asimismo, entrelazarla con las reales capacidades productivas de nuestro país. También se debe actuar con buena voluntad. Las instituciones y las personas con capacidad de decisión, deben proceder responsablemente y con un criterio de verdadera preocupación solidaria, pues lo que esta en juego es la vida de millones de personas, personas que buscan y exigen una vida mejor y digna. Cada día que pasa, nuestras calles se parecen más, trágimente, a las de los países del África subsahariana. (Octubre 2002).



Hace tres años fue escrito este texto. Por razones de diversa índole no pudo ser publicado en su momento. Muchos de los temores que fueron expresados en ese instante, hoy en día se confirman. El crecimiento del PBI considerablemente superior al aumento del empleo
[12], los últimos datos sobre calidad educativa en el Perú[13] y el aumento de los no admitidos a puestos de empleo por carecer de aptitudes laborales mínimas[14], tienen una trágica relación. Son muestras de la exclusión por incapacidad y, dada las tendencias, es probable que ésta se acreciente. Mientras en el mundo desarrollado, el temor al desempleo se debe a la sustitución del trabajo humano por la expansión de tecnologías y a la mano de obra inmigrante, en un país como el nuestro, a la evolución y suplantación tecnológica, se une la carencia de habilidades cognitivas. Miseria por incapacidad. ¿A qué nos enfrentamos ahora? ¿A la “barbarie” desencantada, sin proyecto, sin fin? (Noviembre del 2005)

[1] A este respecto basta recordar el aumento del presupuesto federal para la educación llevado a cabo por la administración Clinton en 1994.
[2] “La tercera vía” de los socialdemócratas europeos, la “Economía Social de Mercado” de los demócratas cristianos y las versiones radicalizadas del neoliberalismo como el “libertarismo”. Más allá de las diferencias programáticas y de acción, la teoría neoliberal ha influido en todas las concepciones económicas contemporáneas.
[3] Crisis que no es exclusiva del Perú. El utilitarismo, el hedonismo y el materialismo han impregnado la práctica cotidiana de la mayoría de sociedades contemporáneas. El problema moral de nuestra época es evidente.
[4] Fuente INEI al año 2000.
[5] En algunas sociedades tradicionales, regidas por criterios religiosos o rituales.
[6] Según los gobiernos se fijan políticas fiscales y de inversión social.
[7] Esto varía según el país y la tradición económica.
[8] Según datos del INEI al año 2000, la mitad de los adolescentes entre 12 a 16 años de los sectores considerados pobres no estudian en el nivel secundario.
[9] Como sabemos, la globalización económica no es un proceso lineal, sino un proceso que se va modificando según las necesidades y conveniencias de los bloques económicos. Lo cierto es que la incesante transformación tecnológica y la masificación de la información, están variando las relaciones humanas, las acciones de los estados y la forma de concebir la producción. Todo ello hace suponer que, más allá de políticas proteccionistas eventuales de determinados gobiernos, la globalización tiende a ser un proceso que se va ir afianzando a lo largo de este siglo.

[10] Aunque esta toma de conciencia se ha circunscrito al ámbito académico y político. Falta abrirla al sector productivo y la comunidad en general a partir de la difusión eficaz del problema y su importancia.
[11] A este respecto, muchas son las personas que, por diversas razones, carecen del hábito de autocapacitarse. Al no poder adaptarse al mundo productivo o laboral, pierden el estatus logrado.
[12] 6% de crecimiento del PBI para el bienio 2005-06, 1,5 % de crecimiento del empleo en ese lapso de tiempo.
[13] Según el Ministerio de Educación, en una medición realizada en noviembre del 2004, el 90% de estudiantes de quinto de secundaria no son capaces de comprender un texto y el 97 % son incapaces de resolver un problema matemático. Día Uno, Suplemento económico de El Comercio, edición del 28 de noviembre de 2005, p 21.
[14] El 90 %. Día Uno, Suplemento económico de El Comercio, edición del 28 de noviembre de 2005, p 21.


(*)Ricardo Lenin Falla Carrillo
Licenciado en Filosofía y Humanidades por la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Es profesor de la Escuela Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú donde dicta cursos de su especialidad. Actualmente es miembro del Departamento de Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y ha sido profesor en la Universidad Nacional Mayor San Marcos. Ha publicado numerosos artículos de investigación y ensayos en revistas especializadas del Perú y el extranjero.